Fue la última vez que la vi. Esperaba sentado en una mesa reservada en la terraza del Café Gijón, en el Paseo de la Castellana de Madrid. Llegué temprano y leía un ensayo de Byung-Chul Han cuyas páginas, apenas salidas de las prensas, todavía olían a tinta. Llegó y dijo mi nombre. Levanté la mirada y me encontré con un rostro y un cuerpo marcados por la lucha contra una grave enfermedad. El timbre inconfundible de su voz, nadie me llamaba por “Jochy” como ella lo hacía, me hizo asegurarme de que se trataba, en efecto, de alguien que debía llegar a ese encuentro: Almudena Grandes.
Faltaban por llegar su esposo Luis García Montero, nuestro común amigo Chus Visor, y un colaborador de Luis en el Instituto Cervantes, que el vate granadino dirige con acierto y dedicación. Mientras los esperábamos, Almudena me relató sus meses de tratamiento que comprendían quimioterapias, dietas estrictas, medicación severa, entre otros. Se preparaba para una próxima cirugía. Era mayo de 2021 y la pandemia de la Covid-19 seguía causando estragos. No podía disimular mi sorpresa y desconcierto ante lo que me explicaba. Ella me arropó con su característica ternura y su exquisita manera de contar historias. Llegaron luego los demás comensales y dejamos a un lado el tema. Hablamos, como siempre, de amistad, literatura, cultura y política. En su columna de los lunes del diario El País, fechada el 10 de octubre de 2021, confesó a sus lectores y al mundo que “peleaba” contra el cáncer. Había nacido en Madrid, el 7 de mayo de 1960. Murió en su entrañable ciudad de origen, el 27 de noviembre de 2021.
Me había resistido a escribir en torno a su partida usando palabras de una lengua que ella manejó con singular maestría, que enriqueció en sus novelas, ensayos y artículos, para gloria y goce de Cervantes, y para deleite de su vasta legión de lectores. Sin embargo, la publicación del poemario Un año y tres meses (Tusquets, Barcelona, 2022), de su amado esposo Luis, con quien compartió matrimonio por casi tres décadas, libro que leí de un tirón en un vuelo de retorno desde Madrid, me dio las fuerzas necesarias para expresarme en torno al dolor y la herida de su vacío. Quise desafiar los límites de la aflicción.
El poeta se armó de valor para escribir, más allá de la angustia y la desesperanza, y afincado en el amor y la entrega, acerca del acompañamiento y cuidado que dispensó a su mujer, desde la enfermedad y la batalla hasta su último suspiro, quince meses después. Estas palabras, sumidas en la niebla y la luz de la poesía, reúnen un hermoso testimonio de profundo afecto, admiración, complicidad, ilusiones, derrotas y vidas compartidas. Hay en los poemas serenidad y rabia (“la muerte es miserable”), contención y duelo (“Hablo de una experiencia de la muerte/ de la que no querría despertarme”), amargo optimismo (“Trato de combatir una vez más/ con molinos de viento”), evocación y nostalgias (“Un mundo extraño para consolarme/ con una vida eterna que no es vida”), que hacen del libro una ofrenda póstuma al ser amado, dueño de una incomparable belleza expresiva.
Con esta historia de amor, Luis despide a su inolvidable Almudena. Sin embargo, el encuentro con los textos invita al lector a un redescubrimiento de aquel ser, presumiblemente arrojado a la muerte, pero en realidad, eternizado en el humanismo de sus personajes y en las dramáticas atmósferas de sus relatos de ficción y sus luchas sociales. Poemas, escribe Luis, acerca de unos “días finales que ya son/ ahora, recordados, / los más felices de mi vida.”
Un año y tres meses
COMO las narraciones de la lluvia
o los cuadernos de bitácora,
tuvo la enfermedad sus argumentos.
No me quejo de nada. Hoy sostengo
el optimismo amargo con el que respondimos,
septiembre, 2020,
cuando las citas médicas y el mar de los análisis
se mezclaron de un día para otro
con las arenas de la vida.
Nunca me quejaré de la disciplinada
manera que tuviste de contar nuestros pasos
para ver la ciudad con otros ojos,
la resistencia física y mental
que exigía la quimio.
No me quejo de las debilidades
o de la Navidad sin cabellera
o de la extraña forma de despedir el año
cuando el amor pasó por el quirófano.
La pandemia prohibía las visitas.
Disfrazado de médico sin bata,
subí para esconderme hasta la habitación
5427.
Dividimos por dos las uvas de tu postre,
oyendo de la mano aquellas campanadas
de la televisión
que no sonaban todavía a muerto.
No me quejo de todo lo que hicimos después,
del cuerpo poco a poco tan vencido,
de las ventanas de los hospitales,
de la silla de ruedas en 2021,
penumbras fatigadas de noviembre,
ocho de la mañana en el rumor del Clínico
con resultados últimos en la sala de espera.
No me quejo del miedo a la caída,
de la ducha difícil,
de los duros transbordos para llegar al baño.
No me quejo tampoco
de los cuidados paliativos,
y la memoria con gasas
y la conversación inevitable.
No me quejo de verte morir entre mis brazos.
Comprendí que los viajes y los libros
con sus dedicatorias
siempre han sido maneras de cuidarnos.
Comprendí las raíces de nuestra militancia,
comprendí la factura de querer
de un modo tan completamente viernes.
Comprendí el argumento de esta historia
en la noche estrellada,
una historia de amor,
este año y tres meses,
estos días finales que ya son,
ahora, recordados,
los más felices de mi vida.
La resistencia
UNA hermosa palabra
que tantas veces llega hasta nosotros
en manos de la historia.
Es la razón del viento
en casi todas tus novelas.
La ciudad que resiste un bombardeo,
no pasarán, las redes clandestinas
que luchan contra el nazi,
las huelgas generales,
la rebeldía de la gente anónima
en una dictadura.
No has querido quedarte ingresada esta noche,
así que regresamos al cuartel
el taxista no pone buena cara
cuando nos acercamos en la silla de ruedas
hasta su posición.
El hospital, la cuesta, el maletero,
la lentitud de tus rodillas
al entrar en el coche,
asaltan su paciencia.
Yo no se lo reprocho, no sabemos
cuáles son sus batallas,
mientras la historia cae resumida en nosotros
y en tu mano que guardo entre las mías.
Al regresar del frente
en la luna menguante se dibujan
las palabras amor y resistencia.
Nada saben de pólvora ni redes clandestinas.
Con pocas fuerzas hoy,
el cielo de Madrid nos mira triste.
Una vez más nos faltan aliados
en las trincheras últimas de nuestros corazones.
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José Mármol es Premio Nacional de Literatura 2013. Autor de Yo, la isla dividida (Visor, 2019).