1. ¿Hay un momento exacto de tu vida en el que hayas decido ser pintor? ¿Se originó una chispa repentina que determinara en ti esa vocación o se produjo como un incendio paulatino? ¿Piensas que es un don innato o que proviene del sudor creativo de ejercicios en el tiempo? ¿O es acaso porque haya otros artistas entre los miembros de tu familia originaria?
No, ningún momento exacto, pero tampoco hubo alguno en el que decidiera ser escritor. Yo creo que siempre me sentí cercano al arte, más allá de practicar una disciplina artística en vez de otra. Tampoco me recuerdo especialmente interesado en la plástica. Durante mi infancia, mi madre procuró complementar mi formación escolar con clases de pintura y luego de música (ambas frecuentes para niños de esa edad), y esas clases se sumaron a otros intentos como básquetbol, natación y kárate. Digo intentos porque, así como no me quedé con ningún deporte, tampoco me quedé con “la música” o “la plástica”. Ya pensándolo directamente desde la pintura, te doy un ejemplo: una cosa es recordarse dibujando y otra, recordarse haciéndolo bien. Ahora, uno se puede preguntar, pero ¿qué es bien? Porque en mi cabeza varios en mi salón dibujaban mucho mejor que yo. Yo lo disfrutaba como se suele disfrutar ese placer de niños, echado en el piso con algún papel enorme, encantado con el olor de los creyones en las cartucheras. La cosa que ahora rescato es que dibujaba lo que quería dibujar, no sé si me explico al hacer el énfasis. Digamos que eran cosas que respondían a mi ímpetu y generalmente ajenas a lo que una maestra podía necesitar para evaluar una lección. La prueba de esto que comento es que todavía recuerdo las decisiones que tomé haciendo esos dibujos y esas composiciones, para decirlo mejor, recuerdo la libertad de decidir mientras lo hacía, esto aquí, esto otro allá. Puede decirse entonces que no fui un virtuoso, en el sentido de esas vidas artísticas marcadas desde temprano por un solo músculo. Mi fortuna, esa sí, fue saber desde temprano que mi forma de aproximarme a las cosas y de relacionarme con el mundo, sería la de un artista. La verdad es que con la pintura lo que me pasó fue literalmente un descubrimiento. La pintura como “pintura” llegó con mi adultez y con Nueva York, hasta ese momento (2013) al margen de cualquier interés que tuviera, incluso a pesar de cierta propensión, yo me veía como un escritor, a pesar de que ya dibujaba y de hecho me traje muchos dibujos en una maleta en la prácticamente no me traje nada que no fueran libros y manuscritos. Ya en esta ciudad, conté con la fortuna de tomar una clase de écfrasis poética con Lila Zemborain, donde veíamos y pensábamos la relación de los textos con obras plásticas y allí le mostré a ella mis dibujos, lo que traía. Yo quería hacer un curso de caligrafía japonesa y le pregunté al respecto y ella, me dijo en perfecto argentino: “pero comprá papeles y ponéte”. No sé si dijo papeles, pero ese “ponéte” fue como la piedra fundacional. Yo soy experto en descubrir lo evidente. Resultó bastante natural para todo el mundo a mi alrededor que me empezara a extender en la plástica, porque siempre dibujaba y regalaba esos dibujos, como una cosa al margen. Un dato que se suma a “cómo empezó” es que dibujaba con los mismos materiales que tenía en mi escritorio-de-escritor, con la tinta de mis plumas y con marcadores Sharpie. Luego entendí que mi interés en la caligrafía japonesa era esa misma suma: la caligrafía junta el dibujo y la escritura, es la palabra dibujada o el dibujo escrito.
2. ¿Aspiras a un “estilo Landaeta”, a una estética visual inconfundible, a un cuño o sello personal?
Sabes que esto le ha dado dolores de cabeza a un gentío por siglos. Porque, por un lado, es muy potente aquello de ver unos pocos centímetros de una obra, o escuchar un par de compases y decir: ¡Schubert! ¡Goya!, pero por otro, creo que ningún artista quiere repetirse o copiarse (tanto) como para que despierte pereza por lo predecible de sus obras. Es raro. Yo creo que uno aspira a un lenguaje propio, que no tiene que ser original ni originalísimo (una obsesión adolescente) sino más bien, auténtico. En ese sentido, yo quisiera o intento que mis obras se acerquen a mí, que me contengan de un modo, me resuman de otro y también me esquiven, pero que todas esas operaciones realmente tengan que ver conmigo, con quien yo soy, con las cosas que me inquietan, fascinan o preocupan. Lo otro, es que creo que eso que llamamos estilo se ve mejor en retrospectiva y yo creo que falta mucho tiempo –y obra– para poder voltear a analizar. En cualquier caso, no es algo que me interese definir. Lo que sí me interesa es no fallarle tanto a lo que intuyo que quiero hacer. Si eso pasa y las obras respetan la autenticidad que dije antes, inevitablemente en algún momento se verán algunos hilos conductores que las unan y que, juntos, configuren una estética, ese sello o cuño, pues. Para cerrar, quisiera decir que la primera vez que sentí eso fue con Phillip Guston. Uno ve una pequeña línea hecha por él, esas líneas como temblorosas y si además tienen un magenta o gris cerca, así sean dos centímetros, uno sabe que está ante él. La cosa es que ese acierto es en realidad que estamos “con” él. El tipo consiguió estar en esa raya hecha de esa forma.
