El rugido poderoso del mar

Mi padre se dio un balazo en la sien. Desde las rocas de la playa, mi madre le gritó por qué lo hizo, pero su hombre ya no pudo escucharla más. Con los pies desnudos se acercó, le acarició el cabello y fumó cigarros junto a él. Quise decir algo, pero a esa edad ya entendía que las palabras, en ciertos momentos, no tienen ninguna utilidad. La tomé de la mano y deseamos en silencio que las gaviotas no dejarán de volar. Quizá una llama fuerte estaba muerta, pero no el rugido poderoso del mar. 

Exilio

Se asomó al balcón y la vecina ya se azotaba contra la pared. Aprovechó que dormías y siguió el camino de la mujer.  Recorrieron varias calles hasta llegar a la avenida principal. Ella se acostó boca abajo y, justo a la mitad del eje vial, restregó su cara contra el asfalto hasta que la sangre empezó a escurrir. Él decidió sentarse en la banqueta y, mientras deseaba que lo visto no fuera real, la mente de la mujer inició su autoexilió al país donde la razón no es gargajeada, varias veces al día, por el poder. 

Luna

Estabas en la regadera y al sentir las caricias del agua por tu espalda, te masturbaste tranquilamente. Al terminar, fuiste al recibidor a escuchar el aria Casta Diva de María Callas; desnuda, se te ocurrió abrir la ventana corrediza del penthouse y, mientras contemplabas un fotograma de esta civilización anestesiada, no dejaste de beber vino hasta sentir cómo la luna te abrió las piernas y empezó a lamer, otra vez, tu sexo. 

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Víctor Mandrago (Ciudad de México). Es narrador. Algunos de sus textos han sido publicados en periódicos y revistas nacionales e internacionales como La Jornada, La Razón, gacetas de la UNAM, Conexión NorteSur o Transgresiones.