(En portada: ®Manuel Montilla. Todos estamos juntos. Acrílico sobre lino, 100 x 81 cm, 2020)
El encuentro se produjo los días 5 y 6 de marzo de 1994 en su despacho en el Banco Central, donde ocupaba el cargo de secretario de dicha institución.
Virgilio Díaz Grullón (Santiago, 1924–Santo Domingo, 2001). Narrador, educador, abogado. Ocupó distintas posiciones públicas tanto en el país, como en el exterior. Se destacó como narrador. Se le considera el mejor escritor de cuentos sicológicos de la República Dominicana. Recibió diversos galardones por su obra literaria. Un día cualquiera, colección de cuentos, obtuvo en 1959 el Premio Nacional de Literatura. Los algarrobos también sueñan, el Premio de Novela Manuel de Jesús Galván, en 1977. Su obra narrativa la conforman cinco libros de cuentos (Un día cualquiera, 1958; Crónicas de Altocerro, 1966; Más allá del espejo, 1975, y De niños, hombres y fantasmas, recopilatorio de su obra narrativa, 1981), una novela, Los algarrobos también sueñan, 1977 y un ensayo, Antinostalgia de una Era, 1989.
Siempre me ha interesado el mundo detrás del escritor, lo que no sale publicado en sus obras, y usted no va a ser una excepción, don Virgilio, así que vayamos a sus inicios. ¿Cómo se adentró usted en la literatura? ¿Fue algo casual, accidental, o se sintió atraído por la escritura desde un principio? ¿Habrá sido usted un niño precoz, o su vida se desarrolló, digamos, de manera normal?
No sé si encajo en la categoría de precoz, pero, lo cierto es que cuando tenía unos ocho años de edad escribí los tres primeros capítulos de lo que iba a ser –y afortunadamente nunca llegó a serlo– una novela, que titulé nada menos que Las legiones romanas, y que se iniciaba con esta frase increíble: “Por las cálidas arenas del desierto caminaba un viajero”. No recuerdo absolutamente nada más.
No intenté nada en el campo literario hasta haber cumplido los diecisiete años, y te voy a relatar una anécdota al respecto, porque creo que incidió fundamentalmente en la frustración temporal de mi vocación de escritor.
En aquel tiempo cursaba yo el segundo año del bachillerato en la antigua Escuela Normal de Santiago, y su director, el profesor Aurelio Cucurullo, había propiciado la publicación de una revista literaria, invitándome a escribir un cuento para incluirlo en el primer número (que, claro, resultó el único…). Luego de pensar algún tiempo ideé un argumento que me pareció apropiado y escribí un cuento con el título de “El vengador”.
Relataba la historia de un hombre obsesionado por la idea de vengarse de alguien que le había inferido una grave ofensa muchos años antes. Luego de una larga búsqueda encuentra al fin el rancho donde vivía su enemigo, pero no lo halla allí a él sino a un niño pequeño que identifica, por sus rasgos físicos, como el hijo del hombre que está dispuesto a matar. Ante esta revelación y pensando que va a dejar a aquel niño en la orfandad, desiste de su propósito de venganza y abandona para siempre el lugar.
El cuento se publicó en la revista y yo me sentí muy orgulloso. Pasó el tiempo y, terminados mis estudios de bachillerato en Santiago, vine a Santo Domingo a iniciar mi carrera de Derecho. Allí, en la antigua Universidad de Santo Domingo, la única que existía en ese entonces en el país, tuve ocasión de ser presentado a Rubén Suro, estudiante de término de la facultad y ya un reconocido poeta a nivel nacional.
Al oír mi nombre en la presentación formal, Rubén Suro me dijo: “¿Virgilio Díaz Grullón? ¿Usted fue quien publicó un cuento en la revista de la Escuela Normal de Santiago llamado ‘El vengador’?”. “Sí”, le respondí muy ufano. “Pues mire usted, me dijo, esa historia que usted narra es la misma que relata Juan Bosch en un cuento incluido en Camino Real, con el título de ‘El cuchillo’”.