3. ¿Crees que tu manera de abordar la realidad pictórica –trazos, formas, colores–, se inscribe en alguna, o en algunas de las grandes escuelas establecidas por la historia del Arte?
Mil cosas, ¿No?, por ejemplo, yo no vivía en Venezuela cuando empecé a pintar y a exponer en Estados Unidos, así que nunca fui de los “jóvenes pintores contemporáneos de Venezuela” aunque de facto lo sea, por el simple hecho de estar vivo en este tiempo. Luego, claro, es el arte de un inmigrante. Un inmigrante latino. Pero, además, de un inmigrante latino en Nueva York, que es casi un género en sí. Hubo una Escuela de Nueva York. Por mi lado de intereses e influencias hay tantas cosas y tan distintas, y gozo tanto aprender y navegar así, que me gustaría estar en la capacidad de sentirlas todas, atravesarlas todas y experimentarlas todas. Yo quisiera ser clásico por la mañana, renacentista a mediodía, dadaísta antes de la noche y calígrafo de una corte imperial antes del amanecer. Algo así. A veces me siento más identificado con escuelas o corrientes de otras disciplinas. Hay tipos de arquitectura que explican lo que quiero escribir o pintar, o concibo las obras pensando en el espacio en función de lo que alguien pensó desde esa arista.
4. ¿Qué te sedujo de esta ciudad, o qué te forzó a decidirte por establecer tu taller en Nueva York?
No tengo muy clara mi relación con la “providencia” o con la noción de “destino”, pero la respuesta es bastante pragmática. Llegué a Nueva York admitido (y becado, cosa importante de acotar) para hacer la Maestría en Escritura Creativa en Español de New York University, un 31 de agosto de 2013. Era la primera vez que salía al extranjero. Todos sabemos lo que ha pasado en Venezuela en todos estos años, así que además de llegar a Nueva York, yo llegaba a construir mi futuro. A donde me hubiera ido habría llegado con esa misma decisión. Estos doce años solo he vivido aquí y es aquí donde han ocurrido cosas fundamentales para mi obra plástica, como lo fue conocer al maestro Jacobo Borges, quien se convirtió en mi mentor. Es necio tener a alguien así en tu vida y no darte cuenta de la trascendencia de lo que estás viviendo. Jacobo además tiene la idea zen budista de que el buen maestro es el que enseña al discípulo a ser su propio maestro. En cuanto al taller… el primer taller es tu escritorio, luego tu cama, luego el cuarto, luego el cuarto y el pasillo… después, gracias a la generosidad de amigos y entusiastas, conté ya con un espacio dedicado para tal fin. Hoy en día tengo el taller en un espacio dentro de mi propia casa, cosa que me permite trabajar de noche, que es mi tiempo preferido para cualquier cosa. Pero sí, la relación con el taller es súper interesante y da para muchos otros asedios.
5. Escribes y también pintas. ¿Te ves y prefieres ser visto más como poeta o más como artífice del pincel? ¿Cuál de estas dos vertientes de expresión prima en tus impulsos, si es el caso?
Sabes que cuando salió Twitter, la “bio” de Twitter se convirtió en una oportunidad de demostrar ingenio, ego superpoblado, idiotez o sentido del humor, incluso todas las anteriores juntas. Yo detesto esa acumulación de comas que acaso me podía corresponder: “poeta, ensayista, abogado, pintor, dibujante, etc, etc”. Lo otro, que me parecía tanto como nada, es aquello de “artista multidisciplinario” que ahora es como un tic. En un momento dado me di cuenta de que estaba haciendo más esfuerzo esquivando un malentendido que –sinceramente– definiéndome. Hoy, a mis 36 años, me siento bastante cómodo diciendo que soy artista. Si la cosa a secas no basta o resulta muy excéntrica, también puedo decir que soy escritor y artista plástico. Esa es mi definición. Por cierto, en mí nada se impone a otra cosa. Todas se informan entre ellas. No puedo prescindir de ninguna. No me siento más escritor que pintor o más pintor que escritor porque creo que en el fondo no me siento ninguna de esas. Las cosas que hago se escriben o se pintan, a veces se dicen, se miran, se escuchan, pero para mí la ignición está antes. No soy políglota, pero esa es una buena imagen. He tenido la suerte de poder “aprender” varios idiomas para decir lo que quiero, solo que esos idiomas son manifestaciones artísticas. Por ahí va.
