Mercedita (sin S) de María Altagracia Güílamo

Mercedita (Sin S) [Santo Domingo, Editorial Santuario, 2021] narra los avatares del exilio en el Caribe –desde los quince años de la protagonista– cuando sale del campo de Nagua hacia la Capital, años más tarde llega a Puerto Rico en yola y, eventualmente, se muda a Nueva York. Los desplazamientos geográficos de Mercedita constituyen una poderosa relación entre los espacios transitados y la escritura del texto, ya que despliegan matices de la oralidad que va recreando sus aventuras y desventuras. Aunque Mercedita sin S comparte la identidad de quien cuenta y protagoniza lo contado, dentro del texto se explica que la Licen o la Licenciada Peoples, como la llama el mismo personaje, escribe la narración a partir de unas entrevistas grabadas que hiciera a Mercedita Contreras en Nueva York. En la presentación de sí misma como Mercedita (Sin S), confirma la labor de la Licenciada People como escribana de sus memorias y, como valor agregado, le anticipa a su comunidad lectora: “Eta vaina que utede van a leé etá ecrita en dominacano neto. Pero ademá tiene el inglé que mese ha pegao de tanto viví aquí en los juntos jodidos de América, o sea, en Los Nuevayores. Yo tengo mi altitimos natural creativo y espero que lo difruten a lo laigo de mi librito. Si alguien dice que eto e el Dembow en escritura, mese impolta” (14). Desde el inicio, Mercedita nos extiende una invitación a una conversación controlada por la espontaneidad de su registro lingüístico y, una cadencia que podría hasta confundirse con el género musical del dembow –una de las bases rítmicas del raggaetón–. 

En ese ingenioso manejo del lenguaje radica la originalidad de la obra.  El estilo se caracteriza por un estratégico uso de coloquialismos dominicanos, jerga puertorriqueña, spanglish y expresiones dialectales del dominicanyork para reproducir el habla vernácula de la protagonista en su trayectoria por los exilios. La ortografía se apega al sonido de las palabras –que expresa Mercedita– y, así, disfraza con humor la vergüenza, el señalamiento, la marginación y la invisibilidad que enfrenta el personaje en muchos momentos de su vida. Su oralidad pensante y reflexiva permite registrar con honestidad el acontecer social donde se insertan sus memorias: la prostitución. Se trata de un poderoso discurso que reflexiona sobre la violencia sexual, el discrimen racial, el abuso político, la explotación laboral; el Caribe y sus vecinos.

Desde que Mercedita emprende sus desplazamientos geográficos, moviliza la correlación sujeto-lugar, visibiliza su cuerpo y el cuerpo de muchas otras mujeres a través de la escritura y las rutas del texto. De hecho, en la contraportada de la edición impresa, Efraín Barradas comenta sobre la autonomía de la escritura de nuestra autora: “La historia y la lengua dominicanas marcan su interés literario que se sitúa dentro de los parámetros de la vieja novela picaresca y de los recientes intentos de emplear la lengua popular para crear un efecto estético: Altagracia Güílamo se convierte así en el lazarillo de un nuevo Lazarillo, su Mercedita, que es descendiente lejana de la Pícara Justina de Francisco López de Úbeda y pariente cercana de la China Hereje de Luis Rafael Sánchez”. Y es que, sin duda, la protagonista del texto de Güílamo, comparte con las pecadoras y pícaras del Siglo Oro, el perfil de las primeras caracterizaciones literarias de mujeres marginales que, con conciencia, libertad y autonomía, empiezan a opinar y a rebelarse contra la moral misógina y conservadora en la sociedad moderna. Mientras que el parentesco literario con la China Hereje de La guaracha del macho Camacho, (me atrevo a sugerir, otra insumisa de Sánchez: Daphne Morrison de Quíntuples), establece el entrecruzamiento del relato de Mercedita (sin S) con el juego de palabras, los eufemismos y las repeticiones del habla de la cultura popular en la narrativa barroca de Luis Rafael Sánchez. El lenguaje expresivo y ameno de Mercedita recuerda también las propuestas estéticas de escritoras de conciencia femenina y feminista como, Ana Lydia Vega, Magali García Ramis o Rosario Ferré, en Puerto Rico; Ángela Hernández, Aurora Arias o Rita Indiana Hernández, en la República Dominicana. 

