El tiempo siempre ha sido una interrogante para el hombre. Lo ha sido desde el punto de vista filosófico, poético, mítico, místico y físico; desde entonces ha perturbado la mente de Platón, de Aristóteles, de Albert Einstein, de Carl Sagan, de Stephen Hawking, y de otros. El universo es inmenso, inmedible; por lo tanto, sólo un calendario cronológico distinto al planetario podría calcular la vastedad del multiverso. “Para expresar la cronología cósmica nada más sugerente que comprimir los quince mil millones de años de la vida que se asignan al universo (o, por lo menos, a su conformación actual desde que acaeciera el Big Bang) al intervalo de un solo año. Si tal hacemos, cada mil millones de años de la historia terrestre equivaldrían a unos veinticuatro días de este hipotético año cósmico y un segundo del mismo correspondería a 475 revoluciones efectivas de la tierra alrededor del sol” (Carl Sagan, Los dragones del Edén. Biblioteca Muy Interesante, 1997, Pág. 22). Partiendo de los cálculos del astrofísico estadounidense, un minuto de nuestro calendario equivaldría entonces a 28 500 años cósmicos. Por lo tanto, no es exagerado argumentar que León Félix Batista ha comprimido el tiempo y ha metido el cosmos en un minuto de un año terrenal.

Jhon Dryden afirmaba que “Los simples poetas tienen la mente tan embotada como la de un sujeto ebrio, sumida siempre en la bruma, incapaces de ver o de juzgar las cosas con claridad. Para ser un eximio y cabal poeta todo hombre necesita estar en varias ciencias, poseer una mente lógica, analítica y, en cierta medida, matemática…”. Si asumimos esta premisa como verdad poética es lógico inferir que Un minuto de retraso mental no es un simple juego de palabras para crear una complejidad semántica, sino que el poeta tiene conciencia del tiempo, como dimensión física que representa la sucesión de estados por los que pasa la materia. Y sabe, por demás, que además del tiempo cronológico existen un tiempo cósmico y un tiempo psicológico: el tiempo exacto para transgredir la cordura del sujeto pensante y hacerlo desvariar por los martirios de la vida. Aunque en términos médicos hay una clara diferencia entre demencia y retraso mental, en la psiquis colectiva del pueblo ambos términos son sinónimos de locura. Por lo que asumimos que el poeta se ha hecho eco de la definición popular y les ha dado a ambas expresiones la misma interpretación semántica. Por lo tanto, un minuto de locura es lo que necesita un hombre en celo para cometer uxoricidio, solo un minuto de demencia necesita un extremista para inmolarse en una plaza pública y lapidar a decenas de inocentes, y solo “un minuto de retraso mental” es necesario para que un hombre atormentado se quite la vida.

El tiempo psicológico no es lineal; por lo tanto, los hechos ocurren sin orden establecido, como una especie de caos. Muchas veces el pasado es una estela del futuro, y el presente es un punto fijo en dos instantes: un instante que se desliza hacia el ayer y otro que fluye hacia el porvenir. Por eso, para verter en sesenta segundos la demencia de un hombre perturbado, además de un tiempo atemporal incoherente, como su mente misma, es necesario un lenguaje distinto, un protolenguaje que rompa el orden morfosintáctico del discurso poético:

00:00:00

llegan llagas

para escindirse en fases

de aflicción que no segué

en órbita de turba

que el recuerdo desenrosca

de un ácido de siglos

asilado en los subsuelos

fardo infértil de los años en añicos

de recuerdos que me tengo que extirpar.

Este poema no pretende ni se puede leer con un diminuto hilo de cordura; sin embargo, como afirmaba Archibald Macleish, “A poem should no mean; but be” (un poema puede no tener sentido; pero es). En el primer segundo de demencia el delirio es tal que la incoherencia discursiva es notable en el actante. Pero el sentido estético que persigue el poeta no está en el valor semiótico de la palabra como signo cognitivo, sino en el valor acústico a través de la ruptura léxica del lenguaje. Lo fonético se impone en estos versos por encima del sentido interpretativo, como aspiraban los futuristas con el lenguaje záum: un lenguaje transmental que emancipara la poesía del vacío del sentido racional que la hacía incomprensible.

Todos los segundos transcurren con las mismas inconexiones discursivas, pero en cada uno de ellos el estado irracional del actante es diferente, cada eslabón de la cadena que lo ata al delirio es distinto, como si cada momento de locura fuera una tortura diferente:

00:00:09

crudeza del consciente

del cerebro constrictor:

el solar de las heridas

con su feracidad

la suma de uno mismo en amalgama

el porqué de cada esquirla

en un coágulo de ayer:

subconsciencia de sequía

con ceniza que hizo escarcha

recogida de mi tiempo refractario.

