En memoria de Marcio Veloz Maggiolo

Esta pregunta aguijonea mi curiosidad en el invierno de mi vida: ¿Existe una filosofía dominicana? 

Puedo responder en un par de líneas y dar la cuestión por clausurada, sin nada más que añadir. Me bastaría transcribir la verdad que sirve de punto de apoyo a la obra sin par del omnipresente Marcio Veloz Maggiolo:

Como ves la historia del mundo es la de Villa Francisca. Todo el pasado de la humanidad se entremezcla con el pasado de nuestro barrio. (Materia Prima, 2012).

No obstante, desafío el espacio, el tiempo y sobre todo la paciencia ajena para responder por la vía elíptica de la reflexión. 

Ese abstruso camino de la reflexión –tan diverso de la fulgurante espontaneidad estética que acompaña a quien como su Creador crea con la palabra– me obliga a especificar, no qué significa la conjugación del verbo existir en dicha pregunta: “existe”, pues dejo ese asunto a los diccionarios de la lengua y en particular a los filosóficos, pero sí a qué me refiero cuando indago por “una filosofía” –para más señales– “dominicana”. 

“Filosofía es lo que hacen los filósofos y estos son los que –allí donde otros tantos sujetos pasan de largo apremiados por la prisa de lo inmediato y urgente– conviven asombrados y cavilando cuestiones tan abstractas y concretas a la vez como el ser, los entes, la naturaleza, el tiempo, el espacio, la vida, la muerte, el amor, el deseo, el bípedo sin plumas, el lenguaje, el conocimiento, la sociedad, el Estado político, la historia, la libertad, la voluntad, los valores, la moral y la ética, el arte y la belleza, la religión, la sabiduría y la verdad de todas esas materias y de la condición humana.

Así, pues, asumiendo que sea filósofo, acoto sin exclusividad ni patente de corso que lo que hacemos con la colaboración de otros miembros de la especie Homo sapiens es indagar la razón de ser de todo, sin regatearle su identidad característica, su sentido y composición o descomposición. Eso es a mi entender la filosofía, búsqueda lógica y sistemática  –o deconstrucción apasionada si no caótica– de lo que Aristóteles luego de Parménides dijo que es el ser, es decir, verdadera “arjé”, idea o concepción del todo, de sus partes y de todas las cosas. 

La filosofía –relatada en singular, mas leída en plural– hace las veces de aguijón de los cinco sentidos que encauzan por distintos caminos metodológicos la curiosidad y las dudas humanas. Además de desentrañar el misterio de la naturaleza y de la vida, hace las veces de testigo de excepción de una larga serie de humanos inconformes con las sombras y pálidas imágenes de todo lo que se refleja en la cueva platónica u –hoy día– a través de infinidad de pantallas digitales.

Luego de esa aclaración del término afirmo sin temor a dudas que sí-existe-la filosofía-dominicana, pero no “una” relatada o leída como única o canónica, sino diversas en tanto que manifiestas en múltiples temáticas y modalidades.

Dos razones –tan complementarias entre sí como lo universal y lo singular– explican la diversidad incuestionable de la filosofía dominicana: 

  1. Primera razón: el ser dominicano no es ajeno al humano universal. Cada vez que algún filósofo en cualquier tiempo y lugar de la historia universal escudriña desde lo más sublime hasta lo más nimio, su reflexión también versa sobre lo que nos concierne en mayor o menor grado a nosotros. Lo dominicano no es ni puede ser recluido como algo ajeno a lo real pues, como parte constitutiva e inalienable de ese todo que es el ser humano cada uno es reconocido y se reconoce a sí mismo y a todos nosotros por igual en y desde los demás. 
  1. Segunda razón: el acervo en construcción de lo que reflexionamos y reconocemos como propiamente distintivo de nosotros. Debido a esa construcción de lo que nos es singularmente característico, procede concluir que hay filosofía propiamente calificada de dominicana, no solo porque es discernible en el concierto filosófico universal, sino en tanto que expuesta como propia y exclusiva en su concepción y relación. 

