En la ya larga tradición literaria aparecen infinitas referencias a un campo semántico y conceptual de vasos comunicantes sumamente interrelacionados que llevan muchas veces de un estadio a otro (o que lleva aparejados otros), a saber: el amor, la pasión, el erotismo, el sexo, la sexualidad, el deseo erótico, el instinto sexual, el sadismo, el autoerotismo, la fijación erótica (cuyas mejores muestras son el don Juan español y el Casanova italiano), y un largo etcétera  que constituyen una parte importante del canon de las literaturas en diferentes lenguas y momentos de la historia.

Como bien afirma Mario Vargas Llosa en su ensayo Sin erotismo no hay gran literatura (El País, 2001), “Toda literatura que se refiere al placer sexual y que alcanza un determinado coeficiente estético puede ser llamada literatura erótica”.

Lo erótico deriva de lo amoroso y, no obstante, como ha dejado sentado Octavio Paz en La llama doble (México, 1993), pertenece a su vez al reino de la sexualidad:

“El fuego original y primordial, la sexualidad, levanta la llama roja del erotismo y esta a su vez, sostiene y alza otra llama, azul y trémula: la del amor. Erotismo y amor, la llama doble de la vida”. 

¿Dónde se encuentran las fronteras entre lo refinadamente amoroso, lo sexual, lo encantador, lo erótico, lo seductor, la galantería, la vulgaridad, lo pornográfico, lo sádico, el instinto sexual, el pudor, lo estético, el arte y lo chabacano? ¿Cuándo la escritura y la voz poética devienen en discurso literario, experiencia estética, transgresión discursiva, degradación, vulgarización o tabú?    

¿Cuándo el intento por jugar con las palabras y acercarse a la experiencia sublimadora del amor se potencia y convierte en un logro de la escritura o de la oralidad y cuándo se degrada hasta la vulgarización misma?

Vargas Llosa nos da unas claves interesantes para responder esta interrogante:

“El erotismo es un enriquecimiento del acto sexual y de todo lo que lo rodea gracias a la cultura, gracias a la forma estética. Lo erótico consiste en dotar al acto sexual de un decorado, de una te- a- tra- lidad para, sin escamotear el placer y el sexo, añadirle una dimensión artística”. 

Como es bien sabido, todos estos temas se encuentran íntimamente relacionados, de una u otra manera, con la sensibilidad de los tiempos, con la cosmovisión del individuo, los tabúes, el discurso transgresor, la concepción judeocristiana, filosófica, religiosa en términos generales y conceptos vinculantes como el discurso del margen y el poder, los mecanismos de censura y de encubrimiento. 

Por ello afirmará Boris Vian, citado en La literatura erótica frente al poder. El poder de la literatura erótica (Ángeles Mateo del Pino, Chile): 

“La literatura erótica no existe más que en el espíritu del erotómano; y no se puede pretender que la descripción… digamos de un árbol o de una casa sea menos erótica que la de una pareja de enamorados sabios… lo que hay que precisar es el estado de espíritu del lector…”.

Este último aserto de Vian, el llamado polímata francés, “el estado de espíritu del lector”, hacer referencia a la llamada teoría de la recepción, que se acomoda no solo a una fina capacidad intuitiva, interpretativa y de asentimiento respecto del universo recreado, sino a sus concepciones, sus miedos, sus certezas y desconciertos, y a su modo muy particular de recibir, de desbrozar el discurso literario, en su lenguaje, en su concepción estética, filosófica, ontológica, social y humana. 

Dicho esto, y habiéndonos mantenido solo en los linderos conceptuales referente a la materia de la que trata el poemario del destacado poeta, ensayista, académico, promotor cultural, novelista y abogado dominicano, don Mateo Morrison Fortunato, nos permitimos ahora entrar en los Terrenos de Eros, Líquidas formas del gozo.

Publicado por primera vez en 2017, este libro de poesía en prosa o de prosa poética, aborda desde el título una cuestión de suyo muy humana y consustancial con nuestra naturaleza y nuestra condición: lo erótico, lo sexual,  y lo amoroso, desde la perspectiva de un discurso milenario que se aúna a otros muchos, el poético, para desentrañar las claves temáticas del asunto de marras, a través de imágenes, metáforas, simbolismos, lenguaje sugerente y transgresor, implicaturas, espacios de reflexión y de mismidad (ya que las más de la veces nos vemos reflejados en la discursividad del hablante lírico, pues somos sexo, erotismo y amor, o producto de ellos, ya que al decir de Joseph Marie de Luca en su Historia del erotismo, “vivimos en la época del homo eroticus” ). 

