La aventura cromática 

El color, esa huella presente en todos los escenarios que han acompañado al acontecer humano es de índole física, casi palpable. Afecta nuestras vidas porque altera el espacio gracias a su apariencia; engendra detalles sobre la faz de lo que nos rodea, pero, sobre todo, es emocional por los saltos que despierta en los entresijos del alma. Son múltiples las esferas conceptuales desde las que se desempeña: la mirada histórica a través de la cual recrea la atmósfera de las épocas; el espacio simbólico que nutre la semiótica y la nota que otorga significado a lo coloreado; la marca, que, como agente psicoactivo producirá en el desempeño anímico del espectador; y, por supuesto, la dimensión pictórica que, abrazada a la luz, invadió el mundo artístico desde tiempos inmemoriales.  

La travesía de la pintura nació con el arte rupestre de veinte y tantos miles de años atrás a través del cual nuestros antepasados, no sólo plasmaron la inmediatez circundante, sino más que nada su intención de mostrar la diferenciación existente entre los objetos que la conformaban. Es decir, adjudicaron al matiz cromático un rol de franca naturaleza simbólica en el proceso del relato de sus sensaciones y experiencias. Así, la cualidad del género pictórico viajará desde los tonos planos y simples del mundo faraónico y la experimentación con los primeros pigmentos, hasta la relativa disminución de su uso durante el Medioevo resultante de la predominancia del dorado y el fulgor reflejado sobre él que opacará detalles y bordes como consecuencia de la sacralización de las imágenes.  

Entrados el Renacimiento y la escuela veneciana con Tintoretto a la cabeza, el dominio del color sobre la escena retornará junto a la perspectiva para posteriormente ser consolidado por las innovadoras obras de Da Vinci, Rafael, Rembrandt, y Vermeer. Mientras la grandiosidad del claroscuro depositada en el tenebrismo a manos de Caravaggio hacía de la luz sobre el pigmento lo nunca logrado, los impresionistas despreciarán la oscuridad para convertir la paleta en amalgama. En destello que inundará el ojo sacudido y a la vez ocupado en su reinvención. Con el arribo del siglo XX, la senda trazada a través de centurias de pintura culminará en el arte abstracto donde el color llegará a ser lo absoluto. Así, las páginas de este libro se valdrán de dos tonos (blanco y negro) y tres tinturas (azul, rojo y amarillo) para, a través de divagaciones y lucubraciones tributar homenaje a ese universo cromático y de luminosidad que rasga el alma de hombres y mujeres.   

  

Memoriar (y recordar) a color 

Quien escribe, ha hurgado acuarelas entre las páginas de sus cimientos y tras los rincones de una infancia que se niega a ser feliz porque no pudo haberlo sido; ansiado en vano un hálito de risas y el pálpito cromático que suponía adornaba aquella efímera niñez. Entre las repisas de mis orígenes, quise encontrar el color de ese párvulo que soñaba junto al blancoynegro de una época que se figuraba luminosa y clara, años de renacimientos que anunciaban luz. Brillos de nuevos tiempos que la inocencia desconocía; calendarios que aún saltaban vírgenes entre libros escolares y míticas tías que lo significaban casi todo. Aún no sabía yo, quizás, que después vendrían la muerte y el pesar, el páter ido y otras tantas mínimas tragedias pululando en ese infinitésimo cómodo mundo mío que jamás incluyó hambre o asesinato, categorías que un vecino o un chico anónimo cualquiera fácilmente pudieron haber vivido día a día en aquellos años de mi vapuleada mediaisla. Vagamente recuerdo remotos azules y uno que otro rosa; por lo demás, apenas grises negruzcos de pupilas de cuatro años testigos de funerales familiares y oscuras habitaciones asmáticas. No vi el verde por mucho tiempo. El rojo llegó tardío con la imaginación enamorada y no encontré el amarillo hasta muchos (des)amores después. Yacen aquí, pues, trazos primigenios, destellos de una historia pálida y a la vez cromática, como el recuerdo de la lluvia sobre el mar.   

El mar, mítica intención cromática  

Fue mirando el azul, entonces, como logré comprender que, al igual que el amor, portador de imágenes y reglas, el mar, locus originario de aquel color más allá de los confines del cielo también posee significados y mecánica. Hablamos del mar-objeto que abandona la estereotipada idea cromática transformándose en tabula; en lápida, sendero, o esperanza. En sueño, digamos; leitmotiv de su razón de ser, que no son más que las olas que le otorgan vida, dirección e itinerancia. Marcas distintivas del pensar y del sentir. 

Dos autores isleños alimentan dicha semiótica arrebatándonos la quietud marítima: Alejandro González Luna, y José Mármol. El primero admite desconocer los confines oceánicos: Nadie sabe bien aquí/ a dónde va el mar cuando se aleja./ Qué huesos van al norte; qué amores van al sur y no regresan./ En tal escenario, el mar ha cesado de ser símil para adentrarse en la búsqueda ontológica, en los vericuetos de la duda persiguiendo el sendero de la verdad del signo, consciente quizás de semejante futilidad. Se transforma “en hambre de luz, en un viejo retrato sin fecha…”, como sentencia González Luna recordándonos, al estilo de Derek Walcott, que el mar, parecería, no aprende aún a descansar.  