El poeta no abandona al orate imaginario en su periplo demencial, sabe que el hombre, aún en su desequilibrio mental, no pierde la memoria semántica: aquella memoria de significados, entendimientos y otros conocimientos conceptuales que no están relacionados con experiencias concretas, pero que por un espacio-tiempo limitado produce cierta ilación racional. Por eso, está presente cuando sorpresivamente una gota de lucidez se aloja en las neuronas del sujeto, en este segundo de razonamiento el discurso poético se hace más diáfano, y no transgrede en demasía la lógica sintáctica:

00:00:41

hay alguien siempre en sombra

que mi carne no recuerda

como sujeto roto

que amenaza disolverse

un detrito que no fue desenterrado

pero sí reconstruido

en el recodo oscuro

de su esencia nebular

irá llegando en lava

metafísica figura

que la vida va a cobrarme

con tiniebla.

Como exigencia isotópica en Un minuto de retraso mental no hay un vaso comunicante entre los niveles fónico, morfológico, sintáctico y semántico. Sin embargo, aunque en todo el texto no aparece escrita la palabra “locura”, la recurrencia y repeticiones de los vocablos cráneo, cerebro, razón, amnesia, encéfalo, subconsciente, memoria, mente, pensamiento, consciente, pensar, olvido, córtex, psique y submental, todos vinculantes a las acciones neuronales del hombre, implícitamente nos dan la idea de locura:

00:00:36

un tornado contenido

en el encéfalo,

matraz con tempestades transparentes

intervendré sus nudos

con lucidez ilógica

de las aleaciones de la psique.

Si en términos psicológicos la memoria semántica es la memoria de significados, la memoria episódica está relacionada con las emociones y los conocimientos contextuales. Los recuerdos son episodios de un instante; por eso, cada segundo de Un minuto de retraso mental es un recuerdo anclado en la memoria:

00:00:46

los recuerdos son poemas

incubando una hecatombe

residuos no letales de aquello que no ha sido

los recuerdos son carroña del que regresó de errar

cenizas que susurran ciertas cosas

la reconstrucción quebrada

del abismo que uno es

hematomas que destilan anatemas.

Después de un largo recorrido por un tiempo abreviado, después de atravesar un laberinto de confusión y sufrimiento; después de transitar por un minuto cósmico que se hizo eterno, nada ha pasado: los recuerdos son “residuos no letales de aquello que no ha sido”:

00:00:59

estos son recuerdos turbios

de una mente con meandros

o tal vez la sumatoria

de sus nadas sucesivas

porque pudo este vacío

nunca haber tenido masa

de los vórtices de entonces

ni el olvido

donde se disolverá.

El poeta ha jugado con el espacio-tiempo, y como lector nos ha situado en dos dimensiones diferentes: el pasado y el presente. En la primera no sabemos si el retraso mental es un regreso introspectivo a la demencia; y en la segunda, si el sujeto mentalmente sano simplemente ha recordado aquel momento de locura. La inferencia es compleja porque es un círculo vicioso que nos lleva al punto de partida, si todo es un recuerdo, como afirma el poeta; entonces, recordar un momento de locura es caer de nuevo en la insania mental:

00:01:00

un minuto

de retraso mental

es un recuerdo…

La sensibilidad del hombre cambia con el paso del tiempo; por eso, es necesario buscar un nuevo lenguaje para expresar una nueva sensibilidad. (La expresión no es mía, a pesar de ingentes esfuerzos nemotécnicos no he podido recordar al autor). León Félix Batista es un poeta neobarroco; por eso, el neobarroco, como nuevo lenguaje, es el recurso que utiliza para penetrar en el submundo de un hombre desequilibrado. El neobarroco, sin entrar en detalles teoréticos, tiene como finalidad recuperar la subjetividad del sujeto, que ha disminuido por la plasticidad estética que abarrota el arte en todas sus manifestaciones. Las cosas existen más allá de las posibilidades expresivas del lenguaje, lo real-subjetivo, como esencia de la cosa misma, debe ser un artefacto, una herramienta que permita liberar al significante de la atadura del significado: como aspirara Severo Sarduy, uno de los grandes exponentes de la corriente neobarroca. Esto ha hecho León Félix Batista en Un minuto de retraso mental, transgredir el lenguaje para entrar en la psiquis del hombre por medio de artificios escriturales: un lugar oscuro donde el yo-subjetivo esconde sus ruidos existenciales, sus frustraciones, sus demonios; donde también esconde su demencia.

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Joel Rivera (San Pedro de Macorís, 1961). Narrador, ensayista, poeta, crítico literario y dibujante. Abogado de profesión, autor de varias novelas y libros de cuentos.