Me sentí abrumado y no pude pronunciar una sola palabra más. Corrí hasta mi casa, encontré en la biblioteca de mi padre su ejemplar de Camino Real. Leí atónito “El cuchillo” y comprobé que yo había plagiado a Juan Bosch. Porque yo había leído su libro, aunque obviamente me había olvidado de “El cuchillo”. Pero, el que hubiera sido inconsciente no le quitaba al plagio su carácter delictual, o por lo menos vergonzante. Esta experiencia resultó traumática para mí y, para reponerme de ella, fue necesario que pasaran más de quince años y que, ya casado y con más de treinta y cuatro años de edad, mi esposa Aída me forzara dulcemente a escribir y publicar cuentos.
Así que, la vergüenza del plagio y el acicate de su esposa le convirtieron en el escritor que es hoy día.
Así es. Y aquí se aplica muy bien el refrán aquel que dice no hay mal que por bien no venga. El mal, obviamente, fue el vergonzante momento ante Rubén Suro, y el bien, sin duda, fue el empuje que recibí de mi esposa Aida.
¿Influyó en su inclinación por las letras el hecho de ser hijo de Ligio Vizardi, el gran poeta dominicano Virgilio Díaz Ordóñez?
A pesar de ese inicio tardío de mi carrera de escritor, sentí desde niño la vocación de escribir. Creo que en ella incidieron tanto los genes que me transmitiera mi padre como el ambiente que él creó y mantuvo en nuestro hogar.
Su casa en San Pedro de Macorís y su farmacia, la Botica Miramar, se hicieron famosas a nivel nacional desde la década de los años treinta como lugares de tertulias. Yo recuerdo con fruición aquellas sesiones a las que concurrían muchos intelectuales del país y a las que yo asistía lleno de curiosidad y asombro porque las prefería, a pesar de mi edad, a los juegos con los compañeritos del barrio.
Imagino la satisfacción y el orgullo a su corta de edad, de estar entre intelectuales, cuando lo más normal sería que estuviera usted jugando con amiguitos, en lugar de asistir a esos encuentros de mayores.
Sin duda, y yo disfrutaba mucho esos momentos. Yo me aprendía versos de memoria y los recitaba orgullosamente cuando me lo pedían los contertulios, divertidos con mi precocidad literaria. Mi padre siempre dispuso de buenos libros en su casa y orientaba mis lecturas estimulando esa vocación que veía formarse en mí.
¿Por qué no siguió usted los pasos de su padre, dada su vocación literaria, convirtiéndose también en poeta, por aquello de que los hijos muchas veces recorren las sendas que los padres transitan? ¿No sintió, digamos la tentación emuladora por el padre que descuella en un género, o prefirió hacer su propio camino por vocación personal?
Me alegro que me formules esa pregunta, porque me da la oportunidad de comentar algo que me obsesiona. Tuve siempre una admiración profunda por la obra poética de mi padre y desde niño me sabía de memoria muchos de sus poemas (…).
Si existía esa admiración profunda por la obra poética de su padre, ¿no habría sido motivado el hecho de no seguir sus pasos por albergar algún temor por no alcanzar su altura?
No lo sé, aunque no me lo había planteado así, quizá… algo como una traición del subconsciente. De cualquier manera, nunca sentí la inclinación de escribir en verso, y mis emociones se canalizaban naturalmente a través de la prosa. Ni siquiera a mis amores juveniles les escribí versos. Pero, ya adulto y antes de comenzar a escribir cuentos, en plena dictadura trujillista, escribí algunos poemas, todos motivados por muerte violenta de un ser querido y admirado.
