Hay libros que no se limitan a ser páginas encuadernadas: son también un espejo donde se reconoce una comunidad, un pueblo, una tradición de afectos y de luchas culturales. Tal es el caso de José Rafael Lantigua. Legado, memoria y homenaje, edición a cargo de Basilio Belliard (Editorial Santuario, 2025), que se nos ofrece no solo como un volumen conmemorativo, sino como un acto de justicia y de gratitud hacia uno de los espíritus más generosos de la cultura dominicana.

José Rafael Lantigua fue, ante todo, un hombre entregado a la palabra. La palabra escrita en sus críticas literarias, en sus artículos, en sus libros; la palabra hablada en sus encuentros con jóvenes escritores, con periodistas, con lectores ávidos de aprender; la palabra como gesto de acompañamiento, de guía y de apertura hacia lo nuevo. Su vida fue un itinerario marcado por la convicción de que la cultura debía estar al alcance de todos, no como un privilegio reservado a élites, sino como un bien compartido, un pan espiritual que se reparte con generosidad.

Este libro, cuidadosamente compilado por Basilio Belliard, es un mosaico de voces que, al entretejerse, reconstruyen no solo la trayectoria pública de Lantigua, sino también su dimensión íntima y humana. Lo que aquí se revela es más que una biografía: es un retrato coral, un tapiz bordado con la memoria de amigos, colegas, discípulos e instituciones que reconocen en él un faro cultural.

Lantigua dedicó más de cuarenta años a la animación cultural desde distintos frentes, pero quizá su huella más profunda está en el suplemento Biblioteca del periódico Última Hora. Allí cultivó un espacio que se convirtió en escuela, en plaza pública y en taller de ideas. Durante décadas, lectores de distintas generaciones acudieron a esas páginas con la certeza de hallar no solo reseñas y noticias, sino un verdadero diálogo con la cultura universal y dominicana.

En una sociedad marcada por los vaivenes políticos y por las tensiones de la modernidad, la voz de Lantigua ofrecía serenidad y apertura. Su mirada crítica no era destructiva, sino formativa: sabía señalar con rigor, pero también con “ternura”, los caminos posibles de un escritor, de un libro, de una idea. Esa forma de ejercer la crítica –más cercana al acompañamiento que a la condena– lo convirtió en maestro de muchos y en cómplice de tantos otros.

El volumen reúne testimonios de autores y amigos que, al evocarlo, lo hacen presente en toda su complejidad. Figuran allí Basilio Belliard, León Félix Batista, Enegildo Peña, Delia Blanco, Plinio Chahín, Néstor Rodríguez, Eugenio Camacho, Eduardo García Michel, Justo Pedro Castellanos Khoury, Marivell Contreras, Soledad Álvarez, junto con los hijos de Lantigua, José Rolando y Pablo, cuyas palabras resuenan con la fuerza de la continuidad filial. También participan voces de la prensa cultural, como los editoriales de Diario Libre y Plenamar, así como aportes de Euri Cabral, Carlos Salcedo, Rafael Chaljub Mejía, José Báez Guerrero, Frank Núñez, José Rafael Sosa, Pablo McKinney, Marino Berigüete y Andrés A. Aybar Báez.

Cada testimonio es como un hilo que se suma a una trama mayor. Unos evocan al crítico literario riguroso, otros al periodista inquieto, otros al padre afectuoso o al amigo leal. Lo conmovedor del conjunto es que todas esas imágenes se superponen y se complementan, hasta configurar un retrato que no idealiza, sino que humaniza: José Rafael Lantigua aparece como un ser íntegro, con virtudes y pasiones, con certezas y dudas, pero siempre animado por el mismo impulso: hacer de la cultura un puente hacia la vida plena.

Este libro-homenaje no es solamente un ejercicio de nostalgia. Es también una afirmación de permanencia. Al leer estas páginas, comprendemos que la memoria no se reduce a un recuerdo estático, sino que se convierte en un acto dinámico que prolonga la presencia del homenajeado. Cada evocación de Lantigua es, en realidad, una invitación a continuar su obra, a replicar su gesto de generosidad, a entender la cultura como un bien común.

