La pandemia del COVID-19 ha representado una conmoción para el mundo: para los sistemas de salud, los educativos, las economías, las estructuras sociales, la política y la psicología colectiva. Lo que en principio parecía un fenómeno momentáneo, ha tendido a alargarse.
En el 2020 muchas cosas tienen que haber cambiado, con gran probabilidad de que algunos de esos cambios sean de larga duración o permanentes. Se dice que tras la conmoción de la Primera Guerra Mundial sobrevino el final de los imperios, la Segunda trajo un nuevo orden mundial basado en el multilateralismo, la cooperación internacional en la solución de los grandes conflictos y el florecimiento del capitalismo.
Ahora, visto el largo período de confinamiento, temores colectivos, restricciones físicas a las relaciones humanas, cambios tecnológicos, etc. se perfila que el mundo será diferente, pero nadie sabe cómo. Por lo pronto, en términos macroeconómicos, los países terminarán más pobres, se han profundizado los desequilibrios sociales, y todos los Estados saldrán más endeudados.
Durante el año 2020 la deuda pública dominicana aumentó del 51% a alrededor del 70% del PIB. En ese mismo año, según el Monitor Fiscal de enero del FMI, la deuda pública de los Estados Unidos aumentó de 109 a 129% del PIB, la del Área Euro de 84 a 98%, y la de América Latina de 71 a 79%. Y no es por decisión de ningún gobierno en particular, sino del COVID-19, que ocasionó reducción de ingresos fiscales y presionó por aumentos de gastos, lo que no dejó más alternativa que endeudamiento.
Eso mismo hizo la República Dominicana y hubiera sido irracional e inhumano bajar el gasto público porque había menos ingresos. Y tendrá que seguirse endeudando, pues los programas de protección social no se pueden eliminar, sino todo lo contrario.
En el 2020 todo el mundo aprendió que algún día puede necesitar del Estado, incluso gente que creía que nunca lo iba a necesitar. En la República Dominicana existe la cultura de que, para amplios sectores, lo único que esperan del Estado es que no les cobre impuestos, pues cada uno resuelve por vía particular aquellos problemas que las sociedades suelen resolver por vía colectiva. Ese es el pacto fiscal que ha prevalecido históricamente.
En todo el mundo ha aumentado la demanda de un Estado eficaz y ha puesto en valor sus prestaciones universales. Y se prevé que, en el futuro, tendrán más posibilidades de triunfo las sociedades con mayor desarrollo tecnológico y con estados más fuertes.
El problema es que el Estado Dominicano es muy débil en múltiples aspectos y, en lo económico, cuenta con muy pocos recursos. Ahora bien, el endeudamiento no puede seguir indefinidamente, primero para no hacer insostenible su repago, y segundo para evitar complicaciones con los mercados. Las calificadoras podrían comenzar a degradar nuestras emisiones, encarecer más la deuda y algunos administradores de fondos dejar de comprarlas. Y lo peor que podría pasar al país es necesitar recursos y no encontrar quien nos preste, en medio de una pandemia.
Claro está, los que administran los fondos también tienen un problema, pues todos los países están en situación parecida. Tendrían que degradarlos a todos y entonces no encontrarían dónde invertir. Eso dará un respiro al gobierno dominicano y a los de AL, pero no por mucho tiempo.
Mucha gente suele preguntarse hasta dónde un país puede endeudarse. Los economistas nunca han tenido una posición uniforme sobre el asunto y, en todo caso, depende de si se trata de un país desarrollado o subdesarrollado. Los primeros tienen mucho mayor capacidad de endeudamiento debido, principalmente, a que el costo de la deuda suele ser barato y, además, tienen fuertes sistemas tributarios para hacerle frente.
Para nuestros países menos desarrollados, era común entre burócratas de organismos internacionales postular porque la deuda no superara el 30% o a lo sumo el 40% del PIB. La Unión Europea estableció como norma para sus países que la deuda no debería sobrepasar el 60% del PIB. Estados Unidos impone un límite cuantitativo, bajo la amenaza de paralizar el gobierno.
Pero ese punto de vista se ha visto superado por las circunstancias. Primero, por la crisis financiera de 2008-2009, fue común admitir que los países se endeudaran por encima de esos estándares y, ahora, no es extraño ver países desarrollados, e incluso algunos subdesarrollados con deudas que superan el 100% y hasta el 200% del PIB.
