Cuando en octubre de 2021 inauguramos en Kyiv la primera Bienal de Ucrania de Arte de los Nuevos Medios Digitales, con el apoyo de la Embajada de España, los artistas españoles e internacionales que había invitado a participar me recalcaron acerca de la europeidad de esta capital cosmopolita que desconocían y que les había sorprendido. 

Por otra parte, cuando preguntaba a conocidos, amigos, personas de la calle o a artistas ucranianos por qué hablaban entre ellos en ruso y no en ucraniano, o por qué se dirigían a mí en ruso, cuando el ucraniano era mi lengua materna, una dicotomía que a mi modo de ver daba alas al imperialismo étnico de Rusia para inferir que los ucranianos debían de ser rusos porque hablan ruso, respondían que era por hábito, por no mencionar también los trescientos años de rusificación de Ucrania. 

¿Quería esto decir que el idioma ruso, fuente de tantos “culturicidios”, debe someterse a una especie de abstracción colectiva? ¿No sería este un buen momento, por otro lado, para pensar en abrir un Instituto Cervantes en Kyiv y sustituir al de Moscú, antes de que Putin ordene su cierre, y de este modo permitir que los ucranianos aprendan otro segundo idioma que no sea el del ocupante ruso? 

Todas las guerras comienzan por la polarización y la perversión del lenguaje, aunque no mediante un proceso automático, sino que requiere de una transversalidad que permita suplantar los procesos mentales de los pueblos mediante diferentes grados de imposición. Por más que una parte de los ucranianos hablen en ruso, son étnicamente ucranianos y se sienten plenamente ciudadanos ucranianos y Putin ha conseguido en este año de inmoral invasión lo que Rusia ha estado intentado destruir durante siglos, que es congregar la hegemonía de la nación ucraniana en torno a su lengua y a su identidad cultural y permitir que su diferenciación adquiera tintes épicos. 

La perversidad de esta guerra encuentra su principal nudo gordiano en el trasquilamiento de la narración y en cómo se utiliza para no afectar al entramado de las desacertadas relaciones urdidas a lo largo de estos últimos veinte años, ya sea el maquillaje de la historia por parte de Rusia como antídoto para no querer entender y aceptar su terrible pasado y traduciendo el presente en propagandas colonialistas supresoras de la verdad, o la tibieza de algunos países europeos con su dialéctica de la doble negación, e incluso la impotencia de Ucrania para hacer ver al mundo que la hoja de ruta del Kremlin no tiene otra intención que el expansionismo militar e ideológico desde Vladivostok hasta Lisboa. 

Con esta guerra, la palabra equidistancia ha mutado de sinónimo de imparcialidad y neutralidad a los de indiferencia e insensibilidad. ¿Qué razón fundamentalista y bipolar impulsa a no apoyar plenamente a Ucrania ante el siniestro plan de destrucción masiva que perpetra Putin? La complacencia velada con el ex liquidador de la KGB y hoy dictador ruso, mediante ese mantra escolar de negociación, diplomacia y paz, inclina la balanza a una “Pax Putiniana” que sólo sirve de cortina de humo al genocidio que Rusia perpetra en Ucrania. 

Si antes se promovían manifestaciones multitudinarias en contra de la guerra en apoyo de Irak, ¿por qué no vemos ninguna en favor de Ucrania en su defensa de la libertad y la democracia de toda Europa? ¿Dónde están los pacifistas y su NO a la guerra que se manifestaban durante la guerra de Irak, cuando ahora Rusia amenaza al mundo con un ataque nuclear? ¿Dónde está Greta Thunberg y su lucha contra el cambio climático, encabezando manifestaciones para denunciar las nefastas consecuencias de los indiscriminados bombardeos y uso de toda clase de armamento, incluido el químico, por parte de Rusia en territorio de Ucrania y que está causando un serio deterioro medioambiental? ¿Dónde están los activistas del 1,5 lanzando ketchup sobre el cuadro “Composición VI” de Vassili Kandinsky en el Hermitage de San Petersburgo, o sangre artificial en el Kremlin y en los consulados y embajadas rusas? 

