La música urbana es una expresión musical como cualquier otra. El contenido explícitamente sexual de sus letras, o sobre consumo de sustancias ilícitas o incluso lícitas (aunque mal vistas por la propia sociedad que las consume y mantiene su mercado), no son exclusivos del género.

Sin embargo, es esta modalidad de expresión artística surgida del corazón del barrio, la que recibe las mayores críticas en los medios de comunicación tradicionales que, regularmente, hambrientos de atención del público, tergiversan no solo los contenidos del género urbano y cualquier hecho de sus artistas, por sencillo o cotidiano que parezca.

Lo más común entre la gente conservadora es tildar de “vulgar” o escandalosa a este tipo de música, en muchos casos sin ni siquiera detenerse a escucharla. Si la escuchan, movidos por la curiosidad, es muy difícil que la opinión que se forjen haya pasado por un filtro de criticidad, debido a los prejuicios que fueron fomentados por los medios de comunicación tradicionales. 

No obstante, sería injusto decir que el rechazo hacia la música urbana es producto de una manipulación mediática (al menos no únicamente). Dicho repudio tiene una base más profunda, una concepción que está implantada en la psiquis de toda una sociedad, pero que solo en algunos grupos despierta una alarma frente al tipo de contenido que contiene la música urbana.

Pero entonces ¿cuál es ese contenido? ¿Una Tokischa bailando sugerentemente mientras canta sobre sexo de forma explícita? ¿Un Rochy que baila y bebe alcohol en un barrio con un grupo de jóvenes, entre los cuales hay chicas bailando también de manera sugerente, cantando sobre cómo obtuvo dinero? ¿Un Farruko cantando sobre consumir drogas en una discoteca sin preocuparse? ¿Es ese el contenido general de la música urbana? 

Podemos decir que sí. ¿Significa eso que es mala, horrible, un crimen contra los buenos valores de una sociedad “sana” como la dominicana?  Podemos decir que sí y no.

Si tratamos de analizar la música urbana cona la visión de la sociedad conservadora, que mide la pureza y la bondad a través de los actos relacionados al propio cuerpo, en especial aquellos que se relacionan con la sexualidad, entonces la música urbana es una bomba atómica que amenaza con destruir todo lo que se considera moral y buenos valores.

Al no existir en el segmento conservador de la sociedad pensamiento crítico, en su visión “perfecta” de un mundo limpio y puro, cualquier persona “expuesta” a los contenidos de las letras de El Alfa o de Tokischa estará “dañada” casi de forma inmediata. Por lo tanto, explicando la respuesta a la última pregunta: sí, la música urbana es todas esas cosas dentro del imaginario del conservadurismo dominicano. 

Pero la respuesta también es: no, porque el hecho de que sea la visión de una parte de la sociedad, la más conservadora, no constituye una realidad transversal y absoluta que represente la cotidianidad y los hechos cómo son.

La verdad es que música urbana es y será toda expresión musical marginada, rechazada por quienes deciden marcar los límites morales de la sociedad en general. La música urbana fue en un momento el merengue, que debió ser “limpiado” para su aceptación por la clase alta, porque el merengue en su pura expresión y, por la manera como se bailaba, resultaba “vulgar, “repulsivo” e “inmoral”. El mismo género que años después desbordaría popularidad y aceptación de forma generalizada en el país y en la región. Lo mismo sucedió con la bachata: era la música que escuchaban las personas de “reputación dudosa”, de “valores cuestionables”, de “escasa educación”, y sin embargo es hoy (junto al merengue) un género popular adorado por millones de personas en la República Dominicana y en el mundo hispanoparlante. 

Pero esa aceptación no se da de la noche a la mañana, y la clase que pone el punto final sobre lo que está bien o está mal, no cede de forma fácil, y siempre se resiste. En el caso específico de la música urbana, ésta no tiene necesidad de tal aceptación hoy día. Esa lucha la fue ganando desde hace más de veinte años. Empero, ¿por qué en sociedades como la dominicana o la colombiana sigue siendo objeto de escándalo y crítica? No existe una respuesta simple para esa pregunta, pero sí presunciones complejas de una mente simple como la de una servidora: la clase conservadora se rehúsa a asimilar la música urbana porque le recuerda todo lo que desearía que no existiera. Y para explicar eso solo tenemos que decir un nombre: Tokischa. 

