La decisión de Kafka de anonimizar elementos clave de El Proceso, como los nombres de los personajes, la ubicación específica y el lenguaje, tiene un propósito claro: convertir el escenario en una alegoría universal. Aunque la Praga de Kafka está implícita en cada rincón de la novela, el autor transforma esta ciudad histórica en un espacio simbólico, un hic et ubique (aquí y en todas partes), como lo describió Hamlet. Sin embargo, la influencia de Praga se siente con fuerza en la atmósfera de la obra, especialmente en capítulos como “En la catedral”, que ofrece una representación literaria única y profundamente evocadora de este icónico lugar praguense.
Kafka y el espíritu de la Europa oriental
El carácter marcadamente praguense de El Proceso y de la obra de Kafka en general ha sido ampliamente reconocido, incluso por figuras como Thomas Mann, quien elogió a la ciudad junto al Moldava. Antes del auge del nazismo, críticos alemanes como Joseph Nadler y Herbert Cysarz situaron a Kafka dentro de la “espiritualidad del espacio oriental alemán” (Ostraum), un concepto que buscaba mitificar la influencia cultural alemana en Europa del Este. Sin embargo, Kafka también poseía una afinidad única con otras culturas orientales, particularmente la rusa y la china, que matizaron su percepción del mundo y su obra literaria. Por ejemplo, en el cuento “La Muralla China” (1).
En última instancia, la anonimización en El Proceso no solo universaliza su trama, sino que también subraya la tensión entre lo local y lo abstracto. Kafka toma la esencia de Praga, la disuelve en su narrativa y la convierte en un espacio simbólico que trasciende fronteras y culturas, transformando lo cotidiano en un escenario para explorar la alienación y el misterio de la condición humana.
La potencia narrativa y la poética de Kafka en El Proceso
El Proceso no es, en modo alguno, una novela de tesis, ni una estructura ideológica disfrazada de narrativa. No es un relato en el que los personajes se conviertan en meros portadores de consignas, como si llevaran carteles con mensajes por las calles de la novela. En cambio, es una obra nacida del flujo espontáneo de una imaginación desbordante y autosuficiente, donde cada elemento parece surgir del rico fondo creativo de Kafka. Este carácter se manifiesta constantemente en la profundidad y coherencia de sus personajes y escenarios.
Por ejemplo, el comerciante Block podría tener un aspecto completamente distinto al descrito, sin que esto alterara el desarrollo de los eventos. Sin embargo, tal como está delineado, resulta una figura tan plástica y vívida que convence al lector de su autenticidad. Del mismo modo, los empleados bancarios Rabensteiner, Kullich y Kaminer podrían haber sido reemplazados por otros personajes o incluso eliminados, y la narrativa seguiría funcionando. Pero en la forma en que están construidos, se sienten tan reales que parecen extraídos directamente de la vida misma, como si esa tríada ya la hubiéramos encontrado en nuestra propia experiencia. Esta capacidad de hacer que lo imaginario parezca tangible es una marca de la genialidad literaria de Kafka; una destreza que las manos inexpertas jamás podrían lograr.
Lo mismo ocurre con otros personajes secundarios, como el extraño que Joseph K. ve en un sueño, el huésped italiano en el banco, o el clérigo en la catedral de San Vito. Cada uno de ellos está esbozado con una precisión que trasciende su función narrativa, cobrando vida propia en el universo kafkiano.
El humor en El Proceso
Aunque El Proceso es una obra profundamente inquietante, el humor ocupa un lugar destacado en su narrativa. Kafka oscila entre el humor sutil y el grotesco, ofreciendo un espectro de situaciones que van desde lo cómico hasta lo absurdo. El tío del intendente K., por ejemplo, encarna ese tipo de pariente torpe y molesto que todos hemos tenido o imaginado. Su torpeza, aunque realista, provoca una sonrisa incómoda en el lector.
Por otro lado, el humor grotesco se despliega en escenas como la del juez investigador escalando desde las oficinas judiciales hasta la habitación del pintor Titorelli, pasando por una cama, o en la producción del propio Titorelli, quien insiste en que Joseph K. acepte una colección completa de paisajes desolados, alegando que “al intendente K. le gustan las cosas sombrías”, aunque K. nunca haya expresado tal preferencia. Igualmente, hilarante es el episodio de los abogados que son lanzados en grupo por las escaleras del edificio judicial, cayendo unos sobre otros en una coreografía absurda.
