Nuestra generación llegó a la nueva trova por dos vías.  Una por la aspiración ideológica a un espacio de dignidad, a un futuro mejor para el pueblo mediante la afiliación a causas sociales. Otros fueron seducidos por la lírica de un amor eterno o por un doloroso desamor.  

El deslumbramiento llegó inicialmente a través de la canción de protesta. Pablo Milanés y Silvio Rodríguez fueron pronto coreados por una juventud sedienta de las primaveras que Pablo Neruda predijo en su Canto General. La dura realidad reciente hacía que nuestros jóvenes, especialmente los universitarios, fueran proclives al heroísmo después de tres décadas de tiranía, golpe de Estado, guerra fratricida y una docena de años de oscurantismo ilustrado. Los sueños de libertad, justicia y solidaridad de aquellos rebeldes armonizaban con los símbolos del unicornio azul que Silvio buscaba desesperadamente y con los aguerridos versos de “Yo pisaré las calles nuevamente”, escritos por Pablo tras el violento derrocamiento del gobierno legítimo de Salvador Allende.

 A pesar del peligro latente de muerte, aquellos jóvenes utópicos, impulsados por palabras cantadas que aspiraban a convertirse en armas, no se dejaron intimidar, como lo demostraron durante el Primer Encuentro Internacional de la Nueva Canción Siete Días con el Pueblo, un festival político-musical celebrado en los estadios Olímpico, Cibao y San Pedro de Macorís, así como en el Parque Eugenio de Hostos, del 25 de noviembre al 1 de diciembre de 1974, organizado por la Central General de Trabajadores, en protesta por los excesos del gobierno de Joaquín Balaguer. En masa, aquellos rebeldes apoyaron a Silvio Rodríguez y la pléyade de cantantes hispanoamericanos de la canción protesta asistentes a aquella desafiante convocatoria, a saber: Mercedes Sosa, Bernardo Palombo, Danny Rivera, Antonio Cabán Vale, Lucecita Benítez, Estrella Artau, Silvio Rodríguez, Pablo Milanés, Noel Nicola, Víctor Manuel, Ana Belén, Francesc Pi de la Serra, Guadalupe Trigo, Roberto Darwin y el grupo Los Guaraguao. A ellos se unieron grupos locales como Johnny Ventura y su Combo Show, Los Virtuosos de Cuco Valoy, Expresión Joven, Nueva Forma, Convite, Presencia Generación y Alta Voz, e intérpretes como Víctor Víctor, Sonia Silvestre, Claudio Cohen y Ramón Leonardo.

Con el paso del tiempo, los cantantes de la Nueva Trova ganaron adeptos en nuestra tierra, gracias a sus palabras de amor. Aunque surgieron después de 1959, con canciones impregnadas de contenido ideológico socialista, nunca renunciaron a las raíces rítmicas y folclóricas de la música cubana, ni al sentimiento o “filin” (derivación de feeling) de la canción romántica. Pablo Milanés fue probablemente el que más contribuyó al cultivo del romance. Su sensibilidad galante le hizo atractivo incluso para la pequeña burguesía de una ciudad tan conservadora como Santiago de los Caballeros, y también para los adolescentes que, en los ochenta, apenas conocíamos de injusticias.

Fue la época de mi acercamiento a las letras sentimentales de Pablo Milanés, a través de las canciones de su disco “La vida no vale nada”, especialmente “Para vivir”, que una bella pintora escuchaba y tarareaba con gracia (también le encantaba “Diario” de Amaury Pérez), para concentrarse en su trabajo creativo. Ella me reveló, con un cariño que aún valoro, la sutileza simbólica presente incluso en las canciones heroicas, y también el alto contenido poético de letras de profundidad existencial. También me mostró el encanto de una voz que a menudo se colgaba de sencillos acordes y arpegios de guitarra, y otras veces de novedosas orquestaciones de matices sinfónicos, de jazz, de rock y de blues. Por ella supe que Pablo Milanés apostó al son para dar a la “nueva canción” una mayor penetración popular, siendo el responsable de llevar a la música los versos de José Martí. Ciertamente, sus versiones de “Guantanamera”, “Son de Cuba a Puerto Rico” y “De qué callada manera” son paradigmáticas. En una tesitura rítmica y nostálgica similar, apareció en 1978 su canción “Años”, con su inolvidable verso inicial “el tiempo pasa, nos vamos poniendo viejos”.

