Paciencia

—Y tú, ¿qué vendes?

El vendedor miró la mesa vacía, cubierta apenas con un mantel fucsia; y luego fijó la mirada en el transeúnte. Y tardó en responderle.

 Y el transeúnte se impacientó con el tiempo que se tomaba el otro para hablar. No se percató que tenía un frasco pequeño, oculto en el puño de la mano izquierda; y volvió de nuevo con la misma pregunta.

Y con esa segunda vez, el vendedor tampoco respondió. Se mantuvo en silencio, inmutable. 

El transeúnte miró el puesto de venta siguiente. No insistió más. Y solo dijo: qué hombre más extraño; y tan pronto dio la espalda, el vendedor abrió el puño, despacio. La etiqueta en el pequeño envase decía “Gotas de la eterna juventud”. Tomó el frasco con los dedos índice y pulgar de la mano derecha y, con mucho cuidado, lo colocó en el centro de la mesa.

Nota tardía

Y como subió a los cielos sin una justificación rigurosa y científica que lo avalara, la Asociación Mundial de Arqueología envió una nota muy tardía a la Santa Sede, quejándose porque sabotearon, con premeditación y alevosía, el trabajo histórico de buscar, varios siglos después, el cadáver de Jesús.

Precaución

Emilia Pereyra había escuchado siempre una leyenda inverosímil, pero muy digna de creer ciegamente. En un rincón espacioso e iluminado de la habitación, cada mujer debe tener dos espejos de altura. Y uno de ellos debe permanecer siempre cubierto con un paño negro.

Un día, y solo por curiosidad, así lo hizo. Tomó dos espejos idénticos y cubrió uno con el paño negro a todo lo largo.

Ella, como medida de precaución, se olvidó de aquel espejo enigmático del paño negro y tomó la costumbre de vestirse y maquillarse toda su vida delante del espejo descubierto y que reflejaba con gran precisión el cuerpo esbelto y su rostro joven.

Un día se aventura y tira del paño negro del otro espejo. En principio no reconoció la imagen, pero luego se dio cuenta que era ella, con el pelo lleno de canas, como un regalo divino; y el rostro poblado de suaves arrugas.

Un temblor involuntario se apoderó de ella; y un sudor frío bañó todo su cuerpo.

En el espejo de uso diario, cuando corrió la vista, se percató de que su rostro seguía joven y terso; y la figura de su cuerpo… inmaculada. Tomó el paño negro y cubrió de nuevo, y para siempre, el segundo espejo.

Recuerdos

El hijo mayor le pregunta a su padre, a un pie de la tumba y atrapado ya entre las redes del Alzheimer: —¿cómo te gustaría que te recuerden?

El anciano, exhausto, cargando su último gramo de vida y con esa mirada fija y desleída de finales de otoño, solo atinó a responder: —¿Y para qué sirven los recuerdos?

A toda página

El periódico publicó una noticia destacada en la portada y eso produjo una alegría nacional sin precedentes.

El acontecimiento, de acuerdo a la comunidad agraciada, había que celebrarlo por todo lo alto.

Los mosquitos, por tal motivo, se reunieron en la Plaza Mayor; y de ahí partieron en una marcha patriótica impresionante.

No se quedó nadie. Ni siquiera por un sorbo de última hora en el brazo rosadito de un bebé, o el vuelo impertinente alrededor de la oreja del anciano que dormía su siesta en un sillón reclinable, plácidamente.

La noticia decía: 

“Sacaron del mercado el insecticida Real Kill”.

Muy tarde se dieron cuenta que la noticia era falsa.

Algas y sargazos

Morir ya era cuestión de honor. Un cataclismo emocional estaba destruyéndola por dentro. En su situación, gran cosa era su vida.

Vivía en estado líquido. Azotada por gritos de enfado y voces de miedo y desconcierto que escucha mientras duerme. Y despierta no cesan en su cabeza los pensamientos inicuos. Y ya no puede más. El amor de su vida no iba a regresar. Apenas recuerda el nombre del aire. Las dentelladas no cesan. Tiene el corazón en carne viva. Estaba desesperada.

En medio de su indefensión emocional una idea imprudente tuvo; y pensó en mil penas, en bellos crepúsculos y alucinantes arcoíris, después de varias semanas de lluvias torrenciales. En bandadas, pensó, de esas golondrinas que en primavera traen sus cantos invertebrados y lo esparcen como un diluvio de colores y encantadoras melodías.