Sólo vemos a unos pocos realizando acciones e insistiendo en las redes, incordiando a muchos porque hacen recordatorio de que hay una guerra monstruosa e innecesaria contra una población civil desprotegida. Parece haberse olvidado que al fin y al cabo esta guerra nos afecta a todos y si aún no lo ha hecho sin duda lo hará pronto. A fin de cuentas, para tranquilizarse y lavarse la conciencia, muchos también podrán culpar de la guerra a la OTAN, a los EEUU y a los ucranianos, pero no a la criminal invasión rusa y a la propaganda del Kremlin, cuyos embustes parecen tragarse como si se tratara de una píldora contra la verdad, para no ver ni sentir el cruel drama que ha acampado muy cerca de aquí y donde sus habitantes mueren como perros, padecen hambre y frío y sufren toda clase de calamidades, todo por resistirse a no ser “salvados” por aquellos que solo anhelan su exterminio y a borrar su identidad de la faz de la tierra. Nunca como hoy en la historia de nuestra civilización mentir ha salido tan barato para unos, los tiranos de siempre, y tan oneroso para otros, los desheredados de siempre. 

El historiador Timothy Snyder contrapone en su libro The Road to Unfreedom (El camino hacia la no-libertad, 2018) la política de la inevitabilidad a la política de la eternidad. “Los políticos de la inevitabilidad enseñan que los detalles del pasado son irrelevantes, ya que todo lo que sucede es solo agua para el molino del progreso. Los políticos de la eternidad fabrican crisis y manipulan la emoción resultante, y para distraerse de su incapacidad o falta de voluntad para reformarse, los políticos de la eternidad instruyen a sus ciudadanos para que experimenten euforia e indignación a intervalos breves, ahogando el futuro en el presente.” 

Afilando las sierras. Autor: Oleksandr Bohomazov

Putin y sus prosélitos utilizan un lenguaje mendaz basado en el método Orwelliano de tergiversar el sentido de su propio fascismo y de hacer la guerra en nombre de una inexistente hermandad racial; en nombre del inventado nazismo de un gobierno ucraniano elegido democráticamente; del inexistente genocidio de rusos en territorio de Ucrania para justificar los atroces crímenes de guerra de Rusia; de la censura de la libertad de expresión, cuando los ruso-parlantes en Ucrania poseen mayor libertad que los propios rusos en Rusia y hasta pueden ser elegidos presidentes como Zelensky, de ascendencia rusa y judía; o degradando el sentido del Holodomor (hambruna artificial estalinista que mató a 7 millones de ucranianos y que ahora Rusia quiere revalidar destruyendo las tierras de cultivo e impidiendo la siembra, cosecha y exportación de cereales), o diluyendo la memoria del Holocausto en meros detalles irrelevantes del pasado. 

Quienes sostienen que apartar en estos momentos a la cultura rusa del mundo civilizado es un acto autoritario se equivocan de enemigo. Se podrá argumentar que no todo el pueblo ruso está a favor de la guerra y que hay que separarla de la cultura porque un boicot a su cultura representaría un acto de “rusofobia”, cuando esta aseveración es igual de censurable a la de justificar que alguien se pusiera a premiar y loar a la cultura alemana durante la expansión de la barbarie nazi durante la II Guerra Mundial, un posicionamiento que ahora solo se podría entender como fruto del desconocimiento de la Historia o de una calculada y tendenciosa ambigüedad.

La única acción dictatorial es la que ejerce el colonialismo cultural ruso sobre el mundo y particularmente sobre Ucrania, tratando de cancelar su cultura, su lengua y a su población. En todo caso, se trata de un acto de desagravio y justicia, por medio de un ejercicio de realpolitik instructiva, para evidenciar la cultura del terror que promueve Rusia y permitir que la población rusa tome conciencia sobre el genocidio que Putin y su círculo más íntimo están realizando en Ucrania y que al menos padezcan el escarnio por su silencio cómplice, o apoyo a un cruel déspota. No se trata de “rusofobia”, sino de implementar una sanadora “ucraniofilia”, para favorecer la descolonización cultural y geopolítica que Ucrania padece desde hace siglos por parte del despotismo ilustrado ruso que ha tiranizado y deshumanizado al pueblo ucraniano. La asfixiante opresión cultural rusa priva a Ucrania de ser conocida y reconocida como una nación independiente y soberana, con una cultura propia y diversa, muy diferente a la rusa. 

