La historia de la humanidad se ha documentado con dudas y con certezas a medias, con verdades incompletas o falacias retóricas. Esto es justamente lo que Juan Gabriel Vásquez, a través de sus ficciones y de su imaginación, nos manifiesta: la memoria como punto de partida para crear personajes que nos cuenten esas verdades ocultas, ese misterio, ese secreto íntimo que nunca fue revelado. Esa es la magia de la literatura, contar el drama de la vida, la complejidad de los seres humanos, la violencia política y privada, y mostrar el dolor en diferentes contextos de la existencia.
Son historias desconocidas y memorias fracturadas que solo se descubren a través de personajes que nos cuentan los enigmas más recónditos de sus vidas, para resarcirlos o para enfrentarlos.
La búsqueda del pasado para cuestionarlo, para desentrañarlo, para desnudarlo y plasmarlo en su forma más real y cruda posible en el que las emociones abarcan un espacio prominente, es parte de esa característica híbrida de la novela, sobre lo cual también nos habla Juan Gabriel Vásquez en esta entrevista.
Después de décadas durante las cuales la literatura latinoamericana estuvo marcada por el Boom y por la preeminencia de un grupo de escritores que alcanzó relevancia universal, ¿cómo ves la literatura latinoamericana contemporánea en nuestra región?
La literatura latinoamericana contemporánea pasa por un momento de una extraordinaria riqueza y diversidad. Yo puedo recordar de manera particular la experiencia de leer recientemente y reseñar para la revista The New Yorker las novelas de Fernanda Melchor, una escritora mexicana quien es unos diez años menor que yo. Esas dos novelas que leí me sorprendieron y me fascinaron y lo que más me gustó, ahora que usted me pregunta por esa presencia tan marcada del Boom latinoamericano o lo que llamamos el Boom latinoamericano, es que Fernanda Melchor no ha cometido la tontería de pelearse artificialmente con esa tradición latinoamericana, con esa generación de maestros que fueron Gabriel García Márquez, Mario Vargas Llosa, Carlos Fuentes, Julio Cortázar y los que vinieron antes, Jorge Luis Borges, Juan Carlos Onetti, Juan Rulfo… Las novelas de Fernanda Melchor han abrazado esa tradición. En la magnífica novela Temporada de huracanes se ve la presencia de García Márquez, igual que se ve la presencia de Faulkner. Entonces, esto me da la impresión de que hay una tradición latinoamericana en la que todavía las inmensas y fabulosas revoluciones que implicó el surgimiento del Boom latinoamericano son importantes. En esa tradición me siento también, trabajando yo sacando los réditos, obteniendo los frutos de la revolución que esa generación fabulosa de los años 60 implicó para nuestra literatura.
El duelo es un sentimiento que has tratado a través de personajes en algunos de tus cuentos y novelas. ¿Son la pérdida, la separación y la desilusión temas que, al abordarlos, te desgarran, te castigan o te liberan?
El duelo en sus diversas formas ha sido una constante en mi obra. Yo creo que más por la sensación del desgarramiento o el castigo que usted me propone, es por la maravillosa capacidad que tiene la literatura para iluminar esos momentos oscuros de nuestras vidas. La literatura rusa, que tan importante es para mí, se empeñó mucho en usar los poderes de la ficción para examinar ese lado oscuro de nuestra condición humana. Hay un ensayo que me gusta mucho, de Isaiah Berlin, en el que él dice que lo que le gustó de la literatura rusa cuando la descubrió fue su carácter moral, las preguntas morales que se hacía. ¿Por qué hacemos daño a los otros? ¿cómo lidiamos con el daño que nos hacen? ¿cómo lidiamos con la pérdida? ¿cómo lidiamos con la opresión? ¿por qué hay opresores y oprimidos? Y todas estas son preguntas que la mejor ficción ilumina de manera extraordinaria y que entran muy naturalmente en nuestras zonas de más inquietud como seres humanos. Con frecuencia no hay, fuera de la literatura, de la imaginación, por lo menos para los que no creemos en ningún Dios, no hay mejores respuestas a estas preguntas que tienen que ver con el duelo.
¿Has encontrado en la ficción una herramienta para comprender el pasado?