“Angustia por el hermano que está en la tierra” fue inspirado por la muerte de Salvador Reyes Valdez, mártir de la Invasión de Luperón; “Arcángel de verde olivo”, inspirado en la muerte en combate de José Manuel Peña González, héroe de la invasión del 14 de junio; “Desde el hosco silencio”, inspirado en el horrendo asesinato de Minerva Mirabal y sus hermanas. Es como si yo pensara que la poesía fuese el canal adecuado para expresar un dolor profundo e inmediato, mientras que la prosa sirviera para expresar nostalgia y mediatez.
Tal vez ahí resida la clave de su, digamos, rechazo por escribir poesía. Esos poemas que menciona brotaron del sufrimiento, y recordaban o recreaban un dolor que, en su opinión, es mejor no fomentar.
Sí, fueron dolorosos momentos que me llevaron a desahogar mi pena y angustia en esos poemas.
Sabemos que su fuerte es la narrativa, el cuento en particular, salvo esos esporádicos “desahogos” poéticos recién mencionados. Entonces, dado su dominio del género, ¿qué es para usted el cuento?
Para mí, la definición del cuento de Juan Bosch sigue siendo insuperable: “la relación de un hecho de verdadera importancia que se describe sin digresiones, como una flecha disparada al blanco”. Esta definición contiene los rasgos esenciales del cuento: la intensidad y la sinteticidad, contrariamente a la novela, que es extensa y analítica.
Ahora bien, la importancia del hecho que se relata no debe confundirse con la aparatosidad o el carácter extraordinario del mismo. Es decir, esos sucesos aparentemente triviales pueden ser motivos de cuentos, siempre que su ocurrencia provoque en quien los protagonice una reacción capaz de interesar y sacudir al lector. Aunque no es un factor indispensable, el cuento gana mucho cuando es impactante.
Yo utilizo mucho ese recurso procurando golpear al lector con finales sorpresivos. Para mí, es una especie de juego, una apuesta entre el lector y yo. Si el lector adivina el desenlace antes de llegar al final, gana él. Si no, gano yo. Claro, este juego tiene sus reglas: el escritor está obligado a ofrecer claves, indicios, que pudiesen, de ser bien interpretados, conducir a adivinar el final. Pero, ofrecer esas claves en forma disimulada, tratando de escamoteárselas al lector.
Decía Julio Cortázar que a él con mucha frecuencia se le acercaba gente regalándoles temas de cuentos que él, olímpicamente rechazaba, porque no le satisfacían ni nacían de sus fibras literarias. ¿Le sucede a usted lo mismo? ¿Cuándo nace en su interior un tema, una situación que amerita ser narrada?
Creo que todos los que escribimos hemos pasado por la experiencia que nos refiere Julio Cortázar. Por más interesante y original que sea lo que nos cuente el amigo no podremos nunca transformarlo en un cuento. ¿Por qué? Porque el cuento, como el poema, nace siempre de un impulso interno, recóndito. No viene del exterior, aunque la vivencia que le dio origen fuera externa, ella no es la razón vital del cuento.
La razón vital de éste es la reacción interna que produce en tu psiquis la vivencia experimentada. Y esa reacción interna no es inmediata, necesita de un proceso de maduración (…).
Y ya que usted menciona psiquis se me ha adelantado a algo que le quería comentar, y es esto de que usted es considerado el maestro del cuento sicológico dominicano. ¿Cómo se alcanza ese manejo o dominio sicológico en un cuento?
Yo, particularmente, creo que ese proceso interno de maduración no se produce en la zona consciente de la psiquis del escritor, sino en esa área de penumbras que llamamos subconsciente y que se genera a través del tiempo. Por eso creo que la creación literaria no es obra de la inmediatez. La vivencia que le sirve de estímulo necesita no solo de tiempo sino también de distancia para desarrollarse plenamente. Por eso creo que la nostalgia es el mejor caldo de cultivo para la gran literatura.
De esta nostalgia, entonces, se desprende que usted no escribe con la premura del momento; es decir, sus cuentos no son acontecimientos o vivencias presentes, sino que salen a flote cuando han pasado por un período de añejamiento adecuado… como las bebidas famosas. ¿Es este su caso?
