La fábula —ese subgénero narrativo o apólogo, en verso o en prosa, en el que lo inanimado adquiere vida y lo animal es humanizado, y cuyo propósito es de tendencia moralizante— ha tenido, en la literatura dominicana y en la literatura universal, muy pocos cultores.  José Núñez de Cáceres, el artífice de la primera independencia nacional dominicana, no tan sólo es uno de ellos, sino que merece ser reconocido como el primer fabulista dominicano, afirmación ya hecha, en 1946, por el insigne historiador Emilio Rodríguez Demorizi en su Fábulas Dominicanas (Ciudad Trujillo, Editora Montalvo, 1946), antología en la que incluye a otros fabulistas dominicanos: Felipe Dávila Fernández de Castro, Félix María del Monte, Nicolás Ureña de Mendoza, Juan Antonio Alix, Manuel de Jesús de Pella y Reynoso, José Dubeau y Bremón, Pablo Pumarol, José María Jiménez y Luis Emilio Garrido.

De la trascendencia histórica de Núñez de Cáceres como político y como patriota se ha escrito mucho, a pesar de que aún no ha sido valorado a profundidad, pero dejemos a un lado este enfoque de su vida para adentramos en el tema central de este artículo: justipreciar su pionería literaria como fabulista, tanto en la literatura nacional como en la hispanoamericana. 

Los que conocen la historia del periodismo en República Dominicana saben que José Núñez de Cáceres fundó, el 15 de abril de 1821, el periódico El Duende, considerado como el segundo órgano periodístico dominicano. De este semanario ―de carácter político y satírico, y que circulaba los domingos en la ciudad de Santo Domingo― vieron la luz pública trece números, desapareciendo el 15 de julio del citado año. A través de El Duende Núñez de Cáceres se dio a conocer como fabulista, pues aquí publicó nueve de sus fábulas, las cuales firmaba, precedidas por una numeración secuencial romana, con el humilde seudónimo de El Fabulista Principiante, como rindiendo honor a la sencillez oriental de los forjadores del género. A Rodríguez Demorizi debemos agradecer el rescate de esos textos, reproducidos en su antología. 

Tenía Núñez de Cáceres plena conciencia del oficio de fabulista, lo que es comprobable leyendo el siguiente fragmento de la carta que él enviara, el domingo 3 de junio de 1821, al editor de El Duende

«Ni otra cosa en las fábulas se busca, 

Que corregir los vicios de los hombres, 

Y que el sutil ingenio obras produzca. 

Al cabo de veinte siglos vengo yo a repetir la misma protesta a precaución de cualquiera maligna inteligencia que se pretenda dar a mis apólogos, porque estoy en ánimo de no dejar el trato familiar de los animales, y de sacar a luz cuanto descubra en ellos pueda instruir o deleitar a mis compatriotas. Con algo se ha de divertir la mohina que a todos nos trae la falta de dinero: los héroes de mis juguetes son los irracionales, y no puedo figurarme que ningún racional tenga el mal gusto y peor elección de ponerse en el lugar del Escarabajo, del Mono, ni de las Langostas. Con que bajo la indicada protesta, manos a la obra y sigan las fábulas».

La protesta a la que hace alusión Núñez de Cáceres cuando dice «vengo yo a repetir la misma protesta» es aquella elevada por Fedro (Siglo 1 a. de C.) cuando, en época del emperador Tiberio, fue víctima de las falsas acusaciones que, roído por la envidia, le hiciera Seyano, por lo que fue encarcelado y luego desterrado. Seyano era el favorito de Tiberio y tenía mucha influencia en el imperio romano. Nuestro fabulista se refiere a ese hecho de este modo: 

«[...] porque hablando antes con el Elefante, que es el archivero de los anales animalescos, me enseñó un antiguo registro en que consta el ruidoso caramillo que le armaron del marrajote de Fedro por haberse metido en la misma danza de andar contando y refiriendo cuanto atisbaba que hacían y decían los animales allá en sus guaridas; y como el Sr. cuentista vivía en la corte de Tiberio, (¡ay que no es nada!) comenzaron a zurrarle la badana, achacándole que bajo la piel del Oso, del Lobo, del Tigre y otros graciosos animalitos, dizque sacaba a bailar al valido Seyano, al perfumado Narciso y hasta al mismo Emperador»(Carta citada).

