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El Dr. Miguel Dongil y Sánchez me ha solicitado que exponga acerca de “La construcción de la identidad del Pueblo Dominicano”. 

Así, pues, comienzo agradeciéndole su invitación a participar en este seminario virtual y aprovecho la ocasión para testificar voluntariamente acerca del meritorio esfuerzo del Instituto Superior de Formación Docente Salomé Ureña (Isfodosu), cuantas veces realiza actividades como la que nos convoca en el día de hoy. Es por eso por lo que felicito al Isfodosu y a todo su personal docente en la persona de su Rector, el Dr. Julio Sánchez Maríñez.   

En lo que se refiere a la exposición solicitada, señalo de inmediato los momentos por medio de los cuales organizo esta presentación:  

  1. Inicio con una precisión relativa al significado que doy al término “identidad”. 
  2. A seguidas evoco algunos hitos constitutivos de eso que se entiende por construcción social dominicana. 
  3. En un tercer momento destaco algunas de las lecciones derivadas de dicho proceso de construcción, las mismas que hacen las veces de bisagras culturales propias a la identidad pesquisada. 
  4. Por fin, expongo las características o rasgos identatarios de la identidad -singular- del pueblo dominicano.  

I. Identidad

El término “identidad”, de raigambre fundamentalmente filosófica, no lo asumo en lo sucesivo como una entidad abstracta, ideal, atemporal, definitiva o inmutable, siempre igual a sí misma, nunca diferente ni alterna. Al contrario, la identidad implica las características de lo que deviene ella misma en medio de su inseparable proceso de diferenciación e incuestionable mutabilidad, gracias a la unidad integral que exhibe sin confundir lo que aúna a lo largo de toda su existencia. Como tal, la identidad puede ser, tanto natural, como espacial y temporal. 

De ahí, la dificultad del tema propuesto: 

  • Distinguir, pero sin separar las diferentes características que a lo largo de su existencia exhibe el pueblo dominicano; y
  • Reconocerlas en su devenir, en tanto que integran una unidad en la que sus rasgos constitutivos no desaparecen, ni son ignorados y menos aún confundidos; de manera tal que, por ende, 
  • Sea imposible desconocer u olvidar por qué dicho pueblo ha sido, es y sigue siendo denominado predominantemente como dominicano, en contraposición a tantos otros adjetivos gentilicios.

En ese contexto, si la identidad del “pueblo” no es una tautología esto se debe a que, desde una perspectiva antropológica, ella (la identidad) está referida solamente a la población en general, al conglomerado de gente normal, al conjunto de quienes son tenidos por vulgos profanos; es decir, no a todos los habitantes de un mismo territorio patrio o nacional, y ni siquiera a sus figuras consideradas como ejemplares por ser más destacadas, distinguidas, calificadas, deslumbrantes, cimeras o punteras. 

Por tanto, quizás, y digo solamente quizás, mi contribución con esta presentación consista en elaborar la tesis que hube de exponer en una obra reciente- a saber:

La construcción social del pueblo dominicano destella ya a partir del siglo XVII, aunque aparece como dominicana propiamente dicha en el transcurso del siglo XIX, desde cuando se confirma y permanece vigente su identificación, garantizándose así su debida adaptación y unidad histórica en medio de un medio ambiente institucional que continúa siendo incapaz de integrar, servir y beneficiar a dicho conglomerado humano. 

II. Construcción social 

Presuponiendo como un hecho el dominio de la palabra, -dicho sea de paso, de lenguaje castellano debido a su procedencia colonial-, la identidad del “pueblo” dominicano nos llega hilvanada por todo un rosario de acontecimientos sociales de entre los cuales retengo tres que me parecen más significativos. Me refiero, al contrabando colonial, a la vega tabacalera y al mercado no formal en la economía dominicana. 

   – Contrabando. La isla de Santo Domingo, primogénita de las colonias ibéricas en América, muy pronto quedó despoblada, abandonada a su propia suerte. No obstante, en ella se distinguió un reducto de pobladores que no la abandonó. No solamente no emigró, sino que tampoco se dedicó a vivir de los situados reales que generosamente llegaban fundamentalmente de México y Perú. Al contrario, en buen modismo dominicano, se la buscaron y resistieron tanto como pudieron. 

Vivir al margen de las disposiciones coloniales pasó a ser costumbre.

Se ganaron el pan nuestro de cada día por medio de hatos ganaderos, corte de madera y cultivos agrícolas, actividades todas éstas que gradualmente expusieron a ese resto poblacional, particularmente en la región noroeste de la isla, al contrabando y a la sanción de las devastaciones de 1605. 

