Año, 1965

I

“¿Quién vive?”.

Trajinantes, las voces 

son del sol; parecen 

del recuerdo en mudez; 

entre flores silvestres, 

de luna que se ha 

puesto y a capela, de 

vuelta a la tierra, fuego.

Desde esta navaja Gillette,

¡Abril! ¡Abril! ¡Abril! 

Este sol andariego, estás

sombras encaminándose,

pareciéndose a un puente

colgante, de esos que, 

primero pasa el aliento, 

luego el valor naciente 

de espaldas cadavéricas

donde están dormidos,

donde están despiertos:

“¿Quién vive?”.

“¡No! ¡Contestadme a mí! 

¡Alto y descubríos!”.

II

Eran por mar que llegaban,

como todo lo que azota

a lo interior de la isla

que, luego en la tierra

se convertía en neblina fétida:

Bacillus coli comunis;

Bacillus cadaveris;

Bacillus flourescens.

III

Di la edad que tenías para saber 

si no estabas en el vientre 

de tu madre o en el disparo de la

bala perdida hasta encontrar 

                                  [un cuerpo.

“En esos largos cinco meses

 se posibilitó el ambiente 

                       y el espacio”.

Fue en primavera, 

la estación de las lluvias 

escasas y los colores 

de la tierra en ebullición.

Se había iniciado la vida 

y hablaban, en vida, 

todavía los que, días 

después, solo iban 

            [a ser recuerdos.   

Desde la luz podría, al otro día,

quien habla de la vida pasada, 

fácilmente está hablando del

ulular del viento, que los pájaros 

emigran hacia donde el río nace

y es solo canto, con las caídas 

de las hojas, el otro canto el agua

de la vida en sinfonía y, si llueve, 

ah, el horizonte, reverberando, 

voces que no saben lo que pasa, 

pero desean con el tiempo hablar, 

llámense Eurídice o Rojas tenga 

                          [el mote de Paco.

IV

Ayer, Eurídice, del olor efímero.

Quien se sueña con, 1965, 

sabe que dormir a patas arribas 

es una cosa, otra hacerlo

desde las ideas o persistir en ellas,

teniendo como aliado al recuerdo.    

“Sería a media mañana cuando todo 

el dispositivo de ataque estuvo listo. 

Incluso, pasaron muchos días 

antes de que el contingente 

enemigo que se encontraba 

en el cuartel de “transportación” 

se constituyera en una amenaza”.

Todo sucedía sin dejar de suceder

(en cada abril en espíritus) 

en la parte baja de la ciudad, 

donde vivía Eurídice, alguien 

se atrevió a recordar:  

salió en una Vespa, con Paco 

detrás, para ver si las escaramuzas

habían comenzado y en busca 

de azúcar, además era recién casada.

Podrían haber terminado 

en las fosas comunes 

del cementerio de Cristo 

Rey de la parte alta, pero

fueron desenterrados, 

a décadas del olvido 

para trazarse la avenida 

               [Reyes Católicos.

¿Quién vive?”.

“¡Qué asco! –te acuerdas”.

“Las palas mecánicas desenterraron 

tantas osamentas que aún me 

tiembla la memoria, al recordarlo, 

principalmente cuando es primavera”. 

V

“¡No! ¡Contestadme a mí!”.

“¿Te acuerdas, Paco?” –dijo, Eurídice”.

“Nos habíamos casados un mes 

antes. Yo, con treinta y tres años 

y tú con veinte y ya tenemos 

cincuenta y cinco años.

Tú, del Sur profundo, jamás 

has vuelto y yo de Salcedo.

Mi familia vecinos de los Mirabal, 

mucho antes de que murieran 

                               [las muchachas”.

¿Quién vive?”.

“No estoy muy seguro que, 

conversar con los recuerdos

o dejar de hablar a solas, 

es porque está cerca la muerte

o casi se está loco.

Hay cosas peores que 

morirse en estos tiempos”.

