El concepto filosófico no se refiere a lo vivido, por compensación, sino que consiste, por su propia creación, en establecer un acontecimiento que sobrevuela a toda vivencia tanto como cualquier estado de las cosas. Cada concepto talla el acontecimiento, lo perfila a su manera. La grandeza de una filosofía se valora por la naturaleza de los acontecimientos a los que sus conceptos nos incitan, o que nos hacen capaces de extraer dentro de unos conceptos. (Deleuze & Guattari. ¿Qué es la filosofía? 1993, p.38).
Pensar el acontecimiento
El filosofar sobre la pandemia de la COVID-19 significa situarla como un acontecimiento multidimensional, transdisciplinar, ya que no es un hecho estacionario, como piensan algunos filósofos, sociólogos y políticos tradicionales, por lo que el riesgo, lo imprevisto marca su horizonte a corto y largo plazo. Lo que resulta en ese enfoque abierto, que los conceptos de lo transido, la angustia, lo perplejo, la incertidumbre y el miedo forman parte del desgarramiento humano en el que hoy nos encontramos en el planeta tierra, ante el acontecimiento de la pandemia del coronavirus y sus efectos sociales, económicos, culturales y políticos.
En este contexto no hay repuestas puntuales, más bien una respuesta compleja sobre lo que continúa aconteciendo en el plano de lo pandémico del coronavirus (COVID-19), de la debacle de todo el ecosistema social y económico. En fin, pensar el acontecimiento es saber que en el mundo y el cibermundo, en esta segunda década del siglo XXI, no hay nada seguro excepto lo inseguro, por lo que un mundo mejor es posible como también un mundo peor puede ser posible. La historia está abierta (Merejo, 2015).
Para Foucault (1999), el acontecimiento como concepción no es una sustancia, ni accidente y cualidad, ni proceso y ni pertenece al orden de los cuerpos, por lo que éste implica quiebra de una tendencia dominante y ruptura de una continuidad secular. Es por eso, que este filósofo del poder nos dice:
Lo que hace que yo no sea un filósofo, en sentido clásico del término (…) es que no me interesa lo eterno, que no cambia; no me interesa lo que permanece estable bajo lo cambiante de las apariencias, me interesa el acontecimiento (…). Nietzsche fue el primero en definir la filosofía como la actividad que pretende saber lo que pasa y lo que pasa ahora (pp.151-152).
El acontecimiento es devenir, destruye cualquier estructura estable, además que nos hace entrar en una nueva temporalidad, en un nuevo modo de pensar, de actuar y decir las cosas (Rojas Osorio y Merejo, 2020; E. Esperon, 2019).
Partiendo de esto se ha de comprender el COVID-19, como un acontecimiento. No desde la globalización desterritorializada, sin territorio o localización específica, lo que sería no comprender el propio acontecimiento, que como bien dice Badiou, este es localizable, ya que:
(…) ningún acontecimiento concierne de manera inmediata, la situación en su conjunto (…) El acontecimiento está ligado desde su misma definición al lugar, al punto, que concentra la historicidad de la situación. Todo acontecimiento tiene un punto singularizable en una situación histórica. (Ibid., p.203).
Lo que no significa dejarlo pensar, como acontecimiento pandémico, en el cibermundo de la globalización, como la definió Robertson, de acuerdo a Beck, cuando se colocó más allá de la globalización y planteó la Glocalización (2008, pp.103-106), que es un concepto que implica lo local y lo global, no se excluyen y que el primero (lo local) debe ser un aspecto de lo global, en cuanto a mezcla de varios elementos culturales y sociales locales (territorio particular) con los mundializados (desterritorialización). Hoy la crisis del COVID-19 y sus efectos sociales, del sistema sanitario, económico y político, ha de manejarse en el plano de la Glocalización y no de la Globalización, pensar glocalmente no globalmente.
La Glocalización como territorialidad específica, con contexto social y cultural particular se encuentra articulado lo global en cuanto interconexiones a escala planetaria de las economías, las políticas y las tecnologías de la información y el ciberespacio, donde los espacios son espacios virtuales de fluidez, que nos permiten navegar en medio de una crisis de civilización, de pandemia, de agotamientos de los recursos naturales, de amenaza permanente de virus biológicos, cibervirus informático y sintético.