En contrapartida a los despropósitos rusos, los ucranianos, haciendo uso de un proverbial humor mordaz para defenderse de las invectivas rusas, han creado una nueva palabra para definir a la Rusia del necrófago Putin: Pашизм o Ruscismo (un acrónimo de Rusia, racismo, fascismo y nacionalismo) para definir la cruel maquinaria bélica que martiriza día tras día a Ucrania. Han aprovechado esta trágica situación para desencadenar un astuto juego semiótico con los rusos, dándole a sus palabras significados que los rusos jamás comprenderían ya que no entienden el ucraniano y que aprovechan en su favor para descubrir a los saboteadores infiltrados en la sociedad civil ucraniana, haciéndoles decir a los sospechosos la palabra palyanytsya, nombre de un pan tradicional ucraniano que ningún ruso puede pronunciar correctamente porque no hay sonidos suaves en ruso. Por lo tanto, palabras como palyanytsya o nysenitnytsya (despropósito) los rusos las entenderán como “fresa”, la primera, y la segunda será para ellos casi indescriptible. También resulta semánticamente destacable las innovaciones filológicas que ha aparejado esta guerra en la que los ucranianos y observadores internacionales denominan “orcos” a los soldados rusos, esos monstruos antropomorfos que aparecen en las obras del escritor J. R. R. Tolkien y vienen de Mordor, que etimológicamente tiene sus raíces en el verbo morduvate (asesinato en ucraniano) y mordva en referencia a Mordovia, territorio ruso célebre por sus campos de concentración estalinistas, donde pereció gran parte de la intelligentzia ucraniana.

El efecto positivo de esta guerra perversa radica en que la propaganda sobre una quimérica “desnazificación” de Ucrania, como parte del dimorfismo del pensamiento ruso, se ha metamorfoseado en que ahora los ucranianos “desrusificarán” Ucrania y en lo esperable “desmilitarizarán”, si nos es que también “desestalinizan” a Rusia. 

La deformación del lenguaje para doblegarlo en una herramienta ideológica al servicio de líderes mitómanos como Putin, sirve de dogma para fabular una historia falsificada. El lenguaje político totalitario está diseñado para que las falacias parezcan verdades y los crímenes de guerra y de lesa humanidad una acción loable. Mediante este sofisma, Rusia califica su matanza terrorista a gran escala en Ucrania de “intervención militar limitada”, pero tras sus fracasos militares dice que ha pasado a una nueva fase de “destrucción constructiva”. Aflora la manipulación del lenguaje de la época soviética, de la que el pueblo ruso no ha querido hacer una revisión histórica de conocimiento y arrepentimiento para que las atrocidades que cometieron en nombre de la dictadura del proletariado y la cultura de la muerte no quedasen impunes ni se volviesen a repetir. No está de más recordarle al desmemoriado pueblo ruso, como hace poco lo recalcó Dmytro Kuleba, Ministro de Exteriores de Ucrania, que “el pueblo ruso comparte la responsabilidad de los crímenes que está cometiendo Putin”, frase que nos recuerda las palabras acusatorias vertidas por los fiscales soviéticos (rusos) en el Juicio de Nuremberg: “Todos los alemanes son culpables de los crímenes de Alemania junto con el gobierno del país, porque eligieron y no detuvieron a su gobierno cuando cometió crímenes contra la humanidad.” 

El gobierno de Rusia y sus medios de propaganda, que están llevando su fanatismo nacionalista a unos extremos propios de movimientos totalitarios y terroristas, ha programado, mediante un manual oficial, una estrategia de tierra arrasada y exterminio completo de la nación ucraniana. Puesto que, como ya abogaban los zares, al igual que las autoridades soviéticas, la lengua y cultura ucraniana “nunca existió, no existe y no puede existir”, es un desesperado intento de manipulación que los rusos llevan siglos tratando de imponer para deslegitimar la verdad histórica y de esta forma conseguir, por medio de cualquier argucia, la abolición de Ucrania mediante la quimera de que Ucrania es una creación de Rusia. 

Cuando en la capital Kyiv, fundada en los años 60-70 DC, ya brillaban sus catedrales, en Moscú, que fue fundada en 1147, más de mil años después, solo había barro y bosque. Las mentiras de Putin no solo son contra Ucrania y el mundo, sino contra el tiempo. 