En la mañana del sábado, y ya frágil y desvalida, pensó en una muerte violenta, con el pecho abierto y el corazón inútil y anegado en llanto, partido en mil pedazos.

En un mortal y alucinante salto al vacío, también pensó ese día, pero no había puentes en el pueblo. Un puente alto sobre un río caudaloso y profundo, de aguas bravas que, una vez sin vida, se llevaran el cadáver hasta perderlo mar abierto.

Así que, ya entrada la noche del domingo, con un profundo dolor en el pecho y ahogada en su frustración, reducida a sollozos y abandonada, decidió dormir y soñar. Y ocurre que soñó con el puente más alto de una ciudad bella y luminosa y que no conocía.

En la mañana tocaron a su puerta; y no respondió. Entraron a la habitación y hallaron el cuerpo en la cama, todavía húmedo, con el vestido destrozado y cubierto de algas y sargazos.

Olía a mar.

Alimento

Mucho había volado ese día. Se sentía feliz. Sin envidia de las mariposas amarillas de la primavera y como nunca en su invertebrada y singular vida de insecto. Sí. La vida era un paraíso de aire y sol hasta que dio un giro errático y cayó en la gelatinosa red. Agitaba las alas con desesperanzadora inquietud, pero era inútil. Ya tenía los ocho ojos de la araña encima.

El arca de Noé

 El pasaje bíblico cautivó su interés; y la cuarta vez, leyéndolo en voz alta, vio un detalle revelador. Qué curioso, pensó. Y para asegurarse leyó de nuevo: “…entrarás en el arca tú, tus hijos, tu mujer, y las mujeres de tus hijos contigo”. Sí, estaba en lo correcto. Dios, quizá de manera deliberada, dejó fuera a las suegras. Los únicos viejos en el arca eran Noé y su esposa.

Alzheimer divino

—¡Hágase la luz!

Después de esa frase pasó tanto tiempo que ya Dios, al volver sobre sus primeros pasos, no recordaba el mundo tal como lo había creado.

Delirio de persecución

En el turno previsto “el próximo” entró al consultorio del psiquiatra; y le dijo que se estaba volviendo loco.

Y el médico lo mira fijamente. No encuentra, a simple vista, nada anormal; y le pregunta:

—¿Cuáles son los síntomas?

Y él responde:

 —Tengo tres días soñándome con usted.

Invento de la luz

Y sin saber qué hora era, Dios dijo: Hágase la luz.

Primer idioma

En un congreso mundial de lingüistas, todos políglotas, todavía no se ponen de acuerdo en qué idioma Dios dijo: “Hágase la luz”.

El error divino

En un mundo hipotético, Dios tenía una existencia imaginaria.

Y todos los fieles creían en ÉL, pero de manera hipotética. Todo se reducía a un incontrovertible simulacro de fe; y eso, a Dios, no le agradaba.

Un día, Dios convirtió el mundo hipotético y la humanidad que lo habitaba en un mundo cierto, tangible y real. 

En ese arduo proceso se olvidó de convertirse ÉL en un Dios auténtico, real, omnisciente; y cuando quiso enmendar su error no pudo. En realidad, lo consideró innecesario, porque ya todos los fieles creían en ÉL de manera real.

La aldea global

El mundo, en un abrir y cerrar de ojos, se convirtió en una inconmensurable y convulsa sala de espera.

La palabra que volvió infeliz a una parte del mundo

—¡Tieeerraaa!

El grito salió de la boca de Rodrigo de Triana, marinero sevillano, en su turno de vigía, trepado en el palo mayor de la Pinta, primera carabela de la expedición de Cristóbal Colón; a cargo del capitán Martín Alonso Pinzón.

Decisión secreta

Cuando una mujer le dice a su esposo: viviremos juntos hasta que la muerte nos separe, en ese momento, cuando hace la proclama, ¿en la muerte de cuál de los dos está pensando? Y como la verdad del futuro, que no conocía, le llegó hasta el alma, desde ese día se blinda de paciencia y espera, aferrada a su secreto, abrasador e inexpugnable, el desenlace del sorpresivo e inevitable hecho.

El ángel escriba

En el principio de los tiempos un ángel escriba acompañaba a Dios, tomando notas.

—Hágase la luz  —dijo. Y todo el firmamento se iluminó.  

Dios es inteligente, Previsor y Todopoderoso.

Sin luz no había forma de escribir.

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Rafael García Romero. Novelista, cuentista, ensayista y periodista dominicano. Tiene 18 libros publicados. Obtuvo el Premio Nacional de Cuento Julio Vega Batlle en 2016.