Sí, definitivamente he encontrado en la ficción una herramienta para comprender el pasado. El pasado tiene esa característica tan incómoda que Paul Valery ponía en los siguientes términos, decía: “El pasado es una creación enteramente mental”, y esto es fascinante y a la vez terrible porque quiere decir que solo accedemos a él a través de la imaginación y la memoria y de esa encarnación de la imaginación y la memoria, que es un relato, una narración, no hay pasado sin relato y por lo tanto no hay pasado sin narración. Esto pone en los hombros de nosotros los que contamos historias sobre el pasado, ya seamos novelistas, historiadores o periodistas incluso, periodistas quiero decir que no hablan del presente sino de pasados más o menos reciente. Estas circunstancias ponen en manos de todos nosotros una responsabilidad enorme porque estamos constantemente moldeando el pasado con nuestras historias y rebelándonos, quizás, contra la imposición de determinadas versiones del pasado que siempre nos llega desde quienes tienen el poder para hacerlo.
¿Consideras la novela histórica un complemento de la historia o es simplemente otra versión distinta de la que nos cuentan los historiadores?
Yo creo que la comprensión de ese territorio que llamamos pasado, que es, como decía antes, enteramente mental, la hacemos, nos hemos acostumbrado a hacerla los seres humanos, mediante relatos, como decía antes, pero creo que la novela histórica, lo que llamamos novela histórica, que es un concepto con el que yo tengo ciertos problemas, se ha vuelto indispensable desde el momento que nos damos cuenta de que la historia no dice la verdad, o no dice toda la verdad, o no puede decir ciertas cosas que, en cambio, la novela sí puede decir. En ese sentido, la novela es una parte de la comprensión del pasado sin la cual esta comprensión está incompleta. Es decir, leemos un extraordinario libro sobre las guerras napoleónicas y tenemos una comprensión de ese momento que es amplia pero que es factual, que está limitada a lo que se puede ver y comprobar mediante las técnicas de la investigación historiográficas. Pero hay un rincón dentro de nuestra experiencia humana que es emocional, que es moral, que es mental, que es sicológico, al que la historia no puede llegar, y de eso se ocupa entonces, La guerra y paz de Tolstoi; o de eso se ocupa Memorias de Adriano de Margarite Yourcenar. Uno puede leer libros de historia sobre el primer siglo después de Cristo, pero solo leyendo Memorias de Adriano obtiene una sensación de cómo vivía un ser humano en ese momento. Podemos tener los hechos, podemos tener los datos, podemos tener las estadísticas y podemos tener las informaciones con las que estamos de acuerdo gracias a la investigación histórica, pero solo la ficción nos permite una entrada a ese lugar que podemos llamar, a falta de mejor palabra, el alma humana donde sabemos cómo se vivía, cómo era vivir en un momento determinado de ese mundo desaparecido que está en el pasado.
Has dicho que la novela es un género híbrido; que no existe la novela pura. ¿Podrías ampliar esta afirmación?
Sí, he dicho que la novela es un género híbrido porque la novela moderna, la novela que nosotros lectores de lengua española identificamos con ese siglo en el que nacieron El lazarillo de Tormes y Don Quijote. Ese para mí es el comienzo de la novela moderna, esto es debatible, esto depende de tradiciones, para un francés era François Rabelais, para un inglés será Daniel Defoe, para nosotros es ese momento que va del Lazarillo a Don Quijote, más o menos, o en todo caso para mí, y son libros impuros, son libros híbridos. El Lazarillo es un libro de imaginación pero que se publicó como un documento real. Se publicó escondiendo su naturaleza ficticia, su naturaleza imaginativa, de manera que eso implica un grado de impureza. Don Quijote es el libro más híbrido de lo que uno se pueda imaginar. ¿Qué es Don Quijote? ¿Es un romance tal como se entendía o es una crítica de esos romances, de esas novelas de caballería? Yo creo que es en cierto sentido ambas cosas, pero también incluye géneros distintos al romance, incluye la novela, que es un género importado del italiano, y el Quijote está lleno de esas pequeñas novelas. Incluye también la poesía como parte de su manera de pensar en el mundo, de ilustrar las situaciones, de explorar a sus personajes. Hay largos fragmentos en forma de diálogos, que con frecuencia son verdaderos ensayos. Son reflexiones filosóficas acerca de temas que le interesaban a Cervantes y algunos de ellos de crítica literaria. Don Quijote hace crítica literaria a través de sus personajes. En el primer ejemplar de la novela moderna ya vemos suficientes señales de que este es un género que juega con otros géneros. Este es un género que canibaliza y absorbe otros géneros y por lo tanto va cambiando constantemente su historia. La novela del siglo XIX devora la tragedia, la ética de la tragedia, las formas de la tragedia, en Dostoievski, Flaubert, en Tolstoi. La novela del siglo XX devora la poesía, devora también el ensayo. La novela centroeuropea, Robert Musil y Hermann Broch, está constantemente haciendo ensayos sobre la página, reflexionando filosóficamente con la voz de un ensayista, de manera que creo que es una característica esencial de la novela y una de las razones por las que ha sobrevivido durante tanto tiempo mediante sus mutaciones.