Una joven mujer negra, pobre, segura de su sexualidad hasta el punto de aprovecharse de la cosificación inevitable que sufre por ser “fémina” en el patriarcado. Pero, sobre todo, es ese último asunto el que irrita y destroza al conservadurismo. Para los conservadores, no sólo es inaceptable observar cómo una “cosa”, un “objeto” que debe ser para el consumo sexual y/o de cuidado, que es una mujer, y sobre todo una negra (cuya hipersexualización siempre ha estado y estará presente en su vida, gracias a la herencia del colonialismo y su visión deshumanizante de los esclavos) se revele ante los esquemas que se imponen sobre ella. No le perdona que, en libertad, por un empoderamiento personal o simplemente una jugada en el mercado justamente para humillar al mercado (aunque sea con la intención de una remuneración económica) se adueñe de su sexualidad y de su cuerpo como sujeta, y decida cómo proyectar su sensualidad. 

En buen español dominicano moderno, Tokischa “es el final”, y “pariguayos” toditos los que fingen que no les gusta solo por encajar en un mundo que ya no existe y nunca existió más allá del ideario conservador. 

Esto lo expreso desde la experiencia, no con la música de Tokischa, pero sí con otros artistas urbanos, de los cuales habría deseado escuchar de manera abierta y desprejuiciada su música desde toda la vida, y no tan solo en el comienzo de la adultez. A partir de mi propia visión de joven adulta observo toda la identidad y la libertad que me han sido robadas. Uno de los argumentos de la clase conservadora es que esta música corrompe a los menores de edad. Excluir del ámbito público esa música con la excusa de que no es apta para menores, es tan lógico cómo prohibir el alcohol porque los menores se ven expuestos a esta bebida. Se argumenta que existe un control de edad para evitar su consumo en menores y que las cervecerías y las licorerías no pueden ser responsables por los menores, que es tarea que corresponde a los padres o tutores. A esto respondo:precisamente, no es responsabilidad de nadie más que del Estado y los tutores, el cuidado y la protección de los menores de edad. No es labor de los artistas urbanos cuidar de lo que escuchan o no escuchan los menores de edad.

Otro argumento es que la música urbana resulta contraria a las mujeres, por ciertos contenidos misóginos. En verdad, con este punto de vista deslegitiman la opinión de las propias mujeres sobre las canciones que nosotras sí encontramos ofensivas (porque, al final, somos las mujeres las que podemos entender mejor lo que es bueno o no para la mujer, no aquellas personas que no lo son, evidentemente). Pero, además, no se toma en cuenta o se invisibiliza totalmente la existencia del “consentimiento” y la capacidad que tenemos las mujeres para otorgarlo no solo a personas, sino a experiencias. 

Los artistas crean, sienten, y sus sentimientos y creaciones no son hermosas u horribles. Se trata de apreciar las obras a través del sentir, incluso si no nos gusta ese sentimiento. Incluso si nos causa repulsa o nos aburre, continúa siendo arte. Para el arte no se pueden exigir condiciones que el artista no pudiese exigir a quien se expone ante su arte. ¿O acaso un artista puede exigir un sentimiento en específico hacia su obra de quien la observe o escuche? ¿Puede pedirle que sonría ante ella? ¿Que llore? ¿O que ría? 

El arte simplemente es. El género urbano es. Hay que llamar las cosas como son: el rechazo hacia la música urbana en verdad significa clasismo, racismo, aporofobia y misoginia, principalmente en una generación que desea vivir en un pasado que existió solo en su mente. 

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Ana T. Olivo Durán nació en Santo Domingo, Distrito Nacional. Estudió filosofía en el Instituto Superior Pedro Francisco Bonó. Se define como una filósofa feminista interseccional.