Por otro lado, Eros en su concepción platónica, que nos remonta al nacimiento de Afrodita y evoca tanto recursividad, apropiamiento, la búsqueda incesante, el inventarse caminos para llegar a un fin, así  como la belleza, el amor, la llama ardiente, la admiración y atracción por el cuerpo del otro, la sensualidad, el placer y el gozo, término este último que aparece en el título bajo una provocativa forma de enunciación,  que deja abiertos los caminos ya no tanto de la imaginación como de la interpretación semiótica que evoca imágenes, que transmite mensajes senso-audio-visuales como olfativas, gustativas, fisiológicas o simplemente conceptuales, atávicas, oníricas, ignotas, borrosas, inmemoriales, borrosas quizá para el mismo Funes, el memorioso. 

Si bien se podría afirmar que en Terreno de Eros la temática principal gira en torno a Eros y el amor, no, es, sin embargo, la única cuestión que se aborda, pues el libro abunda en una visión ontológica del ser humano, su mismidad y su otredad, la falibilidad con que se concibe y el deseo de perpetuarse en la memoria de los otros.   

Así dirá en el poema 38, 

“No dejen de escribir antes de irse. No olviden aunque sea una huella en sus correos. No confundan la nada con el desamor y a éste con el odio. Despídanse del no querido, del ausente de hálito, del desapercibido por no danzar en la fiesta de Dionisio,[…]. Déjennos, por lo menos, un soplido, algo que reviva nuestro orgullo y permita sentirnos, por lo menos, habitantes menores de este cielo: hijos putativos del infierno”.

Cabe advertir, que la grandeza de este poemario está justamente en la destreza con que su autor maneja los simbolismos y las figuras, pues el lector que olvide que de lo que se trata es de una exaltación del universo erótico, del aspecto sexual, fálico, orgásmico, sensual, corporal, sensorial, hedónico, placentero, apasionante, etc. perderá la brújula en la lecturas de entre líneas que se requiere para acercarse a este universo poético. 

El hablante lírico se mueve entre la discursividad de quien tiene un cierto concepto del eros para progresivamente irse acercando al tánatos simbólico que indica la llegada a la cúspide o el cese de las potencialidades humanas:

El agua (mar, río, lago) y yo, a cada instante nos disputamos con fiereza el amor de las muchachas. Con el transcurrir me acerco al precipicio, por eso mido la intensidad de la batalla cuando sonríen, al mismo tiempo que presentan flores y espinas. 

El agua como símbolo de vida y un campo semántico que implica vitalidad y fortaleza, disposición de ánimo por un lado: disputar, fiereza, batalla, amén de la recurrencia “a cada instante” frente a precipicio, transcurrir (paso del tiempo) y espinas, que por otra parte, hablan de la disminución de esas mismas vitalidades: 

No era posible arder sobre esta atmósfera. No había suficiente oxígeno para alimentar la lava íntima, que hierve en la piel de los de la cuarta edad. Sólo respiramos a ratos por ser leve soplo, que entre pálidos instantes de lucidez nos envuelve en un destello, parecido al recuerdo.

Si aparece Eros, con él vendrán todas las conexiones, asociaciones, sugerencias, evocaciones, derivaciones implicaciones que devienen de su sola mención (el amor, el sexo, el erotismo, el orgasmo, la afinidad, el encuentro, la atracción, la búsqueda, el deseo, el apetito, la libido, la frustración, el placer, el gozo, la autocomplacencia, el falo, la vulva,  la cópula, la sensación, el sentimiento, las ganas, la excitación, la satisfacción, la eyaculación, el onanismo, etc). 

“A propósito de Onán, dirá el prologuista de la obra, el poeta, crítico y ensayista dominicano Pilinio Chahín: 


“Estos poemas de amor necesitan más profunda misión de vida, y la culpa. Entender el misterioso castigo de Onán. Entender porque la vacuidad posterior al orgasmo debe llevarse con palabras que conduzcan hacia el simbolismo de lo erótico y de la desesperación. Para escribir estos poemas de amor-erótico debe comprenderse el sentimiento que lleva a esforzarse en la continuación angustiosa de una cotidianeidad feroz hecha de refugio y miedo”.