Exactamente, ese es mi caso. Toda mi producción literaria tiene una característica de mediatez con relación a las causas que la originaron. Solo en dos oportunidades he hecho literatura por encargo. Una vez que Arturo Rodríguez Fernández me solicitó una “versión de la muerte de Johnny Watson” para su originalísima novela Mutanville y, otra, en que mi mujer me reprochó que no escribía historias de amor y, para complacerla, escribí Pas de Deux. Pero, ninguna de las dos constituyó excepción a mi regla.
En la primera utilicé el argumento de una historia policíaca que había concebido durante mi adolescencia y en la otra vertí experiencias amorosas con varias novias de juventud presentándolas como experiencias con una sola mujer.
O sea, que usted lleva la misma línea de aquellos que, como Gabriel García Márquez, afirman que en la juventud el escritor se mueve más libre en cuanto al flujo de cosas que llegan a su mente y que luego lleva al papel, en contraposición con la madurez –física en el oficio–, que es el período donde se “trabaja” una obra y se dejan de lado los, digamos, espasmos, de la espontaneidad. Y yéndonos ahora al proceso puramente práctico de su creación, ¿cómo se formaliza este? ¿Tiene usted horas, momentos o lugares específicos para escribir?
No, no los tengo. Y ¡ojalá los tuviera! Aunque en muchos aspectos de mi vida diaria soy un hombre rutinario, no lo soy en mi actividad literaria. Envidio a esos autores que observan un horario fijo y rígido para su labor de cada día.
Pero, mi manera de sentir la literatura, la convicción de que mi producción literaria es más la obra de mi subconsciente que la de mi voluntad consciente, me impiden regularizar mi labor literaria en forma rígida. Escribo solo cuando siento la necesidad de hacer y esa necesidad, por cierto, cuando se produce, para mí siempre es apremiante (…).
Algo que estuvo guarecido en el subconsciente determinado tiempo reclama, en este caso, el apremio de salir a flote.
Exacto, ahí sí me apuro en dejar salir eso que llevaba dentro de mí un cierto tiempo. Contradictorio, ¿no? Un tiempo indefinido enclaustrada cierta vivencia que busca repentinamente aflorar a la superficie consciente.
¿Son algunos de sus cuentos, o más bien, los temas de sus cuentos, “ejercicios de exorcismo”,o sencillamente son temas que desarrolla por algún deseo o interés distinto del de sacarse una espina del alma? ¿Tiene usted alguna recurrencia u obsesión temática, o el llamado de escribir le surge ante cualquier circunstancia?
Soy partidario de las teorías freudianas y particularmente de sus hipótesis sobre el sueño, que él consideraba una puerta de escape al subconsciente. Creo que la creación literaria es una manera de soñar y, por tanto, constituye otro cauce para la manifestación de ese subconsciente.
Todo escritor de ficciones, por mayor dominio que tenga de su oficio, no solo refleja en su escritura lo que su voluntad consciente desea, sino también lo que le imponen –sin que él lo sepa o lo quiera– esos oscuros elementos que están fuera de su control.
Las vivencias que acumula el escritor, sus recuerdos de infancia, situaciones que hirieron su sensibilidad, incidencias que le asombraron en el curso de su existencia, aunque puedan haberse borrado de su memoria, subyacen en alguna parte de su mente y son la cantera de donde el escritor extraerá el material de su obra.
El proceso de extracción es lo que yo denominaba hace un momento como el “impulso recóndito”, que constituye el punto de partida del cuento o del poema (…).
Ese proceso de extracción que subyace en el “impulso recóndito”, entonces, será más o menos feliz o doloroso según haya sido grabado en el subconsciente.
Así es. Que sea feliz o doloroso el recuento dependerá de en qué gaveta del subconsciente esté archivada determinada vivencia o recuerdo.