La solemnidad de los verdugos
Uno de los momentos más poéticos y aterradores de El Proceso es la aparición de los verdugos en el desenlace. Estos dos personajes, que llegan para llevar a Joseph K. al desfiladero de Strahov, están descritos como autómatas mecánicos, figuras rígidas y ritualizadas que encarnan una solemnidad aterradora. No es tanto su función como verdugos lo que infunde terror, sino su formalidad fría y ceremonial, que parece intensificar la naturaleza inexorable del juicio. Kafka describe sus movimientos con una precisión casi quirúrgica, dotándolos de una cualidad inhumana que los convierte en una suerte de robots de la muerte. Aunque no hay evidencia de que Kafka presenciara alguna ejecución, es probable que escenas cotidianas, como ver a guardias escoltando a un alborotador, alimentaran su imaginación. Lo mundano, bajo la lente de Kafka, se convierte en algo profundamente significativo, y es posible que toda la idea de El Proceso surgiera de una experiencia tan trivial como esta.
Kafka y la burocracia como inspiración
Según Willy Haas, amigo y contemporáneo de Kafka, la inspiración para el laberinto burocrático de El Proceso podría provenir de las experiencias del autor en las oficinas administrativas de Praga. Estos espacios, ubicados en edificios deteriorados y llenos de polvo y archivos amarillentos, representaban el caos de la burocracia en su estado más puro. Mientras que para un ciudadano común estas oficinas apenas causaban desagrado, en la mente de Kafka se transformaron en la semilla de un sistema opresivo y absurdo que alcanzaba alturas inalcanzables.
Este mismo caos se refleja en episodios como la confusión del juez investigador, quien toma al intendente K. por un pintor de brocha gorda. Aunque K. se apresura a corregirlo, declarando con indignación su posición como intendente de un importante banco, esta confusión revela una verdad más profunda: en el gran esquema del juicio, la precisión de los detalles es irrelevante. Lo que el tribunal juzga no es la profesión ni las acciones de K., sino su humanidad, algo de lo que no puede escapar por más que intente demostrar la falta de fundamento de las acusaciones.
La universalidad de lo cotidiano
La capacidad de Kafka para transformar lo ordinario en algo universal y profundamente simbólico es una de las razones por las que El Proceso sigue siendo una obra atemporal. Cada personaje, cada escena, desde los grotescos malentendidos hasta los rituales sombríos, forma parte de un todo que explora los límites de la justicia, la alienación y la condición humana. Kafka, con su mirada aguda y su imaginación fértil, logra transformar lo más trivial en una poderosa metáfora de la vida moderna, donde lo absurdo y lo sublime coexisten en un equilibrio inquietante.
Algunos detalles adicionales sobre El Proceso
1. Anonimización temporal: Los eventos y acciones de la novela nunca están vinculados a fechas específicas. No se mencionan días o meses, solo la estación del año de forma aproximada.
2. Personajes italianos: En la novela aparecen dos italianos: Titorelli y un huésped no identificado de Italia. También en El Castillo hay dos personajes con nombres italianos que desempeñan roles significativos. En El Proceso, sucede lo mismo. Aunque Titorelli es un “nombre artístico” adoptado por el pintor, no se nos revela su verdadero nombre civil.
Precisamente el hecho de que Titorelli use un nombre adoptado es significativo, ya que él es un agente del tribunal. En cuanto al amigo italiano, socio comercial del banco del intendente K., también se revela como un instrumento secreto del tribunal, ya que, mediante una cita a la que no acude, logra atraer al intendente K. al templo de San Vito. Si añadimos a esto las dos figuras con nombres italianos en El Castillo, se puede hablar de un cierto “complejo italiano” en Franz Kafka, probablemente relacionado con su trabajo previo en la sucursal praguense de la aseguradora italiana Assicurazioni Generali.
Entre las tres mujeres que rodean al intendente K., dos, Elsa, la camarera, y Lenka (Leni), mitad criada y mitad enfermera, provienen del servicio doméstico. Las mujeres relevantes para el agrimensor Josef K. en El Castillo provienen de un entorno social similar. Este fenómeno también tiene paralelismos en América, la obra más extensa de Kafka, lo que sugiere una constante en su narrativa. Por otro lado, la tercera mujer que rodea al intendente K., la señorita Bürstner, es una simple oficinista, una mujer trabajadora que depende de su empleo para subsistir. Lo mismo se aplica a su amiga, la señorita Montag, una profesora de idiomas. Considerando la época en la que se escribió la novela, esta definición proletaria de las figuras femeninas resulta llamativa, al igual que es notable la ausencia de mujeres de “alta sociedad” alrededor del intendente K. En alguien de su posición, esto sería lo esperado, sobre todo porque en ocasiones, como se menciona explícitamente, es invitado a cenar a la casa del director del banco.
