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Santiago de los Caballeros –fundada tan temprano como 1495– es el Primer Santiago de América. Santiago es la segunda ciudad más importante de la República Dominicana –y, para muchos, la primera. Santiago es La Ciudad Corazón. Santiago es la metrópoli más importante de la región central del país. Santiago es un eje cultural e industrial, hotelero y gastronómico, museístico y pleno de espacios verdes y sitios de entretenimiento. Santiago es su gente, su fertilidad, su historia. Pero todo ese “ser Santiago” se condensa en una simple tautología que todos damos por hecho, como verdad de a puño y lugar común: Santiago es Santiago.

Fernando Cabrera lo manifiesta más contundentemente: es una “tierra que enamora”, que posee “la peculiaridad de estar situada donde las Américas se encuentran, entre los trópicos, con su antillanía enhiesta, isla adentro, equidistante del océano Atlántico y del mar Caribe” dice: “marca con sello indeleble el alma de quienes la miran”. Quien va de paso repara en que su espíritu no va a salir indemne, y “cuando la habitas, su bucólica y romántica atmósfera se queda en ti para siempre”, pues “sobre el paradisíaco entorno que doquiera brinda una naturaleza aguerrida y diversa, seduce su cultura fuertemente vernácula; conmueven los olores, sabores y humores de su bravía identidad”.

El dossier de este número de junio no sólo contiene ese estupendo y abarcador trabajo de Cabrera, sino que incluye palabras escritas y pronunciadas por una de las mujeres más destacas de Santiago y de la sociedad dominicana: María Amalia León, presidenta de la Fundación Eduardo León Jimenes y directora general del Centro cultural León. Su discurso nos provee de una definición complementaria: Santiago es el palpitante corazón de un país.

Y, dado que dimos entre sus calificativos que Santiago es su gente, convocamos a Edwin Espinal Hernández, expresidente del Instituto Dominicano de Genealogía y escritor consumado, para que redactase un vistazo a la genealogía santiaguera. El conjunto se termina de perfilar con la conversación directa que sostuvo Jochy Herrera con una personalidad capital para el arte y la cultura de (y desde) la provincia: el músico Rafelito Mirabal. Múltiples imágenes de fotógrafos prominentes incluidas aquí permiten al lector captar la esencia de dicha ciudad, sístole y diástole de la nación.

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Este 2025, el 27 de enero, se ha cumplido el 80° aniversario de la liberación del campo de exterminio de Auschwitz-Birkenau. Los nazis mataron a unos 6 millones de judíos europeos durante el holocausto. Se estima que 1,1 millones de personas, en su mayoría judíos, fueron asesinadas en Auschwitz-Birkenau. Es imposible pasar por alto esta oscura efeméride. Es imposible olvidar sin hacer algo para que nunca se repita. Aquí incluimos un fecundo intercambio entre Ariosto Antonio D’Meza y el doctor Tomás Kraus, director del Instituto Iniciativa Terezín –un campo de concentración nazi atípico, ubicado en la antigua fortaleza militar de Terezín, en la actual República Checa–, representante del American Jewish Committee en la República Checa e hijo de un sobreviviente de Auschwitz. Cada palabra vertida en este diálogo busca rescatar no solo los hechos, sino también el alma que se resistió a ser aniquilada. “Plenamar invita al lector a sumergirse en esta entrevista que no es solo testimonio, sino también un acto de resistencia: una conversación que atraviesa la historia, el dolor y la esperanza, en tiempos donde recordar no es un lujo, sino una forma de justicia”, subraya nuestro autor, provisto de imágenes de Auschwitz como era ayer y es hoy.

Pero ahí no queda. El horror precisa más, para aliviarse. Cuando Theodor Adorno plasmara en Dialéctica negativa (1966) que “…escribir un poema después de Auschwitz es una barbaridad, y eso afecta también a la conciencia de por qué se ha hecho imposible hoy escribir poemas” –dictum que fuera reforzado por Primo Levi, por Günter Grass y por otros– la poesía parecía de espaldas a la pared y con los ojos vendados. Pero el poema supo remontar, derribar el muro del silencio sólido y, libérrimo, cantar, contar, decir de nuevo. Por ejemplo, a través del norteamericano Jerome Rothenberg (1931-2024), de origen judío, prominente creador de la Etnopoética. De su extensa obra, dos poemas (en versión castellana de León Félix Batista), demuestran que sí ha sido posible escribir poesía –notable y mucha– después de Auschwitz. Baste citar dos versos de Rothenberg que subrayan el propósito:

su feroz deseo de belleza debe hacer un poema

 tan feo que llegue a acallar las otras voces

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La poesía se expande de manera fresca en estas páginas de bits con sendas composiciones de Marie Howe –quien acaba de recibir el premio Pulitzer de Poesía 2025 por su libro New and Selected Poems–, en soberbias traducciones del escritor peruano Raúl Soto. Pero, aparte, la Plenamar de junio además propone un ensayo analítico de la académica y escritora Karina Castillo que vincula las poéticas del cubano Nicolás Guillén y el afroamericano Langston Hughes. También el propio D’Meza desarrolla en la sección Cine el tema la semiótica de la música como elemento de la dramaturgia cinematográfica. Y ocurre el cierre (con su tercera parte) de la entrevista hasta ahora inédita que realizara Juan Manuel Prida Busto al Poeta Nacional Pedro Mir hace más de 30 años.

Imagen en portada, créditos: “Chichigua”, de Narciso Polanco