Conocí al poeta Leonardo Reyes en el verano madrileño de 2019, gracias a otro poeta dominicano Frank Báez, quien impartió un taller de escritura, organizado por la poeta cibaeña Rosa Silverio, residente en Madrid.
Los asistentes eran, predominantemente, poetas y escritores españoles, colombianos, dominicanos-una buena proporción de los cuales eran mujeres-, y algunos otros que, aunque no somos escritores de ficción, si nos interesa todo lo relativo a la escritura y que, además, tenemos la mente abierta a pensar que siempre podemos aprender algo de los demás, especialmente si son mucho más jóvenes que nosotros.
Después del taller fuimos casi todos a tomar unas “tapas” en un restaurante bar de dominicanos en el barrio de Tetuán, cercano al local de una ONG donde se celebró el taller y allí pude conocer formalmente a Leonardo Reyes. La conversación se prolongó en el transcurso del recorrido de unos 40 kilómetros desde Madrid a Collado Villalba, donde vive el poeta. Me enteré de que había ganado un premio internacional de poesía, que era licenciado en filosofía y que estaba redactando su tesis de máster en historia de las religiones en la Universidad Carlos III (una de las tres buenas universidades de Madrid junto a la Complutense y la Autónoma).
Después de ese encuentro asistí a la presentación de su libro Es preciso reponerse de la tristeza, que se llevó a cabo en el archiconocido local Libertad 8 – famoso por ser un lugar dónde han hecho sus primeras actuaciones reconocidos canta autores, cantantes y poetas-, y días después en el imponente Centro Cultural de Collado Villaba.
He pensado que era de interés público dar a conocer a los interesados por la cultura dominicana a este joven poeta que forma parte de la pléyade de dominicanos de la “diáspora” que están haciendo Patria de verdad, desde el extranjero, enalteciendo los mejores valores de Quisqueya, sin subvenciones, sin sinecuras, sin servilismos partidistas, en fin, sin ataduras. Armados con sus talentos, sus dones, su inteligencia, su trabajo, su voluntad y su amor a la poesía, al arte, a las ciencias sociales o naturales, o al servicio de sus semejantes.
El patriotismo no se mide por estar dentro de la geografía de un país – hay muchos que están allí pero deshaciendo a la Patria cada día deshojándola de sus valores, de sus recursos, de las antiguas buenas costumbres y civismo, de la dignidad y del decoro, hundiéndola en el pantano de la desigualdad y del despotismo. Haciendo más pobre, al pobre. Despojándola de su patrimonio cultural y vendiéndola a trozos al dictado de potencias y organismos internacionales que les importa un bledo que la nación perezca, mientras ellos, mercuriales al fin y al cabo, obtienen provecho y avanzan en su acumulación de riqueza.
He aquí la otra cara de esa moneda, el poeta de noble corazón y humilde cuna, que nos eleva y se eleva a las cumbres de la creación, de la belleza y del talento creativo. El que nos muestra el verdadero y mejor secreto de Quisqueya, el del talento creativo de sus mejores mujeres y hombres. Una muestra de ello, nuestro entrevistado: Leonardo Reyes, poeta, filósofo y estudioso de las religiones.
CJBE: ¿Leonardo Reyes, puedes darnos tus datos biográficos básicos y los estudios que has realizado?
Nací en Santo Domingo, en 1991. Durante un tiempo de mi infancia viví en el barrio de Las Palmas. Allí estudié hasta quinto de básica y, luego, cuando tenía unos diez años, nos mudamos a Pantoja, donde terminé la educación básica y el bachillerato. Al terminar el bachillerato viajé a Guatemala donde estudié tres años de Filosofía. Estos estudios los completé aquí, en España. Y, seguidamente, hice una maestría en Ciencias de las Religiones, un tema por el que siempre he sentido gran interés.
– ¿Cuándo llegaste a España y por qué?
Vine a España a finales del caluroso mes de julio, por los motivos antes dichos, cuando hacía un calor abrasador. Cada vez que llega julio rememoro ese calor descomunal y el aire seco de cuando salí del aeropuerto de Madrid. Por eso, y quizás también por remembranza de mi tierra natal, le tengo un especial cariño al verano madrileño.
– ¿Cuándo “descubriste” que eras poeta y puedes explicarme qué es para ti ser o sentirte que eres un poeta?
Mi conciencia de que era poeta surgió a principios de mis veinte, cuando mis lecturas de poesía se intensificaron. En ese momento empecé a escribir poemas con el propósito de hacer algo similar a aquello que leía. Antes de eso había escrito algunas tentativas de relatos. También escribí algunas cosas que eran conatos de poemas. No obstante, lo que sí cultivé con más asiduidad, con una profusión que ahora me parece impresionante, fue el diario. Escribía páginas y páginas de lo que vivía, sentía y me pasaba por la mente. El diario era para mí mi amigo más íntimo. Las hojas de mis cuadernos se convirtieron en testigos de mis inquietudes, frustraciones, enamoramientos y propósitos. Ahora se me hace difícil escribir tanto sobre mí. Creo que este ejercicio que practicaba de una manera tan espontánea me ayudó a no tener miedo de visitar mi interior y sentirme cómodo dentro de él, a conocerme profundamente y a tener especial cariño por los diarios personales de otros autores.