El celebrado fabulista latino, autor de las muy conocidas Fábulas esópicas, relata lo sucedido en la quinta fábula del segundo libro de su colección, no en el prólogo, como señala el fabulista dominicano. El título de la fábula es «Tiberio y el esclavo oficioso», la cual transcribimos a continuación: 

«Existe en Roma una raza de entrometidos que van y vienen agitados pero ociosos, sofocándose sin motivo, creyendo hacer mucha sin hacer nada, molestos a sí mismos y a los demás insoportables. Intento corregirlos si puedo con esta fábula verdadera. Vale la pena prestar atención. 

Tiberio César, camino de Nápoles, detúvose en su finca de Misero, edificada por el propio Lúculo en la cima de una montaña que mira al mar de Sicilia y domina el mar de Toscana. Uno de los esclavos del atrio, con las ropas levantadas, pues su propia túnica estaba recogida bajo los hombros con una cinta de tela de Pelusio; colgantes sus franjas plisadas, al tiempo que su señor se paseaba entre los frondosos macizos púsose a regar el suelo ardiente con una regadera de madera, haciendo gala de su celo, pero sólo le valió unas burlas. 

Luego, tomando por rodeos de él conocidos, se adelanta a otro paseo y aplaca también el polvo. César reconoce al hambre y adivina su pensamiento: el esclavo se había creído que algo alcanzaría. 

—Ven —dice el emperador, y aquél acude veloz, lleno de alegría ante la esperanza de una recompensa segura. Y entonces la gran majestad de este príncipe se burló así:

—No has conseguido gran cosa; tu afán ha resultado vano. ¡Mucha más caras vendo yo mis bofetadas!»

Como Esopo (c. 620-580 a. de C.), Fedro fue esclavo y, como tal, sufrió los rigores de esa vida azarosa que en la sensibilidad de un artista deja huellas dolorosas. Quizá por eso es notoria una gran amargura —y tal vez frialdad- en las fábulas fedronianas, en las cuales bebió, con justificada admiración, el talentoso intelectual dominicano. 

Esopo (Velázquez, Museo del Prado,1639)

Fue Núñez de Cáceres un escritor muy culto y actualizado. El conoció a todos los fabulistas clásicos (Esopo, Fedro, Jean de La Fontaine, Félix María Samaniego y Tomás de Iriarte) y, de manera consciente, se dejó influenciar por ellos, especialmente en el uso de los personajes irracionales (animales): Águila, Abeja, Burro, Cigüeña, Conejo, Cordero, Camello, Lechuza, Lobo, Mulo/a, Palomo/a y Raposa/o. Como personaje racional, es común a todos el Pastor. De los diecinueve personajes que actúan en las once fábulas del fabulista criollo analizadas por nosotros, trece los encontramos en Iriarte, doce en Esopo y en La Fontaine, nueve en Fedro y ocho en Samaniego. Curiosamente, la Acémila —cruce de caballo y burra- y el Abejarrón aparecen en dos de las fábulas de Núñez de Cáceres, pero no así en ninguna de las escritas por los fabulistas clásicos mencionados.

El reputado crítico e historiador literario Enrique Anderson Imbert, en su Historia de la literatura hispanoamericana (México, Fondo de Cultura Económica, 1974, tomo 1, pp. 183-184), cita a José Núñez de Cáceres entre los primeros autores de fábula de la América Hispánica, junto al argentino Domingo de Azcuénaga (1758-1821), al guatemalteco Matías de Córdova (1768-1828) y al ecuatoriano Rafael García Goyena (1766-1823). 0 sea, que Núñez de Cáceres merece, también, ser considerado como uno de los pioneros en la literatura fabulística del Nuevo Mundo, por lo que no es posible escribir la historia de la fábula en Hispanoamérica obviando su nombre, lo cual constituye un verdadero prestigio para las letras dominicanas. 

Con respecto a las características iniciales de la fábula escrita en Latinoamérica, nos parece interesante lo señalado por Anderson Imbert en su obra citada: 

«La fábula —antiguo género moralizador y práctico—  se transformó en el siglo XVIII en discusión ideológica. Los animales hablaban como filósofos, en la manera de los españoles Iriarte y Samaniego. En Hispanoamérica imitaron el género, no la filosofía. 

