[Abril de 1920] 

Merano-Untermais, pensión Ottoburg 

Querida señora Milena:

La lluvia, que ha durado dos días y una noche, acaba de cesar, probablemente sólo de modo provisional; sin embargo es un acontecimiento digno de celebrarse, y yo lo celebro escribiéndole. Por lo demás, la lluvia ha sido soportable, esto es el extranjero, pequeñito sin duda, pero uno se siente a gusto en él. Si mi impresión es correcta (un breve encuentro, ocasional y casi silencioso, por lo visto es inagotable en mi recuerdo), a usted también le gustaba esa Viena extranjera, que más tarde quizás se haya enturbiado debido a la situación general, pero ¿también le gusta el extranjero como tal? (Lo que, por cierto, tal vez sería, y no debe serlo, una mala señal.)

Yo vivo aquí muy bien, el cuerpo mortal apenas podría soportar más cuidados, el balcón de mi habitación está inmerso en un jardín: rodeado, recubierto de florecientes arbustos (la vegetación de aquí es asombrosa; cuando en Praga, con este tiempo, casi se congelarían los charcos, delante de mi balcón se abren poco a poco las flores), pero al mismo tiempo expuesto plenamente al sol (o mejor dicho al cielo encapotado, como ocurre desde hace ya una semana). Lagartijas y pájaros, desiguales parejas, vienen a verme: ¡cómo le recomendaría este Merano! Hace poco me escribía usted que no-podía-respirar, en esa expresión están muy próximos la imagen y su significado, y aquí ambas cosas pueden ser un poco más llevaderas.

Con mis más cordiales saludos 

Suyo 

F Kafka

[Praga, finales de marzo de 1922]

Hace ya mucho tiempo que no le escribo, señora Milena, y si lo hago hoy es debido a una casualidad. En realidad no tendría que disculparme por no haber escrito, ya sabe usted cómo odio las cartas. Toda la desdicha de mi vida –con lo que no quiero quejarme sino hacer una reflexión de interés general– viene, por así decir, de las cartas o de la posibilidad de escribirlas. Las personas no me han engañado prácticamente nunca, pero las cartas siempre, y además en este caso no las de otros, sino las mías. Es en mi caso una desdicha particular, de la que no quiero decir más, pero también, al mismo tiempo, general. La fácil posibilidad de escribir cartas tiene que haber traído al mundo –visto sólo teóricamente– un horrible trastorno de las almas. Es, en efecto, una relación con espectros, y no sólo con el espectro del destinatario, sino también con el propio espectro, que se le va formando a uno, sin darse cuenta, en la carta que escribe o incluso en una serie de cartas, en la que una carta confirma la otra y puede invocarla como testigo. ¡A quién se le habrá ocurrido pensar que la gente podía relacionarse por correspondencia! Se puede pensar en una persona lejana y se puede tocar a una persona cercana, todo lo demás supera las fuerzas humanas. Pero escribir cartas significa desnudarse delante de los espectros, cosa que ellos esperan ansiosos. Los besos escritos no llegan a su destino sino que los espectros se los beben por el camino. Con una alimentación tan sustanciosa se multiplican enormemente. La humanidad lo percibe y lucha contra ello; para eliminar en lo posible lo espectral entre los hombres, y lograr el contacto natural, la paz de las almas, ha inventado el ferrocarril, el automóvil, el aeroplano, pero ya no hay ayuda posible, son manifiestamente inventos hechos ya en el despeñadero; la parte contraria es mucho más serena y fuerte, ha inventado, después del correo, el telégrafo, el teléfono, la telegrafía sin hilos. Los fantasmas no morirán de hambre, pero nosotros nos iremos a pique.

Me asombra que no haya escrito usted todavía sobre eso, no para impedir ni para lograr algo con la publicación, para eso ya es tarde, pero al menos para ponerles “a ellos” de manifiesto que los han reconocido. 