Mármol, por su parte, hace del mar la gran metáfora hogar de un sinfín de cosas: la belleza, la ensoñación, la furia, la injusticia y hasta el poder. Lugar donde el poeta se ha rendido ante el vuelo del océano entregado al azul: Azul es el tamaño de la fascinación./Azul es el calor de la arena de tu pecho./Azul como mi casa de la infancia, enfermo y solo./Azul cielo. Azul mar.  

Adentrarse al mar mítico será, en consecuencia, emprender el camino hacia una Ítaca que hoy pudiese yacer en la infinitud de tres océanos con nombres y apellidos: en el Mar Negro vecino de Crimea, del Cáucaso, y puerta del Egeo alimentado por el Danubio; mar inhóspito según Píndaro y hospitalario de acuerdo con la tradición greco-romana, testigo por lo demás de las más grandes batallas de la antigüedad. El segundo, Mar Blanco para los turcos ―mare nostrum― para la anciana Roma, el Mediterráneo, por supuesto, cuna de vida, camino de sueños según Serrat, penosamente el más contaminado por su alta tasa de hidrocarburos, fue testigo del desarrollo de los egipcios, fenicios, hebreos, griegos y romanos. Y el tercero, el Caribe cosmos inmenso del Walcott que le reconstruye a trazos persiguiendo la razón de ser y los orígenes de la identidad insular: Yo soy el ciego Billi Blue, él, Odiseo, el navegante/a quien el dios del mar volvía loco y quiso destruir…/… Y así mis blues vagan sin rumbo como humo del fuego de aquella guerra,/ porque sin remedio todo se derrumbó, una vez que Aquiles fue ceniza. 

Eso sí, no se ignore que mar siglo XXI es también lar de trágicas migraciones; de Lampedusa, el Canal de la Mona y Gibraltar, espacios anegados de cadáveres no tan azules. Mares reminiscentes de otrora traficantes de humanos, abismo suicida de seres anónimos hechos cifras, y también ejemplo de mar camaleón ―pálido, mejor aún― que en unas cuantas décadas transmutará coloración a causa de los desechos que arrebatan su estampa poética mientras le hieren a muerte regalándole plástico. Mar tragedia, en resumen.   

Casi todo, pues, será azul. Tal como en el ideario de los emperadores chinos que lo vestían para venerar al cielo; como el color sacrificial de los mayas pintados de azul mientras los corazones vivos arrancados de sus víctimas continuaban escupiendo rojo; como el del joven Picasso parisino, lúgubre, “azul del inframundo egipcio donde el artista ‘muere’ y entra montado a caballo en el más allá, en el reino de los muertos” que emulaba el viaje mítico al Hades, según opinaba Jung.  

Ante el ubicuo rostro cerúleo de la contemporaneidad, cabría preguntarse qué será de los tritanópticos, víctimas de la dicromacia azul que les hace incapaces de ver este color a causa de un trastorno congénito de los conos retinianos. Los afectados de dicha condición, desde niños y ante el desconcierto de sus allegados, son incomprendidos por ver el mar de aspecto negro. ¿Qué será de sus corazones despojados del azul? ¿En qué color encontrarán sosiego? ¿Comprenderán al poeta (Mármol, una vez más), cuando dice Azul, azul de mar,/ tan similar al tiento de tu boca en mi otro beso./?    

Arcoíris 

¿Dónde termina el arcoíris, en el alma o en el horizonte? 

Neruda 

Dicen algunos que el azul primario no está presente en el arcoíris; los astrónomos porque entienden el color como refracción dependiente de longitud de ondas y del ángulo solar, factores determinantes en la expresión cromática; los neurofisiólogos gracias a sus conocimientos sobre la sensibilidad de los conos y bastones retinianos; y los astrólogos, que asignaron siete colores a dicho fenómeno meteorológico basados en la simbología (mítica) de aquel número, y no en certeza científica alguna. 

Sobre las andanzas del arcoíris durante la Grecia clásica, todo se trataba de Iris. La diosa mensajera entre el cielo y la Tierra hija de la oceánida Electra a quien se refería Aristóteles cuando afirmaba que este fenómeno constituía una reflexión especial de la luz sobre las nubes formando un ángulo fijo. En Meteorológicos, el estagirita reconocía que el rojo, el verde, y el azul presente en él, contrario a otros tonos, no podían obtenerse a través de mezclas. ¿Asombro ante la pureza de sus significados? ¿Ideario mítico-filosófico, en particular sobre el inviolable azul? Anticipación milenaria de la duda nerudiana quizás, esa que cuestionaba sorprendida ¿Quiénes, (acaso), gritaron de alegría cuando nació el color azul?  

Será más tarde cuando pensadores árabes, persas curiosos, Descartes y el propio Bacon, se preocuparán por la óptica, la refracción y el misterio de esos arcos coloridos hasta la llegada de Newton quien en su Opticks (1704), narrará cómo la descomposición de la luz blanca mediante un prisma termina siendo responsable de todos los colores que aquí nos preocupan. ¿Cuáles son, entonces, los confines del arcoíris que insinuaba Neruda? Los del alma, efectivamente, pienso yo.  

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Jochy Herrera es cardiólogo y ensayista, autor de Pentimentos. Textos sobre arte y literatura (2021, Ediciones Cielonaranja) y coeditor de la revista cultural Plenamar.do.