Pedro Mir es un poeta social, pero también de la tierra, en la que los pobres y desposeídos hallaron, en su mundo poético, los frutos y las semillas que se volvieron la voz de la naturaleza. Su canto tuvo un peso específico para la libertad, donde su yo lírico se convirtió en el eco de la democracia. No fue un poeta hermético porque fue un poeta musical, cuya voz épica resonó no en los espacios privados, sino en los espacios públicos, en la plaza pública, en el ágora de los discursos. No tuvo pretensiones de que su voz se oyera, urbi et orbi, sino en el corazón de su isla y, a lo sumo, en el horizonte del Caribe. Más que una búsqueda de la antillanidad, fue una búsqueda de dominicanidad. Pretendió alcanzar, además, una “conciencia caribeana”, como solía decir (siempre decía caribeano, nunca caribeño). No persiguió lo universal, sino que buscó liberar y denunciar las heridas de su patria, desde su condición de exilarca, es decir, desde los márgenes del exilio. Su universo poético no se supeditó a la problemática de la negritud o del conflicto étnico, sino al meollo de la cuestión social. Por eso su poesía no es una denuncia contra la explotación del coloniaje, sino una crítica a un régimen específico: la tiranía de Trujillo. De modo que no se remonta al pasado de la conquista y la colonización, sino antes bien, se enfoca en el drama del presente, antes que en la comedia o la tragedia de la historia. Pero el drama nacional, que denuncia en su canto, se hizo universal desde su yo plural. Pedro Mir fue, pues, fiel a su credo poético, con el que cantó, con entusiasmo positivo y esperanzador, al espíritu de su drama interior, que era el espíritu de una colectividad nacional. Vivió el drama psíquico de su yo, de estirpe estético, y de compaginar el desarraigo del apátrida, sin caer en el panfleto con el drama existencial de sus compatriotas no exiliados, pero que vivían la tragedia del silencio voluntario y del terror psicológico. Es decir, entre el yo ontológico y el yo social de sus conciudadanos, que tenían su alma y su cuerpo prisioneros en un clima social y político totalitario y opresor. Mir llevó, en efecto, este drama dentro de sí como encarnación de una pesadilla colectiva. Su poesía es así una crónica ética, una expresión del drama social y político de la República Dominicana, desde la era de Trujillo hasta su muerte, y más allá.

Diríamos que tres hechos caracterizaron el drama de su obra poética: el régimen de Trujillo (1930-61), la muerte de las hermanas Mirabal (en 1960), y la intervención militar norteamericana de 1965. Esos tres eventos sociales, de matiz político, influyeron poderosamente en su escritura poética. Y cuatro influencias poéticas tutelares: Whitman, Darío, Lorca y Neruda. Los cuatro, más Whitman, habrían de ejercer una impronta admirativa en término de registros, técnicas y sistema metafórico. Si Whitman es el poeta de América, es decir, de los Estados Unidos, que bebió en la fuente de la tradición protestante, primitiva y bíblica, Lorca lo es de España o de la Andalucía mora, gitana, cristiana  y judía, pero que trascendió al ámbito hispánico; Neruda lo hace en su Canto General de fuentes varias (la Biblia, el Popol Vuh, la Divina Comedia, La Araucana, los Cantos de Pound, e incluso Leaves of Grass de Whitman), y Darío, desde el sustrato indígena, hispánico y greco-latino; Mir va a nutrirse de estos dioses poéticos, como hijo legítimo de su legado poético. Lo prueban Hay un país en el mundo, donde resuenan ecos del Lorca de Llanto por la muerte de Ignacio Sánchez Mejía, además de Contracanto a Walt Whitman, una elegía celebratoria y testamentaria al hijo de Manhattan de Hojas de hierba y Canto a mí mismo, y El huracán Neruda, que representa el pago a una deuda estética de gratitud, el cual se lee como un homenaje a la figura estelar de su altar lírico. Así pues, la singularidad de la obra poética de Mir no puede estudiarse al margen de estas influencias externas. Como tampoco sin la influencia nativa de Federico Bermúdez, Virgilio Díaz Ordoñez y Fabio Fiallo, en su etapa de formación juvenil, y de su pre-exilio.  Y desde su exilio antitrujillista, Mir se planteó un canto nuevo, distinto: nace el canto utópico, el sueño de la utopía libertaria, que era el canto unísono del continente lacerado por un río de dictaduras y tiranías. De ahí que su poesía representó el sueño profético de una nación y de una geografía política. Su universo lírico encarna un futuro: el sueño de una época de incertidumbre y desvelo, hambrienta de libertad y democracia. La realidad a la que le cantó y denunció Mir se hizo posible –esa realidad política y social dominicana, que duró 31 años, que cristalizó su voluntad con la decapitación del régimen–, el 30 de mayo de 1961. De modo que su anhelo por el que postuló su yo lírico, el ideal de cambio y transformación del presente, se volvió hecho real en el futuro. De suerte que el futuro le imprimió sueño a la idea de cambio del status quo: le sirvió de impulso y gravedad a la marcha de la historia y le inyectó sentido a la utopía libertaria.  

