Los virus son entidades biológicas evolutivamente anteriores al Homo Sapiens. Se discute si son seres vivos o no. No son individuos, sino cepas, como las bacterias. Dependen estrictamente del entorno. Para adaptarse a él y reproducirse, mutan genéticamente y generan nuevas cepas. No tienen conciencia ni intenciones. No son sujetos. No se mueven por sí mismos. Otros agentes los mueven, por ejemplo las personas que viajan apiñadas en aviones, autobuses, trenes y metros. Los propios seres humanos han transportado al virus por doquier y han contagiado a otras personas. La epidemia ha sido ante todo urbana, y más intensa en las ciudades-hub, es decir, en aquellas metrópolis que tienen muchas interconexiones con otras ciudades y áreas metropolitanas. Nueva York es el canon del contagio, cómo no. Londres a continuación. En España, Madrid y Barcelona han sido dos grandes focos de difusión del virus. El contagio ha sido masivo, pero aleatorio. Nada ha sido intencional, ni por parte del virus ni de quienes lo han difundido.
COVID-19 nombra a la enfermedad, más que al virus, pero aquí utilizaré ese término para designar ambas cosas. Según parece, el virus se activa al contactar con las mucosas. Por eso entra en los organismos humanos por la nariz o por los ojos. Puede ir al estómago y generar luego problemas intestinales. No se sabe si también al corazón, dado que ha ocasionado no pocas crisis coronarias. Sí están fehacientemente comprobados los destrozos que provoca en los pulmones cuando los infecta, en mayor o menor grado, lo cual depende de cada organismo, así como de la carga vírica que haya llegado allí. La dificultad de respirar es un síntoma grave, que se trata con respiración asistida en las Unidades de Cuidados Intensivos (UCIs). Propiamente hablando, el virus no mata, pero sí provoca el colapso vital del organismo contagiado. Hay otros factores a tener en cuenta, en particular el estado del sistema inmunológico. No todos los organismos tienen las mismas defensas. De hecho, las personas de edad son grupo de riesgo porque pueden estar debilitados inmunológicamente y porque pueden padecer otras dolencias crónicas, por ejemplo coronarias, las cuales se desencadenan como efecto colateral de la infección vírica. Todos esos procesos conforman la vida: la vida orgánica.
A día de hoy, 10 de mayo de 2020, a COVID-19 se le atribuyen más de 275.000 víctimas en todo el mundo. En las próximas semanas y meses morirán muchas más personas por esa causa. Todos los países del mundo han de afrontar la pandemia, porque COVID-19 se ha expandido por doquier, mostrando una capacidad de contagio mucho mayor que otros virus. Algunos líderes políticos menospreciaron los riesgos, pensando que era “otra gripe más”. Hoy en día esos países están entre los diez que más muertos han tenido por efecto de la pandemia. No hacer caso de los consejos que la OMS y los epidemiólogos de cada país han dado, supuso una enorme imprudencia. Habrá que pedir responsabilidades políticas, en su momento. Pero incluso aquellos políticos que, aunque fuese con retraso, aceptaron los consejos y procedimientos de los epidemiólogos y decretaron el estado de alarma, emergencia o catástrofe sanitaria, supieron desde el principio que las medidas que iban a tomar serían muy impopulares, razón por la cual tendrían coste político para ellos y sus respectivos partidos. Por eso hicieron una valoración política de la situación, no sólo sanitaria ni epidemiológica.
Entramos con ello en una nueva fase del despliegue de COVID-19, la fase tecnopolítica. Antes de comentarla, veamos por qué COVID-19 puede ser llamado tecnopersona, y en concreto tecnopersona vírica. En efecto, varias de las características que acabamos de atribuir al virus las tienen las tecnopersonas. Entendemos ese término no de manera intuitiva, como personas más o menos tecnologizadas, sino en tanto concepto filosófico general, como hemos propuesto en un libro recién publicado en España (Javier Echeverría y Lola S. Almendros, Tecnopersonas. Cómo nos transforman las tecnologías. Gijón: Trea, 2020, accesible en …). La diferencia principal entre tecnopersonas y personas es que las primeras no tienen conciencia. Son entidades informacionales, ubicadas en último término en las “nubes” digitales, aunque vinculadas a los organismos y personas de las que surgen. Simplificando mucho, pueden ser concebidas como sistemas de datos, que convenientemente procesados adoptan forma humana en las pantallas de las computadoras, celulares, tabletas o consolas de videojuegos. Nosotros mismos generamos varias tecnopersonas, en tanto usuarios de redes sociales y otros servicios que se prestan desde las “nubes” globales, que están gestionadas por multinacionales estadounidenses como Google, Apple, Facebook, Amazon, Twitter, Instagram, Microsoft y otras. También hay grandes “nubes” chinas, como Baidu, Alinaba y Tencent. Las cuatro primeras son las más ricas del mundo por su capitalización en Bolsa y han tenido un papel importantísimo en la difusión del tecnovirus asociado a COVID-19, al que denominamos TECNO-COVID-19. Dicho sea de paso, varias de estas grandes empresas, tanto estadounidenses como chinas, ofrecen gratuitamente sus principales productos, pese a que su producción y mantenimiento es muy costoso, por depender de tecnologías muy sofisticadas y requerir un ingente consumo de electricidad. Las presuntas “nubes” son centros de almacenamiento y gestión de datos con naves de ordenadores de alta capacidad.
