Dentro de la tradición de las novelas antropológicas –que involucran investigación de campo, como ha hecho Mario Vargas Llosa con La guerra del fin del mundo, El hablador o El sueño del celta–, en esta vertiente se inserta El rostro sombrío del sueño americano, la más reciente novela del ensayista, investigador literario y narrador dominicano, Franklin Gutiérrez, publicada por el sello Alcance (Nueva York, 2019). Ambientada en un contrapunto entre Nueva York, Puerto Rico y República Dominicana, en esta novela hay símbolos y claves que revelan un ritual antropológico, cuyo decorado narrativo está poblado de arquetipos mitológicos de la cultura popular dominicana. De ahí que encontremos un arsenal de vocablos, que se transforman en símbolos arquetípicos de la curandería, la hechicería y la magia, propios de la religiosidad popular, de origen africano, pero combinados con algunos rituales de la hagiografía hispánica. De igual modo, observamos hechos típicos del drama migratorio, de la intrahistoria de cada día, así como rasgos peculiares de las creencias mágico-religiosas y mesiánicas del liborismo, como del sincretismo religioso de la cosmogonía ancestral de la vida cultural dominicana de la región sur, los cuales funcionan como elementos de evocaciones y nostalgias.  Así pues, vemos rasgos de las creencias populares campesinas, vinculadas con principios cristianos, y donde el catolicismo se permea, y aun se mezcla, con ritos de la brujería y la santería. En esta novela historia y ficción, autobiografía y crónica se abrazan en un concierto de la imaginación y la memoria. De esta manera, testimonio y narración se confunden en el mundo que recrea el personaje narrador de este relato –así como las historias y los diálogos de los personajes secundarios–, en cuyo ambiente o contexto geográfico, el sur de la República Dominicana (Barahona, Azua, San Juan de la Maguana…) adquiere un espacio protagónico, en oposición con diferentes avenidas y lugares de Nueva York y Puerto Rico, donde viven la mayor parte de la población dominicana de la diáspora.

Así, podemos observar usos y costumbres de la vida dominicana en Nueva York, con sus sueños y utopías, paradojas y azares. En esta novela, Gutiérrez utiliza como recursos narrativos cartas, notas, apuntes de un diario, letras de canciones y fragmentos de poemas, que le dan un matiz nostálgico y documental a la trama narrativa. La música y la poesía serán, pues, las artes que le inyectarán el tono sombrío, nostálgico y sórdido al ambiente de la ficción. Armando Guerra, el personaje narrador de la novela, representa un observador participante, ya que actúa como narrador omnisciente de la historia contada. De modo pues, que esta novela es la historia de Armando Guerra, un inmigrante dominicano de la gran urbe neoyorquina, que buscó –como todos–, alcanzar el sueño americano, ese american dream, cuyo rostro tiene un componente sombrío, y que constituye la expresión de sus avatares y desdichas, desvelos y destino.

La historia de Amando Guerra es la historia híbrida de un inmigrante domínico-boricua, que persigue incesantemente alcanzar el utópico sueño americano, venciendo todos los obstáculos hasta alcanzar su realización profesional, familiar y estatus social. Esta obra refleja la problemática esencial de la identidad personal del individuo y sus desafíos cuando se enfrenta a una cultura ajena y extraña. Así como la puesta en crisis de su identidad ontológica. Se produce una lucha de poderes existenciales entre el yo y su identidad, el pasado y el futuro, la ascendencia y la trascendencia. Es decir, un contraste entre el mundo de allá y el mundo de acá: entre dos culturas y dos estilos de vida. La pérdida de la identidad acusa aquí desafíos existenciales, donde pugnan el peso de la cultura frente al peso de lo ontológico. Dicho, en otros términos: entre la lengua materna y la lengua adquirida, lo innato y lo asimilado. De suerte que, el personaje narrador del relato –donde se mezclan la realidad y la crónica– carga sobre su conciencia, como sujeto, los insomnios y los desvelos, las esperanzas y las angustias, consustanciales a la condición humana diaspórica. En efecto, El rostro sombrío del sueño americano –cuyo título parecería el de un ensayo socio-antropológico–, se lee como una novela que semeja un paisaje de la cruda realidad de la vida del autoexilio, que encarna el desarraigo existencial del individuo, y cuya identidad entra en conflicto en el proceso de asimilación de una cultura exótica y extraña a la naturaleza del ser hispánico. 

Esta obra está estructurada en base a 61 capítulos, en los que cada uno tiene como título un epígrafe –o adagio– que funciona como resumen. Desde la primavera de 1991 hasta el 30 de junio de 2015, el tiempo de la historia de esta novela entra en ruptura con el tiempo del relato, al producirse una prolepsis de la temporalidad en el capítulo 60, cuando el diario destaca la fecha del 18 de junio de 2022. 

Gastronomía, erotismo, folklore, historia real e historia imaginaria se dan cita en las páginas de esta novela, que es la crónica de una aventura humana, matizada de anécdotas, sucesos y hechos que funcionan como telón de fondo de su masa textual. En gran medida, en esta enciclopedia novelesca, confluyen y convergen, múltiples historias y diálogos, en una suerte de concierto de voces familiares, que semejan una genealogía como la de los Buendía de García Márquez. En efecto, vemos diálogos entre Armando Guerra, su abuela y su madre, en una saga de generaciones, muchos de cuyos recursos narrativos se remontan al Quijote, al cruzarse y entrecruzarse historias reales y ficticias, temas y sucesos, siempre con toques de humor y aderezados con la memoria y la picardía, como una representación de la cultura popular de la risa. En consecuencia, podemos captar, en su trama narrativa, asesinatos y crímenes propios del mundo de los barrios de Nueva York, donde conviven inmigrantes latinos, en una atmósfera nimbada por las drogas, el alcohol y el sexo.                  

El rostro sombrío del sueño americano, cuya acción narrativa transcurre entre Nueva York, Puerto Rico y la República Dominicana, semeja una novela picaresca, no en la tradición del pícaro medieval, sino del inmigrante y sus travesías, tras la búsqueda de la realización de su sueño personal, del éxito y de la conquista de un futuro mejor. Franklin Gutiérrez, el autor, se vale de la investigación, las vivencias y la experiencia real para articular un discurso novelesco, a través de un sujeto narrador, donde se funden la realidad más descarnada y sórdida con la ficción y la memoria. Con esta novela, Gutiérrez continúa su trayectoria de novelista que inició con El canal de la delicia, publicada en 2009, con lo cual recupera su vocación narrativa y con que experimenta un giro literario a su oficio de investigador de temas funerarios y lexicográficos, con sus diccionarios de autores y de literatura dominicana, que constituyen un hito en las letras criollas, por su metodología académica de trabajo, desde el punto de vista lexicológico y taxonómico.

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Basilio Belliard es poeta, narrador y critico dominicano.