I. Por complejo e inédito que sea el porvenir haitiano nada me impide cerrar los ojos y liberar la imaginación. Solo así logro dejar atrás lo que es evidente: Haití no tiene descanso, es un estado fallido; sus élites más encopetadas desconfían de sus propios integrantes y, hasta prueba en contrario, a diferencia de Craso, fragmentan todo lo que les interesa más que aunarlo y, al tocarlo, retienen su riqueza y la de todos los demás; las bandas armadas secuestran hasta los depósitos de petróleo y dominan el territorio a plena luz de la mirilla de cualquier silente francotirador que espera recibir la orden que todo lo ordena; el éxodo haitiano pasa el Masacre a pie, navega en el Caribe, llega al Amazonas carioca, amén de trazar senderos de desesperación a lo largo de la espina dorsal de los Andes, antes de partir en dos las aguas del río Grande como Moisés en busca de la tierra prometida. 

Así, pues, privado de visión acerca de todo lo que es evidente a mi alrededor, confundo ex profeso lo ideal con lo real mientras me recojo en los brazos de Morfeo. Mientras dura el descanso de tanta realidad, me adentro en un soliloquio mudo, aunque digno de mejor destino en “el reino de este mundo” que como cualquier mortal humano quisiera ver mejor encauzado algún día venidero.

II.  Ante todo, ¿qué repetir a propósito del escenario internacional? Haití se encuentra a las puertas de una renovada intervención extranjera. Por ello, me pregunto ¿quién dijo que no hay nada nuevo bajo el sol?

Pareciera ser que algo o alguien ji he hecho que variaran las reglas del juego ideológico. Apelar a una intervención de fuera, en medio del caos o del desorden provocado, ya no es cuestión de llamar al imperialista pájaro malo. Incluso, en lo que se olvida lo escrito con bilis por la mismísima OEA. Fugaz reconocimiento aquel de que 20 años quedan perdidos en la esterilidad, en el habitual lecho haitiano. Pena que tantos años no sean algo más alentador que el rotundo fracaso recién cosechado. 

Si algo queda en claro incluso soñando es que el distópico orden –occidental– en ruinas no depende únicamente de la pax americana (léase bien: no solo estadounidense) pues, más allá del evasivo, pero indispensable orden y seguridad pública yace bajo tierra eso a lo que todos aspiran: el matrimonio de los señores bienestar y felicidad.

III. Por cierto, en medio de tanto runruneo, no olvidemos a Haití y a sus pobladores en ese contexto. Respetando las reglas del juego –dormido con los ojos cerrados, pantuflas a la vera de la cama y puesto el traje de dormir–, sueño y quiero seguir soñando con la luz del día cuando esa sociedad decida fomentar sus relaciones con gobiernos amigos o, al menos, entidades instrumentales. 

Aclaro –antes de proseguir por escrito– que sueño en términos no utópicos ni altruistas sino partidarios, aunque no por esto menos realistas y gratificantes. Por eso siento que llegada la luz del alba al final del túnel por el que atraviesa la sociedad haitiana, esta querrá o se verá inducida a fomentar las relaciones con un gobierno en particular, el estadounidense, e involucrar, por tanto –quiera Dios sin exclusivismos ni derroteros anticompetitivos y monopólicos– las empresas de esa augusta nación en la recuperación socioeconómica de Haití. Surgiría así un objetivo (ojalá que) común (a tantas otras iniciativas dotadas de otros pasaportes) una vez resueltas las actuales inseguridades físicas y jurídicas en el país transfronterizo al dominicano: 

Reconstruir y desarrollar una asociación constructiva, una que fomente una economía sostenible en la que se asienten y sustenten la lucha contra la corrupción, la edificación del estado de derecho y la construcción de una nación más próspera –incluso– que en los mejores años patrios del pasado republicano en Haití.

Esa y otras colaboraciones análogas están llamadas a redundar de beneficios sensibles para los flujos comerciales, financieros y en general económicos e institucionales de las partes concernidas. Y, por ende, Haití está llamada a ser “el eslabón perdido para los fabricantes estadounidenses, así como los de allende, que buscan una mano de obra calificada y abundante cerca del mercado estadounidense”. Esa fue la ilusión de la industria textil y de la confección, esa que juega un papel fundamental en la economía de Haití, en tanto que empleador del país y generadora del 90% de sus exportaciones. 

He ahí las voces que atisbo con certeza a modo de susurros en medio de la oscuridad de la noche. Innovar, renovar, diversificar y hasta expandir, pero ojalá que sin desaprovechar ni soslayar programas comerciales preferenciales acordados por el Congreso de los Estados Unidos. Entre otros, la Ley de Recuperación Económica de la Cuenca del Caribe (CBERA), la Ley de Asociación Comercial de la Cuenca del Caribe (CBTPA), la Oportunidad Hemisférica Haitiana a través de la Ley de Fomento de la Asociación (HOPE) y el Programa de Impulso Económico de Haití (HELP) que expira justo dentro de tres años, en 2025.

