Nos habla de la actual situación de los artistas franceses

Hemos conversado con André Breton en la terraza del Hotel Palace. André Breton es un hombre bien conocido en los medios intelectuales y artísticos del mundo entero. Director de la revista de arte “Minotauro”, su fama mundial ha corrido pareja con su positivo valor intelectual. Breton es el máximo exponente del surrealismo. Amigo de Picasso en Europa, de Diego Rivera en América, hemos creído interesante dar a nuestros lectores sus puntos de vista sobre cuestiones de evidente interés en la actualidad agitada del mundo intelectual, pero hoy entre las ruedas dentadas de la guerra. La señora Breton y su hija le acompañan. Han hecho la dura travesía desde Marsella con el excepcional pintor cubano Lam. Breton les mostró uno de sus lienzos. Nos manifestó su admiración por el pintor de la vecina República y no nos ocultó que Lam es, entre los pintores jóvenes, el más estimado de Picasso.

Señor Breton, ¿cuáles fueron sus actividades intelectuales durante el año último?

—Hasta el mes de agosto de 1940 yo estaba movilizado como médico-jefe de una escuela de pilotaje. Durante un año, apenas pude pulsar las reacciones que se dibujaban en los espíritus, a causa de una guerra largo tiempo indecisa y que, de la parte francesa, parecía conducirse sin condiciones contra la corriente. Mi experiencia de la guerra anterior me enseñó que la conciencia en tales períodos pierde casi todos sus derechos, y que el criterio de salud intelectual se mueve en medio de una extrema desconfianza respecto a todo sistema de información y de exaltación fundado en las necesidades de la propaganda. Mientras en Inglaterra no siempre es abolido el derecho de discusión, nunca se insistirá bastante sobre el hecho de que Francia, al entrar en guerra, organizó sin pérdida de tiempo el aplastamiento de toda idea libre. Sólo las voces “a priori” de acuerdo –muchas de ellas sencillamente serviles– pudieron hacerse oír. Con pocos gastos se obtuvo una pretendida unanimidad. Podía esperarse, a pesar de todo, cierta resistencia por parte de escritores tales como Gideo Valery, que pasaban hasta entonces por los portavoces de la cultura francesa. Su silencio o sus tentativas de diversión parecen equivaler a una renuncia. Tal situación empeoró después de la derrota militar. Permítame un ejemplo personal: dos obras mías fueron sometidas a la censura. La primera, una Antología del humor negro (se trata de Swift a nuestros días, por Lichtenberg, Quincey, Huysmans, Jarry, Kafka, etc., del humor que no hace reír, sino estremecerse, tratado como medio, para el Yo, de sobrepasar los traumatismos del mundo exterior). Esta obra fue prohibida. El otro libro, un poema titulado Fata Morgana, ilustrado por Lam, que se desarrolla por entero al margen de la actualidad, me fue devuelto con la siguiente indicación: “Difiero hasta la conclusión definitiva de la paz”. El editor inquirió las causas de semejante rigor. Se le respondió: “No nos proponga usted obras de autores que son la negación del espíritu de la reconstrucción nacional”. No es preciso decir que tal reconstrucción, operada en el marco de la no independencia, la considero un señuelo, y que los recientes “acuerdos” robustecen aún más esta opinión.

—¿Continúa siendo usted surrealista? ¿Cuál es, señor Breton, su definición del surrealismo y cuáles sus posibilidades artísticas?

—Continúo siendo surrealista. Y no sé, por otra parte, cómo podría dejar de serlo sin renunciar a mi identidad. De lo que era el surrealismo en mi primera definición de 1924 (automatismo psíquico puro, mediante el cual se expresa verbalmente, por escrito o por cualquier otro medio, el funcionamiento real del pensamiento; dictado del pensamiento en ausencia de todo control ejercido por la razón, fuera de toda preocupación estética o moral) se ha elevado a una concepción incluso mucho más amplia. Para impedir cualquier equívoco he precisado que, a mi entender, el surrealismo está comprendido en la realidad misma y no es, respecto a ella, ni superior ni inferior. Fui llevado a hacer valer que el escritor, el artista surrealista, trabaja, no en la creación de un mito personal, sino de un mito colectivo propio en nuestra época (lo que tuvo aplicación en la consigna de Lautréaumont: “La poesía debe estar hecha por todos, uno por uno”). También pude decir que el surrealismo tiene por ambición resolver dialécticamente todas las antinomias que se oponen a la marcha del hombre: la realidad y el sueño, la percepción y la representación, la razón y la locura, el pasado y el futuro, la vida y la muerte, etc.