Pero lo significativo quedaba registrado en la memoria del pueblo que así se forjaba. Es gracias a su iniciativa propia, indiferente a las disposiciones e intereses de las autoridades de la época, que la población logra reproducirse y soportar el malestar social que ocasionan las decisiones impuestas desde arriba; y eso así, a pesar del malvivir que hubieron de soportar durante el subsiguiente siglo de completo abandono y miseria. 

   – Vega tabacalera. Un segundo jalón de la misma historia aparece pletórico de luces y sombras en pleno siglo XIX. No es único, pero sí fundamental.

Mientras nacía la República en 1844 y la población quedaba oficialmente reconocida al igual que su formación política, como dominicana, los dominicanos procuraban mal que bien su sustento por medio de distintas actividades económicas. Ninguna tan promisoria como la siembra, manejo y exportación de la hoja de tabaco negro, pues solo este producto se abrió paso en Europa -en medio de un prístino experimento de economía capitalista- al mercado alemán.

Abunda la información y los documentos que así lo atestiguan. Ninguno como los escritos por Pedro Francisco Bonó, quien llegó a reconocer que el verdadero padre de la patria dominicana era, nada más ni nada menos, que el tabaco. 

Léanse bien a través de tantas líneas torcidas en la historia dominicana. 

Se trata del tabaco en tanto que emblema de una economía generada, conducida y administrada por cientos de minifundistas cosecheros y pueblerinos empresarios que, a su propia cuenta y riesgo, levantaron el primer mercado de exportación verdaderamente libre (de cualquier asomo de intervención estatal) en el país. Y eso así, al margen del interés y de la intervención de las autoridades gubernamentales ubicadas en el centro sur del país, que permanecían preocupadas por todo, menos por la suerte de esa legión de anónimos dominicanos desprovistos de apodos y apellidos tan sonoros como para ser tomados en cuenta e inscritos en los anales de la historia. 

Pero precisamente, y esto es lo decisivo, fueron ellos lo que se alzaron en contra de la Anexión de la República, sirviendo de carne de cañón, y quienes con su sacrificio lograron que se izara nuevamente el pabellón tricolor en suelo patrio. 

   – Empresario. Un tercer hito o eslabón en la construcción de la identidad del pueblo dominicano permanece a lo largo del siglo pasado -y entre nosotros en el presente- gracias a esa caterva mal contada de empresarios de micro y pequeños negocios que operan desde siempre, primordialmente, en el sector informal de la economía. Y todo porque ni ayer ni hoy el maná ha caído de arriba en esta porción de suelo isleño.

En la informalidad pervive y sigue reproduciéndose esa gran mayoría de dominicanos que, habitualmente excluidos de las dádivas de la mesa de los poderosos de esta tierra, procuran con cada alba tareas laborales y/o empresariales mientras su iniciativa da expresión a su peculiar modo de subsistencia.

La economía informal, al igual que el contrabando de antaño y la posterior economía tabacalera, es fruto legítimo de la iniciativa, el arrojo y la capacidad de adaptación de ese mismo pueblo que a lo largo de los siglos continúa renovándose y amoldándose a las magras oportunidades que le permiten subsistir en suelo dominicano. 

Sin la voluntad de perseverancia de tantos seres anónimos y sin rostro reconocible, -como el de las muñequitas de artesanía local-, el pueblo dominicano ya hubiera sucumbido por asfixia moral, por absorción demográfica de parte de algún otro aglomerado poblacional o a consecuencia de las políticas de alguna que otra potencia extranjera.

Ahora bien, por efecto sociocultural de esos y otros tantos hitos o eventos transcurridos en esa porción de tierra antillana, ¿qué lecciones podemos sacar a propósito de dicha construcción social en ciernes?

Notas:

  • Texto de la ponencia expuesta en el Ier. Seminario Virtual Educación y Construcción de la Identidad Dominicana, organizado por el Grupo de Enseñanza de la Identidad del Pueblo Dominicano, adscrito al Instituto Superior de Formación Docente Salomé Ureña, ISFODOSU, el 22 de julio del año 2020.
  • Fernando I Ferrán: Los herederros. ADN cultural de los dominicanos, Santo Domingo, Colección Cultural del Banco Central de la República Dominicana, 2019.

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Fernando Ferrán es antropólogo social y filósofo, investigador y profesor del Centro de Estudios Económicos y Sociales Padre José Luis Alemán de la Pontifica Universidad Católica Madre y Maestra (PUCMM).