Obra perteneciente a la exposición En el ojo del huracán. Vanguardia en Ucrania, 1900-1930

Sirva como ejemplo el espeluznante artículo, que bordea el delirio, publicado el 3 de abril de 2022 por Timofey Sergeytsev, propagandista vinculado estrechamente al Kremlin, bajo el título de “Qué debe hacer Rusia con Ucrania” y que puede ser calificado como una especie de resumen del Mein Kampf de Adolf Hitler. En este panfleto, su autor elabora un plan detallado para la erradicación total de Ucrania y de los ucranianos mediante la anexión del país a Rusia, tribunales express, sentencias de muerte, trabajos forzados, masacres de militares y civiles como las del bosque Katyn o la matanza de Babi Yar, la prohibición de toda referencia a la cultura e idioma ucraniano e incluso propone prohibir el nombre de Ucrania como país y un proceso de “desucranización”, añadiendo a su infame pasquín que después de conseguir todos estos objetivos, hay que establecer en Ucrania una larga dictadura, dado que se trata de una nación artificial antirrusa cuya democracia y anhelo de libertad representa para Rusia una enorme amenaza. O repasar la advertencia del propio director del Museo Hermitage, Mikhail Piotrovsky, en un claro aviso de navegantes para aquellos equidistantes en Occidente que todavía apoyan a Putin y a la cultura rusa, quien declaró que “nadie puede interferir con nuestra ofensiva”, comparando la exportación de arte y cultura rusa en todo el mundo con la guerra genocida de Rusia contra la población civil ucraniana. 

Cuesta creer que todavía haya numerosas voces, especialmente entre los occidentales, que piden la separación de la cultura rusa de lo que llaman “la agresión de Putin”. Esta declaración no solo infantiliza a toda la sociedad rusa y re-dirige la culpa del belicismo a una sola persona, sino que también, a mayor escala, parece ignorar por completo el hecho de que precisamente Pushkin y Tolstoi, entre otros muchos intelectuales y escritores rusos del pasado y contemporáneos, como los premios Nobel de Literatura Joseph Brodsky y Aleksandr Solzhenitsyn, intoxicados por el veneno del chovinismo ruso que les hizo escribir “elogios de la carnicería” y su poesía fuese una “aliada de los verdugos”, han sido y son férreos promotores del mito imperial ruso y de las guerras coloniales y con sus palabras abrieron camino a la actual política de exterminio de Ucrania. 

Rusia ha desvelado finalmente su verdadera esencia y se ha convertido en el epicentro de la Internacional Fascista, donde se rinde culto, con toda su parafernalia simbólica, al ídolo esquizo-fascista Putin. Para su amoral concepto del mundo Ucrania, al independizarse hace treinta años y convertirse en un país moderno y democrático, abraza un acto de “nazificación” que debe ser suprimido por todos los medios, ya que supone un peligro para Rusia al no querer los ucranianos ser convertidos en rusos. 

No solo ha fallado el Kremlin en sus arrogantes previsiones de apropiarse de Ucrania en dos días, pero también lo han hecho los que viven en su interregno personal, como el lingüista Noam Chomsky, que sostiene ufanamente que Ucrania debe someterse y hacer concesiones a las demandas rusas, o el director de cine Oliver Stone, que afirma sin sonrojarse que en occidente tenemos una imagen distorsionada de Putin, que no es un nuevo Hitler y Stalin sino que en realidad es un buen hijo de su país que quiere proteger a su pueblo. 

Otra de las serpenteantes figuras de la retórica lingüística la encontramos en las palabras altisonantes y viajes a Kyiv de los representantes de la Unión Europea y en su pueril y humillante propuesta, dada su impotencia para intervenir y poner fin a la guerra, de ceder territorios de Ucrania a Rusia para no ofender demasiado al hombrecillo demente con delirios de grandeza y no tener que brindar el apoyo militar que Ucrania precisa, no solo para defenderse de la agresión rusa, sino para defender a las democracias europeas, que de modo alarmante algunas solo miran de salvaguardar sus propios intereses, en especial por parte del conservadurismo europeo, cada vez más fagocitado por el ala autócrata de la extrema derecha y con ello reforzando la intimidación de las posturas maximalistas y neo-fascistas de RasPutin. Aunque por mor de otra contradicción entre lenguaje y pensamiento, la dependencia del gas y del petróleo ruso quizás cesen por arte del revanchismo ruso y no por un acto consecuente de la política europea ante la belicosidad del Kremlin mientras que, paradójicamente, es la esfera anglosajona la que está permitiendo a Ucrania desmoronar los anhelos colonialistas de Rusia, una exhortación para aquellos que critican el acercamiento ulterior de Ucrania a los EEUU y no a la UE, proporcionándole las armas necesarias para lograr esa victoria que de alguna manera ya es suya. 

