“Van a publicar Narraciones de Ella”. Así, sin tiempo para que mediara ni un hola, me contó Martha la noticia de que Huerga y Fierro Editores publicaría su libro en España, y que vendrían, como han venido hoy, a ponerlo en circulación en el país. Recibí la llamada con la alegría infantil de cuando te llega en enero el regalo que no te pudieron entregar en Navidad.  

Y es que este libro lo he visto cocinarse desde la sazón inicial. Ahí figuran poetas que apasionadamente nos debemos y otras que vendrán, estoy segura: Martha Rivera Garrido no solo me lo ha afirmado: nos lo ha prometido. 

Por ésa y otras razones debo comenzar las brevísimas palabras de bautismo de este “librito” –como ella misma lo ha llamado– celebrando el feliz secreto a voces de queNarraciones de Ella es el inicio de una saga: “Faltan muchas, lo sé. Estoy en ello”.

Al ponerse en la piel de voces tan eternas como concretas, es decir, terrenales, leyendo y poetizando a estas mujeres que lee –y cuyas obras la leen– Martha huye de la maniática y espectral fugacidad de un mundo en que las cosas se han trocado (por su información, por su versión digital o por su algoritmo) en meras fuentes de datos. Durante esa huida, su mirada jamás evade las balas que alguna vez dispararon al corazón de Ellas, o de Ella, que es también yo. 

Esa clave es la que nos confiesa en la viñeta dedicada a Aída Cartagena Portalatín, la primera de Ellas: 

Quizá algunas fueron o irán más lejos que yo en los paisajes del delirio. No lo creo, pero puede ser cierto. Habitaron y habitan otro tiempo, nunca el mío. El mío fue solamente mío, y de él siempre me estuve yendo.

Mínimo y colosal, en curso e impecable, sin límites y egoísta, Narraciones de Ella reúne muchas contradicciones y contingencias, y en él encontramos, por supuesto, su inquebrantable vocación de revisitar las aguas eternamente nuevas del río de Heráclito, tan presente como tema en toda su poesía.  

Mínima es su selección de autoras. Mínima su antología final de poemas.  Mínimo su número de páginas. Colosal la escogencia de las autoras, de las poetas.  Colosal el trabajo de la escritora como intérprete de “otras”.  Colosal los “solos” donde la poeta cristaliza la tarea de dejar de ser Ella para ser Ellas en un esfuerzo que, trascendiendo el género –y parafraseando a Jorge Luis Borges al hablar de Shakeaspeare– podría decirse que nadie fue tantas mujeres como esta mujer, “que a semejanza del egipcio Proteo pudo agotar todas las apariencias del ser”.

Y es que todo artista es un actor. El diálogo interior que se produce en sus adentros antes de convertirse en “algo” (texto, canción, cuadro, performance) su cerebro lo recibe como voces que vienen de afuera. Más tarde, en ese único lenguaje de la bioquímica que es la electricidad, el cerebro lo convierte en ideas, sueños, versos y cosas.  Ideas, sueños, versos y cosas que hay que descifrar e interpretar, de modo que todo escritor es también un intérprete. Un actor. Y en este sentido, entro a Narraciones de Ella como se entra a un abierto libro de teatro; el más claro libro de teatro de la autora, y el único de su clase en la literatura dominicana, al menos de la que conozco. 

Así como saber interpretar a otros no tiene límites, verse y desearse en aquello que no soy ni seré nunca, tampoco lo tiene:

Sylvia está hecha de algodón y de trigo. A veces, como ahora, con ojos ancestrales se mira en el espejo recordándose coqueta. Vieja joven, niña vieja, besa, con su boca roja, la locura que la espera detrás de cada una de las ventanas donde el invierno aprieta la carne de los gatos…

Narraciones de Ella es, ya lo decíamos, un libro en curso, es decir, en construcción, en tanto su brevedad de ahora deja fuera la miríada de poetas y escritoras que Martha Rivera-Garrido ha devorado, devora y devorará.  No obstante, al mismo tiempo, la pieza dedicada a cada una de las dieciséis autoras escogidas goza del inigualable rigor que tiene lo cabal, lo impecable, el acabado perfecto.