Y francamente, con la pandemia del COVID-19, ahora todos los límites se han derrumbado. De modo que ahora, nadie niega la necesidad de que los gobiernos recurran a más deuda para enfrentar la pandemia. Claro está, en torno al gran endeudamiento nuevamente las opiniones de los economistas vuelven a confrontarse.
Una primera opinión se relaciona con el temor a que sobrevenga una crisis financiera, con la quiebra de bancos, el cierre definitivo de empresas, con su secuela de desempleo y pobreza, y que entonces se agrave el problema. Esto, debido al riesgo de que los países pobres no puedan honrar sus deudas soberanas, pues con los déficits en que han debido incurrir, terminarán sobreendeudados y con serias dificultades de repago. Y por otro, que la abundancia de liquidez y bajas tasas de interés han alentado que se endeuden empresas que de antemano están paralizadas y que probablemente no volverán a ser lo que eran. Y cuando alguien no puede pagar, otro alguien no podrá cobrar, y eso genera una cadena de impagos.
Al igual que el COVID-19, la deuda es un problema de todos. Un alivio es que los EUA se ha reintegrado al multilateralismo, y se presenta la oportunidad de empezar a reconstruir el orden internacional que Trump comenzó a destruir.
La pandemia anuló la solidaridad internacional, pero el nuevo gobierno estadounidense ha manifestado intención de aportar recursos para ayudar a los países de bajos ingresos a combatirla. Es obvio que ni la pandemia se controla ni la economía se normaliza sin el trabajo mancomunado de las naciones. Se requiere cooperación internacional, tanto en la distribución y logística de las vacunas, como en resolver la crisis.
Se recuerda que para superar la crisis financiera del 2008-2009 se alentó a los países a gastar para estimular la demanda, los principales líderes se reunieron en Londres, los ricos aportaron recursos al Banco Mundial y al FMI, este último además vendió oro y asignó gratuitamente Derechos Especiales de Giro a los más necesitados.
Claro está, aquello tendría un límite, porque seguía prevaleciendo el criterio de que debería haber un tope al crecimiento de la deuda. El gobierno dominicano se comprometió con el FMI a que, restablecido el crecimiento, se eliminara el déficit para volver a contener la expansión de la deuda, pero este le cogió el gusto al endeudamiento, se rompió el Acuerdo con el Fondo y el déficit siguió por sus buenas. Se perdió la oportunidad de afrontarlo cuando la economía vivía un período de crecimiento con estabilidad.
Ahora la segunda opinión es que lo importante es garantizar el crecimiento del producto, y que el endeudamiento no importa tanto debido a las bajas tasas de interés vigentes internacionalmente. Se entiende que aquellos países cuyo ritmo de crecimiento supere el porcentaje que representa la carga de intereses sobre el producto, no confrontarán riesgos de impago. Por tanto, ahora pueden hacer uso abundante del financiamiento público, porque las tasas de interés están bajísimas, y siempre habrá la posibilidad de que la economía restablezca su ritmo habitual de crecimiento, de forma tal que siempre el producto adicional supere lo que se va a pagar.
Posiblemente la debilidad de este razonamiento es que no considera las bajas tasas de interés como un fenómeno pasajero. Es cierto que ahora los mercados están inundados de capitales, gracias a los vastos programas de apoyo fiscal, y a las grandes emisiones de dinero que se han realizado en los países desarrollados para financiar gobiernos y empresas, hasta el punto de que ya los bancos ni siquiera están interesados en atraer depositantes.
Pero lo que no ve es que se perfila en breve un recrudecimiento de la inflación, cosa que no ha ocurrido hasta ahora por las limitaciones físicas al consumo; pero si con la vacunación la gente pierde el miedo, puede darse nuevamente un desbordamiento de la demanda reprimida, y los bancos centrales comenzarán a subir las tasas de interés y a establecer mayores restricciones al crédito, de modo que las deudas volverán a encarecerse.
Además, la situación dominicana es mucho más complicada; primero, porque endeudarse le resulta muy caro; segundo, porque el país convive con uno de los niveles de carga tributaria más bajos del mundo y, aunque las tasas de interés estén más bajas ahora, para nuestra capacidad de pagos cualquier cosa es mucho.
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Isidoro Santana. Ex Ministro de Economía, Planificación y Desarrollo. Economista. Investigador y consultor económico en políticas macroeconómicas. Miembro de la Academia de Ciencias de la República Dominicana. Miembro fundador y ex Coordinador General del movimiento cívico Participación Ciudadana.
En portada: Obra de Juan Trinidad, escultor, titulada En tiempos de Coronavirus. Donada al Gobierno para ser entregada a la Unesco.