Ucrania otra vez se enfrenta sola a la Bestia, como tantas otras veces ha sucedido en su historia y en algunos casos incluso la culpabilizan de su violación, urdiendo excusas para no reconocer que invadir Ucrania equivale a invadir Europa y entrando en ese volátil terreno de vaciar de contenido su legitimidad a Ser y Existir mediante la técnica de la inversión de las variantes.

No obstante, Ucrania debe ganar esta guerra y es importante que la gane por muchas razones, además de las morales, éticas y de supervivencia, pero sobre todo para que mediante su victoria prevalezca el imperio de la razón, para que Rusia deje de ser un constante azote para las democracias de la región y no de pábulo a otras dictaduras a copiar su modelo expansionista y en definitiva para que Ucrania consiga una paz duradera que le permita salvaguardar a su población y su territorio, reconstruir sus ciudades y pueblos y proteger a su cultura de la nepotista ideología rusa. Pase lo que pase, Rusia no solo ya ha perdido la guerra semántica pero también será vencida en la del plomo, dado que su aventurerismo imperialista, anclado en un pasado extemporáneo, ha quedado seriamente comprometido y mermado. 

El día después de esta guerra, que para Ucrania significará no solo una brillante victoria sino que tendrá que lidiar con la reconstrucción material del país y la recuperación de la psique de sus habitantes, se comenzará a celebrar en todo el mundo como el de la derrota de los fascismos totalitarios y a partir de ese momento Rusia deberá aprender a convivir y a no imponer su brutal voluntad como único camino de diálogo, si es que quiere formar parte de la civilización y no descomponerse como la URSS. Pero este camino pedagógico será arduo, dado que Rusia es una sociedad falsaria y cleptómana, cautiva de sus propias ficciones, y la mayor parte de lo que enarbola como cultura propia es apropiada, o revulsiva contra la modernidad, como “¿Qué es el arte?”, el panfleto eurófobo afín a los escritos de Goebbels que se proclama la obra capital del escritor ruso León Tolstoi. Otro ejemplo de ello son célebres escritores que los rusos han hecho pasar como propios, como Chejov o Gogol, que nacieron en Ucrania. Incluso la famosa sopa de remolacha borscht es de origen ucraniano. 

En consecuencia, la andrómina acerca de la tan vanagloriada gran cultura rusa se puede resumir en la metáfora de las matrioshkas, esas muñecas huecas de diversos diseños y tamaños que en su interior acomodan a otra muñeca. A cada muñeca que se destapa mayor es la mentira rusa que se descubre, como la del verdadero origen de este trompe-loeil lúdico y deconstructivo, que pertenece en realidad a la excelsa cultura nipona. 

A pesar del distanciamiento objetal y de las defensas psíquicas para olvidarnos de lo que no nos agrada, la guerra de Rusia contra Ucrania continúa desde hace un año, y a pesar de las excusas, sorprende la pasividad en torno a la limpieza étnica de Rusia contra la población ucraniana, que hace que uno quiera entender, y que al mismo tiempo se pregunte, por qué el mundo no se rebela contra los crímenes de lesa humanidad que se comenten a diario por parte de Rusia bajo las narices de todo el mundo. 

Hace un año, el cinismo, la crueldad y la traición de Rusia conmocionaron al mundo entero. La invasión rusa de Ucrania es una crisis existencial y un desafío directo al orden de seguridad internacional. Lo que está en juego no es solo Ucrania, sino el futuro de la seguridad europea.

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Iury Lech, poeta y traductor, artista transdisciplinar ucraniano/español que ha desarrollado su creatividad en el ámbito del videoarte musical y la literatura. Su estilo inclasificable y vanguardista ha creado una serie de atmósferas misteriosas, estructuras arrítmicas e hipnóticos paisajes sonoros. Autor de Breviario de furor, De sicalipsis y peces mudos, Eneen, y otros.

En portada: Obra perteneciente a la exposición En el ojo del huracán. Vanguardia en Ucrania, 1900-1930. Museo Thyssen, Madrid.