En el mismo sentido, es bienvenido todo aquello que emule a los bancos Mundial e Interamericano de Desarrollo asistiendo en la construcción de una red de instalaciones industriales en Puerto Príncipe y el Norte del país (CODEVI, Parque Industrial Caracol) dotados de una infraestructura que hace las veces de albergue a diversas marcas globales líderes que ya se benefician del libre acceso arancelario al mercado estadounidense. Y, por añadidura, es menester sacar de dudas las inversiones adicionales en Port Lafito (Grupo GB, Seaboard, CMA/CGM) y Terminal VARREAUX y Bollore (TVB).

IV.  Tan profundo es el sueño en los brazos del mentado dios griego que en su oquedad llega a la geopolítica engalanada como una sirena de colores neoliberales. 

Haití podría convertirse en mucho más que una alternativa rentable del recién mentado “eslabón perdido” en el hemisferio occidental y no solo en este. ¿Cómo?, estoy a punto de despertar y dejar de soñar despierto. Pero en cualquier hipótesis, seguramente que, sea en algún cuarto estratégico perdido en cualquier rincón identificado en la geografía urbana y si no en un llamativo edificio con forma pentagonal, algún conocedor de algoritmos ha comenzado a sumar uno más uno y, por tanto, a valorar lo que sigue. 

  • Uno: Haití mantiene relaciones diplomáticas con Taiwán. 
  • Otro uno: Taiwán produce y entrega al mercado estadounidense productos de alta tecnología y cada día más pequeños y sofisticados. En medio de mi somnolencia no sé si se les llama microchips o microprocesadores, pero creo saber que representan hoy día en las arcanas del mercado internacional al menos cuatro realidades incuestionables: 
Primera, en ese espacio tecnológico, tan solo el fabricante más poderoso del planeta –Taiwán Semiconductor Manufacturing Company (TSMC)– suministra el 92% del mercado de los chips más sofisticados hasta el momento. Proveedora exclusiva de los procesadores de silicio de Apple para iPhone o de componentes clave para gigantes industriales como Qualcomm, la empresa taiwanesa sólo tiene como competidora a la surcoreana Samsung, que la sigue de lejos con el 16% de la comercialización.

Segunda, esos diminutos chips informáticos, que pueden incorporar más de 8, 000 millones de transistores, son la clave del éxito económico de Taiwán y para no pocos, también los garantes de su supervivencia geopolítica. Y, no se deje de leer lo que sigue, 

“La riqueza de las naciones”, de todas sin excepción, necesitan y dependen hoy día de los famosos microprocesadores, en especial de aquellos que salen de las fábricas de Taiwán, líder mundial de la industria. 

En su camino de consolidación en el mercado globalizado, cuarta realidad, la transformación generada por las empresas taiwanesas convirtió a esa pequeña isla montañosa frente a la costa de China en un centro neurálgico de fabricación y exportación de microchips en el mundo. Especialmente, de los super avanzados. El resultado es harto conocido. Dicho en modismo dominicano, “eso lo saben hasta los chinos de Bonao”. 

La suma de esos dos números uno da igual por todos lados: un imponente plan estratégico iniciado en la década de los ochenta del siglo XX que transformó una economía, hasta entonces basada en el arroz y la agricultura, que han dado origen a un conjunto de compañías tecnológicas de indispensable vanguardia.

Por añadidura, dada la rivalidad sino-estadounidense en el presente, alguien que no está en el Caribe debe haber pensado ya –con o sin la ayuda de una super computadora de punta en la era no digital como se sospechó aquí, sino de la inteligencia artificial– que Haití bien puede salvaguardar esa invaluable industria de un bloqueo naval por parte de la marina de guerra de la República China, por decisión de sus autoridades.

Para ello bastaría trasladar e incluso trasplantar en suelo haitiano –bajo acuerdos tripartitas de tres aliados hasta hoy fieles– los centros de producción en Taiwán que sean considerados como vitales a la seguridad nacional de Washington, por lo menos. 

Se agota el tiempo de reposo. Saliendo de los brazos de Morfeo, Haití comienza a quedar en el arcano mundo personal de un sueño profundo e inmaterial. Y, por tanto, despierto ya, no me aventuro siquiera a soñar despierto ni a runrunearle al oído de un amigo cómo se realizaría tanto encanto: trasplantando fábricas enteras, personal incluido, a suelo haitiano o más bien entrenando técnicos y mano de obra local, amén del recurso gerencial disponible en o fuera del país para tal desafío. 

En cualquier hipótesis, en el susodicho mundo de ensueños haitianos todo ha de quedar resguardado de emblemáticos adversarios chicos, como los jefes de bandas de moda, tanto como élites nacionales y superpotencias internacionales con intereses contrapuestos en todos los mares globalizados, independientemente de que sus respectivas aguas sean pacíficas o caribeñas.

Pero al fin, ya nada de eso importa. Llegó la hora de despertar. 

De ahí que, con el deseo de no haber solo descansado, procure e implore aquí y ahora que el que escriba derecho en las líneas torcidas de la historia haitiana finalmente las enderece. Y, en lo que eso acontece, por aquello de que “A Dios rogando y con el mazo dando”, vuelvo a estudiar y escribir a propósito de un relato de cosas relativas a Haití que ojalá no siga engolado y repitiendo más de lo mismo.

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Fernando Ferrán es profesor-Investigador del Centro P. Alemán, PUCMM. Coordinador de la Unidad de Estudios de Haití.