Pasa, pasa, palabra; haz en mis ojos tu lágrima y en mi boca de carne rosada tu risa.

La búsqueda del sí mismo –ha dicho algún académico– está íntimamente vinculada a la condición de extranjero, emigrante o peregrino; tanto en su significación simbólica como en el sentido concreto de no-pertenencia, diría yo. Similar al poeta quien, sorprendido, siempre será sujeto foráneo, ya que la palabra constituirá para él o ella refugio, travesía, y ante todo morada. Tal fue el periplo vital de Alejandra Pizarnik, paradigmática viajera (o exilada) de la realidad que escogió el silencio y la noche para estrechar los vínculos entre la palabra poética y la otredad, lanzándolos al lugar donde lo imposible se vuelve posible; a ese espacio donde la malograda bonaerense anunciaba su aparentemente absurda carrera: Toda la noche escribo para buscar a quien me busca. Esa errancia y peregrinaje por la vida que transcurre mientras se es llevado por su dueño, constituye un fenómeno común dentro de la poética latinoamericana, en particular aquella escrita por mujeres, en la cual el lenguaje ha sido transformado en presentimiento y asombro; ejercicio de alteridad en ocasiones destellante y en otras, ominoso desenlace. La obra que aquí discutimos así lo confirma.       

En Narraciones de Ella la reconocida poeta Martha Rivera-Garrido emplea impecablemente la recreación del canto de dieciséis americanas valiéndose de una refinada prosa, original, experimental si se quiere, mas decididamente desgarradora en tanto que las reescribe y se escribe a sí misma desde ellas. En tal proceso ha conformado un volumen construido desde la poesía misma, como ha indicado la también destacada narradora, confesando que el resultado ha sido uno en el que los textos incluidos representan indefectibles y certeros disparos dirigidos no a la sien, sino al corazón mismo. No faltaba más: se trata de versos escritos desde el arrojo, a veces en anticipación trágica (la mitad de ellas se las llevó el suicidio o el homicidio), y en otras desde la búsqueda de las fronteras donde yace lo innombrable presto a ser revelado en la página. 

Para el lector, a nuestro modo de ver, este libro constituye un verdadero tour de force;desde su sobrio y elegante diseño de cubierta a manos de la reconocida casa editorial Huerga y Fierro, la impecable edición de principio a fin, hasta las 77 páginas donde el eco de Rivera-Garrido nos acerca a estas extraordinarias mujeres. Aventureras y desafiantes, esperanzadas y audaces, todas se hicieron del poema transformado en pertrecho en la búsqueda de sus encuentros y desencuentros; ya sea su yo corporal, o la persecución del sujeto aún no encontrado y que toda la noche, verso a verso, ellas escribieron en su cacería, tal como insinúan las estrofas de la Emily Dickinson entregada al dueño de su existir, y la nostalgia nocturna de Pizarnik que sirven de epígrafe a Narraciones de Ella.  

En el exordio de la obra, Rivera-Garrido propone pautas para la lectura de este singular volumen, poemario y no, crónica o confesión, quizás monólogo abrazado por voces que desde el silencio escuchan y provocan. La también traductora y ensayista capitaleña nos cuenta que sus viñetas –poemas prosados, para ser más justos– han sido narradas en primera, segunda, y tercera persona a fin de construir la riquísima conversación intertexto-ficción que hace de ellas aguzada apuesta lírica. En las páginas que pueblan este libro el silencio ajeno, el de Aída Cartagena Portalatín, Alejandra Pizarnik, Alfonsina Storni, Altagracia Saviñón, Anne Sexton, Delmira Agustini, Dulce María Loynaz, Gioconda Belli, Idea Vilariño, Juana Inés de La Cruz, Juana de Ibarbourou, Julia de Burgos, Gabriela Mistral, Olga Orozco, Salomé Ureña, y Sylvia Plath, es a la vez sonoridad que busca otros modos de ser y de sentir. La glorificación de su sexualidad erotizada, del amor y del deseo; la expresión libre de sus desventuras y alegrías, signos de una condición femenina desligada del estereotipado clisé del sufrimiento y auto victimización, son algunas de las preocupaciones de estas escritoras que indudablemente irrumpirán en el imaginario del lector, llenándolo de sus letras, heridas y sublimes, a mano del sujeto lírico encarnado en Rivera-Garrido. 