En el terreno artístico, la crítica ya no niega que el surrealismo haya tenido, y tenga aún, un gran valor de liberación todavía, la producción de obras durables. Se admite generalmente que toda poesía y el arte contemporáneos (excepto en Alemania posiblemente) sufrieron su influencia.

—¿Podría usted darnos algunas noticias de sus amigos los artistas y los intelectuales franceses?

—La mayor parte de mis amigos no pueden en absoluto trabajar con el nuevo régimen, sea el de París o el de Vichy. Unos pusieron toda su esperanza en América, donde espero encontrarlos o esperarlos. Los que quedan, defendiendo su cuerpo casi todos, están privados de todo medio público de expresión. Algunos optaron por esperar, aunque continúan trabajando para sí mismos. Es el caso de Picasso en París: Picasso ama demasiado la pintura para no buscar por la pintura, y sólo por ella, remontar la miseria de estos tiempos. Él dice que en el peor de los casos tendrá un lápiz, y si no, siempre le quedará la facultad de rasgar las paredes con la uña. Contra lo que se esperaba, la ocupación alemana parece tener para él ciertas atenciones. Este invierno hasta le ofrecieron carbón, que él, naturalmente, rechazó. André Derain, también en París, pasa por ser el pintor más cotizado. Entre las grandes revistas francesas se nota la reaparición de la Nouvelle Revue Française. El señor Abetz, Embajador de Alemania, le confió la dirección a Drieu la Rochelle, fascista de la preguerra, a cambio de que éste lleve la guerra ideológica contra Inglaterra. André Gide, que había colaborado sin entusiasmo en los primeros números, hizo saber que él no continuaba. Debemos deplorar que al lado de la de Montherlant se encuentre la firma de Paul Eluard. André Malraux, que permanece en la zona llamada “libre”, declaró que actualmente no proyectaba ninguna publicación. Benjamin Péret, Tristán Tzara, Jacques Prévert, sea o no por su gusto, no abandonaron el sur de Francia, de donde Max Ernst se disponía a ir a Nueva York por España. André Masson está en la Martinica, esperando el visado de tránsito por la República Dominicana.

—¿Qué opina usted de la situación actual de la cultura francesa y de sus posibilidades inmediatas?

—No creo que la cultura francesa haya sido herida en su esencia. Los esfuerzos que se hacen por culpar lo que en ella había de generoso y de liberal por hacerla responsable del desastre de junio, están llamados, a mi juicio, al más implacable fracaso. Puedo asegurarle que, a despecho de una prensa que desde hace tiempo no respeta ningún escritor, ningún artista digno de este nombre, no está dispuesta a entonar el “mea culpa”. No es el genio francés, el de Rousseau, Saint- Just, Delacroix, Coubert, Baudelaire, Rimbaud –y nadie de buena fe se equivoca– lo que ha sido vencido. Pero hemos de convenir en que un oscuro e inmenso velo cae sobre esta cultura por poco que se prevea su inmediato porvenir, cuando se la sabe en semejantes manos. La brusca indignación de lo que llega oficialmente de Francia en materia ideológica y de acción no puede llevarnos a deducir la existencia de una crisis irreparable, tampoco como la que soporta Alemania hace años. Nada importan los autos de fe hechos con los libros ni el resto. Subsisten enormes recursos que de una y otra parte no pueden haber sido acumulados en vano, y que encierran en sí mismos una imprescriptible potencia de resurrección.

Hace tres años Breton estuvo en México. Allí conoció a Rivera y entró en contacto más estrecho con la vida y el arte americanos. Por eso, cuando le interrogamos sobre su opinión acerca del arte americano, él se apresuró a decir:

