El carnaval dominicano combina elementos esenciales de nuestro acervo cultural y es, sin lugar a dudas, la celebración popular de mayor tradición y riqueza folclórica de nuestro pueblo. Este evento no se limita a fechas específicas, sino que se mantiene vivo todo el año y es parte fundamental de la economía de determinados sectores. Trazar una línea histórica de esta fiesta popular significa remitirse a los orígenes de nuestra propia identidad. Durante la época colonial, los pobladores de la villa de Santo Domingo tenían por costumbre disfrazarse en días previos a la cuaresma y festejar con bailes, mascaradas y comparsas. Estas celebraciones representaban la versión local de las carnestolendas europeas, con las cuales la iglesia católica ponía en práctica viejas acciones paganas autorizadas por una bula papal. En este sentido, la gran fiesta popular siempre fue concebida como un espacio de exceso y exageración, teniendo siempre presente que este estado es lo contrario al recogimiento y la disciplina necesarias para alcanzar cualquier meta. 

Con el paso del tiempo, estas fiestas fueron adquiriendo particularidades propias de los habitantes locales. Ejemplo de ello es la manera en que nuestro carnaval ha coincidido con las conmemoraciones de efemérides de especial significado como el 27 de febrero, fecha en que se celebra la independencia nacional. Sin duda alguna, el apego a esta celebración puede leerse como una respuesta a los procesos neocoloniales de dependencia y adaptación al empuje capitalista del mercado global. 

Para nuestra gente, el carnaval es parte de un proceso creativo más allá de un simple divertimento lúdico o forma de entretenimiento social. Como bien afirma el gran Dagoberto Tejeda, es una gran fiesta con el potencial de convertirse en una “expresión subversiva y un espacio de reafirmación y resistencia desde donde reforzar nuestra idea de lo que significa la dominicanidad”. Y es que, aunque hablemos de carnaval en singular, es válido recalcar que cuando nos referimos a “carnaval” hay que tomar en cuenta las diferentes manifestaciones carnavalescas de nuestras distintas regiones del país. Cada una de estas fiestas tiene una particularidad y sentido propios, y sirven como elemento de distinción y orgullo para estas comunidades, que se encuentran cada año a principios de marzo en el gran Desfile Nacional de Carnaval, realizado en el Malecón de Santo Domingo.

La República Dominicana se sabe acorralada por influencias externas, y nuestro carnaval debe ser entendido como un instrumento vital para abrazar la identidad y exaltar la diversidad. Debemos asumir el carnaval con sinceridad y orgullo. Un pueblo en carnaval es una representación simbólica y fantástica de la alegría y lo celebramos en toda su dimensión artística, filosófica e ideológica. Nuestro carnaval es único. Independientemente del origen de esta gran fiesta, hoy es una realidad que nuestro carnaval integra formas libres y exalta la creatividad de todos los dominicanos.

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Milagros Germán es la actual ministra de Cultura de la República Dominicana.

Imagen de portada: Roberto Fernández de Castro, cardiólogo y fotógrafo dominicano.