El ministro de Cultura saliente, arquitecto Eduardo Selman, acaba de adoptar una decisión controversial y delicada, negadora de una tradición democrática y pluralista: eliminar el nombre del poeta e intelectual Enriquillo Sánchez Mulet, asignado al auditorio del ministerio, y por razones de preeminencia designarlo con el nombre del profesor Juan Bosch, cuentista, intelectual y político, también fallecido.
Juan Bosch es un incuestionable personaje de la democracia dominicana, expresidente de la República, destacado cuentista, y un político de grandes hazañas y fundador del Partido de la Liberación Dominicana. Un aeropuerto internacional lleva su nombre, el principal puente del país, entre el sur y el este, lleva su nombre, y escuelas, avenidas, barrios, bibliotecas y muchas otras obras llevan también su nombre.
Enriquillo Sánchez Mulet es un poeta, novelista, intelectual y periodista dominicano ido a destiempo. Nació el 25 de agosto de 1947 y falleció a los 57 años, el 13 de julio de 2004. Sus grandes cualidades de editor de suplementos críticos y literarios, como Palotes, y como articulista, son bien conocidas. Su dimensión como poeta, miembro de una generación innovadora, está sobradamente establecida. Sin embargo, no hay una calle, una escuela, un centro cultural que lleve su nombre, salvo el Auditorio del Ministerio de Cultura, que el ministro saliente acaba de borrar de un solo plumazo, al estilo en que el constructor del edificio que ocupa dicha cartera destruía vidas y reputaciones. Recuérdese la edificación donde está el auditorio de referencia, fue precisamente el local principal del Partido Dominicano, que sustentaba políticamente la dictadura de Rafael L. Trujillo.
El malestar que ha generado esta decisión no sólo afecta a los deudos de Enriquillo Sánchez, su madre, su viuda, sus hijos, y sus amigos más íntimos, sino que ha impactado terriblemente a los escritores, poetas e intelectuales del país, porque la decisión forma parte de un modo de vivir y de conducir los destinos del país: la relevancia de Juan Bosch es mayor que la de Enriquillo, y por tanto, hay que darle el nombre de Bosch a todo lo que tenga nombres que no estén en la misma dimensión que el político que admira el señor ministro de Cultura.
Hace 16 años que ese Auditorio lleva el nombre de Enriquillo Sánchez. Fue un homenaje mínimo a un intelectual de renombre. Enriquillo fue crítico, pero además fue un creador, impulsor de proyectos culturales. Son muchas las historias que se pueden contar de este hombre ameno, cumbanchero, tertuliante, esencialmente humano y poético. Don Juan Bosch no era amigo del culto a la personalidad. Fue un político honrado, que jamás hubiese aprovechado el poder para alcanzar renombre, o que su nombre brillara sobre los nombres de otros hombres muertos. Esa actitud jamás la aceptaría el profesor Juan Bosch. Y menos la hubiese acogido si la víctima fuera Enriquillo Sánchez Mulet, el escritor, el poeta, el muchacho a quien tanto quiso y de quien en una ocasión afirmó era el mejor escritor de su época.
El arquitecto Eduardo Selman quitó la fotografía de Enriquillo Sánchez Mulet del auditorio y colocó una de Juan Bosch, para que antes de dejar la posición de ministro de Cultura quedara como un legado indeleble suyo, “porque Juan Bosch era más importante que Enriquillo Sánchez”. Corresponderá a las nuevas autoridades de dicho ministerio reponer el nombre de Enriquillo Sánchez al importante espacio. La familia Sánchez Mulet tiene tradición. Don Julio Aníbal Sánchez, el padre de Enriquillo, era descendiente directo del padre de la Patria, Francisco del Rosario Sánchez, y por tanto Enriquillo era tataranieto del patricio.
Es lamentable que un ministerio de tan baja eficacia, y con tantas deudas con el país por sus deficiencias y yerros, termine la gestión gubernamental enterrando más el potencial de su honor y reconocimiento, apropiándose del nombre de Juan Bosch para cometer una injusticia contra un fallecido y contra sus familiares, incluyendo sus hijos que están observando lo que ocurre con el nombre de su padre. A Juan Bosch lo convierten en un objeto de uso múltiple, con fines políticos partidistas, al mismo tiempo que niegan todos sus principios y valores.
Plenamar aboga por el restablecimiento del nombre de Enriquillo Sánchez Mulet al auditorio del Ministerio de Cultura.