¿Alguna vez te has preguntado adónde van los perros realengos cuando van tan decididos a cruzar la calle?
Si es así, este cuento es para ti.
“A veces yo me siento sólo un perro.
No “apenas un perro”, no. ¡Todo un perro!
Me siento un verdadero perro.
Una de aquellos a los que no les cabe otro nombre
u otro adjetivo
más definitivo y acertado que PERRO.
Un animal completamente perruno”.
(“Como un perro”, Rossalinna Benjamín, 2013).
¿Quieres ser mi perro? porque yo puedo ser tu perra- Te decía entre dientes y colmillos mientras dejaba que me olisquearas la cola y el culito. Sí, porque hoy tengo deseos de ser bien perra y callejera para andar en cueros y sin probar las torturas de un buen baño con manguera y creolina en el patio de la casa.
Tampoco quiero que me pongan collar, es una cadena que me aprisiona y lastima el cogote, obligándome a ir adonde no quiero ir cuando quiero oler alguna goma de carro marcada con pis de algún rival canino o los restos de caca de algún gato fresco en la grama.
¡Qué delicia sería poder estirar la pata y lamerme mis cositas!
Sentirme perramente feliz, sin nadie que me llame la atención y me diga: “Mira, buena perra”, como si eso fuera un nombre despectivo o estuviera haciendo algo que todos hacen, pero en secreto.
Quiero andar libre y sin ataduras en la jaula del mundo, aquella que no tiene paredes y te obliga a mirar de los dos lados cuando cruzan aquello que le llaman calle y que dicen que quema las patas cuando está caliente y te da duro si andas distraído.
Embarrarme de hedores y podredumbres de la basura de la calle, regodearme de felicidad en los basureros infestados de gusanos y batir moscas con la cola.
Aspirar libremente el olor a carne muerta y descompuesta y comer porquerías a voluntad. Quiero jugar en el parque con otros perros sucios y realengos, brincar, correr y mordisquear otros lomos perrunos de aquellos de mí misma raza que me están prohibidos.
Quiero encontrarme contigo en el parque y en la calle, hacer perrerías contigo y disfrutar de lo lindo de las vistas atónitas y el desprecio de los transeúntes y gozar contigo mientras nuestros gemidos alarman a algunos y excitan secretamente a más de uno.
Sí, quiero, deseo ser perra, perrear, hacer perrerías y ser perrunamente feliz, pero cuando llegue la noche, quiero volver a casa.
No quiero dormir en un periódico viejo o mojarme en la lluvia o padecer enfermedades sarnosas y pulguientas. Es muy bueno estar en casa y que te pongan comidita –aunque sea de la barata- en un platico con tu nombre y agua limpia, aunque sea del inodoro.
Después que me goce la bacanal experiencia de ser una perra realenga, volveré a casita de mis amos, sucia y preñada, al final de mi perruna jornada y en la comodidad del hogar seguir siendo una sumisa perra de casa.
Valor anticanónico: uso del humor con una orientación denunciadora, reflexiva e incisiva.
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Orly Diane Rodríguez, Santo Domingo. Ingeniera industrial, escritora, correctora de estilo, fotógrafa y gestora cultural. Ha publicado en Ellas ’tán como e’ Antología de escritoras microrrelatistas dominicanas (2018), Oda al zapato y otros poemas (2016), Se nos fue poniendo viernes la tarde (2016).