Dentro del exuberante panorama de la poesía puertorriqueña actual, la obra de J. P. Emmanuel (San Juan, 1971) se halla entre las más singulares. Su lugar en ese ámbito no está exento de tintes dramáticos y mitologización. Parte del aura de secreto que gravita en torno a su poesía se debe a lo poco que este autor ha dado a la imprenta. En 1997, Julio Ortega recogió dos poemas suyos en la Antología de la poesía latinoamericana del siglo XXI: el turno y la transición. En 2005, una selección de su poesía integró el tercer número de la desaparecida revista literaria El Mono Adivino, que también incluyó poemas de Sylvia Figueroa, Juan Carlos Quintero Herencia y la dominicana Rita Indiana. A partir de ahí, J. P. Emmanuel guardó un inexplicable silencio editorial que no vino a romper hasta la aparición de seis de sus textos en Isla escrita: antología de la poesía de Cuba, Puerto Rico y República Dominicana, publicada por Amargord en 2018. 

Se halla en prensa El otro camino, el esperado primer libro de J. P. Emmanuel. El volumen agrupa poemas producidos a lo largo de un cuarto de siglo. Accedemos apenas a una fracción de una obra que los que compartimos con J. P. Emmanuel en los pasillos de la facultad de Humanidades en la Universidad de Puerto Rico de los años noventa sabemos vasta y ostentadora de una impecable unidad. Cuando sus colegas nos afanábamos en identificar modelos que sirvieran de norte a nuestros balbuceos, J. P. Emmanuel ya era dueño de una voz con timbre propio. No frecuentó ninguno de los cenáculos literarios de entonces, pero era generoso en compartir su trabajo con su círculo íntimo. Ese desprendimiento se tradujo en una profunda admiración.   

Eran tiempos de gran efervescencia editorial en Puerto Rico. Proyectos como la separata Aire en las páginas de Claridad, el suplemento En Rojo del mismo semanario, revistas de crítica cultural como Postdata, Nómada y Piso 13, y literarias como En la mirilla, sirvieron de foro a la trayectoria en ciernes de muchos poetas y narradores nacidos en los setenta que consolidaron su obra en el nuevo milenio, entre ellos Irizelma Robles, Mara Pastor, Pedro Cabiya, Noel Luna, Juan Carlos Quiñones y José Raúl González. Espectador cauto, J. P. Emmanuel se mantuvo distante de toda esta actividad al tiempo que compartía con los escritores de su generación el deslumbramiento por la poesía de figuras de culto como José María Lima (1934-2009), Anjelamaría Dávila (1944-2003) y, en particular, Francisco Matos Paoli (1915-2000).          

El sujeto de la poesía de J. P. Emmanuel celebra los hallazgos que emanan de su tránsito por accidentados territorios íntimos. Pero la mirada de ese sujeto errante va mucho más allá del registro de sus derivas para indagar en los paisajes de la mente humana y sus arquetipos, un gesto que conecta esta poesía con preocupaciones similares en la obra de Pessoa, Roberto Juarroz, Wisława Szymborska y José Lezama Lima. De hecho, la huella de este último en la poesía de J. P. Emmanuel es marcada. Se advierte al nivel de la forma en la ampulosidad del lenguaje, de una sofisticación que solo he visto en otro adorador de Lezama Lima: el David Huerta de Incurable. Por otro lado, la poesía de J. P. Emmanuel comulga con la del cubano en la visión del viaje del sujeto como garantía de conocimiento. 

Para Emilio Adolfo Westphalen, el oficio de poeta implica una función intermediadora: “Juzgo la actividad poética como una labor de intermediario. Más le es dado y más recibe el autor de lo que él pone. Es el que transmite y a ratos consigue una metamorfosis feliz”. Por su fuerza, finura y singularidad, la poesía de J. P. Emmanuel alcanza con creces ese estadio de plenitud. Las metamorfosis felices están por todas partes en la obra de este poeta al que poco le importan las galas literarias y los afanes del autoencomio. Ave rara. No queda otra que prestarle atención. 

XXV

El alfabeto es la tabla periódica
de letras que son átomos.
La palabra es la tabla periódica
de letras que son moléculas.
La oración es la tabla periódica
de letras que son células.
La página es la tabla periódica
de letras que son órganos.
El libro es la tabla periódica
de letras que son vida.
¿Cómo las mismas letras son materia
de materias tan diversas?
Cada creador de alfabetos
es un creado de átomos.
Cada creador de palabras
es un creado de células.
Cada creador de libros
es un creado de vida.
Cada creador de libros
es un creado de todo lo demás.
¿Y de qué es creado el creador, si alguno,
de todo cuanto miramos?
Crear es estar siendo creados por la creación que creamos,
como una alfombra mágica que se desenrolla
sobre los hilos que la forman,
como la pregunta que nunca se explica.
Todo libro podrá desandamiarse
escaleras abajo hasta la letra, pero no más.
Toda vida podrá desandamiarse
escaleras abajo hasta letra, pero no más.
Toda vida podrá desandamiarse
escaleras abajo hasta el átomo, pero no más.
Todo detenerse se detendrá
en un punto que no avanzará más.
Viviremos sin saber de qué está hecha una letra,
pero sabiendo que de ella se hace, en un lenguaje, todo lo demás.
Viviremos sin saber de qué está hecho un átomo
pero sabiendo que de él se hace, en la vida, todo lo demás.
Y jamás sabremos qué secreta forma viva
del movimiento de formas hila tantas vidas y lenguajes,
infinitas en infinitas combinaciones,
y por qué su esfuerzo, y para qué sus razones. 


                                                         J. P. Emmanuel

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Néstor E. Rodríguez (La Romana, República Dominicana, 1971) es autor, entre otros libros, de Limo (OrganoGrama, 2018) y Poesía reunida (Zemí, 2018).