Así, el libro funciona como una suerte de linterna encendida en medio de nuestro presente. Frente a la aceleración tecnológica y la fragmentación del espacio público, la figura de Lantigua nos recuerda que la palabra crítica, la promoción de la lectura, la fe en los libros, siguen siendo caminos insustituibles para construir ciudadanía.

En sus páginas, el homenaje adquiere también un tono poético. No porque todos los textos estén escritos en verso, sino porque cada testimonio guarda la vibración de lo entrañable. Se habla de su origen, de su vida entregada al periodismo cultural, de la complicidad que establecía con colegas y amigos, de su mirada amplia y su hospitalidad intelectual. Es como si cada palabra quisiera rescatar un gesto suyo: la manera de recibir un manuscrito, la calma con que escuchaba a un joven escritor, la risa compartida en una redacción, la puntualidad de sus colaboraciones.

Ese lirismo contenido atraviesa todo el volumen y le da un aire de celebración. Porque, aunque es un libro marcado por la ausencia –la ausencia física de José Rafael Lantigua–, lo que predomina no es la tristeza, sino la gratitud. La gratitud de haberlo tenido, de haberlo leído, de haber compartido con él la aventura de la cultura.

La República Dominicana necesitaba un libro como este. Necesitaba fijar en la memoria colectiva el legado de un hombre que trabajó, sin estridencias, pero con constancia, para que las letras y las artes fueran parte del aire cotidiano. Lantigua no buscó protagonismos vacíos: su grandeza consistió en multiplicar espacios, en abrir caminos para otros, en servir como puente entre generaciones.

El trabajo de Basilio Belliard, como editor y compilador, merece también ser reconocido. Su tarea fue, en cierto modo, la de un orfebre de la memoria: seleccionar, ordenar, dar coherencia a un conjunto de voces diversas y, con ello, lograr que cada testimonio dialogara con los demás. El resultado es un libro vivo, polifónico, donde se siente la resonancia de una comunidad cultural agradecida.

Leer José Rafael Lantigua. Legado, memoria y homenaje es también un acto de proyección hacia el futuro. Cada palabra que aquí se recoge tiene la fuerza de un compromiso: mantener encendida la antorcha de la lectura, de la crítica, del periodismo cultural. Si algo nos enseña la figura de Lantigua es que el trabajo intelectual no se agota en la producción individual, sino que se expande en la capacidad de inspirar a otros.

En tiempos en que las culturas corren el riesgo de reducirse a mercancías o de perderse en la fugacidad de lo inmediato, el legado de José Rafael Lantigua cobra una vigencia especial. Su vida nos recuerda que la cultura es resistencia, es raíz y es horizonte. Es un acto de amor hacia la comunidad, una forma de darle sentido y dignidad a la existencia colectiva.

Cuando se cierra este libro, queda la sensación de haber compartido un velorio luminoso. No un adiós sombrío, sino una despedida celebratoria donde cada testimonio es como una vela encendida. Y en medio de esas luces, la figura de José Rafael Lantigua aparece serena, cercana, sonriente, como quien sabe que su tarea no fue en vano.

Este volumen, en definitiva, es más que un homenaje: es un manifiesto sobre la importancia de la memoria cultural. Al reivindicar a José Rafael Lantigua, se reivindica también una forma de entender la cultura dominicana: abierta, generosa, plural, comprometida. Su ejemplo nos interpela a todos, recordándonos que el verdadero legado no está solo en lo que escribimos, sino en lo que sembramos en los demás.

Porque al final, la vida de José Rafael Lantigua se resume en un gesto esencial: ofrecer la cultura como pan compartido. Y ese gesto, gracias a libros como este, seguirá alimentando a quienes vengan después.

—–
Plinio Chahín, poeta, crítico, docente y ensayista dominicano, autor de Pensar las formas (2017).