Poemas inéditos de Soledad Álvarez y León Leiva Gallardo
Bar y bolero, por épocas, significaron pasión y nostalgia; desencuentro y desenfreno del corazón propio y del imaginado. El piano, y con él la sonata, por su parte, ya se había apropiado del Romanticismo musical decimonónico sediento de trasgresiones. En cualquier caso, mano a mano, música y emociones descubrieron el entorno y sus significados, desnudaron lo más íntimo mientras transfiguraban los límites de lo álgido en las a veces insondables geografías del amor; el compartido o el deseado, ese que siempre desemboca en un otro receptor.
Así, los dos poemas a continuación pluralizan el ti: en uno, la futilidad del pretendido olvido es declaración irrevocable; en otro, el encargo de la cesura analgésica para las almas fatalmente enamoradas se hace ruego. En estos textos, Soledad Álvarez (Santo Domingo) y León Leiva Gallardo (Amapala, Honduras) nos hablan de la impiedad del bar; de los recursos con que un melómano pretende sobrevivir a la condena del amor advirtiéndonos, apertrechados ambos de música y de músicos, que ciertamente, no habrá final feliz en la pasión.
Sin ti
Soledad Álvarez
Sin ti es inútil vivir
como inútil será el quererte olvidar.
Bolero de Pepe Guizar
El hombre que espero me romperá el corazón.
Así insista con su azul el ensueño
siembre entrelazados su nombre y el mío
los riegue la memoria del deseo para que retoñen
florezcan igual que el desierto el día que nos conocimos,
siempre hay un final
un punto sangrante entre dos tiempos
una estación de trenes sin vuelta
donde los que parten no miran atrás.
Tan breve el encantamiento
-la mirada arrebatada la apoteosis del sueño-
tan inútil abrir el pecho entregar el corazón.
Lo demás es el desenlace:
en el bar que no tiene piedad ni espejos
el bolero de fondo
repetir mientras espero el conjuro
“que no termine que no se vaya que no se vaya”.
En vano. No hay final feliz.
Encargos de León el melómano
León Leiva Gallardo
Tráiganme el corazón de Federico Chopin
el que preservan en un frasco de Brandy
Tráiganme también la mano izquierda
con la que falseaba
con la que tentaba el péndulo
Si tienen tiempo
también les encargo su máscara mortuoria
la que calcó Auguste Clèsinger
procúrenme acaso la eterna cesura
el impasse al que todos acudimos
cuando escuchamos sus notas
como si fueran cuentas de un alma
fatalmente
enamorada