Debo comenzar con una confesión: desde que tuve mi primera visión poética a los cinco años de edad, no he dejado de preguntarme cómo eso era posible y de buscar una explicación racional, es decir, comunicable, de esa experiencia.

Entre estos dos ejes, el del maravillamiento poético y el de la persecución de su entendimiento, se mueven mis dos vocaciones, la poesía y la crítica.

No las veo de ninguna manera como actividades contrapuestas, sino complementarias. Quizá porque siempre he sentido que, como decía Octavio Paz, “a nuestra crítica le falta imaginación, y a nuestra poesía rigor crítico”.

Esto quizá nace del hecho de que la visión de un poeta se sabe amplia y conflictiva en la medida en que no está conforme con la realidad dada. Como respuesta, por supuesto, el poeta tiene de su lado a las palabras. Y estas se pueden configurar desde distintas modalidades expresivas, es decir, desde el discurso poético, que es esencialmente artístico, aunque también pueden hacerlo el discurso crítico, que es fundamentalmente analítico.

Para ello, siempre es bueno recordar que la crítica académica altamente especializada y la crítica de los medios masivos son dos cosas muy diferentes. Rara vez se encuentra seriedad y profundidad en la crítica mediática y, a veces, en la crítica altamente académica el interés general no es necesariamente el rasgo más importante. La crítica literaria especializada es una disciplina que tiene mucho de científica, sin llegar al grado de verificación que pueden tener las ciencias naturales. Pero el rigor en la documentación, la coherencia en la exposición y las argumentaciones demuestran por qué vale la pena leer tal novela, por qué tales fenómenos culturales son importantes, o por qué, simplemente, un poema es bueno o no. Para escribir un artículo de ese tono y rigor se necesita mucho estudio, mucho conocimiento de la bibliografía, y mucha imaginación también para interpretar cosas que otros críticos no pudieron ver. Eso hace avanzar el conocimiento, enriquece la sabiduría que podemos tener. 

Un ejemplo es la Revista de Crítica Literaria Latinoamericana, que yo dirijo, siguiendo los postulados de Antonio Cornejo Polar, su fundador en 1975, aunque luego pasó a manos de Raúl Bueno, hasta que en 2010 entró a mi cuidado. La misión de una publicación especializada como esta es la de seguir promoviendo el debate, dando cabida y difusión a investigaciones valiosas, porque eso hace avanzar intelectual y humanísticamente a las generaciones que vendrán y tomarán la posta. Se trata de un tipo de investigación que no entra en los periódicos, en magazines y revistas culturales. Por eso mismo, lamentablemente, no siempre llega al gran público.

A la vez, en mi caso personal, mi identidad como poeta está en la conciencia de que mi quehacer no se ha agotado ni se va a agotar mientras no sienta que haya explorado todas las posibilidades de usar el lenguaje en función de la visión de la poética del mundo. Eso, creo, es algo inherente a cada poeta. Porque como decía Cernuda: “A aquel que te enseñara adónde y cómo crece:/ Gracias por la Rosa del mundo./ Para el poeta hallarla es lo bastante/ E inútil el renombre u olvido de su obra”. Es decir, para el poeta, encontrar la Rosa del mundo, que es la poesía en estado de alta intensidad, debe ser más que suficiente para justificar la vida. Es inútil el renombre o el olvido porque todo eso es accesorio. Pero si el escritor no ha descubierto la Rosa del mundo, de la creatividad, va a ser olvidado, así le den el Nobel. El que es poeta de raza se da cuenta de estas cosas. Hay poetas que son poetas de abrigo, y a veces de abrigos muy pomposos y reconocidos, pero que no han visto la Rosa, así, de cerca, desnuda y peluda, y por lo tanto no la van a poder escribir, así de simple.

También es importante recordar que hay distintos tipos de poeta, pero en ningún caso uno nunca vive fuera de contexto. Algunos poetas serán indiferentes o ineficientes ante las injusticias del mundo. Otros participarán activamente en el cambio social. Es una cuestión más que estrictamente poética, simplemente humana y ética. Hay poetas que se desentienden completamente de este asunto y que incluso son conservadores frente a ello. Es su opción. Pero yo pienso que eso les resta grandeza, pues aunque pueden ser muy buenos poetas, los conservadores no avizoran la posibilidad de un cambio utópico, de un mundo que existe en la posibilidad, y ese es precisamente el mundo de la poesía: la realización de todas las posibilidades de la experiencia humana. Un poeta amplio va a tender a ello, va a querer alcanzarlo, y eso puede hacerlo muchas veces a través del lenguaje. Los grandes poetas son también grandes experimentadores del lenguaje, están tratando de sacarle el jugo e incluso cambiarlo, al punto que van a crear realidades nuevas en el lenguaje. Pero a veces eso no basta, porque para tener esa visión utópica de la realidad también se necesita una visión utópica de la sociedad, de la vida misma. Se alimentan mutuamente. Prefiero por eso a poetas de la tendencia de Vallejo, de Cernuda, inconformes, disidentes, los que están contra formas de pensamiento chatas o autoritarias.