“Debe usted dispensar mi respuesta. Yo le reconozco un interés ilimitado, pero no quisiera juzgarlo prematuramente; es decir, sólo en función de las manifestaciones de las que pude ser testigo muy raramente, y fuera de América. Mi permanencia en México, hace tres años, me convenció de la necesidad de situar la obra de arte en su marco de origen, por escasa que sea la posibilidad de lograrlo. En particular, yo estoy seguro de que la óptica de la escuela de París no valdría nada aplicada a la producción de un artista como Diego Rivera, cuyos frescos, independientemente de la gran forma histórica que revisten, realizan un acuerdo único con la vida, los colores del cielo, de la tierra y del follaje de su país. Mi admiración por Picasso, cuyo mundo me es tan familiar, no puede limitar la que siento por Rivera, a causa de las tradiciones completamente diferentes, pero por completo válidas, a las cuales entiendo que sus dos obras se refieren. Por la generalización del conflicto armado en toda Europa no es de dudar que el centro del agrupamiento artístico tienda a desplazarse hacia Nueva York, y que Nueva York se convierta en la encrucijada de todos los caminos de la gran aventura artística. Tengo prisa por asistir a esta interpretación única en la Historia y por conocer sus frutos”.

El señor Breton está encantado en nuestra ciudad. “Yo tengo de Ciudad Trujillo”, nos dijo, “tan sólo una impresión, pero no puede ser más favorable”. Agregó: “Me siento feliz al testimoniar que la República Dominicana es actualmente la esperanza de todos los que, como yo, aspiran a reencontrar lo que consideran su razón de ser, algunos de los cuales, en territorio francés, no se hallan fuera de peligro. Concediéndole el derecho de tránsito, el Gobierno dominicano da nuevo lustre al noble hospitalidad y de humanidad del que Francia pudo durante mucho tiempo glorificarse, y al cual injurian hoy sus dirigentes fantasmas. También sabía –y no he carecido de ocasiones que lo confirmaran– que nuestros amigos los republicanos españoles tuvieron aquí una acogida plenamente comprensiva y fraternal. Esta acogida por parte de la población más confiada y más generosa tienen conciencia de deberla, ante todo, al Generalísimo Trujillo, que, levantando de sus ruinas la antigua ciudad de Santo Domingo destruida, para rehacer en diez años la magnífica ciudad que es actualmente, señaló el ejemplo a seguir y demostrar que no hay desastre material ni moral que el hombre resuelto y capaz de encarnar la voluntad de los demás no pueda dominar”.

(Publicada originalmente en el diario dominicano La Nación, el 28 de mayo de 1941. Tomado del libro Ensayos, encuentros e invenciones, de Eugenio Granell, Huerga & Fierro editores, Madrid, 1998, págs. 200-205. Plenamar agradece las gestiones de Eugenio García Cuevas y Manuel García Cartagena para la consecución de esta entrevista)

NOTAS DE LOS EDITORES

  1. El entonces senador Mario Fermín Cabral, en un acto celebrado en la ciudad de Santiago de los Caballeros, en  la sociedad Amantes de la Luz, el 12 de julio de 1935, pidió que se rindiera al dictador Rafael Leónidas Trujillo Molina un homenaje nacional, consistente en el cambio de nombre de Santo Domingo por el de ciudad Trujillo. El día 9 de enero de 1936 el Congreso Nacional aprobó la ley que cambio el nombre de ciudad de Santo Domingo por el de Ciudad Trujillo “como una decisión de gratitud al gobernante que la había transformado, y que conducía victoriosamente al país por la vía de la prosperidad”. Por tal razón, durante la visita de Breton, ese era el nombre oficial de la ciudad. El 23 de noviembre de 1961, seis meses después de haber sido ajusticiado el tirano, el Congreso Nacional convirtió en ley el proyecto de ley en virtud del cual fue restaurado el nombre de Santo Domingo.
  2. Cuando Breton dice que el “Generalísimo Trujillo levantó de sus ruinas la antigua ciudad de Santo Domingo destruida”, se refiere al impacto provocado por el ciclón de San Zenón, huracán que devastó a Santo Domingo el 3 de septiembre de 1930. Este potente fenómeno de la naturaleza dio ocasión al déspota (presidente desde el mes anterior) de implementar una política social clientelista mientras reconstruía la ciudad.

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Eugenio Fernández Granell (1912-2001), artista, profesor, músico y escritor nacido en A Coruña, Galicia, España. Activista político en apoyo al socialismo democrático y opuesto al totalitarismo. Después de la Guerra Civil huyó a Francia, donde fue internado en campos de concentración, escapó y buscó el exilio en las Américas, llegando a la República Dominicana a través de Puerto Plata en 1940. Falleció en Madrid, a los 88 años.