El marco de publicación y ejercicio poético del ciclo creativo de Pedro Mir abarcó desde los años 30 hasta 1998, textos en los que sus estudiosos y sus lectores podrían apreciar poemas románticos, sociales, amorosos, políticos, y aun patrióticos, en formas expresivas que van desde el soneto hasta el canto, y desde el verso libre hasta el verso rimado, poemas breves y extensos, encabalgamientos, juegos de espacios, interlineados, pareados y sangrados. Poeta que viajó por la muchedumbre y le cantó a su isla, a su patria, no sin esperanza y optimismo. Poeta popular, poeta de las masas, cantor del pueblo. Eso fue don Pedro Mir.  

En término estricto, Pedro Mir produjo una obra poética relativamente breve y bastante unitaria, casi monotemática. Su línea creativa se limitó al cultivo de la poesía social y política, la que se fortaleció y metabolizó con la experiencia del exilio.  O, como es natural, dio un giro nostálgico y melancólico. Fue en la faceta social donde su poesía adquirió mayor potencia creativa y expresiva. A pesar de haber escrito más de una decena de poemas memorables, no es sino con Hay un país en el mundo que alcanzó notoriedad y popularidad. Quizás porque llegó más hondo en la conciencia popular, o porque encarnó un sentimiento colectivo. O porque representó el espíritu contestatario de una época, el clamor de un país subyugado o porque nos dio una radiografía lírica del país, bajo la tiranía de Trujillo. O acaso porque se erigió en la voz del exilio y del inxilio; es decir, de aquellos que vivían en el país, pero, por temor, no se atrevían a decir lo que tenían que decir, a reclamar sus derechos y a demandar libertad, y tuvieron que callarse o vivir en el silencio o en la autocensura. Sin embargo, el exilio en algunos autores puede constituirse en un impulso creador y en una motivación, aunque se refleje el desarraigo existencial y la nostalgia del terruño lejano. En una entrevista de Guillermo Piña Contreras, realizada el 26 de diciembre de 1974, y recogida en 12 en la literatura dominicana, Mir le responde: “Bueno, creo que, en mi caso particular, el régimen trujillista fue un factor de desarrollo y de creación de mi obra literaria”.  

Curiosamente, dos de los cuatro grandes poemas y de los más ambiciosos por su extensión, fueron escritos en dos países distintos: Hay un país en el mundo (1949), en Cuba; Contracanto a Walt Whitman (1952), en Guatemala; Amén de mariposas (1969) y El huracán Neruda (1975), en Santo Domingo. El sentido elegíaco e hímnico que les imprime Pedro Mir a sus poemas canónicos y más emblemáticos, aunado a la musicalidad rítmica de sus versos, capturan y seducen a los lectores, amén de que despiertan su sentimiento patriótico y su sensibilidad social. El impulso de su canto y el clamor de su contenido hacen que el lector se identifique con la poética del mundo verbal, que funda con su talento creador. El motivo político-social, basado en hechos históricos de algunos poemas de Mir, como el asesinato de las hermanas Mirabal, produjo Amén de mariposas (1969); la Segunda Guerra Mundial, parió Al portaaviones Intrépido (1962); Ni un paso atrás (1965) lo motivaron la guerra del 65 y la segunda intervención militar norteamericana; El huracán Neruda (1975) fue creado después del derrocamiento, y de la muerte de Salvador Allende y de Neruda, en 1973.            

Así pues, lo político y lo social establecen una relación muy íntima en su vida y en su obra. El factor político está asociado en Mir no tanto a su militancia política, sino a que su poesía está dirigida a las masas, a la sociedad, a la multitud, o, como diría él mismo: a la muchedumbre. Pero también nace de un yo plural, de una voz lírica abierta, destinada a un lector múltiple. De un hijo del Caribe a un hijo de Manhattan: de Mir a Whitman, de un poeta antillano a un poeta americano universal. De un poeta social a un poeta panteísta cósmico.

La poesía de Mir, dialoga con Whitman y Neruda, en una búsqueda de pluralidad, de colectividad, en la que su yo es un nosotros, que canta a un ustedes. Muchos de los poemas de Mir están determinados por las circunstancias históricas y políticas, donde el sujeto poético deviene cronista lírico de su patria o de América Latina. 

