I

Donde se hace el cielo manual

las palabras florecen en moradas y rojas

moviendo las gotas del perfume que leo

en trazo con dedos de humo, párpados sin dueño

como cuando me dijeron que cárdigan era un uso equivocado

o cuando me dibujaron de cabeza frente a una playa sin mar, guía especie a una casa en el sur.

Dónde se revuelve a la consciencia sin un crepúsculo

debiera preguntarlo a la tortuga lagarto en un cumpleaños:

a lo mejor me diría los secretos que albergan sus lunares

pero si no hay secretos, no los hay, te resisto.

II

Se ensanchó el tiempo cuando me despedí de ella

quedó el olor de su sombra difusa, se la comía el viento.

Son las intermitencias de un corazón lleno

con la nostalgia de un vínculo en esta maña;

revolotea mi pensamiento entre olas de tiempo

cada vez más iguales, más hondas.

Las imágenes del presente son imágenes

del pasado que cocina unos tenis;

son retratos con rostros a medios dibujos

son voces huecas, como dueño.

Así habla, desde ahora, mi presencia común

el primero maestro mío en la palabra vacío.

La persigo por las tardes en anaranjado,

a esa palabra y a su filoso contorno lleno y vacío.

Pero nunca podemos añadir el pasado:

la pintura en mi libreta es la única máquina del tiempo;

en esas páginas tan blancas, ausentes

donde trazo una y otra vez su almibarada presencia

donde trazo, una, otra vez y una

porque tal vez tengan razón los que preguntan,

otra vez y una, por qué estamos en esta alfombra.

III

Vengo en la Atlixcáyotl, a la altura de Vía San Ángel, y no tomo una foto.

Ya de por sí el oficio es complicado: el ángulo, el filtro, la descripción

y la hora. En los momentos como este, en que me pongo a filosofar

me acuerdo de todas las fotos con etiquetados del Parque del Retiro

y me enoja que no se las guarden como me enoja la certeza

con la que me pregunto ¿para qué queremos un memorial secreto?

Tantas veces me encuentro esperando y pasando

ese desfiladero de fotos, esas inmaculadas y vidas resueltas

enmarcadas en filtros de ilusión y mentiras bien hechas.

Carajo, tan efímeras obras de ficción, pero qué ganas de tenerlas y de serlas.

Y me pregunto, ¿qué tan desfigurada puede tornarse la mente del hombre?

IV

Late el piso bajo el humo

a bandera es diente y sangre.

Gritando al callar de dios

puede ser también la mano

o de otro padre pontífice.

Igual adláteres mímicos

muerde el pasto el fiel delirio

reza el gol con ojos turbios

ciego va el fervor sin pausa.

A lo mejor es la maña

del poeta en su lugar

favorito el ver balón.

Retumba en su pecho el canto

late la cruz del estadio

suda fe cada mirada.

Hablan dos pies. Miente, fuerza

que esta promesa es recuerdo

de las lluvias que empedamos.

V

Se hunde en lodo verde estancado

raspa su piel contra palabra

en sus ojos polvo reseco.

Mama en lodo, hace tejidos

de los que un libro de arte, sí

filma, pues quiere enrojecer

la grieta donde se derrama

la voz que zumba entre raíces.

Es un trato de lincear

en el habla de mi querida

madre a la que le escribo cartas

como ya fósiles que comen

silencio aquí en las tardes huecas

con esa lengua hecha de espinas.

La esta emoción es un desorden

recalentamiento entrenado

en estímulo de la letra.

(En portada: Chelsea series #12, acrylic on canvas, 33 x 36 inch, 2022. Derechos: Juan Luis Landaeta)

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Iker Zarebski (Ciudad de México, 1995) estudió literatura en la Universidad Simon Fraser y ahora vive en Mérida. Carlos Alejandro (Ciudad de México, 1996) es maestro en economía de la Universidad de Brístol y doctor en literatura y filosofía por la Universidad de Notre Dame. Escribe una columna en El Universal (México) y su libro más reciente es Rosario (Secretaría de Cultura de Puebla, 2022).