Eso explica el que Núñez de Cáceres —en una época en la que el movimiento de emancipación colonialista se había expandido por toda América Latina, incluyendo a Santo Domingo— utilizara sus fábulas no con propósitos filosóficos, sino para satirizar los males que aquejaban a la sociedad dominicana de entonces, colocándole a cada una de ellas un epígrafe con el que sintetizaba su intención ejemplarizante. He aquí un ejemplo: 

El conejo, los corderos y el pastor

                                  Contra los que obtienen puestos elevados 
                   y visten grandes uniformes sin las calidades necesarias 


«Variemos hay de registro,
y hablemos sin consonantes,
porque un ridículo cuento
en jácara es bien se cante.

Sepan todos que el Conejo,
por si alguno lo ignorare,
símbolo es de cobardía
entre los irracionales.

Sin embargo, el Señor mío 
dióse tal maña y tal arte,
que en las valerosas tropas
      del León logró alistarse.

Púsose de punta en blanco
con chacó y alto plumaje,
bordaduras y galones,
largo y encorvado alfanje.

Orondo cual Pavo hinchado,
por lucir el personaje
salió al prado de bracete
      con la Liebre su comadre.

Quiso la casualidad
que un Pastor aquella tarde
su manada de corderos
allí mismo apacentase.

Y al ver la extraña figura
se creyeron, sin examen,
que era un Lobo disfrazado,
y corren por todas partes.

Sobrecogido el Conejo
de aquel no esperado lance,
mete a huir de los corderos
como de galgos voraces.

Adiós, linda compañera,
adiós plumas, adiós sable!
quedáos en paz esta vez,
que lo que importa es salvarse.

El Pastor que al mismo tiempo
ve su ganado regarse,
viene tras del monifato
que no conoce en el traje.

Cógelo en la madriguera
casi al punto de colarse
y porque de entre las manos la
presa no se le escape.

Un golpe con el callado
le descarga en los hijares;
chilla entonces el Conejo
y le dice: “no me mates".

Que si espanté tus corderos,
esta acción es inculpable,
confesándote que el miedo
galgos llegó a figurarme.

A esto el Pastor le replica:
ten vergüenza, vil infame,
pues si galgos te parecen
unos mansos animales


¿Qué no te parecerían
si vieras aproximarse
verdaderos enemigos
preparados al combate?

Y así para que tu miedo
en otra ocasión a nadie
perjudique como a mi:
muere ahora por cobarde.

Que el que abraza una carrera
sin tener las calidades
y virtudes que requiere,
pasa por estos ultrajes».

Al espíritu contestatario de Núñez de Cáceres —siempre dispuesto al enfrentamiento: basta recordar su polémica con Simón Bolívar en Venezuela— le iba bien el género de la fábula, pues, desde sus orígenes, este modo de expresión de procedencia oriental se nos ha presentado, además de didáctico y moralizante, como efectiva arma satírica. «Contra los que no ven la viga en su ojo, y sí la paja en el ajeno» va dirigida la fábula «El Camello y el Dromedario», con la que él responde a críticas que le fueron adversas. Todas sus fábulas serán editadas en un volumen por el Centro Dominicano de Investigaciones Bibliográficas (CEDIBIL) con el título de Las fábulas de El Fabulista Principiante, resultado de nuestra larga caminata por la literatura dominicana: más de 30 años.

José Núñez de Cáceres, intelectual, periodista y político dueño de una personalidad singular, tuvo una destacadísima vida pública no tan sólo en su país, sino también en Venezuela y en México, donde, en 1848, dos años después de fallecido y mediante Decreto, su nombre fue grabado en letras de oro en el recinto del Congreso Local del Estado de Tamaulipas. 

En Santo Domingo Núñez de Cáceres vio la luz del mundo por primera vez el 14 de marzo de 1772 y el 12 de septiembre de 1846, en el gran país azteca que él tanto amó, cerró los ojos para siempre. Sus restos, traídos al país en 1943, reposan, desde 1972, en el lugar que él supo ganarse con hidalguía y decoro: el Panteón de la Patria. 

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Miguel Collado es bibliógrafo, investigador literario, poeta y profesor universitario.