Los habitantes originales de la isla de Santo Domingo, nativos, que los españoles bautizaron como “indios” al verlos por vez primera, pensando que habían llegado a la India, no conocieron el carnaval de carnestolendas: éste llegó a la isla con los españoles, después del segundo viaje del Almirante en 1495.
En esa época, Europa estaba gobernada por un sistema de reinos divididos en feudos, unidades político-socioeconómicas, donde los Señores eran los propietarios, en complicidad con la iglesia católica, en relaciones de dominación, protección de siervos esclavizados que solo ganaban los suficiente para sobrevivir.
En diversos lugares, como estímulo, ante una sociedad de exclusión social, después de las cosechas se permitía un espacio privilegiado de catarsis, donde había una permisibilidad transitoria durante algunos días, en que los esclavizados siervos tenían la “libertad” de la festividad, y celebrar con música, bailes, alcohol y libertad, en actividades recreativas.
En momentos dados, la sátira afloraba en un teatro callejero espontáneo, con representaciones de personajes y acontecimientos críticos prohibidos en la vida cotidiana. En muchos casos se perdía la magia de la impunidad democrática transitoria, porque muchos Señores, propietarios, funcionarios y sacerdotes, tomaban posteriormente represalias.
Los “actores” comenzaron creativamente a utilizar máscaras y cambiar las voces, como formas de impunidad, y esto les dio un contenido semiclandestino, contestatario y subversivo, convirtiéndolo en un espacio de catarsis social, que funcionaba como escape a las frustraciones y represiones colectivas, posibilitando su realización un equilibrio del sistema social.
Con el tiempo, este se convirtió en una conquista social que iba más allá de las cosechas, las cuales eran toleradas por su transitoriedad. Esta manifestación fue cuestionada con la llegada al poder de Constantino, cuando la iglesia católica asumió el papel de juez, definiendo la eliminación de festividades “paganas” en un papel de “cristianización”, como el culto a la Reina Mirtha sobre el sol, en una racionalización organizadora a partir de la aprobación del Calendario Judeo-Gregoriano, en el que fueron acomodadas festividades como el nacimiento de Cristo. Quisieron eliminar la Fiesta de la Cosecha, pero no pudieron.
En el debate de su eliminación o permanencia en el calendario oficial de la iglesia católica, esta festividad fue trasladada para celebrarse al inicio de la Semana Santa, y duraría tres días, concluyendo el martes antes del Miércoles de Ceniza. La iglesia le cambio el nombre de Fiesta de la cosecha por el de “Carnaval de carnestolendas”, de un afloramiento que en italiano significa “dejar hacer a la carne”. Pasó entonces a ser el “Carnaval de Carnestolendas”.
Esto quiere decir, que no fue la iglesia católica la creadora del carnaval, sino que era una festividad popular que no pudo ser eliminada, sino que tuvieron que adoptar, a pesar de que incluso la iglesia católica le dio un nuevo nombre. Fue un triunfo popular, porque se permitió desde entonces a los católicos la gracia de poder participar en todas las clases de diversiones durante esos tres días “santos”.
De Europa, el carnaval, llegó a España y de allí, como afirmamos antes, a la isla de Santo Domingo. Antes de 1520, de acuerdo con el historiador de la ciudad de Santo Domingo Manuel Mañón de Jesús Arredondo, había carnaval en la ciudad de Santo Domingo, convirtiéndose en el “Primer Carnaval de América”.
En la medida en que se acercaban los días de carnaval, en las viviendas de la ciudad colonial los huevos se partían por un extremo, se lavaban bien y se guardaban en canastas y macutos destinados para este fin. Luego, el último día, se ponía agua de canela a hervir. Este líquido, después de enfriarse, se echaba en los cascarones de los huevos y la parte superior se tapaba con un pedacito de tela, el cual se pegaba con cera derretida. Se guardaban y, desde el primer día de carnaval, en las calles y lugares públicos había una guerra declarada. Estos proyectiles se conocían como “ojos de cera”. Con jeringuillas caseras elaboradas de bambú se hacían incursiones por las cerraduras de las viviendas y había también guerra de agua en las calles.
