República Dominicana-Estados Unidos
Seria y callada frente al mundo que es una piedra humana
Aída Cartagena Portalatín
Si te dijera, Aída, que al igual que tú,
otra mujer está sola.
Sola, con los ojos y los brazos
abiertos en medio del mundo.
Sola, precisamente en esa hora,
cuando la ciudad se desangra y tiene hambre,
cuando el sol se coloca justo a la mitad del cielo
y se deleita calcinándonos la cordura.
Sola,
con la impotencia de ver cómo entre la gente,
de los perros que deambulan batiendo su agonía,
aún camina el asombro y el desacierto
el atropello, la iniquidad y el desafuero
de ver como el firmamento se desprende a pedazos
y como ovillo la vida se deslía.
Sola, porque su voz es cada vez menos estentórea
y su palabra, una metáfora de silencio prohibido.
Sola e impotente,
como esperma atrapada en una bolsa de mercado
que por mas que quiera denunciar
todo se dilata en círculos concéntricos,
todo queda en noticias y sociales,
todo se acomoda en casa del burgués.
Sola, con la impotencia,
de ver cómo trafican con la inocencia y la esperanza
como la democracia se quiebra como un ánfora de barro.
Sola, viendo cómo la muerte se reinventa
en cada mujer estrangulada
y en cada niño huérfano de dios,
que nace sin su ángel de la guarda
y sin su trozo de pan entre los dientes.
No quieras regresar Aída,
aquí convulsionarías de dolor y de impotencia
quédate ahí dormida e inmortal,
abreviada en la tierra a tu justa estatura
rodeada de humedad, de liquen,
cundeamor y crisantemos,
que es mejor que estar rodeada
de este infierno habitado por protozoarios y fantasmas.
Ahora
que ya nada te preocupe, Aída.
Que las cosas de este mundo no sean tu prioridad,
pues tú no sabrías qué hacer con la inmundicia.
Florece en el lugar de ancho silencio
donde ahora tú yaces taciturna
allí, donde todo es equilibrio
Porque aquí,
a millones de kilómetros de tus huesos
el mundo se evapora
por el exceso de inquina y de basura.
Si te dijera, Aída
que somos muchos los que estamos solos
solos con la torpe manía
de seguir soñando en espiral.
Me dejaré morir en un noviembre
(Poema para Eduardo)
Hay muertos que van subiendo mientras su ataúd baja.
Manuel del Cabral, poeta dominicano.
Y tu pensando…
Me dejaré morir en un noviembre
doblado bajo el sol y sin zapatos
en la tibieza del último sueño
en la boca de este espanto que me abraza
que me perfora la vida y la alimenta.
¿Para qué demorar este destierro?
Un hachazo que corte de un tirón
que salde de una vez
este anestésico vía crucis
que en oculto desafío
se pasea en mis adentros
entre mis costillas arremete
y del temor oprime el lazo.
Y me pregunto…
¿En qué piensas Eduardo
desde el lecho sombrío
rodeado de jeringas, de morfina
y de un higiénico silencio?
Desde ese lecho
donde tus húmeros y fémures
polvo son que nada sienten
donde tu impura materia lentamente se consume
y tu ingenio, antes un manual alado y galopante
es solo un cúmulo de voces confundidas?
En qué piensas poeta
desde esa otra orilla
donde la sentencia es absoluta,
donde no hay puertas, ni rendijas
ni templo donde arrodillarse
ni numen a quien pedir
medio vaso más de vida.
¿Qué piensas amigo
ahora que el rayo rasante te besa la boca
la muerte lenta y sombría
estrangula de golpe tus arterias
mientras se extingue
la última célula en el cosmo de tu cuerpo
y el sarcófago mide tu justa estatura?
¿En qué piensas hermano
mientras te vas, te vas, te vas
como masa de polvo sideral
hacia donde van los inmortales
donde la nada es concreta
donde todo es normal
y la quietud es eterna.
Cuanto me arde la garganta
Un rayo de sol perfora el rostro de la aurora
y por entre las rendijas se filtra un viento dialogante
se sienta y bosteza a la orilla de mi cama.
Su aliento frío corta el ojo de la memoria
y el solapado pretérito cae como un oscuro vino.
Penetrante es el olor de las sombras
como penetrante es la terquedad
de estas flemáticas horas que se niegan a ser fugaces
aumentando la incertidumbre de que si estás o no estás
pues aquí, en esta habitación que juntos construimos
a fuerza de lluvia, jadeos y saliva
donde tantas veces
me tocaste el horizonte con tus manos de pájaro en vuelo
donde labio con labio creamos fisuras
que nos condujeran al infierno
donde yo, ciega y temblorosa
me dejaba arrastrar como si fuera vela
hasta el mar de tus deseos,
aquí, tu recuerdo se dilata como un duende en penitencia
aquí, hay un olor a ti por todas partes
aún siento la humedad de tu barro
alzándose sobre mis carnes
abriéndome todas las venas, y duele.
Duele con un dolor antiguo y amargo
dolor que en su rumor imperceptible
me trae tu nombre, envuelto en la metáfora de su fuego
lo coloca precisamente en el cielo de mi boca
y siento cuánto me arde la garganta.
Herminio Alberti León, fotógrafo artístico merecedor de reconocimientos nacionales e internacionales.