En la creación literaria, ¿cuál ha sido tu relación con la poesía? Cuéntame de las emociones que expresas en ella y cómo se diferencia el novelista del poeta.
Mi relación con la poesía es antigua, he sido siempre un lector de poesía. La poesía no solo ha tomado en mi vida el lugar que tiene para otros la oración, para mí como ciudadano laico la poesía es donde yo busco respuestas. La poesía es un lugar donde se da nombre a las cosas que no sabíamos que tenían nombre. Las emociones por las que pasamos que son novedosas o que nos retan o que son difíciles. En los versos encontramos, no diré las respuestas, pero sí la capacidad de ponerles nombres a los nuevos episodios que vamos encontrando a lo largo de nuestros días y con frecuencia en la poesía sucede lo que decía Javier Marías que sucede en las novelas, que es que uno se da cuenta de que sabía lo que no sabía que sabía. Esto parece enrevesado, pero en realidad es muy sencillo: leyendo la gran literatura, y la poesía está incluida ahí para efectos de lo que digo, de repente tenemos la iluminación de que eso que nos acaban de contar ya lo llevábamos dentro, ya lo teníamos dentro, pero no habíamos sabido verlo porque nadie nos había prestado las palabras para nombrarlo. Yo creo que esa es la característica más maravillosa que tiene la poesía.
Hemos visto que en ocasiones la ficción se ha convertido en amenaza para gobiernos autoritarios. ¿Qué tan riesgoso es contar el pasado y las verdades históricas a través de la ficción?
Yo creo que la ficción siempre ha sido tremendamente molesta, incómoda para los regímenes autoritarios, antidemocráticos, y cuanto más se acerquen al totalitarismo más incómodo son los escritores. Tener un escritor importante como es el caso de Sergio Ramírez en Nicaragua es como tener un partido de oposición de una sola persona. Y esto es por una muy buena razón; no solo el escritor en nuestra tradición latinoamericana es una especie de conciencia pública y a ningún autoritario le gusta que le estén señalando sus carencias, sus defectos, sus errores, sino que, además, hay un factor muy importante, y es que el autoritario, el gobierno de tintes totalitaristas, el gobierno antidemocrático lo primero que busca siempre es un control sobre el relato, un control sobre la narración de las cosas que pueda determinar lo que está pasando ahora y con mucha frecuencia la narración de las cosas que pueda determinar lo que pasó antes. Los regímenes autoritarios tratan de dar una versión de la realidad de esos países que se imponga, tratan de imponer a una sociedad una versión de su presente y de su pasado, y los escritores y las novelas que escriben, las narraciones que escriben, con mucha frecuencia presentan una versión contradictoria, una versión disonante, una versión rebelde, a veces incluso subversiva del relato nacional. Se enfrentan a la verdad oficial, se enfrentan a la verdad monolítica y le dicen “usted está mintiendo” o “las cosas no ocurrieron así” o “las cosas habrían podido ocurrir de otro modo”, y nos invitan, a los ciudadanos, a imaginar esos otros modos. Y esto es incómodo para un régimen autoritario o antidemocrático. Eso es lo que ha ocurrido siempre en literatura y es lo que está ocurriendo ahora en Nicaragua, por eso nunca me ha sorprendido, aunque lo haya lamentado tanto y denunciado tanto, la persecución obscena que ha emprendido el estalinismo de manga corta del régimen de Daniel Ortega.
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Juan Gabriel Vásquez (Bogotá, 1973) es narrador, autor de El ruido de las cosas al caer (Premio Alfaguara, Premio Gregor von Rezzori-Città di Firenze, The International IMPAC Dublin Literary Award), Las reputaciones (Premio Real Academia Española, Premio Literario Arzobispo Juan de San Clemente, Prémio Casa da América Latina de Lisboa), La forma de las ruinas (Prémio Literário Casino da Póvoa) y Volver la vista atrás (Prix Littéraire de Livres Hebdo a la mejor novela extranjera, Premio Bienal de Novela Mario Vargas Llosa, XVI Premio Novela Europea Casino de Santiago), entre otros.
Minerva del Risco. Escritora dominicana. Presidente de la Fundación René del Risco Bermúdez. Ha laborado como gestora cultural y articulista en los periódicos Acento, Diario Libre y El Nuevo Diario, así como en el suplemento cultural Areíto del Periódico Hoy, en la Revista Global y en la revista literaria Punto en Línea de la Universidad Nacional de México.