Pero ese modo crítico y espontáneo, directo y siempre desafiante de las traslaciones idiomáticas de Mercedita, imprime e invoca una multiplicidad de voces detrás del pacto autora/creadora de María Altagracia Güílamo. Con la creación de su propio sistema lingüístico, la voz narrativa le permite reconocer y rexaminar los mitos y prejuicios que han determinado la sexualidad de muchas mujeres caribeñas, sobre todo, de las mujeres negras. Por eso, a mi modo de ver, este texto, que inicia a María Altagracia Güílamo en el oficio de autora dentro de las letras dominicanas, despierta conexiones con las propuestas creativas que han formulado otras escritoras afrodiaspóricas, en particular las afrobrasileñas, quienes intervienen en el feminismo interseccional decolonial, mediante la resistencia lingüística desde su propia escritura creativa. Pienso, por ejemplo, en conceptos como el Pretogués de Léila Gonzalez o la Doloridad de Vilma Piedade. También me viene a la mente el lenguaje simple y crudo sobre la vida marginal en la favela de Carolina María de Jesus en Quarto de despejo (1960). 

Algo similar percibe Martha Ellen Davis, sobre la dimensión histórica en el texto de Güílamo, cuando inicia su comentario en el “Prológo” señalando: “Mercedita (Sin S) es una historia oral, o sea, contada por quien la ha vivido. La documentación de la historia oral da voz a los sin voz y entrada a perspectivas y experiencias que, de otra forma, se quedarían desconocidas para la historia documentada… Pero Mercedita (Sin S) no es un documento científico basado en una narración verídica sino una historia oral ficticia” (9). En ese sentido, el dominio de las convenciones literarias permite percibir, en el caso de las relocalizaciones de mujeres dominicanas en Puerto Rico y en los Estados Unidos, lo que conlleva lidiar con dos sistemas culturales y raciales distintos, que degradan sexual y racialmente a las migrantes en sus territorios. Esas reconfiguraciones de la identidad de Mercedita se localizan en el espacio marginal de las culturas y lenguas caribeñas y el de sus diásporas en Estados Unidos, donde la lucha y la negociación, requiere interactuar con el cuerpo y desde el cuerpo para sobrevivir. 

Más aún, al compartir convenciones con la tradición de las narrativas de viajes intracaribeños y las migraciones de sus poblaciones hacia las metrópolis, Mercedita (Sin S) no solo modifica imágenes estereotipadas y simplificadas del Caribe, sino que también logra revelar dinámicas de poder y explotación que determinan las vidas de muchas mujeres, sobre todo, cuando se promueve el tráfico sexual hacia el extranjero. Esa inquietud, en la escritura de Güílamo, coincide con uno de los temas de mayor preocupación entre feministas afrocaribeñas, debido a la alarmante cantidad de mujeres dominicanas que son víctimas de las redes del tráfico humano internacional. Precisamente, desde el lugar de la enunciación de la crítica afrofeminista y académica, pienso en la importancia de seguir los caminos creativos y las propuestas literarias de escritoras afrodominicanas como María Altagracia Güílamo, ya que reinventan y resignifican escenas desde el margen, al mismo tiempo que proponen una lectura amplia de sus memorias, voces, luchas y cuerpos; sin privarnos del humor.  

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Zaira Rivera Casellas, ensayista crítica y docente universitaria en el Departamento de Estudios Hispánicos de la Universidad de Puerto Rico, Recinto de Río Piedras. Su libro Bajo la sombra del texto, la crítica y el silencio: el discurso racial en Puerto Rico (2015) reúne ensayos críticos sobre raza y literatura en Puerto Rico.