Narraciones de Ella, como humildemente advertí al inicio de estas brevísimas palabras es la primera entrega de una saga incalculable, poderosa, necesaria y, sobre todo, terrenal. Tan terrenal, tan concreta, que no se supedita a sus siguientes ediciones. No. Esta primera de la serie tiene el egoísmo suficiente para anteponer sus intereses a los de las siguientes entregas.  Es decir: este Narraciones de Ella vive muy a gusto solo. 

Las micro ficciones poéticas que Martha nos regala son reinvenciones de estas poetas cuyas realidades se cruzan permanentemente con una ficción, deseada o no, por la poeta que las inventa en primera, en segunda o en tercera persona:

Al anularte, al esconderte, al evaporarte, hiciste que desapareciera lo que fui al inventarte. ¿Qué hiciste con el poema que fuiste para mí, en carne viva, húmedo abierto y esponjado, como mi lengua que serpenteó la orquídea de tu sexo? En el fondo nunca quisiste a este marido habitante de un cuerpo equivocado. Convéncete: el grande fui yo, infeliz. A ti, que sólo amaste a Gabriela (que ni así se llamaba) no ha de redimirte nada. Ni siquiera la muerte. (Gabriela Mistral).

Me encanta la originalidad de cada una de estas narraciones. La de Alfonsina Storni, por ejemplo, cuyos versos en prosa me llevaron a recordar ese extraordinario antecedente de intertextualidad narrativa cuyo exponente máximo en la literatura caribeña escrita por mujeres es el Ancho mar de los sargazos en la que Jean Rhys da vida y nombre y calor y color isleño a la mujer loca del Sr. Rochester, protagonista masculino de la Jane Eyre, de Charlotte Brontë:

 “Allá dirán: Más pudre el miedo que la muerte que a las espaldas va” y la mía, mi muerte, anda de frente. A pocos metros la veo deshacerse en los brazos fuertes de jóvenes pescadores que no me amaron, en banderas y leyendas que no me conocieron viva para adorarme ausente. Sea. Venga a mí el golpe seco del agua en las heridas, la espuma convertida en mármol prematuro rompiéndome los huesos. Que no se note. Van a velarme viva… (Alfonsina Storni).

Me temo que la autora va a querer matarme cuando les diga que, de alguna manera, desde que conocí y me entusiasmé con la idea germinal de Narraciones de Ella, pensé que para Martha escribirlo era un poco como tener en las manos un libro de autoayuda, donde la escritora busca acicate en lo eterno conocido, en aquello que supera el macabro y reducido intervalo de vida que sofoca todo lo actual. Así se aprecia, por ejemplo, cuando se da el gusto de poner a Idea Vilariño a enrostrarle a Onetti lo que siempre quiso y apenas se atrevió: 

No soportaste que yo fuera siempre mejor que vos. La que más amó. Tal vez la única que amó. Y ahora te deshaces lejos y tengo que bancármelo. (…) Y duele amor mío, adorado, duele de lejos tanto como dolió de cerca. Duele no haberte parido hijos, ni haber comido en tu mesa, ni haber dormido en tu cama, ni haber ocupado lugares que ocuparon siempre pegotes: mujeres estúpidas, más pequeñas y desabridas, deslucidas, sombrías. Mujeres sin mi misterio ni mi gracia ni mi soberbia ni mi bagaje. Duele y aterra el compás de tu agonía allí donde lo imagino en un hombre como vos.

Y ya termino, no sin antes recordar con ustedes aquella respuesta de Borges, cómo no, en una entrevista de 1981, por su inagotable capacidad de resonancia en cada una de las páginas de este hermoso ejercicio poético de Martha Rivera Garrido:  “No estoy seguro de que yo exista, en realidad. Soy todos los autores que he leído, toda la gente que he conocido, todas las mujeres que he amado. Todas las ciudades que he visitado, todos mis antepasados…”

Muchas gracias, muchas veces, Martha, por este regalo.

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Minou Tavárez Mirabal. Dominicana, mujer, madre, filóloga y política. Vicepresidenta de Alianza País.