Para Badiou (2003, p. 202), el acontecimiento brota de manera irruptiva de la superficie de lo establecido, entra en ámbito filosófico cibernético innovador, bajo lo disruptivo y que además depende de “una construcción de conceptos de doble sentido en que solo se puede pensar anticipando su forma abstracta y en que solo se le puede comprobar en la retroacción de una práctica de intervención que es a su vez por completo reflexionada”. No es enredado en el acontecimiento que se piensa o se conceptualiza, sino en el vuelo del pensamiento de lo que está aconteciendo como tal; por lo que no es dejarse atrapar por la doxa o por la opinión del momento, como si el acontecimiento fuese un hecho, simple y no complejo, de incertidumbre, de múltiples perspectivas sin un horizonte claro a la vista.
Es por eso, que el filosofar desde una filosofía cibernética innovadora la COVID-19, ya es un acontecimiento, marca ruptura, desequilibrio, allí donde el discurso filosófico se narra como un racionalismo de repetición, de una historia filosófica lineal, de tiempos sucesivos (sin acontecimiento), que van desde los presocráticos, pasando por Sócrates y las diferentes escuelas del platonismo-aristotélico, epicureista y estoica hasta llegar a la modernidad con el empirismo del siglo XVII (Bacon) y el racionalismo (Descartes), sin dejar a un lado el movimiento ilustrado, Kant, Diderot y las diversas corrientes filosóficas del siglo XVIII y las del siglo XIX con el hegelianismo, marxismo, positivismo, vitalismo, y lo que ha sido en la mitad del siglo XX, con el existencialismo, estructuralismo y postmodernismo.
Está justamente ese racionalismo filosófico como relato, que se mueve en la academia, como modelo de un saber filosófico establecido, como si fuesen hechos y no como acontecimientos de dimensiones plurales, de turbulencia, donde el filósofo timonel o navegador (cibernético) asume el acontecimiento como innovación. No en el plano de la mejora de lo dado y de navegaciones sin incertidumbre en alta mar, sino de lo trágico como devenir en el eterno retorno de la diferencia, en la que lo inesperado y el desvío no son desgracia o maldición, sino que forman parte de la aventura del pensamiento, que se coloca en el vivir de lo pensado contra todo estado de shock, último que se produce cuando se confunde el acontecimiento, como si fuese una coyuntura o un momento del continuo de la historia terrenal o de la creencia cultural de supuesta divinidad.
Pensar el acometimiento de la COVID-19, desde la filosofía cibernética innovadora es comprender que cada día van dándose nuevos sucesos y que nuestro foco de luz no abarca la inmensa oscuridad que se vive en el planeta, pero puede contribuir a abrir camino para construir el Ancla de la esperanza. Lo que es suficiente para cambiar cualquier rumbo del pensamiento, de lo histórico, lo cultural y social.
De lo que se trata es de no caer en la repetición del concepto que no cuaja en estos tiempos cibernéticos y transidos. Más bien es alzar el vuelo de la creatividad, de la creación de nuevos conceptos. Pensar el acontecimiento desde esta filosofía es ir redefiniendo y readecuando los conceptos sobre el acontecimiento y de los propios acontecimientos, que en cualquier momento van brotando como si fuesen cataclismos que dejaran eclipsado al propio pensamiento humano.
Desde el filosofar cibernético e innovador se valoran los acontecimientos, porque eso significa inventar unos conceptos que van marcando el acontecimiento que, a la vez, éste como tal, va marcando el concepto como construcción y originalidad. En el acontecimiento la invención en sí, como esquema de planificación, no forma parte de este, ya que es en el trayecto que se va definiendo la invención, sin marco previo establecido de este, porque dejaría de ser invención (Derrida, 2007) y por ende no entraría en lo que es un acontecimiento, en cuanto a novedad, cambio brusco e inesperado.
Es por eso, que el acontecimiento como devenir, no es coyuntural y quien confunde el acontecimiento como lo dado, se enreda en el concepto de la repetición, de los rastros que van dejando lo acontecido. Moverse en conceptos que brotan del acontecimiento sin pasarlo por el tamiz de la crítica es repetir lo acontecido sin una visión propia, conceptualizada y trabajada antes del propio acontecimiento, ya que la invención del concepto se despliega en el pensamiento como acontecimiento que rompe el esquema de lo que ha sido pensado y se ha convertido en repetición de lo ya acontecido.