Por el contrario, la elaboración de los temas, la estructuración del relato, son producto de la labor intelectual consciente del escritor. ¿Dónde termina la primera etapa y comienza la segunda? Es muy difícil trazar una línea divisoria entre ambas, pero estoy absolutamente convencido de que ambas existen.
¿Qué representa para usted el espejo en la literatura? En otras palabras, tomando el título de una de sus obras, ¿qué hay más allá del espejo?
El espejo ha sido una constante en la literatura universal porque su misterio ha atraído a escritores de todos los lugares y de todos los tiempos. Y es que el espejo es un objeto mágico que no podemos explicar, aunque lo aceptemos como algo cotidiano y común (…)
Magia y encanto que subyuga a todos, escritores o no.
Ciertamente. Para demostrar el carácter mágico del espejo bastaría plantearse el hecho de que no tenemos modo de saber si la silla que dejamos frente a un espejo sigue reflejándose en este cuando hayamos salido de la habitación y no podamos ver su superficie (…).
O si lo que refleja el espejo es real o una construcción personal, subconsciente, de quien se para frente a él, como afirman algunos.
Bueno, eso es una concepción más profunda de tipo filosófico, o incluso mítica o metafísica, a la que se adhieren algunos. Pero, yéndonos a algo más simple, más cotidiano, baste decir que el espejo, para cumplir su cometido, necesita del complemento del ojo. Pero, entonces, ¿qué es el espejo, considerado aisladamente de la reacción que se produce en el ojo humano?
¿A qué atribuye que la narrativa se encuentre tan rezagada –en cuanto a cantidad y calidad– en el país? Parecería como si esta tierra nuestra solo cuenta con cultores del género lírico, desechando o marginando a los que, con intenciones o gran esfuerzo, se aventuran por otra expresión que no sea el poema.
Es obvio que en nuestro país hay muchos más poetas que narradores, pero mi experiencia personal en varios jurados de concursos y novelas de concursos literarios (Siboney, Casa de Teatro, Royal Bank, Instituto Politécnico Loyola, etc.) me ha llevado a la conclusión de que las escasas son las ediciones, pero no lo trabajos en ese género. Es asombrosa la cantidad –y a veces la calidad– de las obras que concurren. Yo no me siento pesimista en cuanto a la producción dentro del género, pero creo que es necesario aumentar los estímulos y las facilidades para la publicación de libros sobre todo en la actualidad, cuando los costos de edición se han elevado enormemente.
De sus palabras se infiere que talento y calidad existen, y que solo quedaríamos a la espera de un mayor apoyo para que esas obras inéditas se publiquen.
Así es. Estos concursos que he mencionado, y otros que pudieran surgir en el futuro, son una gran fuente para descubrir y captar ese talento y dar a la luz las obras que merezcan la pena.
Nos luce que su vida laboral dista mucho de ser la más idónea para un literato. ¿Interfiere en su creatividad el hecho de estar entre paredes que son lo menos alentadoras para la ficción, y estar rodeado en ese entorno de personas que en su gran mayoría no solo no leen literatura, sino que muchos pregonan la futilidad de esa actividad?
No solo en nuestro país sino en cualquier país del mundo nadie puede vivir del producto de los libros que escribe, y las contadísimas excepciones solo sirven para confirmar la regla.
Los escritores dominicanos nos hemos adaptado a esa realidad y nos ganamos la vida realizando labores que no tienen relación con nuestra vocación. Es como llevar una doble vida. Ahora bien, en mi caso particular, que siempre he desarrollado labores de escritorio, tareas burocráticas que exigen constantemente redacción de documentos y cartas, pienso que hubiese sido tal vez preferible haber aprendido a ganarme la vida haciendo trabajos físicos y no intelectuales. Esto porque los períodos de descanso entre las labores, para ser efectivos, deberían ser llenados con actividades totalmente distintas a las que se realizan durante el trabajo. Y a mí me sería más fácil seguramente escribir en esas horas de recreo lo que quiero si no me hubiera pasado las horas de labor escribiendo lo que no quiero.