Sin embargo, el tecnovirus no sólo fue propagado por Youtube o por las redes sociales. También los medios de comunicación de la época industrial (prensa, radio, televisión, etc.) han contribuido mucho a difundirlo, máxime estando las personas obligatoriamente confinadas en sus casas y por ende a merced de las redes sociales y de los mass media. El consumo de Internet creció mucho (en España más de un 50% en marzo), pero también otros medios clásicos. Importa señalar que lo que aquí llamamos tecnopolítica, para distinguirla de la política tradicional, tiene sus propios escenarios, mayormente online. La política se desarrolla en Casas de Gobierno, Parlamentos, sedes de partidos y sindicatos, etc., sin olvidar las calles y las plazas públicas, ni tampoco los cuarteles y las sedes episcopales, desde donde se han diseñado no poco golpes de Estado. Los agentes y líderes tecnopolíticos actúan y llegan a las personas mediante cámaras, redes y dispositivos tecnológicos. Por eso son tecnopersonas, en primera instancia.
Pues bien, las tecnopersonas no se mueven por sí mismas, sino que son movidas por otros agentes, sea mediante instrucciones de cómo comportarse y qué gestos hacer ante las cámaras, sea mediante programas informáticos que transmiten por móvil, tableta u ordenador las imágenes, voces y textos que generamos las personas. Podemos ser conscientes de que lo hacemos, pero también hay muchas cámaras ocultas, así como cookies y sistemas de geolocalización que transmiten a los Señores de las Nubes dónde estamos, qué hacemos y con quién nos relacionamos. Una vez subido algo “a la nube”, ese contenido pasa a ser propiedad del correspondiente Señor de la Nube, el cual guarda esos datos, y también los procesa. Los epidemiólogos procesan análogamente los datos de COVID-19, sin que el virus se entere. Así como los Señores de las Nubes pueden prever nuestros comportamientos, los epidemiódologos pronostican la posible evolución del virus en una ciudad, región o país. Así es como se construyen las tecnopersonas, sean políticas, sociales o víricas. Las redes globales de información y datos generan a diarios millones de tecnopersonas posibles, incluidas las que nos son asignadas como usuarios. Esas tecnologías se han aplicado masivamente a COVID-19, el cual se ha convertido en el último mes en la entidad informacional más mencionada en redes y mass media del mundo. Está en cabeza, sacando mucha distancia a las demás tecnopersonas relevantes, incluyendo al presidente Trump, que siempre pugna por aparecer en las redes y en los medios diciendo lo que haga falta con el fin de adquirir protagonismo, como experto tecnopolítico que es. Las tecnopersonas pueden ser ficciones. De hecho, casi siempre tienen esa componente ficticia y engañosa. ¡Pero generan emociones y datos, así como negocio!
Ocurre también que cuando estas informaciones y tecnopersonajes entran por los ojos de las personas a través de las pantallas digitalizadas, producen efectos importantes, a saber: impregnan las mentes humanas. La mayoría de veces también las contaminan. Así es como se ha generado un tecnovirus informacional en base a COVID-19. Mantenemos la hipótesis de que a la pandemia actual se le ha superpuesto una infodemia, es decir, una epidemia informacional que afecta intensamente a millones de personas. También pronosticamos que los daños mentales son y serán mayores que los males orgánicos suscitados por el coronavirus, siendo estos dramáticos. Junto a la crisis sanitaria, vienen profundas crisis económicas, sociales y políticas: en conjunto conforman los imaginarios TECNO-COVID-19. La inmensa amalgama de datos, ciertos o no, que ha surgido a partir del virus, han creado una tecnopersona vírica, que tiene nombre e imagen global, con millones impactos. Desde que pasó a la “palestra global”, COVID-19 ha sido implementado informacional y tecnológicamente por varias organizaciones y empresas tecnocientíficas, empezando por la OMS. De ser una entidad biológica se convirtió en una compleja cepa informacional y tecnológica: TECNO-COVID-19. La calificamos de tecnopersona vírica porque tiene un virus como origen, pero por su estructura y funcionamiento es muy similar al resto de tecnopersonas de nuestra época. Conforma tecnovirus informacionales que se trasmiten a través de los mass media y las redes sociales, casi siempre con la intención de incidir y transformar el modo de pensar y de comportarse de las personas, tanto físicas como jurídicas. Por eso decimos que es una tecnopersona. Se imbrica en los cerebros humanos y los trastoca. Genera nuevos modos de pensar, actuar y vivir. Su incidencia es creciente. La infodemia está más extendida que la epidemia. Además de una pandemia, estamos también ante una tecno-pandemia.
