Siempre he dicho que es la amiga que heredé de mi padre. Así comenzó nuestra amistad hace ya más de cuarenta años, cuando nos conocimos. Yo era la hija del poeta que todos recordaban. Ella, poeta y amiga del poeta recordado. Así fui conociendo a Soledad Álvarez, admirándola por su carácter, su vitalidad, su coraje y su literatura. Así fue nuestra amistad fortaleciéndose, especialmente durante los últimos veinticinco años, cuando la madurez fue mostrándonos su rostro y definiendo caminos afines. Ella es esa mujer firme en sus convicciones, sensible hasta desbordarse en lágrimas, sincera hasta desenmascarar las farsas, solidaria hasta acompañarme durante días y noches en aquel dolor que me postró durante meses. Allí tenía a Soledad, acostada a mi lado, leyéndome. 

Soledad no habla de premios, ni de ganar, ni de perder, para ella eso no es lo esencial; por eso su perfeccionismo, por eso se toma su tiempo para pensar, para investigar, para crear, no importa el género. Lo fundamental para ella es ese montículo donde se coloca para escribir; ese lugar íntimo y alto donde reposa su alma cuando la imaginación vuela. Ahí la encuentras, afanada, brillantes los ojos de lágrimas, en medio de un texto que abraza, que gime, que muerde, que estalla. Esa es la Soledad que conozco, la que me dice sí cuando es sí, y no cuando es no.

Yo sí esperaba este premio, no porque sea lo esencial, sino porque es un honor merecido. Merecido por el trabajo de años, de décadas dedicadas a la buena escritura, al pensamiento, a la belleza. Como dice Edgar Allan Poe en su ensayo titulado El principio poético: “La poesía está inspirada en la belleza y el amor por la belleza es una actividad del alma”. Eso es justamente lo que logra Soledad cuando levanta sus alas para buscar la luz y las palabras; cuando escudriña y rasga en las grietas más hondas de la memoria para crear belleza.

La entrega a la creación es para Soledad el arma que la sostiene para seguir adelante en un mundo intelectual diverso y cromático, como una gran artista de la palabra y del pensamiento.

Silenciemos nuestro entorno y disfrutemos de la sublime maestría con la que Soledad expresa este poema:

Forever

Te entrego amor este desorden

de penas y de rencores como en el tango

que bailamos en la habitación despiadada inhóspita

de un hotel despiadado.

Te entrego amante perdidos rumbo y brújula

mis temores de que una herida dulcísima profunda

como de pez en arena muerta

termine por vencernos.

Para siempre todo beso tango labio

que bailamos despiadados en una pena inhóspita

en desorden te entrego temores brújula amor

amante perdido el rumbo

dulcísima profunda mis arenas

termines por vencer la muerte

para siempre el amor para siempre

el ojo insomne.

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Minerva del Risco. Escritora dominicana. Presidente de la Fundación René del Risco Bermúdez. Ha laborado como gestora cultural y articulista en los periódicos Acento, Diario Libre y El Nuevo Diario, así como en el suplemento cultural Areíto del Periódico Hoy, en la Revista Global y en la revista literaria Punto en Línea de la Universidad Nacional de México.