– Has ganado el I Premio Internacional para Poetas Jóvenes Elvira Daudet del año 2019. ¿Puedes explicarnos qué es el premio, su importancia y lo que ha significado para ti?
Este premio surgió en el 2018 como un reconocimiento a la poeta Elvira Daudet y, también, como una forma de apoyar a quienes empiezan su recorrido en la escritura de poesía. La importancia del premio radica en su nombre y en la calidad del jurado de esta primera edición. Elvira Daudet fue una destacada poeta y periodista española, muy querida por quienes tuvieron la oportunidad de conocerla. Por lo que se refiere al jurado, este estuvo formado por poetas de una destacada trayectoria. Haber recibido este premio ha significado para mí un importante estímulo para continuar escribiendo. Es, igualmente, un reconocimiento de que lo que he escrito tiene calidad y, también, una oportunidad para dar a conocer mi obra y conocer a otros escritores, lo cual para mí tiene gran valor, pues amplía mucho mis horizontes.
– “Es preciso reponerse de la tristeza” es el título de tu libro de poemas. ¿Es tu primer libro de poesía?
Años atrás, hará unos cinco años, hice un poemario que solo se lo pasé a unos amigos. Visto desde mi perspectiva actual espero que lo hayan perdido o borrado.
-El título del libro puede convertirse en un eslogan psicológico para millones de personas en todo el mundo, digo más, como un lema mundial. La pandemia del COVID-19 requiere que todos nos recobremos de la tristeza por los fallecidos, por los que han logrado vencer la enfermedad y han sufrido por ello. Viviremos una época donde recobrase de nuestras tristezas será un imperativo categórico. ¿Cómo te surgió este título?
El título viene del nombre de uno de los poemas que aparecen en el libro. Sin embargo, la idea de llamar al libro así no es mía, sino de Isabel de la Cruz, coordinadora del taller de poesía Carmen Conde en el que he participado durante estos últimos años. Como trasfondo al título se encuentra una experiencia personal que es también una rebelión ante el imperativo «sé feliz» de nuestro mundo consumista. Este imperativo nos invita a una constante huida de la tristeza y a la asunción de un estado de alegría superficial que, ante el menor atisbo de problemas, se desvanece. La experiencia que está detrás del poemario y, más específicamente del título, es que no hay que huir de la tristeza, sino que hay que vivirla. Solo viviéndola hasta el final se puede acceder a una alegría realmente profunda. Es como si la tristeza misma nos llevara a la alegría. Por eso me parecieron tan oportunos para introducir el poemario los versos de Vicente Gallego: «Cuando no soportamos la tristeza, / a menudo nos salva una alegría / que nace de sí misma sin motivo, / y esa dicha es tan rara, y es tan pura, / como la flor que crece sobre el agua: / sin raíz ni cuidados que atenúen nuestro limpio estupor».
Por otro lado, en relación con lo que mencionabas al principio, sería realmente magnífico y creo que ese sería un signo de que he escrito un poemario logrado, si otras personas pueden identificarse conmigo y encontrar sentido a sus experiencias traumáticas. El gran trauma que recae sobre nosotros ahora es la pandemia. No obstante, las recientes protestas sociales que están teniendo lugar ahora mismo en Estados Unidos y que estuvieron precedidas por las de Haití, Puerto Rico, Chile, Perú, Hong Kong, y muchas otras, son el síntoma de un trauma mucho mayor y más prolongado.
– ¿Cuáles son tus principales influencias poéticas y literarias en general?
Mis influencias poéticas han ido cambiando a través del tiempo a medida que he ido conociendo más autores. En un principio tuvieron impacto en mí la lectura de dos poetas de nuestra tierra: Tomás Hernández Franco y Pedro Mir. Hernández Franco me abrió las puertas a la poesía con «Yelidá», uno de los mejores poemas que tenemos en lengua castellana y con el que tuve la suerte de encontrarme en el bachillerato. Y Mir me enseñó a apreciar la música y el ritmo en la poesía.
Más adelante empezó a llamarme la atención, por inquietudes personales, una poesía de corte más existencialista, es decir, esa poesía que habla de la muerte, el gran problema individual con el que tenemos que enfrentarnos. Así, encontré en algunos poemas de Jorge Manrique, de Teresa de Jesús, de fray Luis de León, de Quevedo y de Rubén Darío, una puerta abierta para reflexionar con ellos sobre mis inquietudes y escribir una poesía donde expresara mi desasosiego ante la conciencia de mi muerte que no por ser yo joven siento menos posible.
Después, varios poetas latinoamericanos y algunas lecturas de filosofía me hicieron consciente de que el mundo no va muy bien y de que es necesario un cambio. Aquí menciono de manera especial a Roque Dalton. También se encuentra aquí Ernesto Cardenal, quien realmente me deslumbró. Él me enseñó, además, como a él a su vez le enseñó Ezra Pound, que en la poesía cabe todo.
