¿Guerra en tiempos de amor o radiografía de la maldad?

En sus Apuntes para un canon de la novela nacional, el escritor hondureño Mario Gallardo utiliza la frase “Honduras, novela sin novelistas” como alusión a la estética que, a su parecer, “salvo significativas excepciones, ha imperado en el quehacer narrativo nacional, donde la calidad literaria se ha visto supeditada, generalmente, a un criterio mimético, autóctono y regional”. Utilizando conceptos planteados por Edward Said en el libro Cultura e imperialismo, el ensayista analiza la trayectoria histórica de la novela del país centroamericano a partir del siglo XIX donde, según su visión, estuvo signada por la intención de reproducir y destacar –en una suerte de obtuso chovinismo– lo que hacía hondureños a los hondureños, lo que los separaba del resto del continente. Gallardo indica que a partir de la década de 1950 y con la aparición de Prisión verde, Ramón Amaya Amador introduce el realismo social en la novela de dicha nación que continuará a través de los 1980, desembocando en un movimiento inhibidor de la libertad creativa del autor que se rompe con los trabajos de Julio Escoto, Roberto Castillo y Roberto Quesada entre otros, “auténticos murales polifónicos que recrean una Honduras magnífica y terrible”. 

La casa del cementerio (Tusquets, 2008; Casasola, 2021)

Narrada en primera persona en un presente mutante y entre episodios alucinantes, el texto se enmarca en el contexto de la Guerra Sucia que abate las sociedades centroamericanas durante las décadas de 1970-1990, en particular El Salvador, Honduras y Nicaragua. Hay un aire de terror, espanto, pesar e indiferencia que se mezcla con la solidaridad de los sectores más pobres de tres países limítrofes conjugados en el Golfo de Fonseca, testigo de la relación entre Diana e Ismael, artífices de un amor que los unirá y los separará por siempre. Hay un hombre que ha regresado a su pueblo natal a buscarse; víctima de su propia urdimbre, entre las fronteras de la duda y la culpa, este hombre vive su maldad. Todo esto mientras los médicos forenses, interesados en el esclarecimiento de los crímenes del régimen, despiertan muertos y reviven cadáveres, símbolos de la condición humana, verdadera protagonista de esta historia.

Es justamente lo “magnífico y terrible” de Honduras, a mi juicio, la temática que hace de La casa del cementerio un sólido trabajo logrado a base del engranaje histórico y la trampa de la imaginación. Personajes capaces de amar, de tener pasiones y patear pordioseras por puro gusto; de desparecer por cinco años tras el subsuelo paramilitar y regresar de nuevo a la sociedad escurridizamente, son las viñetas a las que recurre León Leiva Gallardo (Honduras, 1962) para lograr la fortaleza narrativa que hace de las trescientas páginas de la obra una contundente radiografía del mal. 

Ese oscuro objeto llamado perversidad

“Esta es una novela moral, una intriga casi personal con personajes muy difíciles que me costaron mucho lograr, desplegarles su tela como una cebolla, pero que persiguen demostrar que el ser humano no es absoluto, más bien es una gama”. Son las palabras que el autor escoge como casi escuchándose a sí mismo, una fría noche invernal entre las paredes de su apartamento de Chicago, urbe donde reside desde los 14 años. “Te confieso que a mí me dio pena escribir ese pasaje donde Ismael patea la pordiosera, hasta me he preguntado ¿cómo puedo escribir eso yo? Creo por ello que al fin y al cabo Ismael no tiene conciencia”. Yo definiría a Ismael como “ese oscuro objeto llamado perversidad”, respondo. 

Los personajes femeninos y la feminidad, simbolizada en un erotismo poderoso y en la menstruación adolescente, parecerían ser los más elaborados, es decir, en los que se ha logrado la mayor fortaleza metafórica y al mismo tiempo concreta; Diana, “el amor en tiempos de guerra”, ¿es acaso el amor ideal? le cuestiono a Leiva Gallardo: “Me enamoré de Diana desde el primer día que la escribí, y como no tenía pensado que iba a morir, esa noche me desmoroné. Hilda es la guerrera, mas Diana es la mujer emprendedora, la mujer ideal, pero no sumisa; tal carácter no está presente en ninguna de mis mujeres. Te cuento que las mejores entrevistas que di en México presentando el libro fueron las de mujeres, estaban encantadas”.

Más allá del bien y el mal

En la construcción de la novela, Leiva Gallardo parte de dos grandes ámbitos: el político –es decir, la realidad–, y de los personajes, lo humano de la historia; y aunque ambos aspectos se nutren mutuamente están a la merced del autor: él los envilece o los engrandece, y más aún, los enrostra. Pregunto sobre la formalidad del proceso creativo… “Los personajes de Dostoievski en Crimen y castigo están al borde del bien y el mal, en mi novela por igual: Ismael va más allá del bien y del mal, él tiene un lado oscuro y es ahí donde yo puyo. Así mismo, te diré que La casa del cementerio tiene todos los elementos de la novela confesión. Como tal, los cinco años de ausencia de Ismael son un préstamo a Cumbres borrascosas (Emily Bronte): tal como ignoramos de dónde llega Heathcliff y dónde está cuando desaparece, yo presento a ese Ismael desaparecido que regresa “convertido”, y yo no quise contar cómo ese hombre había cambiado. Quise además escribir un texto que tuviese ese otro elemento que supuestamente lo hace una novela completa: la trama. Una trama que está presente a pesar de que ella sea de alguna forma una novela psicológica, y no la escribí pensando que iba a terminar así”.