¿Cómo maneja usted la sobriedad de su entorno laboral y la premura que con seguridad a menudo se le presenta en la elaboración de informes, con algo que quiera o necesite escribir en medio de esa formalidad burocrática? ¿Esperar, o lanzarse a sacar de su interior lo que pugna por salir?
En el curso de mi vida literaria no he sentido nunca esa sensación de urgencia por escribir algo que se me ha ocurrido en un momento inoportuno, salvo en el caso de uno de los poemas que te cité, que fue “Arcángel de verde olivo”. Manuscribí esos versos en mi escritorio del Palacio Nacional, a menos de diez metros de distancia del lugar en que Trujillo dictaba órdenes por teléfono a los jefes militares que combatían en las montañas de Constanza contra los héroes de la invasión del 14 de junio de 1959. Si en aquella circunstancia tan particular no pude evitar correr ese riesgo, creo que no vacilaría en interrumpir cualquier solemne reunión para escribir un cuento o poema.
Entonces, ¿actuaría como Cortázar, que dijo que en medio de una traducción importante y urgente de su oficio remunerado dejaba toda esa premura e importancia por el valor que para él significaba la llegada de eso que llaman “inspiración”?
Exacto, eso haría.
Hablemos ahora de su faceta de enfant terrible, esa que le ocasionó más de un dolor de cabeza a su padre, por su alta investidura en la era de Trujillo.
Como sabes, fui un “cabeza caliente” en mi juventud. En los años de mediados de la década de los cuarenta participé activamente en actividades antitrujillistas a través de la Juventud Revolucionaria durante la lucha clandestina, y luego en la Juventud Democrática en el corto período de lucha legal y pública que Trujillo toleró durante parte de los años 46 y 47.
Hay mucho de ese período de mi vida narrado en mi novela Los algarrobos también sueñan. En un cuento escrito antes de esa novela, “A través del muro”, relato las vivencias de un guerrillero antitrujillista. Pero, aparte de esas dos narraciones, mi experiencia revolucionaria juvenil no se refleja directa o conscientemente en mi producción literaria.
Podría reflejarse, tal vez, subconscientemente, pero, en ese caso, ese reflejo escaparía a mi percepción. Lo que sí creo es que la sensibilidad que me permitió captar las injusticias sociales y me llevó a luchar por un cambio en las condiciones de vida del pueblo dominicano es la misma sensibilidad que me ha llevado a escribir cuentos. Porque la sensibilidad es una condición indispensable para todo creador literario o artístico. La sensibilidad en el sentido de propensión a sentir vivamente, profundamente, los estímulos exteriores, la capacidad de angustiarse con la desgracia ajena, de rebelarse contra la injusticia aunque uno no sea su víctima directa.
De manera que, si hubiera que encontrar alguna relación entre mi pasado revolucionario y mi condición de escritor, habría que encontrarla en la sensibilidad, que fue el origen de ambas.
¿Cuáles son sus autores y obras predilectas, nacionales o extranjeras? ¿Hay algún libro especial dentro de los tantos que habrá leído que merezca mención aparte? Y en cuanto a influencias, ¿a quién puede citar?
Sería prácticamente imposible citar todas las obras, nacionales o extranjeras, que han ganado mi predilección a través de casi sesenta años de lectura asidua y sin descanso. Podría sí mencionarte las que más influyeron en mi producción literaria.
Ante todo, en el ámbito nacional, Camino Real, de Juan Bosch, libro al que rendí el mayor homenaje concebible: el plagio inconsciente del cuento “El cuchillo”, que ya te confesé. La lectura de esa obra extraordinaria me reveló toda la fuerza del cuento para conmover. Cuentos que Nueva York no sabe, de Ángel Rafael Lamarche, que me mostró la eficacia del aspecto sicológico en el desarrollo de un cuento.