Todas estas lecturas me motivaron a buscar una poesía con la que me sintiera cómodo a la hora de escribir. Los poetas clásicos chinos como Li Bai me acercaron aún más a esta posibilidad, pero no fue hasta encontrarme con Adam Zagajewski que pude escribir como yo sentía que tenía que hacerlo. Tuve el privilegio de que la primera vez que lo escuché fue en vivo, en el Festival de Poesía Poemad, en Madrid, en el 2017. Ese año le habían concedido el Premio Princesa de Asturias de las Letras.
Durante todo el recital estuve en una especie de éxtasis al escuchar esa poesía tan simple, pero tan profunda y conmovedora. A partir de ahí devoré todo lo que hay traducido al español de su obra. En esto debo agradecerles a las bibliotecas públicas de Madrid, que son un tesoro invaluable y que se han convertido en mi segunda casa hasta antes de la pandemia. En ellas pude encontrar todas las obras suyas que están en nuestra lengua. Fue mientras lo leía y después que fui escribiendo todos los poemas que están en mi poemario. Por eso es tan explícita su figura en el libro. Realmente le agradezco mucho lo que me posibilitó hacer.
Por último, y más recientemente, hay cuatro poetas que puedo destacar como referentes en este momento de mi vida: Roberto Bolaño, Nicanor Parra, Guillaume Apollinaire y Alejandra Pizarnik. A Bolaño lo descubrí por casualidad en uno de los anaqueles de la biblioteca. Después de leer Los perros románticos mi poesía ya no fue la misma. En Bolaño encontré una poesía tan densa y afilada como la de Zagajewski, pero que prescinde de la erudición y de ese aire estrictamente europeo que tiene el poeta polaco. A la vez, encontré en él todo el prosaísmo de la generación beat y de Cardenal, cosa que prefiero al lirismo. Y, sobre todo, encontré una poesía perfectamente conectada con la existencia. En Bolaño, al menos en gran parte de su poesía, hay una conexión casi perfecta entre la vida y la literatura. Y creo que esto era así porque la vida de Bolaño era poesía.
Bolaño, a su vez, me llevó a Parra. Y al llegar a Parra me encontré con la libertad total y con unos logros definitivos. Creo que Parra nos ha dado algunos de los mejores poemas de la poesía universal, como son, por ejemplo «Los 4 sonetos del apocalipsis». Y Guillaume Apollinaire, aunque anterior en el tiempo, es para mí todo lo que puedo esperar de la poesía en este momento de mi vida. Es Bolaño y Parra juntos, es libertad total y literatura conectada directamente con la existencia.
Por otro lado, en Pizarnik he encontrado algo excepcional: pocos como ella han sabido penetrar hasta la médula del lenguaje. Pizarnik me ha mostrado que la poesía puede ser un túnel hacia lo más hondo de mi ser y de lo real. Realmente, Pizarnik es tan honda que no he podido llegar hasta ella.
– ¿En qué escuela o corriente poética clasificarías tus poemas?
La verdad que no es algo en lo que haya pensado. Cuando escribo no tengo como referencia ninguna escuela. Sí tengo, como he dicho, autores como referencia. Pero creo que los autores que me gustan no se agotan en ninguna corriente poética. De hecho, pensar formar parte de una escuela o corriente es algo que no solo siento lejano a mí, sino que también me causa repulsión. Cualquier «debe hacerse», sobre todo en lo que se refiere al ámbito de la escritura, me llevaría a una oposición frontal contra eso que se mostrara como normativo.
-Aunque has vivido muchos años de tu joven vida fuera de tu país natal, ¿puedes decirnos tu percepción sobre la poesía dominicana?
La percepción que tengo de la poesía dominicana es que tenemos unos poetas grandiosos y que ahora mismo goza de muy buena salud. Hay una gran cantidad de gente que está escribiendo y lo hace muy bien. Las antologías que han aparecido en los últimos años dan muestras de ello. En este sentido, y solo por mencionar un ejemplo, creo que la antología de poetas dominicanas que Rosa Silverio realizó era un trabajo que necesitábamos mucho y que ella tuvo la lucidez y el arrojo de llevar a cabo. Por lo que respecta a mis preferencias personales, me satisface sentirme afín con la poesía que están escribiendo Frank Báez y Alejandro González Luna, entre otros escritores y escritoras.
-Estamos al límite de la entrevista: “Quizás deberíamos empezar todo de nuevo”, como dice un verso tuyo, pero vamos, por ahora, a ponerle punto final.
Muchas gracias, Carlos.
Torrelodones-Collado Villalba, 6 de junio de 2020
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Carlos Julio Báez Evertsz, espectador comprometido. Doctor en sociología y politólogo. Autor de Desigualdad y clases sociales, Madrid, 2017 y La modernización fallida, Madrid, 2012.
En la foto de portada: Isabel de la Cruz, poeta y Leonardo Reyes, poeta, licenciado en filosofía y máster en ciencias de las religiones.