El valeverguismo y Honduras desde Norteamérica

Si Latinoamérica era el continente del mañana y Centroamérica era la región del pasado mañana, entonces Honduras era el país del nunca jamás. Ésa era la mentalidad derrotista que ocupaba ese invisible pero minado solar que queda entre la conciencia y la sociedad. El individuo ni siquiera exploraba el solar. El individuo ni siquiera conocía lo que era sociedad. Había algo que se lo impedía. ¡Cómo, si no existía ni siquiera el principio realidad! Nuestro país era el reducto ad absurdum. La única manera de que el Estado sobreviviera era a expensas de la dignidad de la persona derrotada. 

Me pregunto cómo se leerá La casa del cementerio en tu país, es decir, qué siente el hondureño de tu generación ante un autor crecido y emigrado en plena guerra pero que escribe desde el Norte ¿Qué piensan de la parte histórica o política de la novela? “La gente de mi generación, si el lector es conservador, va a estar en desacuerdo con esa parcialidad que parece haber con los sandinistas; pero en cuanto a lo histórico lo van a conocer muy bien porque lo vivieron en carne viva. Es igual a lo sucedido con el escritor centroamericano quien se ha apartado un poco de la política, pero no de la historia”. (Es evidente que el tema le preocupa a Leiva Gallardo, me ha preguntado dos veces si a mi parecer su novela es “muy política”). 

Es notable el dominio del español mostrado por el autor, sobre todo si se tiene en cuenta que su formación periadolescente ocurre en la ciudad de Chicago; Leiva Gallardo, quien no es novicio para Tusquets editores (publicó Guadalajara de noche en 2007), dice haber rechazado el ser “latino” en Estados Unidos y preferir el ser hondureño, quizás por tal razón escupe párrafos que huelen a su país: Cuando un militar se encuentra con un civil, la lengua se le mueve entre los dientes al pronunciar: “cerdo”. Cuando un civil se encuentra con un militar la conciencia se le mueve entre las entrañas y piensa: “chafa”. Un chafa es un soldado. Si el chafa es penco se le puede decir chafarote y si es joven, chafita. Si el chafa es bueno, uno dice: “no parece chafa”. Los chafas y los cerdos, según Chelio y yo, se peleaban por las mujeres. Pero los chafas salían ganando porque los cerdos no teníamos botas ni cantimploras.

Lo que vive Ismael y Chelio, respetando sus respectivas clases sociales, es muy típico hondureño: el lumpen, pobre por definición, que no tiene dónde ir pero que tiene que vivir, y al igual el clase media. Creo que soy uno de los pocos escritores que ha hecho una definición un poco más realista de lo que es un hondureño típico”. 

Alucinaciones

Leiva Gallardo detalla la madeja del texto en un lenguaje que viaja desde una lograda prosa en primera voz, metáforas incluidas, –hecho que no sorprende, dada su incursión en la poesía– hasta la utilización de instrumentos técnicos (forenses y legales) que sin ornamentación ni barroquismos enriquecen los párrafos. Mas entre todos los recursos de su imaginación y pluma, a mi parecer, los relatos alucinantes dispersos a través del texto son los más cargados de intensidad y simbolismo. En ocasiones éstos hacen referencia a una contadora, La vieja del cementerio: Hay luz en la casa del cementerio. Hay una mujer sin tetas en la casa del cementerio. La luz es un candil en la casa de la mujer sin tetas del cementerio. La mujer está sola y le duele la ausencia que se pudre en una bolsa plástica enterrada en el hoyo de los órganos inservibles del cementerio: desnudas las tetas en una bolsa plástica junto a otra llena de tripas de gato de tejado herido. Hay otra luz que deambula en el cementerio. Hay un hombre sin cabeza en la penumbra del cementerio. La luz es un foco de mano en la penumbra del hombre del cementerio. El hombre va solo y le duele la cabeza que se adentra en el útero de su madre enterrada hace muchos años en el hoyo de las madres inservibles del cementerio de un pueblo cualquiera.

¿Un acto de contrición?

Durante su mandato, el expresidente hondureño Manuel Zelaya anunció la reapertura de juicios por desapariciones y crímenes políticos ocurridos a manos de fuerzas de seguridad en la década de 1980; “tendremos que reabrir esos juicios, no para que sangren las heridas, sino para concertar espacios de paz, que se castiguen realmente a los que ultrajaron los derechos humanos en este país”, afirmaba el mandatario hace hoy más de una década. En el último capítulo de La casa del cementerio la voz narrativa confiesa lo que parecería ser un acto de contrición de Ismael, el enfermizo personaje que desnuda lo inmundo del ser humano y lo real de sus sentimientos. Le pregunto a Leiva Gallardo si acaso se sugiere aquí el arrepentimiento, y enfáticamente responde que como “dios” de esta novela, no lo tiene resuelto ni él mismo; y lo deja así para que lo concluya el lector.

(Publicado originalmente en Ventana Abierta, otoño, 2009)

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Jochy Herrera es cardiólogo y escritor, autor de Estrictamente corpóreo (Ediciones del Banco Central de la República Dominicana, 2018).