Escueto análisis de una obra ensayística de Juan Carlos Mieses

Me sentí morir con él:  Con estas palabras concluí el libro cuyo título encabeza este último ensayo que lleva por título “Rodin, padre de los faunos”.

         El viernes en la noche, mientras aguardaba la llegada del sueño, sentí un estremecimiento indefinible. En este estado de reflexión profunda empecé a percibir cómo el reconocido escultor francés Auguste Rodin se fusionaba con Juan Carlos y con quien esto escribe para juntos difuminarnos en la dimensión inescrutable de la duermevela.  Me encontraba, pues, en el momento justo antes de caer rendida en la inconsciencia del profundo sueño. 

        No puedo negar que me desconcerté con la inmerecida justificación que infería el título dado a la obra. ¿Por qué habría de hacer el escritor una Apología de las palabras en cuanto que justamente acababa de disfrutar de un festín de vocablos exactos y transformadores de la existencia misma?  Y, les confieso, amables lectores, que no exagero.  Quedé atrapada en el corpus de la obra recién leída.  Tan encomiables fueron la prosa poética de los ensayos como la profundidad en el análisis de los temas escogidos.  A modo de ejemplo, entre muchos otros, diré que en “Ese otro marhace referencia, en particular, a la metáfora favorita del gran Borges cuando habla del río de Heráclito, cuyas aguas discurren imprevisiblemente como:

                                            La muerte, ese otro mar, esa otra flecha

                                            que nos libra del sol y de la luna

                                            y del amor…

     La humildad con que agradeció una calle a su nombre en el ensayo titulado “En torno a una calle”, añadiendo allí la fascinación que ejercen los caminos sobre su persona “como el símbolo por excelencia de nuestras vidas”.   En el enjundioso ensayoEl elogio del libro” nos dice: Ese cuerpo hecho de materia degradable que puede conservar durante milenios las promesas de una cultura o la visión de un hombre. Y así prosigue nuestro poeta con personajes reales y librescos. Con los innumerables e inusitados ámbitos imaginarios y reales que visitó, individuales y sociales, pero siempre narrados con la ternura que lo caracteriza. En gran parte de la obra, nos instruye con la intertextualidad de sus ideas con las de otros notables autores con quienes dialoga en sus múltiples y variadas lecturas. Sin poder olvidar, no obstante, sus ponderadas y sinceras críticas literarias, tal como la que realizó para la presentación del magnífico libro de cuentos titulado Las máscaras de la seducción, obra de José Alcántara Almánzar. Una obra de notables habilidades escriturales entre las cuales se puntualizan la exactitud en la escogencia de las palabras, la pulcritud sintáctica de la redacción, los finales desconcertantes, y según palabras del propio José nos conduce “a una interminable galería de espejos en la que se refleja, infinita y múltiple; la vida”, y añade él mismo que “Los perturbadores cuentos de Kafka, la sofocante atmósfera de Faulkner y el desenfadado humor de Chejov comparten un mismo secreto, el secreto de la seducción”. Es decir, que, para Mieses, los cuentos incluidos en el referido libro cumplen con todas las características que ha de tener un cuento para lograr sobresalir en el universo de la cuentística.

       Por otro lado, concuerdo con su manifiesta admiración por la obra del inigualable porteño Jorge Luis Borges, de cuyas obras cita con gran frecuencia y que aún hoy día mantiene intrigados a los más exigentes estudiosos de la literatura universal.  En el extraordinario relato titulado “Palabra vacías, nos brinda Juan Carlos un ingenioso análisis, mediante el uso de sorprendentes rejuegos gramaticales, para explicar nuestros orígenes como pueblo que ha sido producto del encuentro de dos mundos y, por ende, causa principal del reconocido mestizaje que nos caracteriza como una población mulata.  Para terminar diciendo: “Una pregunta fundamental queda en la brisa: nosotros… ¿quiénes somos?” En “El hijode Mundzuk”, a su vez, nos relata con gran ingenio la fiereza y audacia de un bárbaro de nombre Atila, tristemente recordado en los anales de la historia con el acertado sobrenombre de “El azote de Dios”, rey del imperio de los hunos.  

          En fin, que nuestro bardo y fino ensayista hace galas de sus dotes narrativas para trasladarnos, mediante la mágica función de la palabra y entre sus múltiples evocaciones, desde la lejana Indonesia hasta Santa Cruz del Seibo, su lugar de nacimiento en la República Dominicana, dos puntos situados en las antípodas del mundo: Asia y América. 

        Amables lectores, podría seguir escribiendo durante horas enteras sobre este gigantesco pequeño libro que, como temas de sus ensayos, nos brinda un cúmulo de conocimientos, saberes y reflexiones que antes no hubiésemos logrado obtener sin el auxilio de las vastísimas voluminosas enciclopedias y que, en la actualidad, tenemos al simple alcance de un toque de botón, con el recurso tecnológico virtual del maestro “Google”.  Mas, cuánto desearía ese medio digital e impersonal llegar a poseer todos los dones de venerable humanidad que nos brinda este gran escritor que lleva por nombre Juan Carlos Mieses.  

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Lisette Vega de Purcell. Licenciada en Humanidades, mención lenguas modernas. Profesora, traductora y escritora.