Este carnaval se realizaba en la misma fecha en tres escenarios diferentes:
a) En las calles, realizándose de noche una concentración en la Plaza Central, en la explanada de la catedral, donde la participación era pública, entre luces de lámparas a gas. Muchas veces se terminaba en el puerto al otro día, en un carnaval en el río Ozama.
b) Bailes de la élite, exclusivos y excluyentes, a los cuales solo se entraba por invitación oficial en lo que hoy es el Museo de las Casas Reales.
c) El carnaval estudiantil universitario, organizado en lugares privados, donde participaban estudiantes y personas del pueblo invitadas.
Para atender cambios sociales y necesidades de la élite, se transformó este carnaval en acontecimiento social. Una élite que antes solo tenía apellido ahora tenía dinero, debido al ciclo rico azucarero. Ahora necesitaban lugares y temas para una mayor recreación en una sociedad cerrada, donde predominaba una moral y un comportamiento social hipócrita.
La fórmula fue hacer que la mayor cantidad de festividades, religiosas, políticas e históricas, terminaran en carnaval, donde había una permisibilidad que negaba la cotidianidad de dicha sociedad. Había carnaval para todo el año: el aniversario de la fundación de la ciudad, las festividades de San Juan, etc. ¡Fue la primera expresión de identidad de nuestro carnaval!
En la medida en que se transformaba históricamente nuestra sociedad fue expresándose nuestro carnaval, en un proceso de definición de su identidad:
a) Independencia, Gesta Restauradora y la Primera Intervención Norteamericana.
b) Era de Trujillo.
c) Postrujillismo.
Después de la Independencia siguieron vigentes los mismos intereses ideológicos españoles de la élite, y fue predominado el mantenimiento de los carnavales de salón en casinos y clubes privados. Después de la Restauración Nacional, el centro de referencia ideológica se trasladó de Madrid a París, Venecia y Roma. En el país solo cambiaron como referencia contenidos y personajes.
La primera Intervención Norteamericana (1916-1924), fue una dictadura que no permitió la realización de expresiones populares de carnaval. Con la dictadura Trujillista a nivel oficial, por razones políticas, se aupó y se protegió al carnaval de salón, posibilitando paralelamente el desarrollo del carnaval popular espontáneo, debido al surgimiento de nuevos barrios populares y transformaciones urbanas en la ciudad tradicional de Santo Domingo.
El periodo postrujillista, con la revolución de abril del 65 como catarsis, en la redefinición de una nueva visión y conceptualización popular sobre la vida y la sociedad dominicana, liquidó la legitimización del carnaval de salón, convirtiéndose el carnaval popular en una reivindicación política, pasando el de la élite a ser un nostálgico dinosauro del pasado.
El carnaval que vino de España dejó de existir, quedando para la élite como recuerdo. Se ha transformado, en la medida que ha cambiado históricamente la sociedad dominicana. Desaparecieron sus dimensiones elitistas. Sus características más sobresalientes son su contendido y expresiones populares, logrando convertirse en un patrimonio nacional.
Aunque el diablo sea el personaje central del carnaval dominicano, no se trata de un culto diabólico, sino una sátira a este personaje histórico. La identidad del carnaval dominicano es su diversidad de contenido y de expresiones, enriquecido por el “carnaval Cimarrón”.
Nuestro carnaval es único en el mundo, con un desfile simbólico nacional, personajes y acontecimientos que solo existen en nuestro país, y con identidad particular, haciendo que no sea copia de nadie, auténticamente definido en su identidad caribeño-dominicana, de dimensiones populares, contenidos democráticos, en fin: en un carnaval contestatario.
Hay obstáculos que resolver, como la función del Estado, la participación de las Alcaldías, las intromisiones religiosas de diversas iglesias, el papel de los carnavaleros, las tendencias exclusivistas del preciosismo, la fantasía sin identidad, el rechazo hacia las tradiciones y las acechanzas nefastas de la comercialización, las cuales son desafíos para la lucha y el debate.
La identidad es como la sociedad, que está en permanente transformación, válida transitoriamente, pero insertada en sus raíces y en su idiosincrasia que le dan continuidad histórico-antropológica.
Por encima de todo, el carnaval dominicano existe, tiene pantalones largos, define una identidad de originalidad, no se parece a nadie y es único en el mundo.
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Dagoberto Tejeda. Sociólogo, folklorista, gestor cultural, escritor, investigador y promotor de proyectos culturales de trascendencia como lo fuera en su momento Convite.
Imagen de portada: Roberto Fernández de Castro, cardiólogo y fotógrafo dominicano.