La crítica durante el trujillato se produjo no solamente en el texto directo o en el exilio, sino también conoció una velada práctica:  la de practicarse dentro de sus discursos interiores.

La figura de Julio González Herrera (1902-1961) emerge en una primera instancia desde esta estrategia del pensamiento. Podríamos considerarlo como conceptuador de “el loco” por excelencia. Autor de éxito, burócrata sin mácula, díscolo a la hora de asumirse tras un par de tragos, habitante casi único del Spleen y los paraísos artificiales en aquellos años 40 y 50 donde las luces de neón ampliaban los dominios de la noche. Intelectual apegado a los designios de aquellos tiempos, nadie en la Era de Trujillo como él para entender la amplitud de la locura, incluyendo algunas de sus ventajas.

Se ha convertido en hecho la anécdota de un ciudadano que cuando tomaba salía por las calles de Ciudad Trujillo maldiciendo a diestra y siniestra, y oh terror, incluyendo a veces hasta al mismo Jefe y Padre de la Patria Nueva. Su manera de escapar de las posibles terribles consecuencias de esos actos era el autointernamiento en centro siquiátricos. Digamos: González Herrera podría declararse inquilino de la casa de orates, mientras debía sacar sus máscaras socarronas, porque la verdad también requiere máscaras, al decir de Friedrich Nietzsche.

Sus crónicas de Cosas de locos, su última obra literaria, seguramente no tuvieron el efecto en el medio literario que debieron tener debido al contexto de su aparición. Recordemos que en 1959 la sociedad dominicana reclamaba intensos cambios al interior de una situación ya insostenible en su vida cotidiana. Si antes el terror podría mantener cierto equilibrio con la paz social, lo que se ventilaba ya era un ambiente de verdadero horror.

Insertos en el contexto la invasión con vocación guerrillera del 14 de junio de ese año, proveniente de los predios de la naciente y triunfante revolución cubana, con una oposición que ya comenzaba a organizarse de manera real al interior dominicano, un libro sobre la locura poco éxito podría tener. A ello se agregaría dos años después el fallecimiento de su autor. Y recordemos uno de los principios fatales de la cultura dominicana: quien no se autopromueve o dispone de los familiares o burócratas para el caso, correrá el riesgo de evaporarse en el espacio cultural.

Cosas de locos reflejó como pocas obras la fragilidad de nuestras supuestamente cohesionadas clases sociales. Tras la caída del portón en el centro de Nigua o del kilómetro 28 de la autopista Duarte, lo que se desenvolvía en esos espacios de esquizoides y neuróticos era una especie de cámara oscura de una sociedad dominicana corroída por una voluntad instantánea del poder. González Herrera logró en esa obra crear dos grandes cuadros. Primero, el de los años trágicos y sin memorias del barítono Eduardo Brito, sin lugar a duda la primera estrella internacional dominicana. En esa obra tragicómica hizo participar a un amplio y significativo segmento de la ciudadanía nacional, desde el antiguo presidente Manuel de Jesús Tronco de la Concha hasta vecinos del lugar. Segundo, la redacción de los tres cuentos que integran la segunda parte de la obra, reveladores de un acercamiento más que certero a los recursos surrealistas, seguramente con algunos guiños al cine post Charlie Chaplin.

Julio González Herrera sabía “hacerse el loco”. 

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El texto que compartimos fue publicado en La Nación del 2 de mayo de 1956. La determinación de algunos recursos lingüísticos se dispone como en braza ardiente para sacarle humo a eventualidades de la calle El Conde. Parece que su autor integra la disquisición sobre la semántica como burlarse de un tiempo de sapiencia decorativa, no consustancial a un saber útil. La conclusión parece igualmente de película, como un elogio transformable en burla, como una nota al margen de un párrafo en blanco.

Ayer

Por Julio González Herrera

El vocablo “cooperar’’, es un sujeto idóneo y gramatical, dentro de la más alta jerarquía del idioma. Ese idioma que se permite eljactancioso antagonismo de poseer en su lexicografía absurda, palabras tan desagradablemente deprimentes como “médico” y términos tan encantadoramente equilibrantes como “mujercita”.

El lugar en que está colocado el epónimo vocablo “cooperar” de aquellos que mueven la imaginación a las más ardientes y extrañasdivagaciones. Ustedes mis lectores, seguramente no sabrán, pero yo sí lo sé, que la verdadera división de la Historia no es en qué traen generalmente los libros de texto. No, señor. La grandiosa señora, se divide en dos partes majestuosas y simples: 1. Las cosas que acontecieron ANTES de Nuestro Señor Jesucristo, y 2° Las cosas que sucedieron DESPUÉS de la llegada a la Tierra de este ilustre Señor.

Por mi parte, me gusta más la primera parte de la Historia que la segunda. En ese período había brujos de verdad, la gente vivía cerca de 1,000 años, no había divorcio, pero tampoco había matrimonio, había más mujeres que hombres, y no existía nadie que se pareciera a TINTAN ni a una película mexicana.