En nuestro libro distinguimos tres tipos de tecnopersonas: 1) mentes humanas tecnológicamente implementadas, 2) robots y 3) entidades literarias, cinematográficas y publicitarias que conforman los imaginarios culturales de nuestra época. Valgan como ejemplos Darth Vater en la Guerra de las Galaxias, Neo, Trinity y el agente Smith en Matrix, o también Harry Potter. En tanto tecnopersonajes cinematográficos globales, han generado unos derechos de imagen y un merchandising que ha hecho millonarios a quienes gestionan sus derechos de propiedad intelectual. Otro tanto sucederá con TECNO-COVID-19 cuando surjan vacunas o fármacos, y sean patentados. De hecho, las empresas que fabrican mascarillas, respiradores y otros dispositivos que protegen del coronavirus han subido mucho en Bolsa. Para ellas no hay crisis. Tampoco para las empresas mediáticas que han generado a la tecnopersona vírica global, cuya difusión ha sido exponencial. Se le atribuyen decenas de miles de muertos. Poco importa. Los virus no tienen conciencia moral. Muchos tecnopolíticos tampoco. Siguiendo las teorías de Hobbes en el Leviathan, tanto la OMS como los gobiernos han identificado un enemigo común a combatir y han propuesto hacerle la guerra. Nada unifica más a un país que un enemigo común. El Jefe del Alto Estado Mayor español llegó a decir en televisión que, frente al coronavirus, “todos somos soldados”. Intentaba así militarizar mentalmente a la población. Son operaciones propagandísticas practicadas desde hace siglos, pero que ahora forman parte de la tecnopolítica, porque aportan tecno-órdenes, con las que un militar amenaza a su presunta tropa a través de las pantallas de televisión. La novedad estriba en que el enemigo común no es un Estado ni un grupo terrorista. Pero el impacto tecnopolítico está garantizado. COVID-19 fue concebido como una tecnopersona a la que había que pasar por las armas (tecno-armas, claro está). Pero es un virus.
Tras ponerle nombre se crearon y difundieron imágenes suyas para personificarle mejor, poniendo “cara” al enemigo global común. Parece un dibujo animado y evoca imágenes publicitarias de grandes empresas farmacológicas que comercializan fármacos contra la gripe. Disney y otras empresas cinematográficas crearon hace años tecnopersonajes imaginarios que siguen existiendo en las mentes humanas y tienen gran influencia social y cultural. TECNO-COVID-19 tampoco morirá. Los tecnopersonajes cinematográficos han sido un poderoso instrumento para troquelar mentes humanas. La publicidad también. Sucede otro tanto. La OMS y las autoridades sanitarias de los países han procedido a la construcción de TECNO-COVID-19 a base de nombres técnicos, imágenes y, sobre todo, datos, curvas y simulaciones de su posible evolución en cada país y región. Así imaginamos al enemigo invadiendo nuestras ciudades. La epidemiología se ha convertido en la tecno-ciencia estrella de las conversaciones domésticas, a falta de deportes. Han proliferado los expertos en epidemiología mediática. Pero no sólo informan sobre los aspectos médicos y sanitarios del contagio. Ante todo, dicen taxativamente lo que deben hacer las personas en coyunturas así, en base a criterios expertos. Estamos ante una poderosa tecnociencia social, cuyo objetivo es transformar los comportamientos sociales.
El confinamiento en casa es un ejemplo canónico de acción tecnopolítica aplicada a toda una sociedad. La búsqueda de la vacuna es la acción tecnocientífica complementaria, que mantiene la esperanza de victoria contra el presunto “enemigo”. La empresa o consorcio que logre patentar una vacuna eficaz tendrá un enorme tecnopoder a escala global. No es el virus quien está transformando radicalmente la vida en las ciudades, sino las acciones tecnopolíticas que se han tomado para combatirlo, pese a que la culpa se le eche al virus, una vez tecnopersonificado. Es un excelente ejemplo para conocer qué es la tecnopolítica actual, que utiliza a las tecnopersonas para controlar y dominar a las personas.
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Javier Echeverría es doctor en Filosofía por la Universidad Complutense de Madrid y doctor en Letras y Ciencias Humanas por la Universidad París I (Panthéon-Sorbonne). Investigador en tecnociencia y tecnología digital. Jakiunde. Academia Vasca de Ciencias, Artes y Letras. Donostia, España.(javierecheverria@jakiunde.org)