Hermanos enemigos


1- André Breton



El volandero de cabellos de fuego

aparece en mitad de mis palabras.

La torre aborrecible persigue

al caballero de la dama,

en una llanura de marfil o carbón

según pasan las horas en un reloj

          de sol.

Miro al sol frente a frente

ciego a todo cuanto no nombre

su resplandor.

Pero hasta la rosa se deshoja

si intentas cortarla,

hasta un frijol saltarín

guarda su gusano en el corazón.

Y resta la superficie del espejo

donde transcurren los días

del agrimensor, el prestamista,

el abogado y el verdugo.



En medio de la corte de la locura

            y el tiempo,

mis palabras son un mazo de cartas,

tréboles y diamantes,

que el viento arrastra

por las abandonadas lajas del jardín






2- Georges Bataille



Por los corredores vacíos de la biblioteca huye una multitud

                  de sombras humanas.

Al menor rayo de luz una mosca posada en el espejo

se cambia en una flor que viaja en la solapa de la tarde

El huevo cocido al baño de María

Es una muchacha desnuda en una fuente burbujeante

A la que espía la Celestina encorvada como

                  ave de rapiña

en cuyas faldas se prende un hilo de sangre

y orín resplandeciente multiplicándose sobre las paredes

del ojo de torero saltado en el ruedo nocturno

                por el cuerno solar

El ojo como un sol finalmente como un sol devorador

Que asalta al desprevenido habitante del ábaco y la usura

Ese sol obsceno y sangrante entrevisto a ciegas

 en el culo de un mono del zoológico de Londres

Y que produce sobre el escaparate de la vigilia 

el calosfrío de la guillotina.

Pero al que el ojo suspende en vilo

atrapado en un mar de vómito y lágrimas.

Un sol que mira al ojo de un volcán en erupción

en lo alto del cráneo del supliciado.

Un chorro de oscuras delicias una madeja de delicias

que anuda el lenguaje de la libertad con el crimen,

           enlazada la mariposa a la llama.











Dos pintores surrealistas ingleses

Tony Pusey: el visionario privado


En la fábrica en huelga de los sueños veo a Tony Pusey:
         Su corazón amoroso
como un jamón ahumado, su risa un glacial en demolición
en las aguas heladas del cálculo egoísta.
Su pintura: runas imposibles,
alfabeto en ruinas, códice azteca.
Maurice henry, si... y tal vez Gyokujo o Kumiyoshi
–Nuevo arte de amar, Shunga,
aflorando en la paleta descolorida del mundo moderno–

El viento de septiembre a octubre, como un predicador
                de Hide Park,
me trae el mensaje de su risa, el dibujo de su risa,
lo endiablado y humano de su risa.
Pero también, al amor de la tinta, esa gran carcajada
               del sexo:
opereta de los pobres, banda de guiñoles,
batalla de Waterloo, noche de Paris, 
debatiéndose siempre entre lo ridículo y sublime,
entre lo humano y divino.

Tras una vidriera de la estrella polar entreveo a Tony Pusey
pintando (como Leonardo o Moreau) el negro cisne de Leda
en las páginas en blanco que faltan cada día a la vida


2- Encuentro onírico con Philip West

En una ciudad del norte que no visito sino en sueños,
en la calzada de la estación de trenes,
encontré por última vez al viajero. 
Volaba una garza blanca entre álamos y cipreses,
a lo largo de canales de aguas quietas.
El viajero, de bastón y sombrero de copa
        al uso decimonónico,
lucía engastado en el ópalo de su sortija,
un escarabajo egipcio y hablaba de lo grato
de la velada en el jardín de los Noailles
donde Buñuel y Giacometti posaron para el fotógrafo,
al lado de una jirafa tallada en madera,
en lugar de la jirafa en llamas
como telón de fondo en el filme tragicómico
          de la realidad.
Antes de la llegada del tren hojeamos a prisa
     un ejemplar facsimilar
de “El surrealismo al servicio de la revolución”
porque nosotros aún no renunciábamos
a cambiar el arte por la vida o al menos
     la vida por el arte
y siempre ambicionamos “llegar lejos”
pero “tan lejos como fuera posible llegar”
(Anotación en la libreta de viajes
      del Capitán Cook) …
Así fuera a lomo de mula o a vuelo de pájaro,
de las palabras o de los pinceles.

La locomotora que parecía atravesar
la pared de una chimenea
se detuvo frente al viajero.
Nos despedimos hasta la próxima cita
en el país del espejo.
Vi dibujarse su sonrisa en lugar de la sonrisa
      del gato de Cheshire;
—saludos a Alicia, alcancé a gritarle de lejos.


Los cojones

A primera hora de la mañana, me visita una mujer de silueta desleída que me parece haber conocido en un sueño anterior cuando todavía me resultaba fácil separar el sueño de la vigilia, porque ahora, ya no estaba seguro de haber despertado. En fin. La mujer me aseguraba que nos habían presentado en la inauguración de una exposición de pintura surrealista que mostraba en sus paredes todas las formas posibles de acoplarse a una pareja humana o animal, y recordé al respecto, aquel acoplamiento monstruoso de Maldoror –un ser humano–  con la hembra de un tiburón, descrito por el Conde de Lautréamont,  aquel escritor uruguayo afrancesado,  que repugna, al igual que seduce, a los lectores de la más diversa catadura o condición… Pero en la visita matinal atrás mencionada, faltaba todo ingrediente erótico oral o genital,  que había sido sustituido por una escala musical indefinida, arrastrada desde una habitación contigua. Me incorporé del lecho y fui a llamar a mi vecino con el propósito de que apagara o le bajara el volumen a su equipo de música del cual provenían seguramente esas notas descoloridas como el agua que corre en una alcantarilla.  Pero no respondió a los fuertes golpes que propiné en su puerta. Opté entonces por bajar en el ascensor y dejar la queja por escrito en la portería del edificio. Saqué un grueso marcador rojo y retoqué cuidadosamente los caracteres latinos de mi escritura como se retoca una estatua de mármol. Me preguntaba por el comentario de prensa que publicaría al día siguiente aquel poeta anacrónico e inquisitorial que venía escandalizando con sus crónicas mediáticas la localidad literaria de mi país y que veía como algo anómalo o amoral toda referencia a la antigüedad clásica en un escritor de impronta contemporánea, cuando era sabido que él mismo se complacía mostrando en público a sus lectores sus grandes cojones, copiados de algún museo romano o florentino.

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Raúl Henao (1944) Poeta y ensayista colombiano residente en Medellín. Entusiasta valedor del surrealismo y de sus referencias centrales, con constantes intervenciones en diarios y revistas, debates, conferencias, polémicas, entrevistas, etcétera.