Y ahora debo hacerte mención especial de Julio Cortázar. Cuando en 1958 publiqué mi primer libro, Un día cualquiera, yo tenía la convicción de que el realismo era la única forma de hacer literatura seria, y cualquier incursión en la narración fantástica era, para mí, un juego de niños. Conocí la obra de Cortázar a mediados de la década de los sesenta, viviendo a la sazón en Washington, cuando un amigo argentino me prestó Bestiario. Aquello fue para mí una revelación. Comprobar que podría hacerse una estupenda literatura violando las reglas de la realidad común y corriente me hizo abandonar mi rígida posición realista y me abrió las puertas de ese mundo maravilloso donde la fantasía no tiene fronteras.
Esa reacción es similar a la que tuvo García Márquez cuando a los diecisiete años cayó en sus manos La metamorfosis, de Kafka. Fue tal su sorpresa que, al finalizar su lectura, exclamó: “Yo no sabía que esto era posible hacerlo. Pero si es así, escribir me interesa”.
Así es.
Sabemos que escribir y publicar un libro no es tarea fácil, pero, como hace algún tiempo que no vemos ninguno nuevo –de cuentos– suyo, ¿tiene material o planes de publicar otro en el futuro cercano, o ya no está escribiendo?
Mi último libro fue, como sabes bien, Antinostalgia de una Era, publicado originalmente en el año 1990, y recoge mis vivencias personales durante el régimen trujillista. Por el momento, como solía decir Héctor Incháustegui Cabral, estoy “cargando las baterías” y no tengo planes concretos para editar otro libro en el futuro cercano, aunque acaricie la idea de recoger en estos días algún material disperso esparcido en revistas y periódicos y algunos textos inéditos.
¿Le da usted mucho valor a los premios literarios? ¿Son, en verdad, importantes en cuanto al empuje que recibe un escritor para dar a conocer su obra? ¿No habrá frustrado a muchos su posible vocación de escritor el hecho de, a pesar de tener determinada calidad su obra, no haber recibido reconocimiento alguno con un premio?
Los premios literarios son importantes, sobre todo cuando son otorgados a escritores jóvenes que a través del reconocimientoque ellos representan, se percatan de sus propios valores y se estimulan a seguir trabajando. Por otro lado, la publicación de las obras premiadas a la que se comprometen la mayoría de las instituciones o entidades que patrocinan concursos literarios, resuelve el gravísimo problema que entraña para los escritores noveles el alto costo que actualmente tiene editar un libro.
®Manuel Montilla. Todos estamos juntos. Acrílico sobre lino, 100 x 81 cm, 2020
Como escritor de renombre seguro que más de una vez se le habrá acercado alguien a presentarle sus textos y recibir el parecer del maestro, sobre todo si se inicia en la escritura. Entonces, ¿qué recomendación o consejo daría usted a un principiante que aspire a escribir cuentos?
Generalmente mis consejos a los jóvenes literatos son fortalecer su conocimiento de la lengua española, que es su principal instrumento de trabajo y cuya enseñanza, desafortunadamente, ha sido muy descuidada durante los últimos años en la educación pública de nuestro país. Así mismo, les sugiero estudiar las reglas para escribir cuentos que han divulgado los dos más grandes cultivadores del género en América Latina: Juan Bosch y Horacio Quiroga.
Conociendo esas reglas, lo demás viene de leer mucho y soltar en papel lo que puedan llevar dentro.
(Esta entrevista fue publicada en forma muy extractada en la Revista Impresiones, de la Librería Cuesta, en 2013).
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Juan Manuel Prida Busto (Santo Domingo 1956). Ha obtenido distintos premios. Estudió Economía en la Universidad Nacional Pedro Henríquez Ureña e Historia en la Universidad Católica Santo Domingo. Ha publicado Huellas en la niebla (1990), galardonada con el Premio Nacional de Cuentos, Pieles a mi piel (1992), Arena de soledad (1994), En la luz de la noche (1999) y Algo más (2011), traducido al japonés en 2016.