Insurrección

Días vociferan gastados desde lejanas latitudes. Calendarios vacíos peregrinan sin vida, el mar se repite tantas veces su estruendosa oquedad, esperando la ciudad que venga hacia él. Los mismos pájaros de siempre recorren el cielo hecho de cadáveres. Estatuas con ojos de cemento vigilan, no verán jamás la tierra. Estas estatuas profundamente dormidas en su alquimia de bronce y utopía, profundamente incógnitas en las sombras del cosmos, eternamente ahogadas en un desierto de naipes esparcidas, carcomidas por siglos y siglos de segundos.


Cualquier día como hoy se puede morir. El cielo apenas es un reloj que se escurre, las aves seguirán en sus kamikazes saltos al agua acechando los peces que charlan en tertulia. Una tímida columna de ángeles brota en las vísceras de un sol tenue y cobrizo. Esta especie agresiva que involuciona y cuestiona, se sumerge en ese mar de prisa, ese mar acostado sobre el horizonte con sus alas de agua y espuma envejecidas.

Diccionario para occisos

Languidecen esas piedras, esperan mi vuelo al ras de las olas. Toda soledad resulta inmensa desde la tarde, otros han elegido ir a los fríos y oscuros fondos abrazados ¿Qué escombros circundan tu oquedad martirizada? ¿Cuáles ruinas hacen del barro iracundo una quimera? Ya toda voz que inverna en estos espacios es verbo de sarcófagos, manuscritos incomprensibles, diccionarios para occisos.


El silencio es objeto yerto que hiere el alma. El ebrio suplicio donde la nada obtiene su color más denso, irradia la resistencia de la cúpula a ser víctima de su egocéntrica forma. Tontos aquellos bufones mediadores del averno que saltan a la desnudez más promiscua, sin saber que la inmediata e inmaculada terquedad del mito asola. Nunca gritaron soledad mis ojos, la impaciencia incinera insolente el umbral, en la pared del agua mi existencia no será. Mariposas oscuras granan a vapor el aire imantado al rostro tétrico.

Fábula del surgimiento del alba, lienzo del pintor Hilario Olivo

Alma de cántaro vacío

Tras la ventana se acerca la grisácea mirada del día. Retornan las gotas como un lerdo vapor de hojas sobre las diminutas horas. Ese cielo, jardín de espumas profundamente redondas y transparentes; nubes que reman durmiendo en su sueño de agua el barro del camino. Orilladas encima de la isla, las miríadas de las mariposas se cuadriplican, se yerguen ahora tranquilas en el silente tictac de sus alas, acantonadas sobre el día recién humedecido.


Heridas de las primeras lágrimas, que se internaron agudas en el polen desde lo alto. El imprescindible mañana sin el cual el día no puede suceder. El mítico astro con sus sábanas de cenizas hasta el cuello, la isla, de banderas mojadas y días sin clases en las escuelas. Dueña de truenos y relámpagos sórdidos, de grandes barcos de papel destruidos frente a los ojos de la hormiga, de la hoja que sirve de trapecio a la gota que en ella hace escala. Bajo la incesante lluvia, todos somos pájaros volando de prisa. Aterrados de las vocales voluminosas de la humedad, son más sonoras. Humedad que trota inverosímil en los puños cerrados de las estatuas.


Voy con el alma como un cántaro vacío.

Rafael Román Feliz, nació en Santo Domingo en 1987. Es psicólogo clínico. Se desempeña como profesor en la Universidad O&M y ejerce como psicólogo en el Departamento de Salud Mental de la Maternidad de Boca Chica. Pertenece al movimiento Interiorista. Ganador el Premio de poesía de la Feria del Libro de Santo Domingo 2019 con su obra “Brevedad del infinito”. Actualmente escribe su poemeario “Insonoro verbo”.