Otro tema destacable es el motivo de la vestimenta. Los funcionarios del tribunal visten de formas diversas, algunos de ellos con gran descuido, en consonancia con su apariencia general. Sin embargo, uno de los “guardianes” le dice al intendente K. en el momento de su arresto que debe presentarse a su audiencia vestido con un abrigo negro. El acusado sigue esta instrucción. Aunque no recibe ningún aviso previo sobre el resultado del juicio ni sobre la llegada de los dos “caballeros” que lo escoltarán (al inicio del capítulo “El final”), los espera vestido con ropa negra. Los dos “caballeros” también visten de manera solemne, algo que no se había visto antes en los representantes del tribunal. Su atuendo es incluso más ceremonial que el del acusado, ya que, además de sombreros de copa, llevan largas chaquetas negras hasta las rodillas tipo levitas (Gehröcke), prendas utilizadas únicamente para visitas y ceremonias formales, que hoy en día son comunes solo en círculos diplomáticos (el equivalente matutino al frac nocturno). Sin embargo, estos “caballeros” llevan dichas chaquetas ceremoniales en la noche.
En su sueño, el intendente K. ve su traje ceremonial –un abrigo negro y pantalones negros con rayas grises– cuidadosamente doblado en el suelo, como algo que ya no necesita. (¿Una liberación del poder del “tribunal”, una transición a otra existencia?)
Lenka, que sabe mucho sobre el “tribunal” y muestra una inclinación particular hacia todos los acusados, tiene una peculiaridad física: dos dedos de su mano están unidos por una membrana. Esto ocurre a veces, y Kafka probablemente vio una mano así. Sin embargo, la gente atribuye un aire de misterio a esa membrana; en el folclore popular, manos así se asocian con ninfas y sirenas. Podría tratarse, por lo tanto, de algún tipo de símbolo.
El amable y bondadoso intendente del banco parece haber heredado rasgos del jefe afable de Kafka en la Compañía de Seguros de Accidentes de Trabajo.
En la novela también aparecen niños: un muchacho en la sala de interrogatorios (capítulo segundo), las niñas corruptas alrededor de Titorelli, y los niños pequeños en la ventana al principio del capítulo final, quienes contrastan como símbolos de una vida que comienza, libre de culpa, frente a una vida culpable que se precipita hacia un violento final.
El nombre “Wolfahrt” en el fragmento “El Camino a Casa” tiene una ortografía peculiar. Se podría esperar “Wohlfahrt”. Kafka eligió esta variante posiblemente para evitar que se interpretara como un símbolo nominal, ya que el sustantivo “die Wohlfahrt” significa bienestar o prosperidad.
Cuando el intendente K. utiliza un vehículo de motor alquilado, se menciona un “automóvil”. Este es un índice lingüístico de la época, cuando ya existían taxis en Praga, pero todavía no se había generalizado el término que hoy es su designación exclusiva. Es curioso que todo el vehículo tome su nombre de una parte específica, el taxímetro, que no tiene nada que ver con su diseño ni con su principio motriz.
Otra peculiaridad: en todo El Proceso no hay ni un solo jardín, ni un huerto, ni una flor en el césped, en una maceta o en un jarrón. La anónima del río Moldaba, con el brillo de sus aguas titilantes bañadas por la luz de la luna, solo aparece durante el último viaje terrenal del acusado. En el mismo capítulo, también en este nocturno del final, se ve por primera vez un denso grupo de árboles y arbustos (en la no mencionada Kampa). Hay una ausencia constante de vegetación, flores, frescura fluyente del aire y las aguas, un cielo abierto, perspectivas amplias y alivio. Solo se menciona una invitación que el subdirector extiende al intendente K. para un paseo por el “río”, es decir, por el Moldaba, pero el intendente K., en el sueño, ve su atuendo ceremonial –un abrigo negro y pantalones a rayas negro-gris– cuidadosamente doblado en el suelo, como algo que ya no necesita. (¿Liberación del poder del “tribunal”, transición a otra existencia?)