Como en Mir, la poesía se escribe contra la historia, deviene profecía. Al ser social, rasgo de la poesía de su grupo generacional (los Independientes del 40), tiene vocación de crítica social, de ir contra las desigualdades sociales y a favor de los de abajo. Como la historia vive en el pasado, es su expresión temporal, funciona contra la poesía, que se mueve en el presente, en el instante. Y de ahí que Aristóteles vio más verdad en la poesía que en la historia. La materia prima de la historia es el pasado, aunque se escriba desde el presente siempre, mientras que la materia prima de la poesía es el presente. Solo que el poeta recrea el pasado, y el historiador lo relata. En Mir, el poema va de la historia a la profecía, es decir, del hecho histórico al canto. Y esta vocación de historiador que nace con su poesía, se prolonga y desarrolla a su regreso como profesor-investigador, al producir una vasta obra historiográfica y ensayística, que atenúan su oficio de poeta. Sin embargo, su prosa de historiador estuvo permeada por el poeta: su estilo lírico normó su método de investigación, hasta el punto de que no pocos historiadores vieron con recelo y desdén su discurso histórico, su forma de contar los hechos, no sin vocación de estilo.

Su sintaxis poética apela a un ritmo enumerativo y nominativo, con el que desarrolla una retórica verbal, deudora esencial de Whitman, y que le inyecta elocuencia, grandilocuencia y búsqueda de totalidad a su cosmovisión poética.  Esa estrategia de enumeración y, sobre todo, de nominalización y repetición, de nombrar cosas en forma acumulativa, le imprime un tono rítmico muy peculiar a su obra lírica.  Mir hace una lectura de Whitman y de Neruda bajo el signo del elogio y la celebración, y dentro de una misma concepción ideológica de la sociedad y del poema. Su canto no lo escribió contra Whitman sino en su homenaje, en honor a su vida y a su magna epopeya poética. En Mir, como se lee, el poema es canción, canto, música. Nunca llama poema a lo que escribe sino canción –y hace bien. Así refleja su concepción de la poesía y del poema, al decir: “Escucha/ la canción deliciosa de los ingenios de azúcar y de alcohol”. A veces invoca, interroga; otras, insta y, a ratos, usa un tono imperativo, o interpela al lector. Sobre todo, su discurso poético se vuelve consigna, panegírico, pues aspira a adoctrinar y persuadir, concientizar o ideologizar. He ahí su poder y su potencia y, quizás, su raíz popular, o sea, su popularización. También su valor profético y su condición de mediador del pueblo: Vox populi, vox poeticus. El poeta es así la voz del pueblo, el vaticinador del futuro, en la acepción antigua y griega. Y Mir es, en cierto sentido, el poeta que hace la crónica épica del pasado de su pueblo y que profetiza su futuro. El yo poético y el nosotros del pueblo se relacionan y abrazan en un acto de reciprocidad y admiración, necesaria y vital. Así, el yo asume la voz de los otros, y el nosotros, la voz del yo: el yo del poeta y el nosotros del pueblo dialogan, así, recíprocamente. Para el autor de Hay un país en el mundo, Whitman y Neruda son, pues, dos profetas del destino americano, en el que ambos representan el don profético de la poesía. De modo que, nuestro Poeta Nacional se reconoce heredero legítimo de la misma estirpe épica, del árbol genealógico Whitman-Neruda-Mir. A la imagen de la poesía como profecía y trascendencia de la historia le corresponde la visión miriana del oficio poético. Exégeta de la historia, el poeta deviene profeta del destino. En efecto, Mir parte del mito de la historia y sitúa el poema en la utopía del porvenir. Esta profecía utópica es la que encontramos como poética de la historia e imagen de la esperanza en la obra de nuestro Poeta Nacional. Y es que, en Mir, el pasado encarna la desesperanza, la tragedia, la desgracia, y el futuro, la esperanza utópica, la salvación. Es decir, el pasado es la perdición y el futuro, la esperanza salvadora. Su poesía casi siempre es un clamor de indignación, un grito de castigo: lanza anatemas, como un dios castigador. Así, lo oral matiza su mundo poético: asume el tono de las voces del discurso popular, de esa ancestral tradición que ha nutrido a la poesía, de donde brotó, bebió y se originó. Como cronista lírico del pueblo dominicano, como cantor de su historia trágica, Mir postula un contrapunto a través de la esperanza y la utopía del porvenir. Intérprete del pueblo, representa la voz de la historia, de donde canta y castiga, elogia y condena. El Poeta Nacional se volvió el poeta social por antonomasia, a pesar de que no fundó esta tendencia –pues fue Federico Bermúdez con Los humildes (1916),y hubo otros poetas que también cultivaron lo social en su poesía como Domingo Moreno Jimenes, Tomás Hernández Franco, Manuel del Cabral y Héctor Incháustegui Cabral. Pero Mir lo hizo en una época en que predominaba, en el resto de América Latina el influjo de las vanguardias poéticas, y aun las posvanguardias. Es decir, orilló en una poesía social, y aun comprometida con los humildes, los de abajo, los desposeídos. Pero Mir se quedó como un ave solitaria, pues los “poetas sorprendidos” abrazaron lo universal desde la década del 40, y los postumistas, desde la década del 20, que se aferraron a lo nacional, y solo sobrevivió Moreno como “sumo pontífice”; los demás poetas incursionaron en otras facetas de la creación lírica o no vivieron la experiencia del exilio, que alimentó la poesía miriana. 