Ustedes habrán observado, mis sonrientes lectores, que DESPUES de Cristo, las cosas variaron, favorablemente, en beneficio de la humanidad, pero también, a veces un poco, incómodamente, en detrimento de la misma.

Por lo pronto después que Nuestro Señor Jesucristo hizo sus milagros, nadie ha vuelto a hacer ninguno. Además, el mundo ya casi está dejando de pertenecer a los hombres, y según parece va a ser sustituido completamente, por la máquina.

Ustedes habrán observado que la máquina es la gran “cooperadora”, y ha llegado tan lejos en su sentido de ayudar, que se ha permitido la confianza de hacer y de ser más que la propia máquina humana.

De todos modos, nuestro querido amigo el vocablo “cooperar” está encantado de la vida, aunque muchos no “cooperen” con su diabólica hazaña, sobre el hombre y la máquina.

AYER me encontré con él frente a La Cafetera. Estaba ayudando a un carro a ser empujado, pues el motor había fallado.

Tomándose un café conmigo, se me ocurrió preguntarle por la época y circunstancias de su nacimiento.

—Oh! —me respondió, mientras “cooperativamente” le echaba azúcar a mi café— eso se remonta a muchos miles de años antes de Jesucristo. Me acuerdo como si fuera ahora mismo… Un salvaje estaba frente a su cueva. Le rodeaban la mujer y tres niños. Acababa de extraer una gran piedra del frente de la casa. Cuando ésta estuvo completamente afuera, trató de cargarla, para llevarla a otro lado. Pero qué va… La piedra ni se movió. Ni tampoco, cuando pretendieron ayudar la mujer y los niños. El salvaje comenzó a darle salvajemente patadas a la piedra que de modo tan salvaje se portaba…

A mí me dio pena… el pobre hombre… y decidí intervenir en la forma más clásica y maestra, muy usada por mí después en aquellos tiempos divinos… Yo no había actuado en la Tierra todavía… inmediatamente, pedí “cooperación” al cielo. La “cooperación” celestial, no podía negarle nada, a la “cooperación” de la Tierra que se preparaba para nacer. Inmediatamente, mi querida amigo, envió un aguacero formidable que hizo que los salvajes entraran en su choza. En seguida envió un terrífico, pero muy bien educado “rayo”, que pulverizó de un modo científico y definitivo el adusto peñón. La alegría, de inmediato, ¡en el hogar salvaje! Allí, hice dos o tres pequeñas “cooperacioncistas” más: le quité a la mujer un dolor de muela

Aquí no puedo menos que interrumpir a mi amigo “cooperación”.

—Óyeme —le dije—. Pero a ti ahora no se te ocurre quitarle a nadie un dolor de muelas… En cambio “cooperas” con el acero y el hierro para que nos hagan competencia… Tú, procedes mal, chico… Te lo digo, francamente.

“Cooperación” —se echó a reír estruendosamente— mientras hacía un movimiento invisible, logrando que un muchacho que venía a vender billetes se alejara sin metérmelo por las narices.

Después de mucho reír, al fin exclamó mi amigo:

—Yo podría cuitarle los dolores de muelas a las gentes, y hasta hacer que cualquier persona se saque el premio mayor. Pero no lo hago porque ya esas cosas tan parecidas a milagros no se usan….  Y, además, tengo muy buen corazón y si coopero con uno, en seguida me darían ganas de cooperar con el otro y con el otro… ¿Comprendes que no puede ser?

—¿Y en qué clase especial de “cooperación” está metido, ahora, compay? —se me ocurrió decirle para ver si me cogía confianza y “cooperaba” en algo conmigo.

—Pues estoy, mi amigo —dijo, dándome una palmadita en el hombro— haciendo lo que considero una de mis más hermosas acciones en la vida. Voy a dejar por muchos días de “cooperar” con las máquinas, ya sean las empleadas por la tecnología moderna o bien las que simplemente, se paren en la calle por defecto del motor.

—¿Y en qué vas a cooperar amigo cooperación? —exclamé con los ojos virados, rogándole a la Virgen de la Altagracia, que la excepcional y providencial “cooperación”, se refiriera a mí o a algo relacionado con mi triste persona.

—Pues voy a “cooperar” —prorrumpió Don Cooperación, ardorosa y vehementemente, levantándose para irse ay sin “cooperar” con el pago del café—. Voy a cooperar con mis fuerzas materiales y espirituales con las magníficas finalidades de la Cooperativas Escolares que se están organizando de acuerdo con los propósitos del ilustre Padre de la Patria Nueva Generalísimo Trujillo y del Señor presidente de la República, General Héctor B. Trujillo Molina.

La Nación, 2 de mayo de 1956.

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Miguel D. Mena, ensayista​, editor​ y coleccionista. Reside en Berlín, Alemania desde 1990.