En una cumbre desierta en medio de las montañas colombianas, un grupo de jóvenes guerrilleros que se hacen llamar Monos se han atrincherado con una rehén (Julianne Nicholson), a la que todos llaman Doctora. Su único contacto con el mundo exterior es un mensajero que los visita a intervalos regulares y les proporciona provisiones e información. Con el tiempo, los Monos han desarrollado su propia rutina y orden interno en el que viven. Wolf (Julián Giraldo) tiene una relación con Lady (Karen Quintero), lo que desata una lucha de poder entre ellos, que solo termina con un ataque a su base. Cuando Doctora, a pesar de la vigilancia casi constante por parte de los todavía jóvenes monos logra escapar, las disputas de los combatientes aumentan nuevamente, esta vez con consecuencias sangrientas para todo el grupo.

Cualquiera que filme una película en la jungla o en las montañas tiene que prepararse para una filmación dura. El director Alejandro Landes en su tercera película da una idea de las circunstancias en las que tuvo lugar el rodaje. Casi no pasa un minuto sin que sus jóvenes actores se arrastren por el barro, vadeen en agua fría o se congelen en el frío por la noche. La dureza de estas circunstancias, a las que los personajes tienen que hacer frente, puede entenderse figurativamente: como una metáfora de la experiencia de la guerra así como la de crecer.

Lo interesante de una película como Monos es el enfoque casi documental de las jerarquías, procesos y rituales dentro de los jóvenes soldados. Usando seudónimos como Rambo, Bigfoot o Schwede, el espectador experimenta este peculiar sentido de equipo, que a veces recuerda a los escolares varados en El señor de las moscas de William Golding. Dentro de este círculo, la civilización es solo una idea distante de igualar un sueño cuya existencia sólo se puede probar en aspectos como las ruinas medio destruidas en las montañas, sus vestimentas y, en un trasfondo casi irónico, a sus armas automáticas.

Basada en este enfoque documental, la película fluctúa repetidamente entre simpatía y aversión por los personajes. Incluso, como parte de un estricto régimen militar que se muestra en simulacros y sesiones de entrenamiento, la camaradería y la violencia se encuentran igualmente dentro de sus rutinas. Al igual que en el mencionado señor de las moscas, pero con menos brutalidad o la arbitrariedad con la que se presenta pero más aún que la corrupción de la inocencia por una guerra que nunca existió.

Langes representa el proceso de esa corrupción del alma, un paseo al corazón de la oscuridad, que es el resultado de este desarrollo. La fotografía de Jasper Wolf alterna entre ese momento ambivalente entre la inocencia y la violencia hacia la oscuridad que se destaca en las escenas en la selva. En consecuencia, el descubrimiento de la sexualidad, el propio cuerpo y las fantasías de poder contrastan con las actitudes sugerentes que provocan y conmocionan.

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Rubén Peralta Rigaud es médico de profesión y escritor de reseñas cinematográficas.