Por razones de espacio, prescindiré de comentar sobre cada una de las autoras discutidas en Narraciones de Ella,por lo que he escogido apenas tres, a fin de ejemplificar esa ya aludida apropiación de sus yoes en la pluma de Martha. Una de las pocas poetas perteneciente a la llamada generación del 45, considerada nexo entre el modernismo y la corriente poética que coincide con el boom de los sesenta, la uruguaya Idea Vilariño (1920-2009), escribió descarnadamente sobre el deseo inalcanzable según muchos a partir de la tórrida relación que mantuvo con Juan Carlos Onetti; pienso que quizás lo hizo entendiendo que, tras llegar a lo deseado, o al amor, que es igual, acontece también una muerte. Una desaparición en tanto que ambos pueden constituirse en encuentro liberador de aquello perseguido y al cual se podrá pertenecer o no. Vilariño lo confesó en “Ya no”: Ya no soy más que yo/ para siempre y tú/ ya/ no serás para mí/ más que tú. Y así lo insinúa Rivera-Garrido: Decidís decirme que soy de vos y yo (que nunca he sido de nadie, ni siquiera mía o de los Tupamaros, ni del marido ni de la madre que me parió) me regodeo en ser tuya sabiendo que eso es ser nada. También cuando dice: Escuchame Onetti: dolió siempre tu ausencia y tu incomprensión, pero he cumplido conmigo y he cumplido con vos. No fui testigo de tu más grande indefensión. Yo no te vi morir. Te viste vos. 

La argentina Alejandra Pizarnik (1936-1972) por su parte, hija de judíos inmigrantes, pintora y traductora, acogió en su trabajo múltiples temáticas, valiéndose de robustísimas imágenes entre las que la noción del tiempo –categoría que transcurre como instante único y a la vez eterno– lo atrapará todo: las golondrinas y la ternura; las angustias de antaño y las violencias perdidas: Ese instante que no se olvida/ Tan vacío devuelto por las sombras/ Tan vacío rechazado por los relojes/ (…) Ampáralo niña ciega de alma/ Ponle tus cabellos escarchados por el fuego/ (…) Dile que los suspiros del mar/ Humedecen las únicas palabras/ Por las que vale vivir. La autora que hoy celebramos comprende a la perfección cómo la palabra en toda la poesía, insistimos, está hecha de sentires alucinados. Por eso Martha inicia su conversación con Pizarnik diciendo: Pasa, pasa, palabra; haz en mis ojos tu lágrima y en mi boca de carne rosada tu risa. Por supuesto que visión y sentir es también viaje, la partida y el vuelo al que les encomienda: Vete, vete Alejandra, a donde te lleven los dedos de pan o el silencio y sus vértigos (…) Vuela, vuelve, corre hacia atrás y hacia adelante, nieva el hielo que funde tu pelvis y te hace estatua sáfica allí donde no tiemblan el tacto y el secreto. 

La tercera poeta a comentar, la capitaleña Altagracia Saviñón (1886-1942), para algunos iniciadora del simbolismo y modernismo en República Dominicana, fallece confinada en el hospital psiquiátrico Padre Billini, con el presunto diagnóstico de esquizofrenia. Desde la adolescencia, sus tempranos versos revelaron una exquisita sensibilidad, que posteriormente se traducirá en expresión de una vida escindida entre las condiciones sociopolíticas prevalentes durante la satrapía, y la lucha contra los fantasmas que habían invadido su mente. En un texto dedicado a su entrañable amigo Max Henríquez Ureña, “La serenata de Schubert”, Saviñón dialoga melancólicamente con el músico: Yo sólo sé que tu dolor tan grande/ me pareció de mi dolor hermano,/ cuando hablaste a mi alma aquella noche/ ese lenguaje trágico,/ que en hora triste hablaron el poeta/ la virgen muerta y el callado piano…/ Es así como la prosa de Rivera-Garrido la describe atrapada entre los archipiélagos de su cerebro y las paredes del manicomio: Con los ojos cerrados espero a que cante sentada en un jergón tan gris como mi alma. ¿Ven mi alma? Es una ciudad donde siempre está lloviendo. Me enterraron viva adentro de mí misma y ahora todo pasa también ahí dentro”.   

En nuestro continente, la poesía escrita por mujeres empezó con la azteca Macuixóchitl, continuó con la inconmensurable Juana Inés de la Cruz, luego con las modernistas decimonónicas, cuatro de las cuales aparecen en el libro hoy discutido, hasta arribar a las contemporáneas. En este trayecto todas han abordado al amor en su dimensión física y espiritual; las sempiternas preocupaciones sociales y existenciales; la soledad y el encuentro con el Ser. Lo hicieron a través de prolíficas propuestas en la construcción poética, incluyendo la empleada por Martha Rivera-Garrido en Narraciones de Ella, quien, a nuestro juicio no sólo engrandece a las creadoras incluidas en este hermoso libro revelador del poder de la poesía como instrumento de búsqueda y encuentro, sino que la consolida como una de nuestras más maduras voces. ¡Enhorabuena! 

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Jochy Herrera es ensayista y cardiólogo; autor de Pentimentos. Apuntes sobre arte y literatura (Ediciones Cielonaranja 2021).