En la Trienal de Milán 2025, en conexión con la exposición internacional “Cities”, se celebran cada mes encuentros dedicados a los barrios de ciudades que expresan una cultura original. En julio pasado, el evento se dedicó a la comunidad dominicana ubicada en el reparto Umberto I del puerto ligur de La Spezia. En esa ocasión, Edizioni Zero de Milán publicó una revista que incluía este texto de Danilo Manera, escritor y profesor de la Universidad de Milán, y fotografías de Samuel Costa, polifacético artista natural de La Spezia, cantante, músico y fotógrafo.
Sábado por la noche, plaza Brin, ciudad de La Spezia, Italia, finales de mayo. Se percibe el mar muy cerca, pero lo primero que se nota es la música, mucha música caribeña, toda junta. Cada grupito, cada esquina, cada bar, cada quiosco o banco tiene su banda sonora, desde el merengue más tradicional y acompasado, con acordeón, güira y tambora, hasta la melódica bachata densa de guitarras, pasando por el trepidante dembow, el ritmo frenético de los más jóvenes, con base percusiva y voces que se alternan rapeando. “La piazza”, como la llaman sus asiduos, está llena de dominicanos. Hablan alto, cantan, bailan, juegan con los niños, discuten y se cuentan historias, en español y en italiano. La colonia dominicana de La Spezia, conocida como “La Comunidad”, cuenta con más de tres mil residentes legales y unos dos mil que ya han obtenido la ciudadanía italiana, repartidos en tres generaciones, o más bien cuatro, teniendo en cuenta a los recién nacidos, ya presentes en su cochecito en la piazza Brin. En Italia viven unos 30.000 dominicanos en ciudades como Roma, Milán, Génova, Pavía y regiones como el Véneto y la Toscana, pero la de La Spezia es la colonia más concentrada y visible. La gran mayoría vive en este barrio, llamado “Umberto I”, construido a finales del siglo XIX, junto a la estación, en pleno centro, para los trabajadores del arsenal militar y del puerto. Es un barrio burgués, ordenado y agradable, con calles ortogonales, manzanas rectangulares y edificios generalmente de cuatro plantas con patio interior, todo atravesado por la avenida Corso Cavour.
Desde finales de los años 80, llegaron aquí mujeres dominicanas emigrantes, muchas procedentes de Nápoles y Massa, empleadas como cuidadoras de los ancianos residentes en el barrio. Se corrió la voz y vinieron más, sobre todo de la parte central de la isla, la región del Cibao y más concretamente la zona que corresponde a la provincia de San Francisco de Macorís. Con el tiempo, llamaron a sus hijos, hermanos y maridos para que se unieran a ellas a través de programas de reagrupación familiar. Aún hoy, las mujeres siguen siendo una clara mayoría y trabajan como empleadas domésticas, como cuidadoras o en el turismo, con gran presencia también en la cercana zona de costa turística llamada “Cinque Terre”. Pero varias dominicanas ya se han convertido en pequeñas empresarias, y sus hijas e hijos llenan las aulas de los institutos de educación secundaria de la ciudad, especialmente el Instituto Hotelero. Los hombres trabajan sobre todo en la construcción y la hostelería. Esta fuerte realidad femenina es claramente visible en la plaza, y resulta tanto más sorprendente teniendo en cuenta que proceden de un país de costumbres a menudo patriarcales y machistas. Pero estas mujeres dominicanas son tan tenaces, valientes y combativas como las hermanas Mirabal, las tres activistas democráticas asesinadas por el dictador Trujillo el 25 de noviembre de 1960, fecha que ahora conmemora la ONU como “Día Internacional de la Eliminación de la Violencia contra la Mujer”. Las hermanas Mirabal son tan populares como heroínas nacionales que aparecen en el billete de 200 pesos dominicanos. Seguras de sí mismas, desenfadadas y nada subordinadas, las dominicanas de La Spezia han dejado atrás, definitivamente, la mentalidad rural de sus madres y abuelas.
Esta noche me acompaña María Peralta, que lleva más de treinta años dedicada a representar a sus compatriotas dominicanos ante las autoridades italianas y a apoyar iniciativas de solidaridad con los demás inmigrantes. La plaza Brin, bordeada por palacios señoriales, está rodeada de soportales en tres de sus lados, mientras que el cuarto está interrumpido por la iglesia de Nuestra Señora de la Salud. Aunque la fe católica es muy sentida entre los dominicanos, la otra gran seña de identidad de la Comunidad, además de la música, es la gastronomía. En las callejuelas del barrio abundan las tiendecitas al estilo del colmado, el popular emporio dominicano que vende alimentos y productos para el hogar, donde se exhibe una hilera de botellas de ron en las estanterías y un congelador repleto de cervezas, y se convierte en lugar de reunión y baile por las noches. Así, en La Spezia es fácil encontrar frutas y verduras caribeñas, condimentos y platos preparados en los numerosos restaurantes étnicos, incluido el pica pollo, la comida rápida dominicana. Se puede disfrutar del rico y complicado caldo de carnes, verduras y tubérculos llamado sancocho, con arroz y aguacate, e incluso desayunar mangú, un puré de plátanos con cebollas rojas en vinagre acompañado de queso, huevos y salami frito. Pero los jóvenes, que crecen comiendo como verdaderos dominicanos en casa, luego por la calle encuentran una amplia variedad de otras opciones y en la cocina tienden a fusionar tradiciones. Este es quizá el rasgo más distintivo del carácter dominicano: el mestizaje, una tendencia natural a la hibridación, a mezclarse y compartir. Así nació la cultura caribeña, que mezcla influencias europeas, americanas y africanas, y el pueblo dominicano es uno de los más mulatos del mundo, con blancos y negros en clara minoría.