“Para recordar al mes

de abril existen cientos

de razones, pero, sobre

todo, una, LA PATRIA”.

“¿No estarás olvidando, 

para algo ser contado

sin olvido, tiene que ver 

con la salida y puesta de sol?”.

“Si ya no recuerdo la noche 

de nuestra boda, pero sí 

los que decían que 

me iba a quedar jamona 

y que tú, Paco, iba a necesitar

de más de una vida,

la primera noche de estar juntos”.

“Permíteme reír ante 

lo escasa que se ha puesto

pensar en la primavera,

en las flores que tanto gustaban

a mi soltería y después de

casada me traen malos recuerdos

por el lugar de mi origen, 

sin llanto, aunque vuelva y ría”. 

VI 

 “Un mar humano de vociferantes 

jóvenes, hombres y mujeres, 

nos precipitamos, aun en medio 

del fuego cruzado, hacia los lugares 

de la fortaleza que habían sido 

penetrado por las tropas 

                       [constitucionalistas”.

“Yo, con esta vida que llevo 

o como se le llame, no le 

tengo miedo a la muerte; 

es la muerte la que debería 

                    [tenerme miedo”.

“En abril solo pienso 

en flores, en el jardín que está 

en mi memoria florecido 

con los otros meses del año”.

“No hable así mujer –dijo, Paco. 

Sino es Dios que castiga,

lo hace la manera en que uno 

se muere o por hablar 

               [desaprensivamente”.

VII

Si las deudas son con la primavera,

todas las flores la representan.

Estos pasos de ayer son los que 

se devuelven para encontrarme. 

“Aquellas noches, ¿te acuerdas, Paco?

Se parecen a éstas que, en donde 

uno menos se lo espera, puede ser

pasar de un jimiqueo a dejar de estar vivo.

Las razones por las que se le sobrevive

al recuerdo nadie las sabes, solo el tiempo”.

“Son como los tiempos de angustia, 

que todos se parecen, no digo 

que estos se parezcan, pero 

deben ser de las mismas estirpes”.

Se oye la risa de lo que parece

ser el fluir del río que viene 

cargado con animales, 

árboles, derrumbamientos 

de tierra y uno que otro 

zumbido como si no fueran 

desconocidos, destructivos”. 

Los tiempos para ser olvidados 

son los que logran de la vida, 

de la tierra, del aire parecerse 

al fuego que, con temor 

se enciende y después hay 

como un regocijo íntimo 

de que van a ser cierto, que no 

dejarán piedra sobre piedra.

VIII

Hubiese podido 

ser parte de un mal 

al azar estas palabras:

El tercero o cuarto disparo 

del sargento Lamoreaux 

produjo algo que parecía 

ser un hombre que caía de un árbol”.

“El sargento encendió un pitillo”.

A tantos años, yo, prefiguro 

ese disparo regresándolo, 

traspasando noches, cielos

estrellados y ciclones, 

guiados por el encendido 

del pitillo aquel, que ahora 

si fue apagado como se debía, 

a pesar del tiempo, a pesar 

que en el cristiano no debe 

dormitar la venganza, 

pero esta es de un sol 

que todavía sale de noche, 

a pesar de lo que se diga, 

se murmure, que no ha 

pasado nada. Se hable

del olvido como de un grito

que nadie oye o ha oído;

no deja de ser de una sola

puesta de sol y si fuera un 

pájaro tuviera una sola ala.

IX

¡Alto y descubríos!”.

48, 448 km2 cuadrados.

“¿Para qué contar los años,

si quien tiene que cantar no canta?”.

“¿De quién  hablas, del rebaño?”.

No, de su espíritu, no hay 

que dejar que naufrague,

por el bien del que está

naciendo, llegando”. 

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Amable Mejía es poeta y narrador. Doctor en derecho de la Universidad Autónoma de Santo Domingo. Autor de El amor y la baratija, El otro cielo y Primavera sin premura, novela.