El lenguaje es el vaso comunicante, el hilo conductor, el fino metal de que se vale el orfebre para tributar su homenaje al ser femenino, desde el gozo mismo de carácter físico hasta la plenitud de saberse atraído, correspondido, hallado en la majestuosidad de ese ser:

“Busco en tiendas, el tamaño exacto de cada uno de los hilos de sus vestimentas. A través de las telas, yo adivino sus tibios temblores… Terreno de eros. Dejen que perciba su frágil existencia, desplazada en mi estrecho mundo. Ahora, estalla la cuota de éter que las cubre: ciclos en que se desliza mi vida, hemisferios en que se divide mi universo (sol, luna, estrella, mar, río, faldas, blusas, pantis, lentes medias, aretes)”.

El poemario que hoy presentamos reboza de plenitud en simbolismos, en asertos intimistas sobre el otro en su relación más estrecha en cuanto a la esfera de lo privado, de lo que concierne al propio individuo con sus sujetos amados, erotizados o sexualmente importantes, en una relación de suyo solo personal, que hoy, no obstante, sufre una polémica transformación ya no en el imaginario colectivo sino en la praxis de una sociedad que mira el universo de Eros con otros ojos. ¿Siguen siendo los terrenos de Eros o la humanidad se ha olvidado de este mítico ser y de todos los vinculados a él como Afrodita, Poro y Penía, ¿sus padres?

Platón en el Banquete nos recuerda que: 

“…Cuando nació Afrodita, celebraron un banquete los dioses y entre ellos estaba Poro, el hijo de Metis. Después que comieron llegó Penía a mendigar, como era propio al celebrarse un festín, y estaba a la puerta.

Poro, embriagado de néctar -aún no había vino-, entrando en el Jardín de Zeus, bajo el peso de la embriaguez, se durmió.

Penía, tramando, por su falta de recursos, hacerse un hijo de Poro, se acostó junto a él y concibió a Eros (el amor). Y por ello el Amor es el acompañante y servidor de Afrodita, por haber sido engendrado en la fiesta de su nacimiento, y por naturaleza es el Amor enamorado de la Belleza, siendo Afrodita bella.

“Así pues, como hijo de Poro y Penía, el Amor quedó de esta suerte: en primer lugar es siempre pobre y mucho le falta para ser delicado y bello como el vulgo cree; por el contrario, es seco y miserable, y descalzo y sin morada, duerme siempre en el suelo y carece de lecho, se acuesta al aire libre ante las puertas y los caminos, todo ello porque tiene la naturaleza de su madre, compañero siempre de la carencia. Pero, con arreglo a su padre, está siempre al acecho de lo bello y bueno, y es valeroso, resuelto y diligente, temible cazador, que siempre urde alguna trama, y deseoso de comprender y poseedor de recursos, durante toda su vida aspira al saber, es terrible hechicero y mago y sofista; y su modo de ser no es ni “inmortal” ni “mortal”, sino que en el mismo día tan pronto florece y vive -cuando tiene abundancia de recursos- como muere, y de nuevo revive gracias a la naturaleza de su padre, y lo que se procura siempre se le escapa de las manos, de modo que ni Amor carece nunca de recursos ni es rico, y está en medio entre la sabiduría y la ignorancia. 

Y cierro con el poeta, siempre el poeta que, como el profeta que vaticina, nos dirá en el poema 20 la misión de la poesía y la visión de la cuestión erótica, amorosa, tan discutida siempre a lo largo de la historia. 

“Sea la poesía una mina sacada de la magia de un lago, pero que al menos, pretenda ser real. Que se pose, en la manera de concebir la noche. Sus desnudeces serían un segundo sueño, que parece cierto, aunque el tercero se produzca al despertar, lleno de humedad”.

Texto leído en la Academia Panameña de la Lengua, 16 de octubre de 2019

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Rodolfo de Gracia es magíster en Lexicografía Hispánica y especialista en Literatura Panameña. Autor de artículos sobre usos del idioma y la literatura de ese país, y merecedor de premios de ensayo y cuento.