Por lo demás, se los puede reconocer también en las excepciones, a veces dejan pasar una carta sin poner trabas, y la carta llega como una mano amigable, que se posa, ligera y bondadosa, sobre la propia mano. Pues bien, probablemente esto es también sólo apariencia y esos casos son tal vez los más peligrosos; de ellos hay que protegerse más que de otros, pero, si es una ilusión, es, en cualquier caso, perfecta.

Hoy me ha ocurrido algo parecido y por eso he tenido la idea de escribirle. He recibido hoy una carta de un amigo, al que usted también conoce; hace ya mucho tiempo que no nos escribimos, lo que es extraordinariamente sensato. Y tiene relación con lo de antes que las cartas sean un tan formidable antisomnífero. ¡En qué estado llegan a nosotros! Secas, vacías y excitantes, una alegría momentánea seguida de largo sufrimiento. Mientras uno la lee ensimismado, se yergue el poco de sueño que uno tiene, se marcha volando por la ventana abierta y no regresa en mucho tiempo. Así que por eso no nos escribimos. Pero a menudo, aunque muy fugazmente, pienso en él. Todo mi pensar es demasiado fugaz. Pero anoche pensé mucho en él, varias horas; las horas nocturnas de cama, que por su hostilidad son tan preciosas para mí, las empleé escribiéndole una carta imaginaria en la que le repetía constantemente con las mismas palabras ciertas informaciones que entonces me parecían importantísimas. Y por la mañana llegó, en efecto, una carta suya, y en ella el amigo comentaba que desde hacía un mes o, quizás más exactamente, que un mes atrás había tenido la sensación de que tenía que venir a verme, una observación que coincidía, curiosamente, con cosas que me habían ocurrido a mí. 

Esta historia de la carta fue el motivo de que yo también escribiera una, y, concluida ésta, cómo no iba a escribirle también a usted, señora Milena, que es seguramente a quien más me gusta escribir. (En la medida en que a uno puede gustarle escribir, pero esto lo he dicho para los fantasmas que rodean codiciosos mi mesa).

Hace ya tiempo que no he leído nada suyo en los periódicos, excepto los artículos sobre moda, que últimamente me han parecido, con pequeñas excepciones, alegres y serenos, sobre todo el último artículo de la primavera. Por otra parte, las tres semanas anteriores no había leído la Tribuna (pero ya trataré de conseguirla), he estado en Spindelmühle. 

[Postal, matasellos: Berlín-Steglitz 25-12-23] 

[Dirección:] Frau Milena Pollak 

Viena VII 

Lerchenfelderstrasse 113/5 

Querida Milena, ya lleva preparado aquí mucho tiempo un fragmento de carta para usted, pero sin continuación, porque también aquí los viejos padecimientos han dado conmigo, me han atacado y hundido un poco, todo me cuesta trabajo, cada trazo con la pluma, todo lo que escribo me parece después demasiado grandioso, en desproporción con mis fuerzas, y cuando escribo “cordiales saludos”, ¿tienen realmente esos saludos la fuerza de llegar a la ruidosa, agitada, gris, urbana Lerchenfeldstrasse, donde ni yo ni lo mío podrían ni respirar? Así que prefiero no escribir, espero tiempos mejores o peores aún; por lo demás, estoy bien aquí, dulcemente protegido hasta el límite de las posibilidades de este mundo. Sé del mundo, y desde luego con máxima intensidad, sólo a través de la carestía, no recibo los periódicos de Praga, los de Berlín son muy caros para mí, ¿y si me enviara de vez en cuando un recorte del Národní listy, parecidos a los que ya me alegraron tanto en una ocasión? 

Mi dirección es, por lo demás, desde hace unas semanas: Steglitz Grunewaldstrasse 13 (en casa del señor Seifert). Y ahora, pese a todo, mis “mejores saludos”: qué importa si ya caen al suelo en la verja del jardín, quizás la fuerza de usted sea así un poco mayor. 

Suyo

K.

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Franz Kafka (Praga, Imperio austrohúngaro, actual capital de República Checa; 3 de julio de 1883-Kierling, Austria; 3 de junio de 1924) fue un escritor en lengua alemana, y su obra es de las más influyentes de la literatura universal.