Silvio Rodríguez impresionaba con sus inteligentes versos, pero Pablo Milanés desataba pasiones con sus letras que testimoniaban amores, no siempre ideales, pero siempre intensos. Sus canciones eran bálsamos, mediaban entre el hombre y la mujer, haciendo que lo habitual y ordinario trascendiera a planos de irresistible esperanza; verbigracia, su canción “Yolanda” que, desde su lanzamiento en 1982, se convirtió en paradigma de algo que era “más que una declaración de amor”, sin duda, la consagración definitiva a la mujer amada. De igual profundidad emocional, casi para cortarse las venas, son sus temas “Yo no te pido” y “El amor de mi vida”.

Si ya estábamos enganchados a sus letras agridulces, su disco “Querido Pablo”, llevó nuestro cariño a niveles de locura. Escuchar su poética y singular voz acompañada por las de otros de nuestros ídolos vivientes, a saber: Joan Manuel Serrat, Ana Belén, Miguel Ríos, Amaya, Luis Eduardo Aute, Chico Buarque, Mercedes Sosa, Víctor Manuel y Silvio Rodríguez, fue un regalo invaluable, y un compromiso de fidelidad a su talante de artista. Precisamente, esa fue la chispa que nos llevaría a perseguir el sueño de traerlo a Santiago, lo que ocurrió en 2005. 

En ese tenor, recordando el éxito del concierto realizado el 13 de septiembre de 1992 por Silvio Rodríguez en compañía de Juan Luis Guerra en la avenida Mella, Montecristi, para conmemorar el encuentro de los patriotas José Martí y Máximo Gómez en 1895, yo, como presidente de Casa de Arte Inc. y del Festival Internacional Arte Vivo, conversé con Rafael Emilio Yunén, director del Centro León, y luego con José Rafael Lantigua, ministro de Cultura, sobre este ambicioso proyecto. Pronto, gracias a esfuerzos conjuntos, pudimos obtener apoyo financiero adicional del Banco Popular Dominicano, el Grupo León Jimenes y la Cervecería Nacional Dominicana.

El viernes 22 de aquel abril fue la fecha acordada para el esperado encuentro. Poco antes de la hora pautada, un fuerte viento y una intensa lluvia estuvieron a punto de impedir la realización del evento. Sin embargo, milagrosamente, en un par de horas se pudo reinstalar toda la infraestructura de escenarios, sonido, luces, pantallas y cobertura televisiva que había tardado varios días en montarse en el enorme parqueo del Centro León que, desde temprano, ya estaba abarrotado por miles de seguidores del cantautor cubano, que no se amilanaron por las agresiones del clima. Patricia Pereyra, acompañada por un selecto grupo de músicos santiagueros encabezados por Rafelito Mirabal, inició el evento de manera brillante interpretando los temas “Déjame entrar”, “Tú, mi único amor”, “Mucho más”, entre otros.

Vestido de negro, Pablo Milanés, sentado en un taburete en el centro del escenario, no escatimó en sonrisas y gestos de afectos para los congregados. Nos agasajó con un derroche de sus principales composiciones, y también introdujo algunas de las que aparecerían en su siguiente disco. Dedicó la canción “Hechos” a los cubanos que por una u otra razón ya no viven en su tierra. Siguieron las canciones “Dónde andarás”, “Si ella me faltara”, “Mi esperanza”, “Yo no sé”, “Como un campo de maíz”, “Días de gloria”, “En saco roto”, “Nostalgia”, “De qué callada manera”, y más. Un regalo inesperado fue la presencia no programada del también legendario artista puertorriqueño Andy Montañez, que subió al escenario para estrenar una canción que Pablo Milanés escribió para él. Al final, ante la insistencia del público, Pablo Milanés interpretó por segunda vez su emblemática canción “Para vivir”. Este concierto de hace dos décadas es mi recuerdo más preciado. 

La impiedad del presente, con su ida a la luz, nos ha despertado abruptamente. El tiempo ha pasado, irremisiblemente. Sin embargo, ahora que es eterno el espacio en que está, sus dolientes de todos los confines del mundo celebraremos su fértil existencia en su canto justiciero, pero aún más en el de los matices arrulladores y tiernos.

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Fernando Cabrera es poeta y académico. Posee un Doctorado (PhD) en Estudios de Español: Lingüística y Literatura. Maestría en Administración de Empresa e Ingeniería de Sistemas y Computación.