La escritura poética de Mir no aspira a la grandilocuencia, sino a la poetización de la vida cotidiana y social, lo que la aproxima al lector común, y este fenómeno sociológico fue acaso la razón de que conquistara un gran público. Tal vez la explicación se reduce al hecho de que el elemento social se identifica con más elocuencia con la miseria, el hambre y la marginalidad, como símbolos de pobreza. Esa condición de poeta social de Mir se remonta a un poema precursor de Hay un país en el mundo, y es Poema del llanto trigueño, un poema juvenil (de los años 30), anterior a su exilio, y que prefiguró, en cierto modo, el grueso de su obra poética posterior.

En la articulación de su obra, Mir emplea una sintaxis poética variada, pero que se mueve en cada poema, gira en diversas expresiones rítmicas, aunque conserva una unidad general en su intencionalidad. Usa un leitmotiv que se repite en el corpus de su mundo lírico, como una preceptiva de su escritura poética, pero que no es un óbice en su libertad imaginativa.

La obra miriana se articula y configura bajo el signo de un maestro contemporáneo suyo, como Neruda, de un maestro más lejano, como Darío –pero en su misma lengua–, y de un maestro más remoto y de otra lengua, como Whitman. Modernismo, vanguardismo y panteísmo serán las fuentes de donde se nutrirá su imaginario, desde el punto de vista de sus influencias. En un difícil equilibrio entre lo épico y lo lírico, Mir logra conformar una poética de estirpe social que lo caracterizará, y en la que tiene una gran deuda con Pablo Neruda, como poeta lírico de aliento épico, de una vastedad temática y una gran exuberancia expresiva, en su lenguaje poético. De modo pues, que Cantos de vida y esperanza, de Darío, Canto a mismo, de Whitman, y Canto general de Neruda, habrían de ser las obras que luego serán las fuentes creativas más vitales de su empresa poética. Por consiguiente, de la música verbal de Darío hasta la épica de Whitman y Neruda, se nutre el mundo telúrico, cósmico y social de Mir. Su obra lírica se fraguará o forjará –y estará permeada– al calor de las ideas y de las luchas sociales del siglo XX: contra Trujillo, contra el imperialismo, el nazismo o el fascismo, y atizada por la Guerra Civil española, la Segunda Guerra Mundial y la Guerra de abril de 1965.    

Pedro Mir fue un poeta que escribía movido por la circunstancia y por el contexto socio-político imperantes. De ahí que escribió poesía política, así como hay novelas políticas. Poesía y política, en la obra poética de Mir, se funden en una simbiosis que testimonian la crónica de los pueblos (dominicano y latinoamericano). Es una poesía que, más que comprometida, es social, pero trasciende lo ideológico y gana en valor estético, pues su connotación ideológica se vuelve universal y humana. En Mir, el sujeto lírico viaja, tras la búsqueda de su propia identidad hacia la muchedumbre, y de ahí que use como título para uno de sus libros Viaje a la muchedumbre (que también fue el título de la antología que le editara Siglo XXI de México, con prólogo de su amigo, el poeta Jaime Labastida). En la poesía de Mir, el hablante lírico apela a su yo individual y habla o canta a un nosotros o yo colectivo, donde se funden el hombre con la naturaleza y con la historia. Así pues, tanto en Whitman como en Mir, el yo poético encarna en multitud, en un nosotros, que es la voz del pueblo, síntesis de lo individual y lo colectivo, y donde el poeta se vuelve el intérprete, instrumento, médium, demiurgo, taumaturgo o mensajero divino. El yo lírico se convierte en armonía entre el mundo y la palabra, la naturaleza y la sociedad, ya que en el poema el yo es más íntimo y autobiográfico que en la novela o el cuento, donde se vuelve un yo de segundo grado a través de un personaje narrador, aunque la historia esté narrada en primera persona. La voluntad del sujeto lírico reside en lograr la unidad, la integración y la reconciliación del ser poético con el mundo, la naturaleza y la sociedad.  

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Basilio Belliard es un poeta, narrador y critico dominicano, además de académico, con grado PhD, y autor de distintos libros de poesía y ensayo.