Hay libros que se leen, otros que se atraviesan. El Espejo y las 31 Puertas no pertenece a ninguna de esas categorías: es un libro que se habita.
Escrito por Ariosto Antonio D’Meza –periodista, narrador y caminante lúcido del siglo XX y XXI– esta antología de relatos no es una mera compilación de cuentos; es un mapa literario de Praga, del exilio interior, del tiempo y de la memoria –pero, sobre todo, de la experiencia estética como acto de afirmación ante lo efímero.
El título opera como una declaración poética de principios: un espejo que refleja, deforma, multiplica y finalmente abre 31 puertas hacia otras realidades, muchas veces absurdas, a menudo sagradamente cotidianas, siempre inquietantes. No es casual que el libro surja del archivo íntimo de más de tres décadas de escritura en la capital checa, ese territorio kafkiano por excelencia donde lo real y lo simbólico comparten la misma acera.
Desde el primer relato, el lector es conducido a un espacio donde la lógica convencional se desarma sin pirotecnia ni esnobismo. D’Meza no escribe para deslumbrar; escribe desde una lucidez tenaz, una vigilancia irónica sobre la banalidad, como si se propusiera demostrar que en lo aparentemente trivial puede anidar la verdadera catástrofe (o la revelación). Sus historias no son ejercicios de estilo, aunque el estilo lo es todo en este libro: hay en ellas una prosa que bordea el aforismo sin caer jamás en la tentación del epigrama vacuo, una cadencia que recuerda tanto a los maestros del microrrelato como a las inflexiones más meditativas de la crónica personal.
Literariamente, el autor se inscribe en la tradición del realismo mágico desacralizado, existencialista, con un humor negro que nunca cae en la grosería ni en el cinismo fácil. Se perciben ecos de Cortázar, Borges y Kafka, pero también de Bohumil Hrabal, Bruno Schulz y hasta de Felisberto Hernández. Sin embargo, la voz es propia, intransferible: una voz que observa, traduce y a veces se resigna con melancólica elegancia. D’Meza escribe desde los márgenes, pero sin quejarse del lugar que ocupa: lo habita con una sabiduría hecha de contradicción y distancia.
Uno de los aciertos estructurales del libro es su capacidad para dosificar la intensidad y el asombro. Cada cuento se comporta como una habitación distinta en una casa-laberinto: hay relatos de tono filosófico, otros francamente oníricos, algunos abiertamente satíricos o absurdos, y varios –quizás los más inquietantes– que se instalan en una zona de ambigüedad moral y perceptiva. No hay moralejas, pero sí un pensamiento narrativo que interroga al lector incluso después de la última línea.
Es también notable la cualidad lingüística de la obra: el español del autor es cristalino, pero nunca simple, barroco sin perder agilidad. No hay gratuidad en las imágenes, no hay complacencia en la forma. Todo está en función de una mirada del mundo que no se entrega a la esperanza, pero tampoco al nihilismo.
El Espejo y las 31 Puertas no es un libro para leer de una sentada. Es una obra que exige ser rumiada, subrayada, contradicha. Su mayor virtud radica precisamente en lo que muchos textos contemporáneos han perdido: la ambición literaria. No la ambición de figurar o impresionar, sino la de pensar a través de la forma, de abrir espacio para lo ambiguo, lo incompleto, lo irreductible. Cada cuento es una invitación a cruzar una puerta que no sabíamos que existía –y a veces, a quedarnos del otro lado.
D’Meza ha escrito, sin duda, uno de esos libros que no se olvidan porque no se entienden del todo. Y eso, en estos tiempos de digestión rápida y literatura light, es un gesto profundamente político.
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Juan Manuel Prida Busto (Santo Domingo 1956). Ha obtenido distintos premios. Estudió Economía en la Universidad Nacional Pedro Henríquez Ureña e Historia en la Universidad Católica Santo Domingo. Ha publicado Huellas en la niebla (1990), galardonada con el Premio Nacional de Cuentos, Pieles a mi piel (1992), Arena de soledad (1994), En la luz de la noche (1999) y Algo más (2011), traducido al japonés en 2016.