Sin embargo, la poesía en sí misma no es el mejor vehículo para la transformación social, pues tiene como finalidad principal transformar el lenguaje. Trata de acercar nuestro lenguaje, limitado, comunicativo, contextual, referencial, a esa otra posibilidad que es la construcción de una realidad diferente, la poesía como visión del mundo. Pero como la Rosa, la poesía necesita de cuidado y protección para poder transmitirse.

Es aquí donde el ejercicio de la crítica puede ponerse al servicio de la poesía, pues el canon no es otra cosa que la selección hecha por un aparato cultural de poder, que incluye, en el mejor de los casos, la crítica académica. El canon siempre es arbitrario, y no necesariamente refleja la riqueza discursiva de un territorio o la variedad de su literatura. La idea importada de Europa de que a una nación le corresponde una literatura nacional prolonga el gesto colonial, la ilusión de que existe una sola nación y que ella es la representante de toda la población cuando buena parte no habla español, no le interesa, o no es su primera lengua. Su producción creativa verbal está en otros idiomas. Añadamos a eso que dentro de la misma producción en español hay tirios y troyanos y luchas a veces sangrientas por establecerse en el canon.

La literatura “nacional” se establece, pues, como canon desde el poder, en el plano ideológico, y prolonga a través del ejercicio crítico ese mismo poder. Por eso hay casos que conviene examinar con más cuidado, por ejemplo, César Vallejo. Poeta, comunista, que salió del Perú perseguido por la policía, que nunca quiso volver y que en su obra evidentemente despliega una visión utópica marxista de la realidad, con toques religiosos, por supuesto. Es muy complejo Vallejo (valga la rima). Pero empezó a ser canonizado casi inmediatamente después de su muerte, desde la primera edición de Poemas humanos en 1939. Y de Vallejo, desgraciadamente, lo que se suele recoger en los textos escolares, en los programas universitarios, es el Vallejo más llorón, más existencial, que es un aspecto de su obra, pero no es el aspecto que, quizá, al mismo Vallejo le hubiera gustado que trascendiera. Lo que hace el canon, incluso con autores revolucionarios, es cortarles las alas. 

Ahora, no hablemos ya de una enorme cantidad de autores que simplemente no entraron al canon, que pueden ser muy buenos y que no les interesó promocionarse, o que no fueron promocionados para que los comisarios del canon los conocieran. De eso hay mucho. Siempre se dice que “el tiempo es el mejor juez”. Sí, pero en el tiempo hay también distintos comisarios que pueden marginar eternamente a un autor de muchísimo valor. Al canon siempre hay que cuestionarlo, siempre hay que reírse un poco de los programas escolares, de las listas de lectura en las maestrías y en los doctorados, de las cosas que se comentan en los periódicos. Hay que desconfiar de esas cosas e ir a la raíz: quién está estableciendo el canon, quién critica y clasifica qué y por qué. Allí es donde se ve que para rebatir cualquier canon se necesita investigación profunda, y reflexionar a partir de la investigación detallada de autores canónicos y no canónicos, y ver qué pasa ahí: por qué algunos han sido elegidos y por qué otros han sido dejados de lado. Si el criterio es la calidad, bueno, cómo se define la calidad literaria. Eso también hay que cuestionarlo y dar espacio a distintas subjetividades, lenguajes y sistemas culturales. Hay ocasiones en que gente sin mayor formación intelectual canoniza a determinados autores. Eso se ve mucho en los periódicos o en los burócratas. Y por eso la necesidad de que los poetas conocedores asuman la crítica como un deber, precisamente para defenderla de los comisarios.

Por suerte, y a diferencia de la narrativa, la poesía no se vende. En los dos sentidos: primero, comercialmente, pues la gente no suele consumir mucha poesía porque esta requiere otro esfuerzo que la narrativa, que al final es más fácil de leer y que, por razones de mercado, no llega a cuestionar profundamente las estructuras del sistema. Me refiero –obviamente– a cierta narrativa y no a toda. Y, segundo, claro, la poesía no se vende moralmente porque no sacrifica su razón de ser en función de la publicidad o del éxito. Es el último refugio de la creatividad y de la pureza de los valores fundamentales que garantizan esa libertad humana de la que hablaba al principio.