La filosofía cibernética innovadora valora el acontecimiento como invención de concepto, redes de conceptos que se dinamizan y se actualizan en cada especificidad, danzan en cada acontecer que como tal nos hace entrar en un tiempo nuevo, que excluye lo estático, es decir, al ser como sustancia inmutable y permanente de Parménides e incluye lo fluido y el devenir de Heráclito.
Situarse en este discurso filosófico es una diferencia y una provocación, porque resquebraja el orden del saber establecido y paradigmático, que se creía eterno. Es por eso, que voy reflexionando y ejerciendo la crítica en un tiempo cibernético, transido, cargado de miedo, soledad y de búsqueda de repuesta, de revaloración de los valores de convivencia humana.
Es partiendo de esta filosofía que he ido construyendo conceptos como son: transido, transido transitorio, hipertransido, sujeto cibernético, ciberpsicopolítica, cibernaufragio, Jaquer (hacker) y su relación con el poder cibernético y todo lo dialógico, en el plano de la complejidad de lo virtual y real, del espacio y ciberespacio que conecta a la misma filosofía cibernética innovadora como constructora del sistema cibermundo.
En estos tiempos de realidad virtual, de redes de poder cibernético y cibercultural, la innovación como cambio, destrucción de estructuras que se pensaban inamovibles o estables, marca lo nuevo como resistencia a lo rutinario en el plano social, cultural, tecnológico e intelectual. La innovación, entra en la propia definición de lo que es la filosofía como acontecimiento. (Ver línea de innovación filosófica rastreada en Ortega y Gasset, obra escogida, 1962; Deleuze; Nietzsche, 2016; Merejo, 2008; Ursua, 2009; Echeverría, 2017.
Hoy más que nunca, en estos tiempos cibernéticos, convulsos y transidos, marcado por un acontecimiento como el COVID-19, hay que pensar la filosofía desde la diferencia, desde esa sombra como diría Eugenio Trías (2019, 1969), que va por un camino marginal o por unas calles angostas difíciles de caminar, porque están llenas de dificultades. Lo cómodo es caminar por grandes avenidas, donde la andanza es más cómoda.
Asumiendo la concepción de pensar, el acontecimiento como si fuese pensar la diferencia, el filósofo Juan Pablo E. Esperón, en su texto “El acontecimiento, la diferencia y el “entre”, contraste crítico entre las posiciones de Heidegger, Nietzsche y Deleuze” (2019, p.110), explica que la “diferencia es identificada con todas aquellas fuerzas que representan al mal, lo extraño y lo peligroso” (…).
La diferencia entra en el campo del acontecimiento, en cuanto que es diferente a lo dado, a lo normal, se coloca en lo anormal. El filósofo Slavoj Žižek (2015), sitúa el acontecimiento como “algo traumático, perturbador, que parece suceder de repente y que interrumpe el curso normal de las cosas; algo que surge aparentemente de la nada, sin causas discernibles, una apariencia que no tiene como base nada sólido” (p.5).
El filósofo Claude Romano piensa el acontecimiento más allá de un determinado sentido previo de claridad en el horizonte. Más bien, el acontecimiento es estremecimiento y alteración en lo posible del mundo, instaurándose un nuevo mundo, aquél a quien le adviene: “El acontecimiento es precisamente lo que, cuando sobreviene hace que yo no sea el mismo”. (2008, p.44).
En síntesis, pensar la COVID-19 como acontecimiento deviene, bajo la lupa del filósofo, en un filosofar cibernético innovador, de conceptos nuevos y fluidos, porque forman parte de lo que está aconteciendo, pero que vuelan por encima de éste para no perecer o agotarse en su misma temperatura de evaporización, es decir, que pasen a lo acontecido.
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Andrés Merejo es doctor en Filosofía por la Universidad del País Vasco y profesor e investigador de la universidad Autónoma de Santo Domingo (UASD).Dirige el Observatorio de las Humanidades Digitales y preside el Instituto Dominicano de Investigación de la Ciberesfera (INDOIC). El presente ensayo del autor está contenido en el libro inédito: Lo transido en el cibermundo (2020).