6. ¿Cómo ves el desarrollo y avatares que transitan los jóvenes pintores latinoamericanos asentados, como tú, en la diáspora en los Estados Unidos?
Mi querido maestro Sergio Chejfec decía que una cosa es la relación con la escritura y otra la relación con la literatura. Se puede escribir sin publicar, por ejemplo. Yo le agregaría a eso la relación con el mercado. No se deben confundir. No soy un experto, pero me atrevería a decir que el índice histórico de (grandes) artistas que jamás consiguieron vender, vivir o sustentarse con sus obras es tristemente alto. La cosa es que eso no determine si haces o no haces. Digo esto pensando en la parte de los avatares y las dificultades, que son muchas y, además, en este momento, particularmente agudas, si se trata de un inmigrante latino en USA. La duda, creo, está en la circulación del trabajo, los artistas quieren y deben exhibir, y para hacerlo necesitan un espacio y para ese espacio ciertos recursos, y para comunicar lo que pasa en esos espacios hacen falta a, b y c. Es una paradoja. No es fácil para los artistas nativos, mucho menos para un inmigrante promedio, que además puede estar sufriendo la ola discriminatoria, racista, religiosa o ideológica de turno. No sirve de consuelo, pero con la vocación artística vienen hermanadas todas esas circunstancias que, de hecho, pueden hacerte cuestionar todo ese esfuerzo, que, además, nada tiene que ver con el hecho increíble de guindar un lienzo y apoyar el pincel. Yo creo que la creatividad, la necesidad expresiva y el talento son incontenibles. Eso se puede demorar, se puede herir, se puede fatigar, pero siempre reemerge. Allí donde hay desesperanza aparece la solidaridad, la organización comunitaria. Aquí usan mucho la palabra “colectivo” que en mi país tiene un uso completamente distinto. Debo decir que las plataformas digitales, con todo su caudal de basura disponible, también permiten compartir y mostrar las obras de una manera que hace décadas era impensable para un artista. Esto es también un tema que da para varios asedios más.
7. ¿Y qué tal las condiciones del mercado para tus cuadros y los de tus colegas? ¿Qué nos dices del uso de imágenes creadas por ustedes en la industria editorial o en el diseño de ropa, por ejemplo?
Yo del mercado no sé nada y no lo entiendo. Y, además, la fantasía de las casas de subastas y un hombre con un mazo de madera gritando números me resulta sinceramente ajena. La gente habla del mercado como se habla ahora del algoritmo “es que lo que el mercado quiere…”, yo sé que el mercado existe, que la gente compra y vende y probablemente que hay tendencias y propensiones, pero yo no trabajo en función de eso. Y, en cualquier orden de ideas, ese mercado se mueve en precios y valores a los que nuestras obras no se asoman ni de refilón por la ventana. Las obras, claro que se pueden vender, y con suerte lo hacen; pero no venderlas no quiere decir que les “falta” o “falla” algo, así como venderlas en cantidad tampoco quiere decir que desborden genio y talento. Tampoco hay reglas escritas. Del vínculo con la industria editorial me vienen recuerdos y regalos muy especiales, asociados primeramente con República Dominicana, donde tuve la dicha de que se escogiera un grupo de mis dibujos (cuando todavía –sólo– hacía dibujos) para ilustrar varios títulos de una colección. Recientemente dos libros de amigos muy queridos como lo son los poetas Leonardo Padrón y Luis Moreno Villamediana han sido publicados con una de mis obras en la portada. Ambos libros editados por PreTextos en España. El contraste con el papel sepia que los caracteriza hace que se vean increíbles. ¡Y el diseño de ropa! Gracias por preguntar. En efecto, siguiendo el llamado de amigos y el conocimiento de Mariana, mi pareja, que es diseñadora gráfica, decidimos lanzar una marca de ropa y accesorios con los diseños de mis obras y las de ella. Vamos a salir muy pronto, se llama 7C. Es interesante porque ves la obra interactuar de una manera distinta y casi inusitada. Es el concepto, la composición, la paleta, pero de pronto en una espalda de alguien o en unos zapatos que corren por Manhattan. Estamos muy emocionados. Las posibilidades son infinitas. Lo que te decía antes, finalmente, para las obras, es más diálogo.
8. Terminaste tu MFA hace ya unos años, en el programa de la Maestría en Escritura Creativa en New York University, de la que han egresado varios autores de renombre hoy, como el chileno Enrique Winter, el argentino Ezequiel Zaidenwerg y tu paisano Adalber Salas, por nombrar unos pocos ¿Dirías que esos estudios apuntalan de alguna manera tu imaginación pictórica?
