Entrar en una bienal no es solo visitar una exposición: es atravesar un campo ritual donde el arte ejerce un rol como catalizador de memorias y de posibles caminos. Este recorrido por la Bienal de São Paulo es una invitación a habitar el arte como espacio de transformación y tal vez encontrar las respuestas que estamos buscando o encontrar aún más preguntas relevantes.
En mi sueño, de algunas noches atrás, me encontraba en una fiesta ceremonial con chocolate sagrado y danza entre artistas. Despertando de él, durante el día siguiente, me vi entrelazada con los personajes que poblaron mi inconsciente mientras dormía y entre aquello que mi experiencia corpórea visitando la Bienal de São Paulo me traía como alimento y vivencia. Así, como diría Carl Gustav Jung durante sus experimentos personales con el inconsciente (1): mi ser, sin que yo lo supiera, ya estaba buscando la comunión entre el espíritu de la profundidad y el espíritu del tiempo; entre el mundo interno y el mundo externo; entre los inconscientes personal y colectivo, en cortejo activo hacia la anhelada reconciliación entre materia y espíritu. Solo que ahora me lo estaban dejando saber.
Ese saber no era abstracto ni distante: se manifestaba en el cuerpo, en el espacio, en la curaduría como ritual, en el arte como política de lo sensible. Lo simbólico se volvía tangible, y lo tangible, profundamente simbólico. La bienal se abría como un campo fértil para el tránsito entre dimensiones, donde el arte no solo se contempla, sino que se habita, se respira, se escucha.
Casi como una profecía, la ceremonia iniciática que mis sueños anticiparon fue reflejada dentro del edificio que Oscar Niemeyer diseñó: el Pabellón Ciccillo Matarazzo, casa oficial de la Bienal de São Paulo. Este año, el espacio está cubierto por la instalación de Theresah Ankomah, quien trae la kenaf –material usado en la elaboración de cestas para los mercados tradicionales en Ghana– en sintonía con el espíritu de la bienal, cubriendo la fachada del edificio en una danza con el viento.
Durante esta edición, inaugurada el pasado sábado 6 de septiembre, la bienal como obra me arrebató la percepción de tiempo y espacio, dejándome el sabor intenso e indeleble de estar entrando en un temenos –recinto que en la antigua Grecia era considerado sagrado, delimitado para una deidad–, un espacio psíquico protegido donde el inmenso potencial de presenciar una transformación interior está por doquier. Un lugar donde el ego consigue dialogar con el inconsciente sin ser invadido ni desbordado, donde el centro es protegido y elevado, como dirían los alquimistas antiguos.
La arquitectura de Niemeyer, la materia viva de la instalación, el viento como coreógrafo invisible: todo conspiraba para abrir ese portal. No era solo una experiencia estética, era una invocación. Una entrada ritual a lo que la bienal propone: una práctica de humanidad, una escucha activa, una reconfiguración de lo visible y lo invisible.

Como curadora, cuya vida ha transcurrido en la errancia entre continentes, lenguas, tierras y mundos, me encuentro en casa cada vez que piso la tierra firme de una bienal. No obstante, esta bienal tiene otro pulso, otro latido. Su sentido se siente más esencial, más visceral. Desde el inicio, su curador Bonaventure Soh Bejeng Ndikung advierte (2): “Esta bienal no es sobre identidades, ni sus políticas, ni sobre diversidad, ni inclusión. No es sobre migración, ni democracia ni sus fallas. Esta bienal es sobre humanidad como verbo y su práctica…”
La materia y el espíritu danzan juntos desde su planteamiento curatorial, que se impulsa desde el fragmento del poema Da calma e do silêncio, de Conceição Evaristo (3): “Nem todo viandante anda pelas estradas, há mundos submersos, que só o silêncio da poesia penetra”, hasta llegar a su expresión física en la figura geológica del estuario, muy presente en el litoral brasileño, donde el agua dulce del río se mezcla con el agua salada del mar.
El señalamiento curatorial responde a la crisis contemporánea mundial y al desgaste de la vida, apelando a practicar la humanidad como verbo: escuchar la vida, las vidas, la tierra, lo visible, lo invisible, lo tangible. Escuchar como puente aquí y ahora. La escucha como espacio físico y filosófico de confluencia, como encuentro de interdependencias, como la vida que se habita desde el estuario, para que las prácticas de humanidad puedan adquirir nuevos sentidos.
La bienal se despliega como un cuerpo colectivo; un organismo vivo donde las obras parecen ser parte de una ofrenda a algo mayor. Cada gesto curatorial es también un gesto político: una decisión sobre qué escuchar, qué cuidar, qué visibilizar. Lo simbólico es estructura. Las narrativas convocan memorias, afectos, territorios, luchas.
Ministerio Trans de Imigração, de Manauara Clandestina, nos sorprende con su mundo de ancestralidades travestis, ricas, diversas, mostrando la manera de “escribir” su propia historia en multimedia. Myrlande Constant y sus drapos (banderas bordadas tradicionalmente por hombres): obras como ofrendas a los Iwas, marcando la fuerza y la omnipresencia de las figuras míticas y espirituales en la cotidianidad de Haití, como el baile colorido y constante entre lo sagrado y lo mundano.