También en la música hay quienes trabajan en esta dirección, como Martín Manuel Coste Ortiz, alias Blaze Drumz, el productor musical más famoso de La Spezia, que arregla y compone tanto para Santo Domingo como para Italia (ha trabajado con músicos de la talla de Rochy RD y Boro Boro) e intenta combinar lo mejor de ambas tradiciones musicales. El entorno que le rodea es fértil. No es casualidad que en La Spezia, donde vienen a actuar los artistas dominicanos de primera fila, haya un cantante local, Carlos, conocido como “El Bebé de la Bachata”, y también una discoteca latina en las afueras, llamada Mambo King. Igual que hay artistas italianos, por ejemplo el rapero y fotógrafo Samuel Costa, que conocen bien la Comunidad y se inspiran en su creatividad.
La República Dominicana es el país del Caribe insular que más rápido se desarrolla y el que más turistas recibe. En los últimos treinta años de gobiernos democráticos, ha fortalecido su economía, sistema educativo y producción artística. La mitad de sus diez millones de habitantes vive en Santo Domingo, moderna metrópolis donde se fundó la primera universidad de América en 1538. Sin embargo, más de dos millones y medio de dominicanos viven ahora en el extranjero, principalmente en Estados Unidos, donde existe una concentración similar a la de La Spezia, pero muchísimo mayor: la comunidad de Washington Heights, en la isla de Manhattan, en Nueva York, uno de los centros clave de la diáspora dominicana, del que proceden muchas de sus características y costumbres. Y luego en España, Puerto Rico y aquí mismo, en Italia.
Desde Nueva York llegó la moda típicamente dominicana del kitipó: coches, furgonetas o camionetas reformadas para contener en su interior un potentísimo equipo de sonido con múltiples altavoces, que se saca en las festivas y turbulentas reuniones de kitipós de alto voltaje, al servicio de DJs que destrozan todo nivel sonoro humanamente manejable. El nombre deriva de “quita y pon”, es decir, desmontable: el equipo musical, por su propia esencia, debe poder volver a encajar en el vehículo, como una especie de Transformer musical. Por supuesto, reuniones similares no pueden celebrarse en la Piazza Brin, sino en lugares aislados, como un aparcamiento apartado o un claro en el campo a orillas de un río. Es un poco lo que ocurre con el deporte nacional dominicano, el béisbol: hay dos equipos de la Comunidad, La Joya y Los Tigres, pero en el pequeño espacio del Golfo de La Spezia no hay campos de béisbol y por eso no pueden entrenar. Sin embargo, fuera de casa siguen ganando: lo llevan en la sangre.
Naturalmente, no todo es color de rosa en la inclusión de los dominicanos en La Spezia, también hay quejas y hostilidad ocasional. Nada, sin embargo, que impida seriamente un camino hacia la integración. Hay otros extranjeros en el barrio Umberto I, especialmente norteafricanos, pero en la Piazza Brin resuena sobre todo el español dominicano, tan pegadizo y amable. Un pequeño grupo de gente muy joven, chicas y chicos, rapean para divertirse, deslizando una tras otra cándidas vulgaridades, insultándose de relajo, con obscenidades cariñosas. Me dicen, sin embargo, que prefieren hablar español solo en casa o entre amigos, fuera hablan italiano, la lengua que han aprendido en la escuela. Afirman que se sienten italianos de origen dominicano, que ya no tienen el sueño de volver a Santo Domingo, como sus padres: como mucho, quieren ir allí de vacaciones. Un hombre de mediana edad interviene y me dice que le habría gustado envejecer en el Cibao, pero se dio cuenta de que ya casi no conoce a nadie allá, sus amigos y sus pasiones están aquí, La Spezia se ha convertido en su hogar.
Se exprese como se exprese, con la alegre franqueza del merengue, la amargura desgarradora de la bachata, la rítmica incansable y sensual del dembow o tal vez un bolero romántico o incluso las rimas ingenuas de los raperos de la calle, las ganas de vivir de los dominicanos de La Spezia encuentran en la Comunidad un alivio a la soledad del emigrante, a la herida de arrancar y volver a echar raíces, con un océano de por medio. Todo se puede olvidar, incluso el trabajo agotador o la incesante desgracia, sumergiéndose en el éxtasis de un baile caribeño, arrastrado por los decibelios furibundos de un kitipó, comiendo buñuelos de yuca o dulces de coco, tal vez un sábado por la noche en la plaza Brin, a finales de mayo, cuando la noche ya es cálida y se percibe el mar muy cerca, casi igual que en Santo Domingo.
(Créditos de fotos: Samuel Costa)
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Danilo Manera (1957) es profesor de literatura española en la Universidad de Milán, traductor de varios idiomas, ensayista, crítico literario, conferencista y asesor de editoriales.