Todos ellos muy buenos compañeros, de quienes aprendí y te diría que sigo aprendiendo. Con Adalber me une un vínculo todavía anterior a la maestría, porque fuimos compañeros en el taller de Poesía de la Escuela de Letras de la Universidad Católica Andrés Bello en Caracas, que dictaba el poeta Miguel Marcotrigiano, por allá en 2008. Yo estaba en la facultad de Derecho y Adalber en Letras, nada podíamos sospechar de que en unos años llegaríamos juntos a Nueva York y compartiríamos tanto de nuevo. El caso es que en la maestría yo era o el menor o de los menores y sentía que todos los demás sabían más y mucho y de todo y yo aproveché eso para aprender y conocer. Era en español y ese gran vehículo me trajo la cultura y la herencia literaria de todos los países que no conocía. Lo que te quiero decir es que descubrí cine, palabras, canciones, autores. Todo sumado al hecho de estar en esta ciudad, donde lo normal es no ser de aquí. A los nombres que compartiste (enumerar siempre es odioso y se me va a escapar gente que adoro, pero ni modo) yo sumaría los de Mayte López, Fernanda Trías, Sara Cordón, Ezequiel Yanco, Antonio Díaz Oliva. Todos me pusieron libros en las manos, que además vinieron con el regalo de la amistad. Te diría que no solo mi imaginación, todo yo no sería quien soy si no hubiera estado en esa maestría. Ni hablar de los profesores. A los que ya mencioné antes habría que sumar a Antonio Muñoz Molina y Álvaro Enrigue. Es una experiencia expansiva. Hay cosas que apenas hoy entiendo, y cosas que tengo presentes siempre que escribo.
9. ¿Nos darías una aproximación a la metafísica de tus pinturas?
Voy a citar un texto más largo en el que he estado trabajando y que funciona a manera de Ars pictórica, porque la frase es corta y cuando apareció sentí que me representaba: “La materia que reflejo es la materia que me compone. La materia que persigo es la materia que me falta. La obra que concluyo es una pregunta que acabo de hacer.”
10. Háblanos de tus más recientes exposiciones, por favor, tan extensamente como desees.
Me voy a enfocar en “El encierro es un vocabulario” que tendrá lugar del 06 de noviembre al 06 de diciembre, en la sede de la UNAM en Chicago. Cosas como las que voy a comentar son las que favorecen la idea de que el análisis del desarrollo de una obra artística no es lineal, o, en cualquier caso, se trata de un tiempo interno que no respeta al tiempo cronológico. Desde hace más o menos un año empecé a notar que la construcción de ciertas escenas me permitía hacer construcciones narrativas si incluía personajes en ellas, así que empecé a estudiar los retratos y las figuras. Poco a poco llegué a la idea de la silueta como una forma mínima de comunicación… hombros, cabezas… y así fue apareciendo un personaje que yo llamo “el amenazado” porque es un cuerpo que en todas las obras está siendo “apuntado” señalado, por otros elementos que se repiten y mutan de cuadro a cuadro: unos colmillos, algunos filos, unas manos-garras. Todo eso en un entorno en el que en las noticias y en el gobierno se dice lo que se dice de los inmigrantes, de los latinos y, además, de los venezolanos. La sensación de amenaza es una cosa que me interesaba explorar. Por otro lado, el movimiento entre espacios. Ser inmigrante, venir de un sitio, estar en otro, pensar aquel, pensar este. No sé, eran ideas, pero por primera vez no eran solo ideas o sensaciones: eran las noticias. El nombre no solo de mi país sino de mi provincia, Aragua. Luego apareció una especie de caja de vidrio, en la que se puede ver lo que está adentro. El diálogo con las extremidades, la inmersión total o parcial… finalmente, empecé a trabajar con iconos y símbolos, como en un alfabeto. Decía lo del tiempo cronológico porque mi guía para todas estas obras es un dibujo de 2011. Lo veo y siento que en ese dibujo está todo lo que quiero decir en este momento. ¡No puedo contar más porque no sé mucho más! Estoy metido de lleno trabajando en esas obras y son ellas las que me dirán.
Juan Luis Landaeta (Caracas, 1988) artista multidisciplinario, egresado de la Maestría en Escritura Creativa en Español de la Universidad de Nueva York, y autor de los libros The Well-known Inheritance of Forms y Litoral central. Sus exposiciones individuales incluyen Jardín Desierto, Brooklyn 2017; La Identidad de la Línea, Banco Interamericano de Desarrollo, 2019 y Unwrite, Mehari Sequar Gallery, 2019.
(En portada: Juan Luis Landaeta en su taller de Nueva York)
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León Félix Batista (Santo Domingo, 1964). Poeta, ensayista, traductor. Su más reciente libro es Seis amnesias (Pro Latina Press, New York, 2023).