En mi caso, escribir poesía y crítica desde el exilio ha sido sumamente enriquecedor. Y es que hay distintos tipos de exilio. El exilio universal de todo poeta, esté donde esté, es el de la patria primigenia, la infancia, el descubrimiento del lenguaje. Huidobro decía que la poesía es el lenguaje del paraíso, en el sentido de que es el lenguaje del mundo recién creado, y eso ocurre en la infancia. Uno es muy creativo a esa edad: inventa palabras, cambia los verbos; eso es lo que deben hacer los poetas toda la vida, descubrir posibilidades. Por qué llamar a esto “botella” cuando podríamos llamarle “pajarito”. Un niño lo hace con total libertad. Pero la sociedad de a poco nos va disminuyendo, nos va castrando hasta el punto de que nos obliga a hablar un lenguaje gramaticalmente correcto, se supone que para entendernos mejor. Cuando los poetas ya son adultos viven otros tipos de exilios: políticos, económicos, intelectuales. Y esto puede funcionar de diferentes maneras: porque un gobierno te bota del país, como era más frecuente antes, o por la falta de oportunidades, por hostigamiento, por ninguneo, ese deporte que practican los infelices. Y los poetas tienen que irse de su país o de su medio porque se asfixian. Vallejo hablaba mucho de la risita limeña. Era algo tan frustrante como el hecho de que lo hubieran metido a la cárcel de manera injusta.

Mientras tanto, la lengua se diversifica a partir de ese exilio. Primero como un shock, pues uno tiene que reconstruir la capacidad de conectarse con el mundo en otra lengua y, hasta cierto punto, eso significa volver a la misma actitud del niño cuando está aprendiendo su lengua materna: estar abierto a múltiples significados, tratar de identificar palabras con objetos que antes tenían otro nombre. Siempre es saludable aprender otra lengua porque uno se pone en otras mentalidades, entiende cómo apreciar la inmensa riqueza de la mente humana.

El efecto de ese shock se manifiesta, sin duda, en la estética del poema. Hay términos que son difíciles de traducir o no tienen traducción. Uno tiene que echar mano de las palabras existentes y, a veces, resulta más fácil escribir un término en inglés; eso le puede dar un nivel mayor de penetración en esa realidad inmediata. No tengo ningún problema si es que hace falta escribir un término en inglés, o una construcción sintáctica en inglés, que puede tener una resonancia o un efecto poético también en castellano. Cuantas más lenguas maneje uno, mejor, porque pueden prestarse a una multiplicidad de combinaciones.

Desde esa perspectiva, ¿cómo enfocar la idea de filiación o distanciamiento de una tradición poética? Quizá por lo mismo que una tradición siempre es permeable. Puedo sentirme parte de una tradición peruana, por ejemplo, pero también me siento parte de una tradición poética latina en los Estados Unidos, y eso no implica traicionar ninguna nacionalidad, al contrario, es enriquecerla. Creo que es bueno no quedarse en una sola tradición, como no es bueno quedarse en un solo país, en una sola práctica cultural. Puede resultar hasta muy aburrido porque uno termina repitiendo los mismos hábitos de la provincia. Cuanto más se pueda revolucionar la tradición, es mejor para esa misma tradición.

Estas son algunas de las cosas que el ejercicio crítico profesional me ha ayudado a entender. La poesía en sí misma, al no ser un lenguaje cotidiano, supone un alejamiento de la realidad inmediata. Es el acercamiento, a la vez, a otra realidad, la realidad poética. Mal que bien, existe, aunque sea en la cabeza de los poetas, pero existe, es imaginable, palpable en el lenguaje. Uno tiene que alejarse de la llamada realidad por esas razones, porque si seguimos repitiendo los mismos esquemas, las mismas retóricas, las mismas visiones, la poesía envejece cada vez más rápido.

Y si uno pierde esa radicalidad y novedad de las visiones, pierde la locura, el furor divino de la creación. A la vez, si se entrega ciegamente al furor sin tratar de aprehenderlo, puede perder la cordura.

En ese vaivén entre la locura y la cordura ocurre la feliz contaminación de una crítica creativa y de agradable lectura y una poesía que no tiene por qué desperdiciar ni una coma ni complacerse en el palabreo. 

Espero siempre poder mantenerme en esa cuerda fina sin caer en el abismo.

(Conferencia dictada durante en el 1er. Seminario Internacional de Poesía y Poética en Santo Domingo, Sala Aída Cartagena Portalatín de la Biblioteca Nacional Pedro Henríquez Ureña, República Dominicana, el sábado 9 de noviembre del 2019).

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José Antonio Mazzoti, poeta y crítico, profesor de literatura latinoamericana, director del Departamento de Lenguas Romances en Tufs University y director de la Revista de Crítica Literaria Latinoamericana (RCLL). Premio de poesía “José Lezama Lima” 2018 por su libro El zorro y la luna, poemas reunidos (1981-2016)