Un digno ejemplo de ambas razones entrelazadas entre sí aparece en la magna antología de Lusitania Martínez: Filosofía dominicana: pasado y presente, publicada por el Archivo General de la Nación en tres volúmenes. 

Por supuesto, siempre se podrá objetar dicha existencia. En cuyo caso se argüirá que entre nosotros no se cultivan ni se enriquecen escuelas y tradiciones filosóficas y por eso, a diferencia de otras épocas y lares, destacan autores individuales más que escuelas de pensamiento en las que los últimos dependen y se alzan sobre los hombros de los anteriores. 

Y téngase en cuenta este colofón para colmo de objeciones: si bien hay sobresalientes pensadores nacionales y foráneos que asumen un sin número de tareas filosóficas, no por tanto quehacer ciernen la singularidad de lo que es, exclusiva y característicamente, dominicano en tanto que afín –aunque propiamente dicho inconfundible e irreductible– a la universalidad de lo que allende existe y es conocido. 

La punta de lanza de esos contrargumentos apunta a que ni uno ni alguno de los filósofos reconocidos hasta ahora elaboran cuestiones tan originales y característicos de lo dominicano, como oriunda de esta porción de tierra isleña es la conocida cigüita, reconocida por doquier como Dulus dominicus o cigua palmera.

De hecho, no valoro positivamente esas objeciones. Opino que los límites esbozados a modo de fronteras insalvables del pensamiento filosófico dominicano hablan más de lozanía y juventud que de contrariedades. Ellos no desmeritan, al contrario: ennoblecen a tantos pensadores nacionales y extranjeros que, valiéndose de una perspectiva eminentemente filosófica, consideran una u otra intuición (“insight”) conceptual relativa a lo dominicano y a “el ser” –sea este dominicano o no. 

Y así es y tiene que ser. En la tradición cognoscitiva del mundo occidental dentro de la cual se va arropando y descubriendo la sociedad dominicana, el ser “se dice de tantas maneras como prismas y colores hay”. Se enuncia, percibe y colorea de modos bien diversos porque –entre los autores y las escuelas de pensamiento que nos ilustran– los filósofos botamos golpeados como bolas de billar antes de aquilatar y encauzar nuestras propias ideas rumbo al destino final. 

Hasta prueba en contrario, por consiguiente, lo reitero. Existe la filosofía dominicana expuesta en “múltiples” versiones. Son tantas como pensadores y autores filosóficos afanan mientras desentrañan y desenredan las sempiternas cuestiones que la curiosidad e inconformidad de cada uno incitan a cuestionar, indagar y responder. Sí hay un pensamiento filosófico dominicano, dada su espontánea diversidad natural.

De ahí que quisiera pensar que se aproxima el fin de esa ya larga noche del pensamiento filosófico en el mundo-dominicano. Ese instante cuando todo vuelve a comenzar, aunque cada vez de manera más ordenada y sistemática. En ese renacer temporal, cada uno sumará y multiplicará su contribución en aras del acerbo conceptual del Sapiens a propósito de lo dominicano, de lo humano, de la naturaleza, de la historia y del propósito final del Logos –a no confundir con la inteligencia artificial– en la tierra. 

En ese entonces solo quedarán por revelar dos asuntos: 

Primero, si la historia universal está toda revelada en Villa Francisca, o a la inversa. 
 

 Segundo, quién juzgará al final de tan largo recorrido nocturno si los filósofos –tanto los que tratan de manera singular cuestiones dominicanas de dimensiones universales, como los que a la inversa disciernen tareas de índole universal en lo que es particularmente nuestro– lograrán aunar su sacrificio al del emblemático Sócrates y reconocer así –a vuelo de bípedos, aunque sin plumas– que hemos librado las amarras de la existencia individual en manos de la “filosofíaporque ella “es la búsqueda de la Verdad, del Bien, de la Justicia y de la Belleza como únicas medidas definitivas de lo que el hombre es de conformidad con la norma consciente de su conducta individual y comunitaria”.




 

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Fernando Ferrán es antropólogo social y filósofo, investigador y profesor del Centro de Estudios Económicos y Sociales Padre José Luis Alemán de la Pontifica Universidad Católica Madre y Maestra (PUCMM).