En el último capítulo, se menciona cómo el acusado, de camino al patíbulo, observa en la innominada Kampa senderos con bancos en los que se había sentado en otros veranos. Es la única referencia en la novela a una relación con la naturaleza, y tiene una función similar de retrospectiva y contraste como la de los pequeños que juegan en la ventana. Durante la trama, K. está encerrado dentro de los muros de la piedra de Praga, como lo está en su propio ser. No hay música ni canto en la novela, solo escuchamos sobre el frenético baile de Elsa, la camarera, en un cuarto nocturno, y en otra ocasión, sobre los desagradables sonidos de un viejo gramófono. Todo esto constituye una característica significativa y acusatoria de la obra: un indicio de una vida encarcelada, errónea en sus cimientos. No es un rasgo autobiográfico; Kafka, mientras su enfermedad pulmonar no había alcanzado su fase terminal, disfrutaba de la naturaleza, la buscaba donde podía. En cuanto a la música, afirmaba ser completamente insensible a ella, pero esto puede ser cuestionado, incluso si en este aspecto contrastaba marcadamente con Franz Werfel, eminentemente musical y apasionado, quien desempeñó un papel activo en el resurgimiento de la música de Verdi en Europa fuera de Italia.
En los países donde Franz Kafka es considerado una de las grandes figuras de la prosa mundial del siglo XX, existen numerosos intérpretes de su obra, cuyos enfoques varían considerablemente, predominando las interpretaciones teológicas. Esto también se aplica a El Proceso. La interpretación que he intentado no violenta la obra de Kafka; según todo lo que sabemos de Kafka por sus diarios y los testimonios de sus amigos, probablemente no tendría objeciones a esta perspectiva. Además, nuestra interpretación tiene la ventaja de que puede ser aceptada tanto por un ético social, un filósofo o como por un teólogo, ya que están interesados en un análisis razonado de la existencia humana, en el balance entre el “Deber” y el “Haber” en el libro de la vida. El caso del intendente K., un hombre decente y respetable, pero solo decente y respetable, es la tragedia de un corazón perezoso, adormecido por el frenético trabajo, que no despierta a deberes superiores, más allá de la ley civil y comercial, más allá de la ley penal ordinaria. Por eso es condenado por una ley no escrita. Su culpa es vivir de una manera que no es posible: solo para sí mismo, aislado en sí mismo.
En un lugar ya citado, se le recuerda al acusado que todo pertenece al “tribunal”. Esto se le señala ya al principio, en su primer interrogatorio: cuando percibe que toda la asamblea en la sala, aparentemente dividida entre los del “tribunal” y los ajenos que lo atacan, está compuesta exclusivamente por agentes del “tribunal”. Esto lo indigna como una conspiración deshonesta, en lugar de asombrarlo como un gran descubrimiento. En su interior amurallado no resuena la terrible pregunta que hace temblar al orquestador de todas las sinfonías con un grito de terror mortal: “¿Cómo rendiré cuentas, yo, miserable?”. Esa pregunta no aparece solo en el texto de una misa de réquiem, sino que tiene plena vigencia en la vida terrenal, en cada segundo de las relaciones entre personas. Franz Kafka escuchaba esa pregunta constantemente en su interior. Precisamente por eso pudo crear la figura del intendente K., una figura de advertencia.
En este sentido, creo que es posible leer con provecho El Proceso de Franz Kafka, quien ni siquiera estaba seguro de ser escritor y, en el corto plazo de tiempo vital que le concedió el destino, buscaba solo una cosa: vivir en armonía con la ley más estricta, voluntariamente y con alegría aceptada, del deber moral hacia los demás y el mundo. Fue coherente con su carácter que amara profundamente al gigante entre los autores, que fue al mismo tiempo un genio moral. Lloró con La Muerte de Iván Ilich.
NOTA (1) “La Muralla China”: Es un cuento de Franz Kafka que mezcla elementos históricos, ficticios y simbólicos para reflexionar sobre la naturaleza del poder, la comunicación y la alienación. Narrado por un personaje que vive en la China imperial, el relato se centra en la construcción fragmentada de la Gran Muralla, realizada por partes desconectadas y sin un plan unificado. Este método aparentemente absurdo simboliza la desconexión entre los gobernantes y los trabajadores, así como la incomprensibilidad de las órdenes emitidas desde la lejana corte imperial.
El cuento también explora la idea de una autoridad lejana e inaccesible, encarnada en la figura del Emperador, cuya presencia es omnipresente pero inalcanzable. La obra utiliza la Muralla como metáfora de la fragmentación, la burocracia y el aislamiento humano, y sugiere una crítica sutil a los sistemas de poder que operan de manera incomprensible para el individuo común. La narración, rica en digresiones y reflexiones filosóficas, captura la tensión entre lo colectivo y lo individual, lo monumental y lo insignificante, destacando el sentido de alienación que es característico de la obra de Kafka.
(Imagen en portada, Créditos: Ivelisse Pérez Espinal)
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Ariosto Antonio D’Meza es escritor en español y checo, además de cineasta. Reside en Praga.