Más adelante, encontrar al Vilanismo, hermandad masculina de artistas con su activismo claro de autodeterminación y propuesta de reconfiguración para las masculinidades negras, listas para recrear el amor que estuvo ausente en su historia. Continuamos y el recorrido va encontrándose con las figuras monumentales en tejido en Tetas que deram de mamar ao mundo, de Lidia Lisboa, y su homenaje a la lactancia, justo frente al lenguaje de las flores en formato abundante, en Como terminar uma tese: O tempo da cor, de Juliana dos Santos, resultante de procesar el té de Clitoria Ternatea como tintura de textiles de gran formato, dándonos un portal más a la ancestralidad africana.
Templo de Água, en una cápsula donde los estudios del sonido y sus fuerzas vibracionales llevan el proceso creativo de Leonel Vázquez a usar agua como su vehículo maestro. Para esta obra: agua del río Tietê de São Paulo.
Entonces, paramos para seguir caminando hasta llegar a la obra de Myriam Omar Awadi, The Smell of Earth After Fire and The Promise of Breaths: For the Obsession With Resonance Spreading Tenderly Our Skin / Our Bodies O / From the Incandescent Warmth of the Ashes, donde un grupo de vestimentas rituales cuelga como raíces vivas, activadas por la respiración, la escucha y la presencia. Los shiromani bordados se convierten en partituras corporales, en cuerpos que vibran, en memoria encarnada. Mantos luminosos emanan la presencia del cuerpo que pasó por ahí, la fuerza de su respiración y el reconocimiento ancestral, invocando la fuerza de la congregación femenina como historia sonora y visual en magia performática.
Pasamos también por la recién abierta sucursal bancaria del Banco de Quilombo Gondwana, obra de Mansour Ciss Kanakassy, que estimula la dispersión del Afro-Quilombo como su moneda, dentro de su proyecto Laboratorio de Desberlinización, dándonos una posibilidad renovada y fresca ante la hegemonía de las monedas dominantes.

El tránsito sigue, y nos encontramos con la obra de Firelei Báez, Balangadan (Planisphere 1587), que, a modo de mandala inmensa, sintetiza la representación histórica de la experiencia afrocaribeña y afrodiaspórica.
Podría mencionar muchas más obras, pero por ahora debo detenerme reconociendo lo generoso de este vasto océano de posibilidades, en esencias, obras y procesos que no paran de emitir señales y me mantienen conectada a flujo de escucha atenta.
Las mitologías ancestrales continuaron resonando en el concierto del músico brasileño Matheus Aleluia, que, con su Fogueira Doce, nos instó a sacudir el alma, buscar respuestas y posibilidades para “traumas que Freud no explica”, procurando en esa sabiduría ancestral nuestra rosa, para tornarnos roseiros. Vernos a nosotros mismos, vernos en el otro, para tornarnos esa humanidad en práctica constante, escucha y cuidado.
Habitar esta bienal es andar en el espacio, dar espacio, sentir el espacio, escuchar, circular simple y profundamente las diferentes posibilidades de una existencia diversa, en respeto. Tal vez la comitiva sea eso: desaprender verdaderamente para aprender la verdad de ser humano. Ser humano, practicando, escuchando, cuidando de palabra, acción, corazón. Escuchar y testimoniar nuestro inconsciente colectivo, ese substrato psíquico común a todos los seres, hablando, manifiesto a través de todas las creaciones vivientes, tangibles e invisibles, sus procesos individuales y colectivos. Resonando así, esta bienal sigue manifestándose y reverberando con su entrada gratuita para todos, y con el alcance de su programa educacional basado en Invocaciones (encuentros) con poesía, música, performance y debate sobre nociones de humanidad en diferentes latitudes (Marrakech, Guadalupe, Zanzíbar, Tokyo), al igual que Apariciones (versiones virtuales paralelas de la Bienal de São Paulo a través de la aplicación WAVA) (4) en otras partes del mundo.
Sí, es tiempo de ser humano, es tiempo de vivir la humanidad como una práctica. Cotidiana. Constante. Renovada.
Gracias, al poder del arte, su mito y su energía por mostrar caminos dignos de ser seguidos. Gracias a esta bienal por presentarlo tan clara y poderosamente.
NOTAS
(1) Jung, C. G. (2020). Los libros negros: Volumen 1
(2) Ndikung, B. S. B. (2025). Humanity as a verb. Texto curatorial de la 36ª Bienal de São Paulo. Fundação Bienal de São Paulo.
(3) Evaristo, C. (2025). Da calma e do silêncio. En Catálogo oficial da 36ª Bienal de São Paulo – Nem todo viandante anda estradas: Da humanidade como prática. Fundação Bienal de São Paulo. Disponible en: https://36.bienal.org.br/publicacao/catalogo
(4) Fundação Bienal de São Paulo. (2025). Catálogo oficial da 36ª Bienal de São Paulo – Nem todo viandante anda estradas: Da humanidade como práctica. https://36.bienal.org.br/publicacao/catalogo
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Aurora Martínez. Historiadora, investigadora, curadora y crítica de arte. Como educadora y directora de La Salvaje Narrativas Curatoriais, explora el arte como evidencia histórica y herramienta de transformación personal y colectiva. Ha liderado proyectos curatoriales en el Caribe, África y las Américas. Miembra fundadora de la Asociación de Historiadores del Arte de la República Dominicana. Actualmente vive en São Paulo, Brasil.